Sabemos que Los de abajo de Mariano Azuela inicia la novela de la Revolución mexicana, de la que es ya modelo clásico. Es la obra más importante del género, junto con El águila y la serpiente (1928) de Guzmán. La novela de Azuela es breve en extensión, pero intensa y preñada de bellezas en su misma concisión. Está bien escrita, bien estructurada y narrada con agilidad y fuerza. Los personajes son arquetipos, pero Azuela sabe insuflarles aliento y fuerza humana. Algunos de ellos —la Pintada, el güero Margarito— se nos hacen odiosos, pero el novelista los pinta tal como fueron en la realidad (pasados, eso sí, por el tamiz de la literatura).
Los de abajo nos muestra el desencanto producido por la Revolución, que no fue como muchos —entre los cuales se contaba Azuela— hubiesen querido. Y esa sinceridad del escritor resulta muy de agradecer: Azuela no idealiza la Revolución y los hombres que la hicieron, sino que los retrata con sus virtudes y con sus defectos. La novela constituye una visión fragmentaria y parcial de la Revolución, pero sin duda alguna verista. La idea que subyace al texto es que todos los sacrificios resultaron inútiles, pues al final los únicos que de verdad triunfaron fueron los logreros y arribistas.
Además, Los de abajo nos ofrece un magnífico retazo de la vida mexicana, un fresco palpitante de fuerza, y se integra en esa gran corriente de novelas indigenistas y costumbristas, novelas de la tierra que captan la vida intrahistórica del país. Azuela nos muestra en su novela el latir de su tierra, ofreciéndonos en concreto un trozo de la Revolución literaturizado: como se ha escrito, nos presenta al pueblo mexicano retratado en trance revolucionario. Se trata, en suma, de una obra llena de color y de vida —también de muerte— que deja tras su lectura impresión de verdad y sinceridad[1]. Justo lo que su autor pretendía.
[1] Véase esta frase de una carta de Azuela a F. M. Kercheville de 1940: «Algunos críticos han dicho que en mis novelas solo he dado la mitad de la verdad y este es el elogio más grande que podría recibir. Pero no lo acepto porque es mentira. La verdad tiene millares de facetas, y un hombre apenas puede dar en rigor lo que tiene frente a sus ojos. No es pues la mitad, sino una pequeñísima parte de la verdad, la mía, la que he querido dar con la mayor honradez y fidelidad posible» (tomo la cita de Luis Leal, Mariano Azuela, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1967, pp. 38-39).