Vaya para este Lunes Santo el soneto «A las llagas de Cristo», de don Francisco de Borja y Aragón, quinto príncipe de Esquilache (¿Nápoles?, c. 1577-Madrid, 1658), que se construye como un apóstrofe al «Eterno Dios» (v. 1), y cuyo sentido general es muy claro: ʻaunque mis pecados fueran incontables (más que los granos de arena de una playa, más que las ondas del mar, más que las lluvias de abril, más que los átomos del aire, más que las estrellas), quedarían perdonados si pudieran pasar el mar Rojo —mar Bermejo, v. 14— que forma la sangre de las llagas —cinco manantiales, v. 13: manos, pies y costado— de Cristoʼ.
Santísimo Cristo de las Cinco Llagas, Hermandad de la Trinidad (Sevilla).
Eterno Dios, si mis pecados fueran más que la arena que las ondas bañan, y las del mar, que la codicia engañan, si verse más de las que son pudieran;
más que las lluvias que en abril esperan los tristes campos, que el invierno extrañan, y los átomos leves, que acompañan los rayos que en los montes reverberan;
si a los astros vencieran celestiales en número, partiendo el de infinitos entre ellos, y las causas naturales,
quedaran cancelados y prescritos, si pudieran de cinco manantiales pasar el mar Bermejo mis delitos[1].
[1] Cito, con algún ligero retoque, por Suma poética. Amplia colección de la poesía religiosa española, por José María Pemán y Miguel Herrero, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1944, p. 324 (hay ed. facsímil, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2008).
«Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.» (Juan, 11, 25)
Vaya para hoy, quinto domingo de Cuaresma, sin necesidad de mayor comentario, el poema número 946 del Cancionero de Unamuno, fechado el 25 de marzo de 1929. Lo ilustro con La resurrección de Lázaro (1855), de Juan de Barroeta y Anguisolea, que pertenece a los fondos del Museo Nacional del Prado (Madrid).
Lázaro va a remorir y recuerda que tiembla al recordar temblando de que se le pierda el recuerdo de soñar. Lázaro va a remorir; le remuerde el sueño que revivió; es primavera, y el verde reverdeció. Lázaro va a remorir y se olvida del olvido que soñó, la primera, única vida, que vivió. Lázaro tiembla y resiste, ¿volverá a vivir? ¿volverá a temblar? Va a remorir, y va triste, ¿volverá a soñar? ¿volverá a morir? Lázaro va a revivir…[1]
[1] Ver Miguel de Unamuno, Poesía completa, 3. Cancionero, Diario poético (1928-1936), ed. de Ana Suárez Miramón, Madrid, Alianza, 1988, p. 460. Tomo el texto de Egan. Suplemento de literatura del Boletín de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País, 3, 1951, p. 12.
«El hombre que se llama Jesús hizo lodo, me lo puso en los ojos y me dijo: “Ve a Siloé y lávate”. Entonces fui, me lavé y comencé a ver» (Juan, 9, 11)
Vaya para este cuarto domingo de Cuaresma (domingo de Laetare) el poema titulado «Las manos ciegas», de Leopoldo Panero (Astorga, León, 1909-Castrillo de las Piedras, León, 1962). Lo ilustro con «La curación del ciego de nacimiento» (c. 1577) del Greco, cuadro conservado en el Museo Metropolitano de Arte / The Met Fifth Avenue (Nueva York, Estados Unidos[1]).
… y miedos de las noches veladores. (San Juan de la Cruz)
Mi sangre cotidiana como una cruz cansada; mi pureza más dulce resonando te sostiene. Mis manos que trabajan en tu gloria; mi pecho que en tu gloria, Cristo mío, se encierra; mi alma; todo en verdad te conoce pues que vive. ¡Qué soledad más honda das a mi voz y a mi inocencia cuando en medio de la noche tiemblo, libre, escuchando mi vida en la instable tristeza del instante como un ciego que extiende al caminar las manos en la sombra! La vida que me das y me rocías dentro del corazón y me sostienes allí donde no llega más sed que la de amarte la vida que hoy, mañana, me darás, yo la siento sustancia de tu ser, delicia viva como nieve en la mano que se toma. ¡Qué vasto señorío para mi soledad y mi tristeza la noche moja con el pie y el suelo como un ala cansada se recoge! ¡Qué miedo en las estrellas esta dolencia y este sitio del corazón entre la sombra! En verdad pues que vive el hombre se libera de sí mismo para ver tu hermosura y contemplarte allí donde de todo eres dueño y soy libre; donde el amor me hace primera criatura y llega hasta mis labios como el viento la belleza interior de la esperanza. Todo yo, Cristo mío, todo mi corazón sin mengua, entero, virginal y encendido, se reclina en la futura vida como el árbol en la savia se apoya que le nutre y le enflora y verdea. Todo mi corazón, ascua de hombre, inútil sin tu amor, sin ti vacío, en la noche te busca, lo siento que te busca como un ciego que extiende al caminar las manos llenas de anchura y de alegría[2].
[1] Existe otra versión en la Gemäldegalerie Alte Meister de Dresde (Alemania).
[2] Tomo el texto de Escorial. Revista de cultura y letras, 25, 1942, pp. 343-344. Forma parte de una «Corona poética de San Juan de la Cruz», que incluye también poemas de Manuel Machado, Gerardo Diego, Adriano del Valle, Luis Felipe Vivanco, Alfonso Moreno y Luis Rosales.
Este soneto es el segundo texto del díptico titulado «Faut-il sʼabêtir?» de la sección «Variaciones hipotéticas», de Concierto en mí y en vosotros (San Juan de Puerto Rico, Universidad de Puerto Rico, 1965). La formulación del primer verso —que, en primera instancia, pudiera resultar sorprendente— va cobrando su verdadero sentido conforme se va desarrollando el soneto. Como comenta Lucía Cotarelo Esteban, en este poema de Gaos —como en los de otros poetas de posguerra— «aflora la necesidad de una esperanza sólida, el deseo fervoroso de una voz paternal, de un abrazo tranquilizador que aplaque en la noche el temor»[1]. Obvio es decir que el hipotexto sobre el que se construye es el famoso soneto anónimo del siglo XVI«No me mueve, mi Dios, para quererte…», una de las grandes cimas de la poesía religiosa española, cuyo primer verso antepone Gaos como lema.
Salvador Salí, Le Christ (El Cristo). Cristo de San Juan de la Cruz (1951). Kelvingrove Art Gallery and Museum (Glasgow, Reino Unido).
No me mueve, mi Dios, para quererte… Anónimo
No me mueve, mi Dios, para odiarte, el cielo que me tienes escondido ni me mueve el infierno, no temido —¿qué más infierno ya?— para rogarte
que me muevas, Señor. Pon de tu parte lo que puedas, si puedes. Descreído, aunque en la luz te vea, ¿qué sentido pueden tener el sol, la vida, el arte…?
Muéveme, pues, y llámame, aunque quiera mi pensamiento, mi razón ignara no oírte. Dime, oh Dios, que no es quimera
la esperanza, la fe, y aunque así fuera, engáñame —¿no puedes tal vez?— para poder dormir, soñar hasta que muera[2].
[1] Lucía Cotarelo Esteban, «Vivencia nietzscheana de la divinidad en la poesía de posguerra», en Sergio Antoranz López y Sergio Santiago Romero (coords.), La recepción de Nietzsche en España. Literatura y pensamiento, Bern, Peter Lang, 2018, p. 174.
[2] Vicente Gaos, Poesías completas, II (1958-1973), León, Institución «Fray Bernardino de Sahagún», 1974, pp. 138-139.
Vaya para este Miércoles de Ceniza el poema de Vicente Gaos (Valencia, 1919-Valencia, 1980) titulado «Olvidaos», que pertenece a su libro Mitos para tiempo de incrédulos (Madrid, Ágora, 1964), el cual resultó ganador del Premio Ágora de ese año[1]. El texto no precisa de mayor comento. Señalaré, únicamente, que la formulación del primer verso («Olvida, hombre») vuelve del revés la frase «Memento, homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris» (las dos primeras palabras no están en Génesis, 19, 3).
Quia pulvis es et in pulverem reverteris
Olvida, hombre…
Olvida que eres ceniza y has de convertirte en ceniza.
Olvídate de ese miércoles y del in pulverem reverteris.
Pues aunque seas ceniza y polvo, hay vida, amor, belleza en torno.
Es verdad: belleza, amor, vida, fugitivas flores de un día.
Pero flores, sí. Mientras dure la magia cierta de su perfume,
olvídate del polvo y la muerte. Más vale que no recuerdes
lo que con memoria o sin ella llamará algún día a tu puerta.
Ahora ciérrala. Abre el balcón, que te penetre y embriague el sol.
Míralo bien: cierra los párpados, y que el sol te salve del caos.
Al final verás que es lo mismo vivir y morir, el domingo
que el miércoles. Cuando llegue cenicienta y fría la muerte,
acógela conforme, tranquilo, seguro de haber vivido.
Con la memoria de una vida que desoyó la profecía
funeral, que no se perdió en el miedo y duda de Dios.
Cuando sientas el gusto amargo de la ceniza en la boca, trágalo,
apúralo. Al llegar la muerte, abre la puerta y tiéndete, duérmete.
… No recuerdes.
[1] Se publicó también en Cuadernos de Ágora, núms. 83-84, septiembre-octubre de 1963, pp. 25-26. Y está recogido asimismo en Vicente Gaos, Poesías completas, II (1958-1973), León, Institución «Fray Bernardino de Sahagún», 1974, pp. 90-92, donde se integra en la sección II, «Tema y variaciones de la nada», de Concierto en mí y en vosotros. Aquí, tanto en el lema como en el v. 5 se lee equivocadamente «in pulvis reverterem».
Hoy, Sábado Santo, termina el triduo santo, y como en los dos días anteriores he querido traer al blog otro romance del Fénix de los ingenios perteneciente a sus Rimas sacras (1614). Se trata de «Al bajar de la Cruz», a propósito del cual escriben los editores Antonio Carreño y Antonio Sánchez Jiménez:
La patética escena del Descendimiento de la Cruz gozó de gran popularidad en la iconografía cristiana medieval y áurea. El romance que nos ocupa presenta una serie de detalles dramáticos para despertar la piedad del lector, y concluye con una nueva apelación al alma para que se arrepienta de sus pecados e intervenga en la escena[1].
Pedro Pablo Rubens, El descendimiento de la cruz (c. 1612). Catedral de Amberes (Bélgica). Es la parte central de un tríptico donde también se muestran la Visitación de la Virgen y la Presentación de Jesús en el Templo.
Las entrañas de María con nuevo dolor traspasan los martillos que a Jesús de la alta Cruz desenclavan.
¿Quién dijera, dulces prendas, para tanto bien halladas[2], que para alcanzar el Cielo hubiera en la tierra escalas[3]?
Mas ¿qué mucho[4] que le alcancen, a la Cruz santa arrimadas, ni que hecho pedazos venga, si el Cielo a la tierra baja.
Ya no cae más sangre de Él, porque si alguna quedara, otra lanzada le dieran, mas fue desengaño el agua[5].
Junto, el sangriento cabello formaba una esponja helada, devanando en sus espinas aquella madeja santa.
Los clavos baja a la Virgen Nicodemo[6], porque vayan desde el cuerpo de su Hijo a crucificarle el alma.
Con trabajo y con dolor José la corona saca[7] por estar en la cabeza por tantas partes clavada.
A la Virgen la presenta, que las azucenas blancas[8] de sus manos vuelve rosas y de su sangre las baña.
Ningún martirio[9] de Cristo, si no es la corona santa, tocó en el cuerpo a la Virgen, pues la hirió para tomarla.
Sacan sangre las espinas a sus manos delicadas, que, junta con la de Cristo, para mil mundos bastara[10].
Y aunque del Hijo una gota para muchos más sobraba, parece que aquí la Virgen con deseos le acompaña.
También la pone en la boca, porque a su Esposo le agrada que sea lirio entre espinas la que fue venda de grana[11].
Ahora, hermosa María, parecéis la verde zarza[12], que aunque el fuego os bajan muerto, bien arde en vuestras entrañas.
Recibidle, gran Señora, que de la sangrienta cama Juan, Magdalena y José[13] a vuestros brazos le pasan.
En ellos estuvo niño haciendo y diciendo gracias; las de su Padre tenía, que fue su misma Palabra[14].
Tomad esas manos frías y diréis, viendo las palmas, que un hombre tan manirroto[15] no es mucho[16] si reinos daba.
Tomad los pies y veréis qué bien el mundo le paga treinta y tres años que anduvo solicitando su causa.
Poned en vuestro regazo la cabeza soberana; veréis que el espejo vuestro ya no os alegra y retrata.
Y si el costado miráis y aquella profunda llaga, Dios os dé paciencia, Virgen, porque consuelo no basta.
Alma por quien Dios ha muerto, y muerte de tanta infamia[17], mira a su Madre divina y dile con tiernas ansias:
«Desnudo, roto y difunto os le vuelven[18], Virgen santa; naciendo, os faltaron paños; muriendo, mortaja os falta[19]. Pidámosla de limosna, o entiérrele en pobres andas la santa misericordia, pues ella misma le mata[20].
[1] Antonio Carreño y Antonio Sánchez Jiménez, en su edición de Rimas sacras de Lope de Vega, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2006, p. 387, nota. Para la iconografía de este pasaje del descenso del cuerpo de Cristo ver, por ejemplo, Laura Rodríguez Peinado, «El Descendimiento de la Cruz», Revista Digital de Iconografía Medieval, vol. III, núm. 6, 2011, pp. 29-37.
[2]dulces prendas, / para tanto bien halladas: como anotan Carreño y Sánchez Jiménez, es eco del comienzo del soneto X de Garcilaso, «¡Oh, dulces prendas por mi mal halladas…», con cambio de sentido aquí (en vez de las prendas ʻfavores amorososʼ de la amada se trata del cuerpo de Cristo).
[5]sangre … agua: al recibir la lanzada del soldado, del costado de Cristo brotó sangre y agua, elementos que simbolizan a la Iglesia, y en concreto los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía. Fisiológicamente, la salida del agua se explicaría por la perforación del pericardio.
[6]Nicodemo: «Nicodemo era un fariseo que había intervenido en favor de Jesús (Juan, 7, 50), y que aportó dinero para su entierro (Juan, 19, 39). Se creía que Nicodemo era el autor de un evangelio apócrifo compuesto alrededor del año 350 […]. Lope debió de recoger de este evangelio, o de alguna otra leyenda apócrifa, la anécdota de que Nicodemo subió a la Cruz para coger los clavos de Cristo» (nota de Carreño y Sánchez Jiménez). Según ese evangelio apócrifo, Nicodemo habría sido el encargado de solicitar a Pilato el permiso para bajar a Cristo de la Cruz y enterrarlo.
[7]José la corona saca: «Se trata de José de Arimatea, rico vecino de Jerusalén, que reclamó a Poncio Pilato el cadáver de Jesús y lo enterró en su propio sepulcro (Marcos, 15, 42-46)» (nota de Carreño y Sánchez Jiménez). En efecto, el esfuerzo de José de Arimatea por conseguir el cuerpo de Jesús para darle sepultura se narra en todos los evangelios: Mateo, 27, 57-60; Marcos, 15, 43-46; Lucas, 23, 50-55; y Juan, 19, 38-42.
[8]azucenas blancas: por el color de la piel, pero recuérdese además que la azucena es flor asociada a la Virgen como símbolo de pureza.
[9]martirio: entiéndase aquí ʻinstrumento del martirioʼ.
[10]para mil mundos bastara: por el carácter precioso de esa sangre.
[11]lirio entre espinas … venda de grana: Carreño y Sánchez Jiménez identifican la mención de lirio entre espinas como paráfrasis de Cantar de los cantares, 2, 2 («Sicut lilium inter spinas, sic amica mea inter filia»). En cambio, no anotan la segunda parte de la referencia, que corresponde al mismo libro, 4, 3 («sicut vitta coccinea labia tua», «Tus labios como hilo de grana»). Lope usa el mismo sintagma venda de grana en el acto II de su comedia La limpieza no manchada, donde figura en boca de Asuero: «¡Oh, qué venda de grana / tus labios hermosea!».
[12]verde zarza: se refiere a la zarza que ardía sin consumirse, contemplada por Moisés en Éxodo, 3, 2-4: «Y se le apareció el ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía. Entonces Moisés dijo: “Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema”. Viendo Jehová que él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: “¡Moisés, Moisés!”. Y él respondió: “Heme aquí!”». Desde muy antiguo, los Padres de la Iglesia vieron en este episodio un preanuncio de la maternidad virginal de María. En efecto, como anotan Carreño y Sánchez Jiménez, «La zarza viene a ser una figura de la Virgen: permanece verde pese a estar ardiendo, del mismo modo que María sigue siendo virgen tras dar a luz a Jesús. De este modo, el fuego que prende la zarza es figura de Cristo».
[13]Juan, Magdalena y José: Juan se encontraba al pie de la Cruz durante la Pasión de Cristo, quien le encomienda que cuide de su madre: «Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: “Mujer, he ahí tu hijo”. Después dijo al discípulo: “He ahí tu madre”. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa» (Juan, 19, 26-27). Magdalena es María Magdalena (María de Magdala), que estuvo presente con María, la madre de Jesús, otras mujeres y el discípulo amado durante la crucifixión de Jesús (Marcos, 15, 45-47; Mateo, 27, 55-56, y Juan, 19, 25). En fin, José no es José de Nazaret, el esposo de María (no se sabe la fecha de su fallecimiento, si bien se acepta generalmente que murió cuando Jesucristo tenía ya más de doce años, pero antes del inicio de su predicación), sino José de Arimatea, ya mencionado antes.
[14]gracias; / las de su Padre tenía … fue su misma Palabra: gracias alude, en primera instancia, a los ʻdichos o hechos divertidos de un niñoʼ, pero se refiere también a la gracia divina; Jesús, la segunda persona de la Trinidad, era la Palabra de Dios (baste remitir a Juan, 1, 14: «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad»).
[15]palmas … manirroto: en manirroto hay un juego dilógico con el sentido de ʻliberal, generoso en extremoʼ y el literal de tener las manos rotas por los clavos de la crucifixión. Aunque las representaciones iconográficas muestran más frecuentemente a Cristo clavado por las palmas, es más probable —en las crucifixiones romanas— que los clavos se colocaran por encima de las muñecas, entre el radio y los huesos del carpo, o entre las dos filas de huesos del carpo (pues, de otra forma, el peso del cuerpo desgarraría las palmas).
[16]no es mucho: ʻno es raro, no tiene que extrañarʼ.
[17]muerte de tanta infamia: porque la crucifixión era pena de muerte que se aplicaba a esclavos y delincuentes.
[19]naciendo, os faltaron paños; / muriendo, mortaja os falta: en la poesía del ciclo de Navidad suele ser habitual que se anticipen, en el momento del nacimiento, los futuros sufrimientos de la Pasión; aquí, en sentido contrario, la falta de mortaja se asocia con la falta de pañales (paños) cuando nació en Belén.
[20] Cito, con ligeros retoques, por Rimas sacras de Lope de Vega, ed. de Antonio Carreño y Antonio Sánchez Jiménez, pp. 387-390 (es la composición núm. 131).
¿Quién me presta una escalera para subir al madero, para quitarle los clavos a Jesús el Nazareno? (saeta popular)
Para hoy, Viernes Santo, copiaré otra composición de Lope de Vega, perteneciente también a sus Rimas sacras (1614). Se trata del romance titulado «A la expiración de Cristo», a propósito del cual comentan sus editores modernos Antonio Carreño y Antonio Sánchez Jiménez:
Cristo agonizando en la Cruz ha sido extensamente representado en el arte religioso de mediados del siglo XVI y primera mitad del siglo XVII. Destacan las escuelas de Valladolid y Zamora, con señaladas tallas en madera tales como El cristo misericordioso (circa 1603), obra de Martínez Montañés. Respecto de este romance comenta Novo: «La agonía de Cristo se trata aquí en conexión con el pecado humano que la origina, por lo que el narrador suele desdoblarse dramáticamente en los verdugos de Cristo o bien en un alma piadosa que llora sus culpas al tiempo que acompaña a Jesús y a la Virgen en el dolor. Diríase que lo penitencial, otra vez, va incrustado en el planteamiento redencional del tema del Calvario y se formaliza en soliloquio oracional del sujeto poético, tal y como sucedía en las «Revelaciones». Pero en estos primeros romances las cotas de introspección no marginan su carácter sustantivo de épica a lo divino, ya que prima el tratamiento argumental de la historia desde un yo que sabe adoptar la función de narrador en tercera persona, si bien móvil y con cometidos diversos: los diferentes episodios van acotados por espacio, tiempo y personajes» (Novo, 1990, p. 22)[1].
Gregorio Fernández, Cristo de la Luz (c. 1630). Museo Nacional de Escultura (Valladolid).
Desamparado de Dios[2], del hombre puesto en un palo, el alma tiene Jesús en sus santísimos labios.
A su Padre Eterno mira abriendo los ojos santos, que ya cerraba la muerte atrevida al velo humano[3].
Con voz poderosa dice, cielos y tierra temblando: «Mi espíritu, Padre mío, pongo en tus sagradas manos»[4].
Expiró el dulce Jesús, y del sangriento holocausto[5] sale aquel alma obediente[6], dejando el cuerpo en tres clavos[7].
Desnudo y muerto sin honra mira el Padre soberano a su dulcísimo Hijo por un miserable esclavo[8].
No manda que de la Cruz los ejércitos alados le desprendan y le entierren en urnas de jaspe y mármol.
Manda al sol que se retire[9], y él lo hiciera sin mandarlo, por no ver desnudo a Cristo, hecho a tormentos pedazos.
Manda que se vistan luto los celestes cortesanos y que se apaguen las luces de estrellas, planetas y astros;
que la tierra y mar se turben, y que los hombres ingratos sepan que ha muerto por ellos un Hijo que quiere tanto[10].
Rompiose el velo del Templo, cayeron los montes altos, abriéronse los sepulcros y hasta las piedras hablaron.
Mas, llamando encantamientos el pueblo tales milagros, quebrarle quieren los huesos[11] que solo quedaban sanos.
Y como le hallaron muerto, por ir seguro, un soldado puso la lanza en el ristre[12], arremetiendo el caballo,
y abrió por el santo pecho tanta herida a Cristo santo[13], que se le vio el corazón como a buen enamorado.
El corazón que los hombres vieron en obras tan claro, quiso que también se viese dar agua, de sangre falto.
Alma, a la Virgen María considera en este paso, pues la traspasa el dolor, si a Cristo el hierro inhumano.
«¿Qué queréis a un hombre muerto?[14] —les diría el Lirio casto[15]—; mas bien hacéis, pues yo vivo, que soy de Cristo retrato.»
Ya del nuevo Adán[16] dormido y de su abierto costado sale la Iglesia, su Esposa[17]: para en uno son entrambos[18].
Ya salen los sacramentos, ya el Bautismo, ya el Pan santo[19], que como es horno de amor, sale el Pan Dios abrasado.
En la ventana del cielo ha quitado Dios el marco para que los hombres vean que no tiene más que darlos[20].
Pues, dulcísimo Jesús, si después de pies y manos también dais el corazón, ¿quién podrá el suyo negaros? [21].
[1] Antonio Carreño y Antonio Sánchez Jiménez, en su edición de Rimas sacras de Lope de Vega, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2006, pp. 383-384, nota. La cita interna remite a la monografía de Yolanda Novo Las «Rimas sacras» de Lope de Vega. Disposición y sentido, Santiago de Compostela, Universidad de Santiago de Compostela, 1990. Lope, en efecto, dedica toda una serie de romances «A la despedida de Cristo, nuestro bien, de su Madre Santísima», «Al Santísimo Sacramento», «Al lavatorio del falso apóstol», «A la oración del Huerto», «A la prisión», «A los azotes», «A la corona», «Al Ecce Homo», «A la Cruz a cuestas», «Al ponerle en la Cruz», «Al levantarle en la Cruz», «A Cristo en la Cruz», «Al Buen Ladrón», «A la expiración de Cristo», «Al bajar de la Cruz», «Al entierro de Cristo», «A la soledad de Nuestra Señora», «A la muerte de Cristo Nuestro Señor» y «El alma a Cristo Nuestro Señor en la Cruz» (son las composiciones núms. 117 a 135 en la edición de Carreño y Sánchez Jiménez).
[2]Desamparado de Dios: comp. con las palabras dichas por Jesús en la Cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (en arameo, «Elohi, Elohi, lema’ šĕbaqtani», en el evangelio de Marcos, 15, 34, y en hebreo, «Eli, ‘Eli, lĕma’ šĕbaqtani», en el de Mateo, 27, 46).
[3]atrevida al velo humano: Carreño y Sánchez Jiménez anotan que velo humano es «el cuerpo de Cristo; metafóricamente, ya que encubre el alma que habita dentro de él». Más específicamente se refiere a la naturaleza humana de Cristo, tras la que se oculta su naturaleza divina. La muerte se atreve a esa naturaleza humana de Jesús, pero no tiene poder sobre su naturaleza divina. Al contrario, Cristo-Dios queda vendedor de la muerte.
[4]«Mi espíritu, Padre mío, / pongo en tus sagradas manos»: «Los evangelistas recogen algunas de las palabras que Jesús dijo, moribundo, en lo alto de la Cruz. Son conocidas como las Siete Palabras. El relato de San Lucas es el más gráfico sobre la última palabra: “Et clamans voce magna Iesus ait: Pater, in manos tuas commendo spiritum meum; et haec dicens exspiravit”» (nota de Carreño y Sánchez Jiménez).
[5]holocausto: ʻsacrificioʼ. Cristo se ofrece en sacrificio para redimir a toda la humanidad, que se hallaba en pecado desde la caída de Adán.
[6]alma obediente: porque Cristo acepta seguir los designios de su Padre para la redención universal de la humanidad. Baste recordar sus palabras en Getsemaní: «Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas, 22, 42).
[7]tres clavos: durante la alta Edad Media (estilo románico), lo usual en la iconografía del Crucificado era mostrarlo clavado a la Cruz con cuatro clavos, dos para los manos —o muñecas— y dos para los pies, cada pie con un clavo diferente. En cambio, a partir del gótico se suele representar con tres clavos, haciendo que un pie esté sobre otro (lo que obliga a una pierna a doblarse de forma diferente a la otra y romper la simetría). Sea como sea, también en el Barroco siguen existiendo representaciones con cuatro clavos, tanto en la pintura (así el famoso «Cristo Crucificado» o «Cristo de San Plácido» de Velázquez, entre otros ejemplos) como en la imaginería.
[8]muerto sin honra … miserable esclavo: porque la crucifixión era pena de muerte que se aplicaba a delincuentes y esclavos.
[9]Manda al sol que se retire: el eclipse es uno de los signos ocurrido en Jerusalén al momento de morir Cristo. En los versos siguientes se añaden otros: se produce un terremoto y maremoto, se rasga el velo del Templo, se abren las sepulturas y resucitan los muertos, etc.
[10]un Hijo que quiere tanto: comp. Mateo, 3, 17: «Y hubo una voz de los cielos que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”».
[11]quebrarle quieren los huesos: «unos soldados romanos, narra San Juan (19, 31-36), se acercaron a los tres crucificados para romperles las piernas y acelerar su muerte, pero llegando a Jesús, y viendo que ya estaba muerto, no le rompieron las piernas sino que uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado y al instante salió sangre y agua, dos elementos presentes en la Eucaristía» (nota de Carreño y Sánchez Jiménez). Recuérdese además lo que se lee en Juan, 19, 36-37: «Porque estas cosas fueron hechas para que se cumpliese la Escritura: Hueso suyo no será quebrado. Y también otra Escritura dice: Mirarán a Aquel a quien traspasaron».
[12]ristre: «Hierro fijo al peto de la armadura donde se afianzaba, mediante una manija y un cabo, la empuñadura de la lanza» (DLE).
[13]abrió por el santo pecho / tanta herida a Cristo santo: «Pero al llegar a Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua» (Juan, 19, 33-34).
[14]¿Qué queréis a un hombre muerto?: Carreño y Sánchez Jiménez editan «¿Que queréis a un hombre muerto?». Prefiero poner el qué con tilde, pues entiendo ʻ¿Para qué queréis a un hombre muerto?ʼ. Además, considero que los dos versos tras el inciso parentético también corresponden a la Virgen, no a la voz lírica enunciativa del poema.
[15]Lirio casto: uno de los nombres tradicionales para la Virgen. Como el lirio entre espinas, así es María entre las hijas de Sión. Comp. Cantar de los Cantares, 2, 1-2: «Yo soy la rosa de Sarón y el lirio de los valles. Como el lirio entre los espinos, así es mi amiga entre las doncellas».
[16] nuevo Adán: la designación de Cristo como nuevo Adán es tópica: por Adán llegó el pecado a todos los hombres; por el nuevo Adán Cristo llega la salvación a todos.
[17]sale la Iglesia, su Esposa: «La Iglesia como esposa de Jesús ya está prefigurada, de acuerdo con algunos exégetas bíblicos, en el Cantar de los cantares» (nota de Carreño y Sánchez Jiménez). Considérese además que la Iglesia sale del costado de Cristo igual que Eva surgió del costado de Adán.
[18]para en uno son entrambos: la expresión para en uno son los dos «Se decía a los novios cuando se desposaban, para indicar la igualdad o conformidad en la condición y vida de dos personas» (DLE).
[19]salen los sacramentos … el Bautismo … el Pan santo: el agua y la sangre que brotan del costado de Cristo representan a la Iglesia, y más específicamente los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía, respectivamente.
[20]no tiene más que darlos: loísmo; entiéndase ʻno tiene nada más que darlesʼ (a los hombres).
[21] Cito, con ligeros retoques, por Rimas sacras de Lope de Vega, ed. de Antonio Carreño y Antonio Sánchez Jiménez, pp. 383-387 (es la composición núm. 130).
Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión (popular)
Vaya para hoy, Jueves Santo, una composición del Fénix incluida en sus Rimas sacras (1614), el romance titulado «Al lavatorio del falso apóstol», cuyo sentido general explican los editores Antonio Carreño y Antonio Sánchez Jiménez:
La imagen de Jesús lavando los pies de Judas, que ya le ha traicionado, provoca una serie de reflexiones del narrador y del propio Cristo, cuyos pensamientos imagina la voz narrativa. El lavatorio es uno de los lugares de meditación que propone San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios espirituales[1].
Tintoretto, El lavatorio (1548-1549). Museo del Prado (Madrid).
Besando está Jesucristo de un hombre infame los pies, después de haberlos lavado y regalado también.
Como eran los pies autores[2] de aquella traición crüel, con la boca está probando si los puede detener.
¡Oh, besos tan mal pagados! Mi vida, no le beséis, pues solo para que os prendan os ha de besar después[3].
¡Oh, estéril planta perdida que, regada por el pie y dándole el sol de Cristo, no tuvo calor de fe!
¿Los pies le laváis, Señor? Pero, si os van a vender, ¿cómo pueden quedar limpios, aunque Vos se los lavéis?[4]
De aquello que Vos laváis decía un profeta rey que más que nieve sería, y en estos pies no lo fue[5].
Mas no lo quedar el dueño no estuvo en Vos, sino en él, que mal puede, sin materia, imprimir la forma bien[6].
¡Oh, soberana humildad!, ¿quién no se admira que esté el infierno sobre el cielo, que es más que el mundo al revés[7]?
Nunca en la Iglesia de Cristo los hombres pensaron ver que esté el pecador sentado y el sacerdote a los pies.
Hoy parece un falso apóstol más soberbio que Luzbel, que el otro quiso igualarse, y este más alto se ve.
«Amigo —entre sí le dice—, ¿cómo me quieres poner en manos de mi enemigo por tan pequeño interés[8]?
La forma tengo de siervo, porque le dijo a Gabriel mi Madre que Ella lo era, y desde allí lo quedé[9].
Pero es el precio muy poco, y partes[10] en mí se ven, que al fin por treinta dineros es lástima que las des.
Hijo soy de Dios eterno, y tan bueno como Él, de su sustancia engendrado y con su mismo poder[11].
Con las gracias que hay en mí mudos hablan, ciegos ven, muertos viven, que tú solo no quieres vivir ni ver.
Mi hermosura aquí la miras; mis años son treinta y tres, que aun a dinero por año no has querido que te den.
Aunque es mi Madre tan pobre, que te diera, yo lo sé, más que aquellos mercaderes de la sangre de José[12].
¿Cómo diste tan barato todo el Trigo de Belén[13], Pan que la tierra y el cielo se han de sustentar con él?
¿Qué cordero aquestas pascuas, para la ley de Moisés[14], no valdrá más que yo valgo, siendo de gracia mi ley[15]?»
Dulce Jesús de mi vida, más inocente que Abel, no lavéis más estas plantas: piedras son, que no son pies.
Quitad la boca, Señor, de ese bárbaro infiel, y esas manos amorosas en nuestras almas poned,
porque lavadas de Vos vayan con Vos a comer ese Cordero divino a la gran Jerusalén[16].
[1] Antonio Carreño y Antonio Sánchez Jiménez, en su edición de Rimas sacras de Lope de Vega, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2006, p. 340, nota.
[2]Como eran los pies autores: a propósito de este verso anotan Carreño y Sánchez Jiménez que pies autores es «metonimia por “Judas”». Se trata, en efecto, de un caso de empleo de “la parte por el todo”: ʻcomo los pies eran autores de aquella traición…ʼ.
[3]os ha de besar después: en el Huerto de los Olivos, según señal convenida por Judas con aquellos que iban a acudir a prender a Jesús.
[4] Con otra puntuación estos versos en la edición de Carreño y Sánchez Jiménez: «¿Los pies le laváis, Señor?; / pero, ¡si os van a vender! / ¿Cómo pueden quedar limpios, / aunque Vos se los lavéis?». Me parece que hace mejor sentido entender «si os van a vender» como condicional (no como frase exclamativa), y no cortar luego la oración.
[5]De aquello que Vos laváis … no lo fue: Carreño y Sánchez Jiménez anotan certeramente que «La expresión profeta rey se refiere a David, que declara que lo que lava Dios queda más limpio que la nieve: “Asperges me hyssopo, et mundabor; / lavabis me, et super nivem dealbabor” (Salmos, 50, 9)».
[6]mal puede, sin materia, / imprimir la forma bien: «El narrador utiliza la terminología aristotélica y escolástica para explicar que Cristo (la forma) no tiene la culpa de la actuación de Judas, porque éste era una materia defectuosa. Tanto el término forma como el de materia proceden de la filosofía aristotélica: la forma es la esencia de las cosas, y la materia el material indeterminado que recibe la forma. Estos conceptos fueron aceptados más tarde por los filósofos escolásticos» (nota de Carreño y Sánchez Jiménez).
[7]el infierno sobre el cielo … mundo al revés: «Al estar Jesús arrodillado lavando los pies de Judas, que permanece erguido, el Cielo (Cristo) se sitúa físicamente por debajo del Infierno (Judas)» (nota de Carreño y Sánchez Jiménez).
[8]por tan pequeño interés: «Judas traicionó a Cristo por solamente treinta monedas (Mateo, 26, 15). A partir de este momento, Jesús le reprocha haberle vendido por tan poco dinero, enumerando sus virtudes y comparándose a varios productos alimenticios (cordero, pan) que conllevan una profunda carga simbólica, relacionada con el sacrificio de Cristo y con el sacramento de la Eucaristía» (nota de Carreño y Sánchez Jiménez).
[9]La forma tengo de siervo … y desde allí lo quedé: Jesús hace remontar su condición de siervo a la respuesta que dio María a San Gabriel en el momento de la Anunciación: «He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra» (Lucas, 1, 38).
[11]de su sustancia engendrado / y con su mismo poder: estas palabras parecen eco del credo de Nicea («Creemos […] en un solo Señor Jesucristo, el Hijo de Dios; unigénito nacido del Padre, es decir, de la sustancia del Padre; Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado; de la misma naturaleza que el Padre; por quien todo fue hecho»).
[12]aquellos mercaderes / de la sangre de José: José, aborrecido por sus hermanos por ser el preferido de su padre Jacob, fue vendido por ellos a unos mercaderes ismaelitas que iban a Egipto en veinte monedas de plata. Ver Génesis, 37, 12-36.
[13]todo el Trigo de Belén: Belén (Bet-lehem) se interpreta etimológicamente como ʻcasa del panʼ. Calderón juega con esta etimología en varios de sus autos sacramentales.
[14]cordero aquestas pascuas, / para la ley de Moisés: se refiere al cordero pascual que comían los israelitas, siguiendo una serie de ritos, como parte de la celebración de la Pascua. Se menciona por primera vez en Éxodo, 12, 3-11, cuando Yahveh da instrucciones a Moisés para librar a los judíos de la última plaga enviada contra los egipcios (la muerte del primogénito). Este Cordero Pascual se entiende tradicionalmente como prefiguración de Cristo, Cordero de Dios.
[15]siendo de gracia mi ley: se contrapone la ley de Gracia con la ley de Moisés mencionada un par de versos antes, según la tradicional división tripartita de la historia de la salvación: la ley Natural (etapa que va del pecado original a Moisés y se caracteriza generalmente como un período de inocencia en el que el hombre se gobernaba por los principios puestos por Dios en el corazón humano, que representan la acción de la ley divina), la ley Escrita (la que va desde Moisés a Cristo, gobernada por el código de leyes explícitas del Pentateuco) y la ley de Gracia (que abarca desde Cristo hasta la consumación final, presidida por los nuevos preceptos de amor dados por Jesús y transmitidos por la Iglesia). Ver Ignacio Arellano, Repertorio de motivos de los autos sacramentales de Calderón, Pamplona, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 2011, pp. 574-575.
[16] Cito, con ligeros retoques, por Rimas sacras de Lope de Vega, ed. de Antonio Carreño y Antonio Sánchez Jiménez, pp. 340-343 (es la composición núm. 119).
Copiaré hoy, Miércoles Santo, esta «Canción para música» (así se subtitula) de Juan Eugenio Hartzenbusch (Madrid, 1806-Madrid, 1880) que se presenta bajo el epígrafe «Al Salvador en la Cruz». Desde el punto de vista métrico, la composición se divide en dos partes claramente diferenciadas: una primera formada por cinco ágiles estrofas de 8 versos heptasílabos con rima consonante abbcdeec, con la particularidad de ser los versos cuarto y octavo agudos (aquí se muestra, por un lado, la indignación de las huestes angélicas al ver morir a Cristo en la Cruz, que claman venganza; y, por otro, el consuelo de las almas de los justos que esperaban en el seno de Abraham el momento de volar al paraíso); y una segunda con una sola estrofa que repite el mismo esquema métrico, pero con versos decasílabos, donde se mantiene ese ritmo de marcada musicalidad (en estos ocho versos finales la voz lírica expresa su particular miserere, al considerar que quien hoy muere en el patíbulo vendrá más adelante como juez «severísimo» en el Juicio Final, y por ello ruega su perdón: «Yo, Señor, tus piedades imploro; / yo pequé: ¡desgraciado de mí!»).
Jacques Gamelin, Cristo expirando (1800). Musée Hyacinthe Rigaud (Perpignan, Francia).
Quien dio la vida al ciego, quien dio la voz al mudo, quien vida nueva pudo a Lázaro infundir, hoy pende de un madero, y espira escarnecido del pueblo fementido que viene a redimir.
Quebrántase la roca; sin luz se queda el cielo; retiembla, roto el velo, el Arca del Señor[1]; y al ver los querubines la cruz que los aterra, dirigen a la tierra miradas de furor.
«—La sangre que han vertido los clavos y la lanza pidiendo está venganza; dejádnosla tomar. Descienda nuestro rayo y que haga furibundo cenizas ese mundo rebelde sin cesar.»
En tanto que al Eterno, inmóvil en su trono, acusa de abandono la hueste de Miguel, bendicen el arcano de amor ardiente lleno los justos en el seno del padre de Israel[2];
que ya de su ventura llegó por fin el día, y al hijo de María unidos volarán, dejando el paraíso la víctima inocente abierto al descendiente del ya feliz Adán.
Pero si hoy en patíbulo espira, juez vendrá severísimo luego, más terrible entre nubes de fuego que en su cima le vio Sinaí[3]. ¡Ay entonces del que haya perdido de la gracia el divino tesoro! Yo, Señor, tus piedades imploro; yo pequé: ¡desgraciado de mí![4]
[1]Quebrántase … Arca del Señor: señales ocurridas en Jerusalén en el momento de morir Cristo (terremoto, eclipse solar, rasgadura del velo del Templo, etc.).
[2]el seno / del padre de Israel: el seno de Abraham, morada donde los justos muertos esperan la llegada del Juicio Final. Ver Lucas, 16, 22-23.
[3]más terrible entre nubes de fuego / que en su cima le vio Sinaí: en el monte Sinaí (monte Horeb) Yahveh se mostró a Moisés y le entregó los Diez Mandamientos. Cfr. Éxodo, 19, 9: «El Señor le dijo: “Voy a venir en medio de una nube espesa, y desde allí hablaré para que el pueblo me oiga mientras hablo contigo, y también para que te crean siempre”».
[4] Juan Eugenio Hartzenbusch, Ensayos poéticos y artículos en prosa, literarios y de costumbres, Madrid, en la Imprenta de Yenes, 1843, pp. 81-82.
Vaya para hoy, martes de Semana Santa, el soneto «Ante Jesús crucificado», de Manuel Machado (Sevilla, 1874-Madrid, 1947), que pertenece a la sección «Horario» de su poemario de 1943 Cadencias de cadencias (Nuevas dedicatorias). Ilustro el poema con el Cristo de la iglesia catedral de San Bernardo (Chile), del siglo XVIII, que perteneció a las religiosas carmelitas de Santa Teresa.
¿Y fue, Señor, por mí, por esta podre, ofensa de la luz, del aire estrago; por este engendro deleznable y vago, de vil materia repugnante odre?
¿Las torpes ansias de este bruto inerte tal pudieron, Señor, que por él fuiste eso tan espantosamente triste que es, al morir, un condenado a muerte?
¿Que por mí en esa Cruz estás clavado? ¿Que por mí se horadaron tus divinas manos y estás ahí desnudo y yerto?
¿Que por mí mana sangre tu costado? ¿Que por mí coronado estás de espinas? ¿Que por el hombre, en fin, Dios está muerto?[1]
[1] Cito por Manuel Machado, Poesías completas, edición de Antonio Fernández Ferrer, Sevilla, Renacimiento, 1993, p. 540. El poema se publicó en el número 28, de 1943, de la revista Escorial (p. 235).