Encontramos asimismo en las Rimas sacras el desengaño del amor mundano con todas sus bellezas, que son falsas y efímeras, vanidad de vanidades[1]. Por ejemplo, en el soneto dedicado «A una calavera», con su estremecedor final:
Esta cabeza, cuando viva, tuvo
sobre la arquitectura destos huesos
carne y cabellos, por quien fueron presos
los ojos que, mirándola, detuvo.Aquí la rosa de la boca estuvo,
marchita ya con tan helados besos;
aquí los ojos de esmeralda impresos,
color que tantas almas entretuvo.Aquí la estimativa en que tenía
el principio de todo el movimiento;
aquí de la las potencias la armonía.¡Oh, hermosura mortal, cometa al viento!,
donde tan alta presunción vivía
¿desprecian los gusanos aposento?
[1] El texto de esta entrada está extractado del libro de Ignacio Arellano y Carlos Mata Induráin Vida y obra de Lope de Vega, Madrid, Homolegens, 2011. Se reproduce aquí con ligeros retoques.