Regina Cœli, lætare, alleluia, quia quem meruisti portare, alleluia, resurrexit, sicut dixit, alleluia. Ora pro nobis Deum, alleluia. Gaude et lætare, Virgo Maria, alleluia, quia surrexit Dominus vere, alleluia.
Vaya para hoy, Domingo de Resurrección, este soneto de Francisco Luis Bernárdez (Buenos Aires, 1900-Buenos Aires, 1978), poeta y diplomático argentino hijo de padres españoles. Vivió en España desde 1920 hasta 1924 y se relacionó con Valle-Inclán, los hermanos Antonio y Manuel Machado y Juan Ramón Jiménez, entre otros escritores. Vinculado inicialmente al Modernismo y a los movimientos vanguardistas españoles —Orto (1922), Bazar (1922), Kindergarten (1924)—, su estilo ultraísta comienza a diluirse en Alcándara (1925), libro en el que surge ya la voz del poeta católico, con un estilo que se caracteriza, al decir de la crítica, por «un barroquismo conceptuoso y original».
A la nueva etapa —nuevo estilo y nuevos temas— corresponden sus libros El buque (1935), Cielo de tierra (1937), La ciudad sin Laura (1938), Poemas elementales (1942) y Poemas de carne y hueso (1943), obras estas dos últimas de plenitud por las que le fue concedido en Argentina el Premio Nacional de Poesía correspondiente al año 1944. Poemarios posteriores son El ruiseñor (1945), Las estrellas (1947), El ángel de la guarda (1949), Poemas nacionales (1950), La flor (1951), Tres poemas católicos (1959), Poemas de cada día (1963) y La copa de agua (1963).
Cristo resucitado. Parroquia de Santa María Madre de la Iglesia (Barañáin, Navarra).
Su «Soneto de la Resurrección» dice así:
Cristo sobre la muerte se levanta, Cristo sobre la vida se incorpora, mientras la muerte derrotada llora, mientras la vida vencedora canta.
Cristo sobre la muerte se agiganta, Cristo sobre la vida vive ahora, mientras la muerte es muerte redentora, mientras la vida es vida sacrosanta.
Cristo sobre la vida se adelanta y allí donde la muerte ya no espanta la vida con su vida corrobora.
Mientras la muerte que la vida ignora siente que lo que ignora la suplanta con una fuerza regeneradora[1].
[1] Tomo el texto de elmunicipio.es, donde fue publicado el 20 de abril de 2014.
Hoy, Sábado Santo, termina el triduo santo, y como en los dos días anteriores he querido traer al blog otro romance del Fénix de los ingenios perteneciente a sus Rimas sacras (1614). Se trata de «Al bajar de la Cruz», a propósito del cual escriben los editores Antonio Carreño y Antonio Sánchez Jiménez:
La patética escena del Descendimiento de la Cruz gozó de gran popularidad en la iconografía cristiana medieval y áurea. El romance que nos ocupa presenta una serie de detalles dramáticos para despertar la piedad del lector, y concluye con una nueva apelación al alma para que se arrepienta de sus pecados e intervenga en la escena[1].
Pedro Pablo Rubens, El descendimiento de la cruz (c. 1612). Catedral de Amberes (Bélgica). Es la parte central de un tríptico donde también se muestran la Visitación de la Virgen y la Presentación de Jesús en el Templo.
Las entrañas de María con nuevo dolor traspasan los martillos que a Jesús de la alta Cruz desenclavan.
¿Quién dijera, dulces prendas, para tanto bien halladas[2], que para alcanzar el Cielo hubiera en la tierra escalas[3]?
Mas ¿qué mucho[4] que le alcancen, a la Cruz santa arrimadas, ni que hecho pedazos venga, si el Cielo a la tierra baja.
Ya no cae más sangre de Él, porque si alguna quedara, otra lanzada le dieran, mas fue desengaño el agua[5].
Junto, el sangriento cabello formaba una esponja helada, devanando en sus espinas aquella madeja santa.
Los clavos baja a la Virgen Nicodemo[6], porque vayan desde el cuerpo de su Hijo a crucificarle el alma.
Con trabajo y con dolor José la corona saca[7] por estar en la cabeza por tantas partes clavada.
A la Virgen la presenta, que las azucenas blancas[8] de sus manos vuelve rosas y de su sangre las baña.
Ningún martirio[9] de Cristo, si no es la corona santa, tocó en el cuerpo a la Virgen, pues la hirió para tomarla.
Sacan sangre las espinas a sus manos delicadas, que, junta con la de Cristo, para mil mundos bastara[10].
Y aunque del Hijo una gota para muchos más sobraba, parece que aquí la Virgen con deseos le acompaña.
También la pone en la boca, porque a su Esposo le agrada que sea lirio entre espinas la que fue venda de grana[11].
Ahora, hermosa María, parecéis la verde zarza[12], que aunque el fuego os bajan muerto, bien arde en vuestras entrañas.
Recibidle, gran Señora, que de la sangrienta cama Juan, Magdalena y José[13] a vuestros brazos le pasan.
En ellos estuvo niño haciendo y diciendo gracias; las de su Padre tenía, que fue su misma Palabra[14].
Tomad esas manos frías y diréis, viendo las palmas, que un hombre tan manirroto[15] no es mucho[16] si reinos daba.
Tomad los pies y veréis qué bien el mundo le paga treinta y tres años que anduvo solicitando su causa.
Poned en vuestro regazo la cabeza soberana; veréis que el espejo vuestro ya no os alegra y retrata.
Y si el costado miráis y aquella profunda llaga, Dios os dé paciencia, Virgen, porque consuelo no basta.
Alma por quien Dios ha muerto, y muerte de tanta infamia[17], mira a su Madre divina y dile con tiernas ansias:
«Desnudo, roto y difunto os le vuelven[18], Virgen santa; naciendo, os faltaron paños; muriendo, mortaja os falta[19]. Pidámosla de limosna, o entiérrele en pobres andas la santa misericordia, pues ella misma le mata[20].
[1] Antonio Carreño y Antonio Sánchez Jiménez, en su edición de Rimas sacras de Lope de Vega, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2006, p. 387, nota. Para la iconografía de este pasaje del descenso del cuerpo de Cristo ver, por ejemplo, Laura Rodríguez Peinado, «El Descendimiento de la Cruz», Revista Digital de Iconografía Medieval, vol. III, núm. 6, 2011, pp. 29-37.
[2]dulces prendas, / para tanto bien halladas: como anotan Carreño y Sánchez Jiménez, es eco del comienzo del soneto X de Garcilaso, «¡Oh, dulces prendas por mi mal halladas…», con cambio de sentido aquí (en vez de las prendas ʻfavores amorososʼ de la amada se trata del cuerpo de Cristo).
[5]sangre … agua: al recibir la lanzada del soldado, del costado de Cristo brotó sangre y agua, elementos que simbolizan a la Iglesia, y en concreto los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía. Fisiológicamente, la salida del agua se explicaría por la perforación del pericardio.
[6]Nicodemo: «Nicodemo era un fariseo que había intervenido en favor de Jesús (Juan, 7, 50), y que aportó dinero para su entierro (Juan, 19, 39). Se creía que Nicodemo era el autor de un evangelio apócrifo compuesto alrededor del año 350 […]. Lope debió de recoger de este evangelio, o de alguna otra leyenda apócrifa, la anécdota de que Nicodemo subió a la Cruz para coger los clavos de Cristo» (nota de Carreño y Sánchez Jiménez). Según ese evangelio apócrifo, Nicodemo habría sido el encargado de solicitar a Pilato el permiso para bajar a Cristo de la Cruz y enterrarlo.
[7]José la corona saca: «Se trata de José de Arimatea, rico vecino de Jerusalén, que reclamó a Poncio Pilato el cadáver de Jesús y lo enterró en su propio sepulcro (Marcos, 15, 42-46)» (nota de Carreño y Sánchez Jiménez). En efecto, el esfuerzo de José de Arimatea por conseguir el cuerpo de Jesús para darle sepultura se narra en todos los evangelios: Mateo, 27, 57-60; Marcos, 15, 43-46; Lucas, 23, 50-55; y Juan, 19, 38-42.
[8]azucenas blancas: por el color de la piel, pero recuérdese además que la azucena es flor asociada a la Virgen como símbolo de pureza.
[9]martirio: entiéndase aquí ʻinstrumento del martirioʼ.
[10]para mil mundos bastara: por el carácter precioso de esa sangre.
[11]lirio entre espinas … venda de grana: Carreño y Sánchez Jiménez identifican la mención de lirio entre espinas como paráfrasis de Cantar de los cantares, 2, 2 («Sicut lilium inter spinas, sic amica mea inter filia»). En cambio, no anotan la segunda parte de la referencia, que corresponde al mismo libro, 4, 3 («sicut vitta coccinea labia tua», «Tus labios como hilo de grana»). Lope usa el mismo sintagma venda de grana en el acto II de su comedia La limpieza no manchada, donde figura en boca de Asuero: «¡Oh, qué venda de grana / tus labios hermosea!».
[12]verde zarza: se refiere a la zarza que ardía sin consumirse, contemplada por Moisés en Éxodo, 3, 2-4: «Y se le apareció el ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía. Entonces Moisés dijo: “Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema”. Viendo Jehová que él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: “¡Moisés, Moisés!”. Y él respondió: “Heme aquí!”». Desde muy antiguo, los Padres de la Iglesia vieron en este episodio un preanuncio de la maternidad virginal de María. En efecto, como anotan Carreño y Sánchez Jiménez, «La zarza viene a ser una figura de la Virgen: permanece verde pese a estar ardiendo, del mismo modo que María sigue siendo virgen tras dar a luz a Jesús. De este modo, el fuego que prende la zarza es figura de Cristo».
[13]Juan, Magdalena y José: Juan se encontraba al pie de la Cruz durante la Pasión de Cristo, quien le encomienda que cuide de su madre: «Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: “Mujer, he ahí tu hijo”. Después dijo al discípulo: “He ahí tu madre”. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa» (Juan, 19, 26-27). Magdalena es María Magdalena (María de Magdala), que estuvo presente con María, la madre de Jesús, otras mujeres y el discípulo amado durante la crucifixión de Jesús (Marcos, 15, 45-47; Mateo, 27, 55-56, y Juan, 19, 25). En fin, José no es José de Nazaret, el esposo de María (no se sabe la fecha de su fallecimiento, si bien se acepta generalmente que murió cuando Jesucristo tenía ya más de doce años, pero antes del inicio de su predicación), sino José de Arimatea, ya mencionado antes.
[14]gracias; / las de su Padre tenía … fue su misma Palabra: gracias alude, en primera instancia, a los ʻdichos o hechos divertidos de un niñoʼ, pero se refiere también a la gracia divina; Jesús, la segunda persona de la Trinidad, era la Palabra de Dios (baste remitir a Juan, 1, 14: «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad»).
[15]palmas … manirroto: en manirroto hay un juego dilógico con el sentido de ʻliberal, generoso en extremoʼ y el literal de tener las manos rotas por los clavos de la crucifixión. Aunque las representaciones iconográficas muestran más frecuentemente a Cristo clavado por las palmas, es más probable —en las crucifixiones romanas— que los clavos se colocaran por encima de las muñecas, entre el radio y los huesos del carpo, o entre las dos filas de huesos del carpo (pues, de otra forma, el peso del cuerpo desgarraría las palmas).
[16]no es mucho: ʻno es raro, no tiene que extrañarʼ.
[17]muerte de tanta infamia: porque la crucifixión era pena de muerte que se aplicaba a esclavos y delincuentes.
[19]naciendo, os faltaron paños; / muriendo, mortaja os falta: en la poesía del ciclo de Navidad suele ser habitual que se anticipen, en el momento del nacimiento, los futuros sufrimientos de la Pasión; aquí, en sentido contrario, la falta de mortaja se asocia con la falta de pañales (paños) cuando nació en Belén.
[20] Cito, con ligeros retoques, por Rimas sacras de Lope de Vega, ed. de Antonio Carreño y Antonio Sánchez Jiménez, pp. 387-390 (es la composición núm. 131).
¿Quién me presta una escalera para subir al madero, para quitarle los clavos a Jesús el Nazareno? (saeta popular)
Para hoy, Viernes Santo, copiaré otra composición de Lope de Vega, perteneciente también a sus Rimas sacras (1614). Se trata del romance titulado «A la expiración de Cristo», a propósito del cual comentan sus editores modernos Antonio Carreño y Antonio Sánchez Jiménez:
Cristo agonizando en la Cruz ha sido extensamente representado en el arte religioso de mediados del siglo XVI y primera mitad del siglo XVII. Destacan las escuelas de Valladolid y Zamora, con señaladas tallas en madera tales como El cristo misericordioso (circa 1603), obra de Martínez Montañés. Respecto de este romance comenta Novo: «La agonía de Cristo se trata aquí en conexión con el pecado humano que la origina, por lo que el narrador suele desdoblarse dramáticamente en los verdugos de Cristo o bien en un alma piadosa que llora sus culpas al tiempo que acompaña a Jesús y a la Virgen en el dolor. Diríase que lo penitencial, otra vez, va incrustado en el planteamiento redencional del tema del Calvario y se formaliza en soliloquio oracional del sujeto poético, tal y como sucedía en las «Revelaciones». Pero en estos primeros romances las cotas de introspección no marginan su carácter sustantivo de épica a lo divino, ya que prima el tratamiento argumental de la historia desde un yo que sabe adoptar la función de narrador en tercera persona, si bien móvil y con cometidos diversos: los diferentes episodios van acotados por espacio, tiempo y personajes» (Novo, 1990, p. 22)[1].
Gregorio Fernández, Cristo de la Luz (c. 1630). Museo Nacional de Escultura (Valladolid).
Desamparado de Dios[2], del hombre puesto en un palo, el alma tiene Jesús en sus santísimos labios.
A su Padre Eterno mira abriendo los ojos santos, que ya cerraba la muerte atrevida al velo humano[3].
Con voz poderosa dice, cielos y tierra temblando: «Mi espíritu, Padre mío, pongo en tus sagradas manos»[4].
Expiró el dulce Jesús, y del sangriento holocausto[5] sale aquel alma obediente[6], dejando el cuerpo en tres clavos[7].
Desnudo y muerto sin honra mira el Padre soberano a su dulcísimo Hijo por un miserable esclavo[8].
No manda que de la Cruz los ejércitos alados le desprendan y le entierren en urnas de jaspe y mármol.
Manda al sol que se retire[9], y él lo hiciera sin mandarlo, por no ver desnudo a Cristo, hecho a tormentos pedazos.
Manda que se vistan luto los celestes cortesanos y que se apaguen las luces de estrellas, planetas y astros;
que la tierra y mar se turben, y que los hombres ingratos sepan que ha muerto por ellos un Hijo que quiere tanto[10].
Rompiese el velo del Templo, cayeron los montes altos, abriéronse los sepulcros y hasta las piedras hablaron.
Mas, llamando encantamientos el pueblo tales milagros, quebrarle quieren los huesos[11] que solo quedaban sanos.
Y como le hallaron muerto, por ir seguro, un soldado puso la lanza en el ristre[12], arremetiendo el caballo,
y abrió por el santo pecho tanta herida a Cristo santo[13], que se le vio el corazón como a buen enamorado.
El corazón que los hombres vieron en obras tan claro, quiso que también se viese dar agua, de sangre falto.
Alma, a la Virgen María considera en este paso, pues la traspasa el dolor, si a Cristo el hierro inhumano.
«¿Qué queréis a un hombre muerto?[14] —les diría el Lirio casto[15]—; mas bien hacéis, pues yo vivo, que soy de Cristo retrato.»
Ya del nuevo Adán[16] dormido y de su abierto costado sale la Iglesia, su Esposa[17]: para en uno son entrambos[18].
Ya salen los sacramentos, ya el Bautismo, ya el Pan santo[19], que como es horno de amor, sale el Pan Dios abrasado.
En la ventana del cielo ha quitado Dios el marco para que los hombres vean que no tiene más que darlos[20].
Pues, dulcísimo Jesús, si después de pies y manos también dais el corazón, ¿quién podrá el suyo negaros? [21].
[1] Antonio Carreño y Antonio Sánchez Jiménez, en su edición de Rimas sacras de Lope de Vega, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2006, pp. 383-384, nota. La cita interna remite a la monografía de Yolanda Novo Las «Rimas sacras» de Lope de Vega. Disposición y sentido, Santiago de Compostela, Universidad de Santiago de Compostela, 1990. Lope, en efecto, dedica toda una serie de romances «A la despedida de Cristo, nuestro bien, de su Madre Santísima», «Al Santísimo Sacramento», «Al lavatorio del falso apóstol», «A la oración del Huerto», «A la prisión», «A los azotes», «A la corona», «Al Ecce Homo», «A la Cruz a cuestas», «Al ponerle en la Cruz», «Al levantarle en la Cruz», «A Cristo en la Cruz», «Al Buen Ladrón», «A la expiración de Cristo», «Al bajar de la Cruz», «Al entierro de Cristo», «A la soledad de Nuestra Señora», «A la muerte de Cristo Nuestro Señor» y «El alma a Cristo Nuestro Señor en la Cruz» (son las composiciones núms. 117 a 135 en la edición de Carreño y Sánchez Jiménez).
[2]Desamparado de Dios: comp. con las palabras dichas por Jesús en la Cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (en arameo, «Elohi, Elohi, lema’ šĕbaqtani», en el evangelio de Marcos, 15, 34, y en hebreo, «Eli, ‘Eli, lĕma’ šĕbaqtani», en el de Mateo, 27, 46).
[3]atrevida al velo humano: Carreño y Sánchez Jiménez anotan que velo humano es «el cuerpo de Cristo; metafóricamente, ya que encubre el alma que habita dentro de él». Más específicamente se refiere a la naturaleza humana de Cristo, tras la que se oculta su naturaleza divina. La muerte se atreve a esa naturaleza humana de Jesús, pero no tiene poder sobre su naturaleza divina. Al contrario, Cristo-Dios queda vendedor de la muerte.
[4]«Mi espíritu, Padre mío, / pongo en tus sagradas manos»: «Los evangelistas recogen algunas de las palabras que Jesús dijo, moribundo, en lo alto de la Cruz. Son conocidas como las Siete Palabras. El relato de San Lucas es el más gráfico sobre la última palabra: “Et clamans voce magna Iesus ait: Pater, in manos tuas commendo spiritum meum; et haec dicens exspiravit”» (nota de Carreño y Sánchez Jiménez).
[5]holocausto: ʻsacrificioʼ. Cristo se ofrece en sacrificio para redimir a toda la humanidad, que se hallaba en pecado desde la caída de Adán.
[6]alma obediente: porque Cristo acepta seguir los designios de su Padre para la redención universal de la humanidad. Baste recordar sus palabras en Getsemaní: «Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas, 22, 42).
[7]tres clavos: durante la alta Edad Media (estilo románico), lo usual en la iconografía del Crucificado era mostrarlo clavado a la Cruz con cuatro clavos, dos para los manos —o muñecas— y dos para los pies, cada pie con un clavo diferente. En cambio, a partir del gótico se suele representar con tres clavos, haciendo que un pie esté sobre otro (lo que obliga a una pierna a doblarse de forma diferente a la otra y romper la simetría). Sea como sea, también en el Barroco siguen existiendo representaciones con cuatro clavos, tanto en la pintura (así el famoso «Cristo Crucificado» o «Cristo de San Plácido» de Velázquez, entre otros ejemplos) como en la imaginería.
[8]muerto sin honra … miserable esclavo: porque la crucifixión era pena de muerte que se aplicaba a delincuentes y esclavos.
[9]Manda al sol que se retire: el eclipse es uno de los signos ocurrido en Jerusalén al momento de morir Cristo. En los versos siguientes se añaden otros: se produce un terremoto y maremoto, se rasga el velo del Templo, se abren las sepulturas y resucitan los muertos, etc.
[10]un Hijo que quiere tanto: comp. Mateo, 3, 17: «Y hubo una voz de los cielos que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”».
[11]quebrarle quieren los huesos: «unos soldados romanos, narra San Juan (19, 31-36), se acercaron a los tres crucificados para romperles las piernas y acelerar su muerte, pero llegando a Jesús, y viendo que ya estaba muerto, no le rompieron las piernas sino que uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado y al instante salió sangre y agua, dos elementos presentes en la Eucaristía» (nota de Carreño y Sánchez Jiménez). Recuérdese además lo que se lee en Juan, 19, 36-37: «Porque estas cosas fueron hechas para que se cumpliese la Escritura: Hueso suyo no será quebrado. Y también otra Escritura dice: Mirarán a Aquel a quien traspasaron».
[12]ristre: «Hierro fijo al peto de la armadura donde se afianzaba, mediante una manija y un cabo, la empuñadura de la lanza» (DLE).
[13]abrió por el santo pecho / tanta herida a Cristo santo: «Pero al llegar a Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua» (Juan, 19, 33-34).
[14]¿Qué queréis a un hombre muerto?: Carreño y Sánchez Jiménez editan «¿Que queréis a un hombre muerto?». Prefiero poner el qué con tilde, pues entiendo ʻ¿Para qué queréis a un hombre muerto?ʼ. Además, considero que los dos versos tras el inciso parentético también corresponden a la Virgen, no a la voz lírica enunciativa del poema.
[15]Lirio casto: uno de los nombres tradicionales para la Virgen. Como el lirio entre espinas, así es María entre las hijas de Sión. Comp. Cantar de los Cantares, 2, 1-2: «Yo soy la rosa de Sarón y el lirio de los valles. Como el lirio entre los espinos, así es mi amiga entre las doncellas».
[16] nuevo Adán: la designación de Cristo como nuevo Adán es tópica: por Adán llegó el pecado a todos los hombres; por el nuevo Adán Cristo llega la salvación a todos.
[17]sale la Iglesia, su Esposa: «La Iglesia como esposa de Jesús ya está prefigurada, de acuerdo con algunos exégetas bíblicos, en el Cantar de los cantares» (nota de Carreño y Sánchez Jiménez). Considérese además que la Iglesia sale del costado de Cristo igual que Eva surgió del costado de Adán.
[18]para en uno son entrambos: la expresión para en uno son los dos «Se decía a los novios cuando se desposaban, para indicar la igualdad o conformidad en la condición y vida de dos personas» (DLE).
[19]salen los sacramentos … el Bautismo … el Pan santo: el agua y la sangre que brotan del costado de Cristo representan a la Iglesia, y más específicamente los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía, respectivamente.
[20]no tiene más que darlos: loísmo; entiéndase ʻno tiene nada más que darlesʼ (a los hombres).
[21] Cito, con ligeros retoques, por Rimas sacras de Lope de Vega, ed. de Antonio Carreño y Antonio Sánchez Jiménez, pp. 383-387 (es la composición núm. 130).
Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión (popular)
Vaya para hoy, Jueves Santo, una composición del Fénix incluida en sus Rimas sacras (1614), el romance titulado «Al lavatorio del falso apóstol», cuyo sentido general explican los editores Antonio Carreño y Antonio Sánchez Jiménez:
La imagen de Jesús lavando los pies de Judas, que ya le ha traicionado, provoca una serie de reflexiones del narrador y del propio Cristo, cuyos pensamientos imagina la voz narrativa. El lavatorio es uno de los lugares de meditación que propone San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios espirituales[1].
Tintoretto, El lavatorio (1548-1549). Museo del Prado (Madrid).
Besando está Jesucristo de un hombre infame los pies, después de haberlos lavado y regalado también.
Como eran los pies autores[2] de aquella traición crüel, con la boca está probando si los puede detener.
¡Oh, besos tan mal pagados! Mi vida, no le beséis, pues solo para que os prendan os ha de besar después[3].
¡Oh, estéril planta perdida que, regada por el pie y dándole el sol de Cristo, no tuvo calor de fe!
¿Los pies le laváis, Señor? Pero, si os van a vender, ¿cómo pueden quedar limpios, aunque Vos se los lavéis?[4]
De aquello que Vos laváis decía un profeta rey que más que nieve sería, y en estos pies no lo fue[5].
Mas no lo quedar el dueño no estuvo en Vos, sino en él, que mal puede, sin materia, imprimir la forma bien[6].
¡Oh, soberana humildad!, ¿quién no se admira que esté el infierno sobre el cielo, que es más que el mundo al revés[7]?
Nunca en la Iglesia de Cristo los hombres pensaron ver que esté el pecador sentado y el sacerdote a los pies.
Hoy parece un falso apóstol más soberbio que Luzbel, que el otro quiso igualarse, y este más alto se ve.
«Amigo —entre sí le dice—, ¿cómo me quieres poner en manos de mi enemigo por tan pequeño interés[8]?
La forma tengo de siervo, porque le dijo a Gabriel mi Madre que Ella lo era, y desde allí lo quedé[9].
Pero es el precio muy poco, y partes[10] en mí se ven, que al fin por treinta dineros es lástima que las des.
Hijo soy de Dios eterno, y tan bueno como Él, de su sustancia engendrado y con su mismo poder[11].
Con las gracias que hay en mí mudos hablan, ciegos ven, muertos viven, que tú solo no quieres vivir ni ver.
Mi hermosura aquí la miras; mis años son treinta y tres, que aun a dinero por año no has querido que te den.
Aunque es mi Madre tan pobre, que te diera, yo lo sé, más que aquellos mercaderes de la sangre de José[12].
¿Cómo diste tan barato todo el Trigo de Belén[13], Pan que la tierra y el cielo se han de sustentar con él?
¿Qué cordero aquestas pascuas, para la ley de Moisés[14], no valdrá más que yo valgo, siendo de gracia mi ley[15]?»
Dulce Jesús de mi vida, más inocente que Abel, no lavéis más estas plantas: piedras son, que no son pies.
Quitad la boca, Señor, de ese bárbaro infiel, y esas manos amorosas en nuestras almas poned,
porque lavadas de Vos vayan con Vos a comer ese Cordero divino a la gran Jerusalén[16].
[1] Antonio Carreño y Antonio Sánchez Jiménez, en su edición de Rimas sacras de Lope de Vega, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2006, p. 340, nota.
[2]Como eran los pies autores: a propósito de este verso anotan Carreño y Sánchez Jiménez que pies autores es «metonimia por “Judas”». Se trata, en efecto, de un caso de empleo de “la parte por el todo”: ʻcomo los pies eran autores de aquella traición…ʼ.
[3]os ha de besar después: en el Huerto de los Olivos, según señal convenida por Judas con aquellos que iban a acudir a prender a Jesús.
[4] Con otra puntuación estos versos en la edición de Carreño y Sánchez Jiménez: «¿Los pies le laváis, Señor?; / pero, ¡si os van a vender! / ¿Cómo pueden quedar limpios, / aunque Vos se los lavéis?». Me parece que hace mejor sentido entender «si os van a vender» como condicional (no como frase exclamativa), y no cortar luego la oración.
[5]De aquello que Vos laváis … no lo fue: Carreño y Sánchez Jiménez anotan certeramente que «La expresión profeta rey se refiere a David, que declara que lo que lava Dios queda más limpio que la nieve: “Asperges me hyssopo, et mundabor; / lavabis me, et super nivem dealbabor” (Salmos, 50, 9)».
[6]mal puede, sin materia, / imprimir la forma bien: «El narrador utiliza la terminología aristotélica y escolástica para explicar que Cristo (la forma) no tiene la culpa de la actuación de Judas, porque éste era una materia defectuosa. Tanto el término forma como el de materia proceden de la filosofía aristotélica: la forma es la esencia de las cosas, y la materia el material indeterminado que recibe la forma. Estos conceptos fueron aceptados más tarde por los filósofos escolásticos» (nota de Carreño y Sánchez Jiménez).
[7]el infierno sobre el cielo … mundo al revés: «Al estar Jesús arrodillado lavando los pies de Judas, que permanece erguido, el Cielo (Cristo) se sitúa físicamente por debajo del Infierno (Judas)» (nota de Carreño y Sánchez Jiménez).
[8]por tan pequeño interés: «Judas traicionó a Cristo por solamente treinta monedas (Mateo, 26, 15). A partir de este momento, Jesús le reprocha haberle vendido por tan poco dinero, enumerando sus virtudes y comparándose a varios productos alimenticios (cordero, pan) que conllevan una profunda carga simbólica, relacionada con el sacrificio de Cristo y con el sacramento de la Eucaristía» (nota de Carreño y Sánchez Jiménez).
[9]La forma tengo de siervo … y desde allí lo quedé: Jesús hace remontar su condición de siervo a la respuesta que dio María a San Gabriel en el momento de la Anunciación: «He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra» (Lucas, 1, 38).
[11]de su sustancia engendrado / y con su mismo poder: estas palabras parecen eco del credo de Nicea («Creemos […] en un solo Señor Jesucristo, el Hijo de Dios; unigénito nacido del Padre, es decir, de la sustancia del Padre; Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado; de la misma naturaleza que el Padre; por quien todo fue hecho»).
[12]aquellos mercaderes / de la sangre de José: José, aborrecido por sus hermanos por ser el preferido de su padre Jacob, fue vendido por ellos a unos mercaderes ismaelitas que iban a Egipto en veinte monedas de plata. Ver Génesis, 37, 12-36.
[13]todo el Trigo de Belén: Belén (Bet-lehem) se interpreta etimológicamente como ʻcasa del panʼ. Calderón juega con esta etimología en varios de sus autos sacramentales.
[14]cordero aquestas pascuas, / para la ley de Moisés: se refiere al cordero pascual que comían los israelitas, siguiendo una serie de ritos, como parte de la celebración de la Pascua. Se menciona por primera vez en Éxodo, 12, 3-11, cuando Yahveh da instrucciones a Moisés para librar a los judíos de la última plaga enviada contra los egipcios (la muerte del primogénito). Este Cordero Pascual se entiende tradicionalmente como prefiguración de Cristo, Cordero de Dios.
[15]siendo de gracia mi ley: se contrapone la ley de Gracia con la ley de Moisés mencionada un par de versos antes, según la tradicional división tripartita de la historia de la salvación: la ley Natural (etapa que va del pecado original a Moisés y se caracteriza generalmente como un período de inocencia en el que el hombre se gobernaba por los principios puestos por Dios en el corazón humano, que representan la acción de la ley divina), la ley Escrita (la que va desde Moisés a Cristo, gobernada por el código de leyes explícitas del Pentateuco) y la ley de Gracia (que abarca desde Cristo hasta la consumación final, presidida por los nuevos preceptos de amor dados por Jesús y transmitidos por la Iglesia). Ver Ignacio Arellano, Repertorio de motivos de los autos sacramentales de Calderón, Pamplona, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 2011, pp. 574-575.
[16] Cito, con ligeros retoques, por Rimas sacras de Lope de Vega, ed. de Antonio Carreño y Antonio Sánchez Jiménez, pp. 340-343 (es la composición núm. 119).
Copiaré hoy, Miércoles Santo, esta «Canción para música» (así se subtitula) de Juan Eugenio Hartzenbusch (Madrid, 1806-Madrid, 1880) que se presenta bajo el epígrafe «Al Salvador en la Cruz». Desde el punto de vista métrico, la composición se divide en dos partes claramente diferenciadas: una primera formada por cinco ágiles estrofas de 8 versos heptasílabos con rima consonante abbcdeec, con la particularidad de ser los versos cuarto y octavo agudos (aquí se muestra, por un lado, la indignación de las huestes angélicas al ver morir a Cristo en la Cruz, que claman venganza; y, por otro, el consuelo de las almas de los justos que esperaban en el seno de Abraham el momento de volar al paraíso); y una segunda con una sola estrofa que repite el mismo esquema métrico, pero con versos decasílabos, donde se mantiene ese ritmo de marcada musicalidad (en estos ocho versos finales la voz lírica expresa su particular miserere, al considerar que quien hoy muere en el patíbulo vendrá más adelante como juez «severísimo» en el Juicio Final, y por ello ruega su perdón: «Yo, Señor, tus piedades imploro; / yo pequé: ¡desgraciado de mí!»).
Jacques Gamelin, Cristo expirando (1800). Musée Hyacinthe Rigaud (Perpignan, Francia).
Quien dio la vida al ciego, quien dio la voz al mudo, quien vida nueva pudo a Lázaro infundir, hoy pende de un madero, y espira escarnecido del pueblo fementido que viene a redimir.
Quebrántase la roca; sin luz se queda el cielo; retiembla, roto el velo, el Arca del Señor[1]; y al ver los querubines la cruz que los aterra, dirigen a la tierra miradas de furor.
«—La sangre que han vertido los clavos y la lanza pidiendo está venganza; dejádnosla tomar. Descienda nuestro rayo y que haga furibundo cenizas ese mundo rebelde sin cesar.»
En tanto que al Eterno, inmóvil en su trono, acusa de abandono la hueste de Miguel, bendicen el arcano de amor ardiente lleno los justos en el seno del padre de Israel[2];
que ya de su ventura llegó por fin el día, y al hijo de María unidos volarán, dejando el paraíso la víctima inocente abierto al descendiente del ya feliz Adán.
Pero si hoy en patíbulo espira, juez vendrá severísimo luego, más terrible entre nubes de fuego que en su cima le vio Sinaí[3]. ¡Ay entonces del que haya perdido de la gracia el divino tesoro! Yo, Señor, tus piedades imploro; yo pequé: ¡desgraciado de mí![4]
[1]Quebrántase … Arca del Señor: señales ocurridas en Jerusalén en el momento de morir Cristo (terremoto, eclipse solar, rasgadura del velo del Templo, etc.).
[2]el seno / del padre de Israel: el seno de Abraham, morada donde los justos muertos esperan la llegada del Juicio Final. Ver Lucas, 16, 22-23.
[3]más terrible entre nubes de fuego / que en su cima le vio Sinaí: en el monte Sinaí (monte Horeb) Yahveh se mostró a Moisés y le entregó los Diez Mandamientos. Cfr. Éxodo, 19, 9: «El Señor le dijo: “Voy a venir en medio de una nube espesa, y desde allí hablaré para que el pueblo me oiga mientras hablo contigo, y también para que te crean siempre”».
[4] Juan Eugenio Hartzenbusch, Ensayos poéticos y artículos en prosa, literarios y de costumbres, Madrid, en la Imprenta de Yenes, 1843, pp. 81-82.
Vaya para hoy, martes de Semana Santa, el soneto «Ante Jesús crucificado», de Manuel Machado (Sevilla, 1874-Madrid, 1947), que pertenece a la sección «Horario» de su poemario de 1943 Cadencias de cadencias (Nuevas dedicatorias). Ilustro el poema con el Cristo de la iglesia catedral de San Bernardo (Chile), del siglo XVIII, que perteneció a las religiosas carmelitas de Santa Teresa.
¿Y fue, Señor, por mí, por esta podre, ofensa de la luz, del aire estrago; por este engendro deleznable y vago, de vil materia repugnante odre?
¿Las torpes ansias de este bruto inerte tal pudieron, Señor, que por él fuiste eso tan espantosamente triste que es, al morir, un condenado a muerte?
¿Que por mí en esa Cruz estás clavado? ¿Que por mí se horadaron tus divinas manos y estás ahí desnudo y yerto?
¿Que por mí mana sangre tu costado? ¿Que por mí coronado estás de espinas? ¿Que por el hombre, en fin, Dios está muerto?[1]
[1] Cito por Manuel Machado, Poesías completas, edición de Antonio Fernández Ferrer, Sevilla, Renacimiento, 1993, p. 540. El poema se publicó en el número 28, de 1943, de la revista Escorial (p. 235).
Metidos ya en la Semana Santa, vaya para hoy este soneto del jesuita Pedro Miguel Lamet (Cádiz, 1941- ) titulado «El dolor del tiempo», e incluido en su selección poética El alegre cansancio (1965). El texto, que no necesita mayor comentario, lo ilustro con un Cristo que se venera en la iglesia de la Merced de Rancagua (Chile) desde el año 1783.
Tenerlo todo y no saber decirlo para escuchar las voces tan oídas, agarrar el silencio por las bridas es un quebrar el tiempo sin abrirlo.
Pero mirar tus ojos y sufrirlos, arropar los torrentes de mi vida recostarme callado en tus heridas es ahondar en el tiempo y repartirlo.
Yo no quiero soñar con los jardines de mi infancia entre pompas irisadas. Yo no quiero dormir en tus violines
ni jugar sobre el potro de la suerte. Sólo quiero, Señor, noches calladas. Sólo quiero, Señor, sorber tu muerte[1].
[1] Pedro Miguel Lamet, SI, El alegre cansancio (Poemas 1962-65), Madrid, Ediciones Ágora, 1965, p. 27. Lo encuentro reproducido también en el blog de Equipos de Nuestra Señora. Sector de Valladolid, el 30 de julio de 2016, y en el de Equipos de Nuestra Señora de León, el 24 de agosto de 2016. En ambos casos, con una variante en el verso 4: «en un quebrar» (en vez de «es un quebrar»).
Dedico la entrada de hoy a Amancio Mata Sanz (1926-2020),
in memoriam
Vaya para este Viernes Santo, día de dolor y luto, y sin posibilidad por ahora de mayor comento, este soneto de don Francisco de Quevedo, quien entre sus poesías religiosas cuenta con algunas dedicadas específicamente a la Pasión y Muerte de Cristo.
Tal es el caso, por ejemplo, de su soneto «En la muerte de Cristo», que comienza «Pues hoy derrama noche el sentimiento…», o de este otro que reza así:
Vinagre y hiel para sus labios pide,
y perdón para el pueblo que le hiere:
que como sólo porque viva, muere,
con su inmensa piedad sus culpas mide.
Señor que al que le deja no despide,
que al siervo vil que le aborrece quiere,
que porque su traidor no desespere,
a llamarle su amigo se comide,
ya no deja ignorancia al pueblo hebreo
de que es Hijo de Dios, si, agonizando,
hace de amor, por su dureza, empleo.
Quien por sus enemigos, expirando,
pide perdón, mejor en tal deseo
mostró ser Dios, que el sol y el mar bramando.
Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión.
(popular)
Ya en años anteriores hemos dado entrada en este blog a poemas de Lope de Vega dedicados a la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Así, por ejemplo, entre otros, los titulados «A Cristo en la Cruz» (romance), «A la despedida de Cristo nuestro bien de su Madre Santísima», «A la muerte de Cristo Nuestro Señor» o «Al entierro de Cristo», además del soneto que comienza «Muere la vida y vivo yo sin vida…» o el célebre «Pastor que con tus silbos amorosos…». Vaya para este día de Jueves Santo una nueva composición del Fénix, el Soneto LXXXV de sus Rimas sacras, que comienza «Dulce Señor, mis vanos pensamientos…». En él la voz lírica muestra la confianza que tiene para lograr mantener los fundamentos divinos frente a sus «vanos pensamientos» (v. 1), pero no en virtud de sus propias fuerzas (habla de «mi flaqueza […] ligera más que los mudables vientos), sino por la «defensa y piedad» de Dios (v. 10) y «la sombra de tu cruz divina» (v. 12). En efecto, como anota Carreño a propósito de los vv. 13-14, «Los cuatro elementos símbolos de la desarmonía y del aciago cósmico no podrán doblegar a quien se refugia en la sombra de la cruz».
El texto del soneto es como sigue:
Dulce Señor, mis vanos pensamientos
fundados en el viento me acometen,
pero por más que mi quietud inquieten
no podrán derribar tus fundamentos.
No porque de mi parte mis intentos
seguridad alguna me prometen
para que mi flaqueza no sujeten,
ligera más que los mudables vientos.
Mas porque si a mi voz, Señor, se inclina
tu defensa y piedad, ¿qué humana guerra
contra lo que Tú amparas será fuerte?
Ponme a la sombra de tu cruz divina,
y vengan contra mí fuego, aire, tierra,
mar, yerro, engaño, envidia, infierno y muerte[1].
[1] Cito por Lope de Vega, Rimas humanas y otros versos, ed. y estudio preliminar de Antonio Carreño, Barcelona, Crítica, 1998, p. 637.
Llegados ya al Lunes de Pascua, es tiempo de cerrar este pequeño ciclo poético de Semana Santa (Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo) en el que nos han acompañado textos de Lope de Vega (el romance «Al levantarle en la Cruz» y el soneto «¡Cuántas veces, Señor, me habéis llamado…»), de Rafael Sánchez Mazas (el soneto «Cristo») y de Antonio Murciano («Acción de gracias», soneto también). Copiaré hoy otro soneto, el titulado «Gracias, Señor» del escultor, pintor y poeta Luis Álvarez Lencero (Badajoz, 1923-Mérida, 1983), perteneciente a su libro Poemas para hablar con Dios, prólogo de Alejandro García Galán, Madrid, Artes Gráficas Ibarra, 1982, donde se localiza en la página 20. Se trata, como el soneto de Murciano, de un texto que expresa la gratitud del yo lírico (nótese la anáfora paralelística de «Gracias por…» en los vv. 1, 3, 5, 12 y 13) a ese «Dios amigo» (v. 14) al que se dirige.
El texto del poema es como sigue:
Gracias por esta vida que me has dado,
y, también, porque un día seré muerte.
Gracias por esta gracia de comerte
convertido tu cuerpo en pan sagrado.
Gracias, Señor, por todo lo creado,
por mi cruz y mis penas, de tal suerte
que no sería digno de quererte
si no estuviera en Ti crucificado.
Bendito sea el dolor de cada día.
Los clavos que me unen al madero
me tengan a tus pies siempre contigo.
Gracias por el regazo de María.
Gracias por tanto amor y porque muero
besándote las llagas, Dios amigo[1].
[1] Recogido en Cuando rezar resulta emocionante. Poesías para orar, 2.ª ed., refundida y ampliada, selección, presentación y notas de Manuel Casado Velarde, Madrid, Ediciones Cristiandad, 2017, p. 24, por donde cito.