El «Soneto a Cervantes» de Francisco Luis Bernárdez

Por tratarse de un texto poco conocido, copiaré hoy este «Soneto a Cervantes» del poeta argentino Francisco Luis Bernárdez (Buenos Aires, 1900-Buenos Aires, 1978) perteneciente a su poemario El arca (Buenos Aires, Losada, 1953). Su calidad literaria no es excepcional, pero constituye un eslabón más de la larga cadena de evocaciones poéticas del autor del Quijote.

Estatua de Cervantes en la Plaza de Cervantes (Alcalá de Henares)
Estatua de Cervantes en la Plaza de Cervantes (Alcalá de Henares).

El poema dice así:

Ceñido por la luz de tu memoria
Y encerrado en la gracia de tu sueño,
Siento el vano rumor y el vano empeño
Del vano tiempo y de la vana historia.

Siento que la ilusión de que soy dueño
Se me vuelve más leve y transitoria,
Y que hasta el bien de la soñada gloria
Me parece más pobre y más pequeño.

Porque en la carne de tus criaturas
Y en la substancia de sus almas puras
Vivo despierto y como nunca estoy,

Viendo a partir de sus perfectas vidas
Las proporciones justas y escondidas
De lo que en ellas y con ellas soy[1].


[1] Lo cito por Francisco Luis Bernárdez, Antología, selección y prólogo de Graciela Maturo, Buenos Aires, Secretaría de Cultura de la Nación / Editorial Bonum, 1994, p. 284. Mantengo la mayúscula al comienzo de cada verso.

El «Villancico del incendio y el campanero», de Emilio Breda

Del argentino Emilio Breda ya había traído al blog, en alguna ocasión anterior, su «Villancico del marinero». Para este día de Nochevieja transcribo su «Villancico del incendio y el campanero», un sencillo poema (un romancillo —versos hexasílabos— con rima é o y forma dialogada), que reza así[1]:

Luz

—Toca las campanas,
tú, buen campanero.

Toca las campanas.
Salgan los bomberos.

En ese pesebre
se ha encendido un fuego.

Grita el buey y el asno
entre los luceros

Corren los pastores.
Corren los corderos.

Aplaude el palmar.
Saltan los camellos.

Las uvitas gimen
entre los viñedos.

Las olivas ríen
en el árbol viejo.

Los trigales danzan
la danza del viento.

—Tú calla y escucha
la voz de los vientos.

—No, no es esa luz
la luz de un incendio.

Es la luz de un Niño,
de un niño pequeño,

que redime al mundo
con su triste sueño.

—Toca las campanas,
tú, buen campanero.

Toca las campanas
por el Niño Bueno.

Toca las campanas
por el mensajero.

Toca las campanas
por el Carpintero.

Toca las campanas
también por sus celos[2].

Toca las campanas,
tú, buen campanero.

Toca por la Virgen
y Gabriel partero[3].


[1] Tomo el texto de Nos vino un Niño del cielo. Poesía navideña latinoamericana del siglo XX, introducción y selección de poemas por Miguel de Santiago y Juan Polo Laso, Madrid, EDIBESA, 2000, pp. 247-248.

[2] por el Carpintero … por sus celos: el Carpintero es José, y sus dudas ante el embarazo de María constituyen un motivo tradicional en la poesía de Navidad. Véase, por ejemplo, el «Villancico de los qué dirán» de Antonio Murciano.

[3] Gabriel partero: el arcángel san Gabriel es el encargado de la Anunciación a María («Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús…», Lucas, 1, 31-33). Aquí, festivamente, se le asocia al parto.

Zacarías Zuza Brun (1896-1971), poeta navarro en Argentina

La primera renovación importante que se produce en la historia literaria de Navarra en el siglo XX no tiene lugar en el territorio de la narrativa —donde, por lo general, apenas encontramos rasgos de originalidad— sino en el de la lírica, hacia los años treinta. En las dos primeras décadas del siglo, la producción poética es muy escasa; aparte del poemario del Padre Fabo de María Ruiseñores (1914) y algunas obras líricas de Joaquín Argamasilla de la Cerda y Ezequiel Endériz, podemos recordar a Vicente Arnoriaga Maestroarena (nacido en Pamplona en 1901), que publicó el libro misceláneo Al tañer de mi lira. Poesías y narraciones (Pamplona, La Acción Social, 1923); o al Padre fray José Joaquín de la Virgen del Carmen, quien hacia 1920 escribió algunos libros de poesías; a propósito de este estellés nacido en 1878 anota Manuel Iribarren que debió de ser un buen poeta «a juzgar por los pocos versos suyos que han llegado hasta nosotros»[1].

En cambio, en los años inmediatamente anteriores a la guerra civil vamos a encontrar las figuras de tres importantes poetas navarros, los tres sacerdotes, que ejercerán su magisterio poético fuera de Navarra, en Hispanoamérica. Me refiero a Zacarías Zuza Brun, Ángel Martínez Baigorri y Ángel Gaztelu. Así lo hace constar José María Romera:

Ni el novecentismo ni el vanguardismo encuentran apenas eco en la Navarra de principios de siglo. Las pocas aportaciones de autor navarro a las corrientes propias de esta época se dan en la obra de escritores transterrados o deben aguardar a los años 30, cuando Pamplona se convierte durante algún tiempo en uno de los centros de parte de la intelectualidad española. Entre los poetas, son curiosamente algunos religiosos quienes más se aproximan a la nueva poesía, y lo hacen en tierras americanas[2].

Hoy examinaré la figura del primero de estos tres sacerdotes-poetas navarros «transterrados», dejando para próximas entradas a Martínez Baigorri y Ángel Gaztelu.

Zacarías Zuza Brun (Irurozqui, Navarra, 1896-Bahía Blanca, Argentina, 1971) se formó en los Seminarios de Vitoria y Burgos. En 1925 se trasladó a la Argentina y ejerció su ministerio sacerdotal en Tandil y en la zona del Paraná. Tras un viaje a España realizado en 1949, se asienta definitivamente en Bahía Blanca, donde desempeña el cargo de arcediano de la Catedral y es profesor de la Universidad. Escribió una narración alegórica, de escaso interés literario, titulada Hacia la cumbre o La Gran Señora, cuyo prólogo está fechado en La Plata en octubre de 1931. En cualquier caso, es mucho más conocido como poeta, faceta que se consolida con sus libros Auras (Tandil, 1927), Rutas azules (San Pedro, 1942), Poemas del Buen Amor (Bilbao, 1949) y Sendas blancas (Bahía Blanca, 1971). En el primer poemario, en el que resulta patente la huella de los poetas de los Siglos de Oro y de románticos como Zorrilla, los temas principales son el paisaje, la melancolía y el dolor. En Rutas azules disminuye notablemente el tono grandilocuente y retórico del primer libro y se percibe además cierta influencia de la poesía simbolista. Junto al paisaje, Zuza da más entrada a temas religiosos (por ejemplo, poemas inspirados en pasajes del Nuevo Testamento).

Portada de Rutas azules, de Zuza Brun

En el prólogo de Francisco Javier Martín Abril a Poemas del Buen Amor, único libro de Zuza publicado en España, leemos:

Poemas del Buen Amor es un libro de sonetos, presidido por un maravilloso temblor religioso, místico, sin que se desprecie la gracia del paisaje, el encanto del vivir cotidiano, la belleza de las pequeñas cosas. Se advierte claramente en este poeta un ejemplar sentido de sinceridad. Sinceridad, autenticidad, verdad, sin concesiones a nada que no sea honradamente lírico y amablemente comprensivo. Diríase que los sonetos de Zuza Brun brotan espontáneos, frescos, fluidos, como el agua del hontanar. He aquí una manifestación elocuente de la llamada difícil sencillez. La poesía de Zuza Brun no se deja influir por escuelas, no es académica, ni recortada, ni aparatosa. El pensamiento y la agudeza encuentran cauce en el prisma cristalino del soneto, y las imágenes saltan alegres y floridas, como si constantemente estuviese naciendo la primavera en el corazón del poeta (pp. 9-10).

El prologuista destaca, además de la «serena tranquilidad», «la transparencia, la luminosidad, el aire encendido, el vocablo dorado, la frase perfumada» de estos versos de «belleza conseguida y redonda», de estos sonetos que son «como rosas poéticas»: «Todo es como la seda, como el aire, como la luz: suavidad, limpidez, claridad. Poemas hondos y poemas altos. Poemas dulces y poemas humanos. Y siempre, el olor de Dios entre los árboles de este bosque de sonetos» (p. 10). La naturaleza y Dios siguen siendo los principales temas de inspiración, como en los poemarios anteriores, pero los versos de Zuza han ganado ya mucho en cadencia y fluidez.

No obstante, para Miguel d’Ors —el primer estudioso en destacar la importancia poética de Zuza— es Sendas blancas, su último poemario, el más conseguido del poeta nacido en Irurozqui:

Sendas blancas, en suma, es, si no el mejor libro de Zacarías Zuza, sí aquel que contiene sus poemas más intimistas y de técnicas más simbolistas; es decir, los de corte más moderno entre todos los suyos. Y, en cualquier caso, es un notable poemario, que cierra brillantemente la carrera literaria del ilustre sacerdote y poeta navarro[3].

Una selección antológica de la poesía de Zacarías Zuza Brun puede verse en el libro Cincuenta poemas (Pamplona, Gobierno de Navarra, 1991), preparada por el citado Miguel d’Ors. Como pequeño botón de muestra, copiaré aquí el poema número 25 de esa colección, titulado «Paisaje»:

Está enfermo de luz el manso llano.
El monte es verde. La campiña de oro.
Y en el bíblico y recio sicomoro
llama al esposo la zurita en vano.

Reza la fuente con fervor sonoro
a la sombra sedante de un manzano
y suena en esta calma de verano
como un canto de vírgenes en coro.

Besa el sol con ardor a la llanura
ebria de luces, y soñando altura
el águila se eleva en raudo vuelo.

El río entre los huertos se solaza.
Y, bañada de sol, la alondra traza
un camino de voces por el cielo.


[1] Manuel Iribarren, Escritores navarros de ayer y de hoy, Pamplona, Editorial Gómez, 1970, p. 204.

[2] José María Romera Gutiérrez, «Literatura», en AA. VV., Navarra, Madrid, Mediterráneo, 1993, p. 186.

[3] Miguel d’Ors, estudio preliminar a Zacarías Zuza Brun, Cincuenta poemas, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1991, p. 50. Un trabajo anterior del mismo autor es «Zacarías Zuza Brun y sus Poemas del Buen Amor», Príncipe de Viana, núm. 172, 1984, pp. 309-358.