Un soneto a «Marcela» de María del Pilar Contreras

Comentaba en una entrada anterior que María del Pilar Contreras y Alba (Alcalá la Real, Jaén, 1861-Madrid, 1930), escritora y compositora, es autora de un tríptico de sonetos dedicado a «Mujeres del Quijote», dedicados a Dulcinea, Marcela y Maritornes. Hace unos días transcribimos aquí el titulado «Dulcinea». Copiaré hoy el segundo de ellos, el dedicado a «Marcela»:

Marcela1

En un fondo de luz, ricos pinceles
perfilan sus contornos ideales;
pastora en su pensil, los manantiales
su belleza sin par retratan fieles.

Sus labios, que al hablar destilan mieles,
producen en las almas hondos males;
sus ojos de miradas celestiales
a fuerza de ser bellos son crueles.

De su vida el idilio de ventura
turba el amor que enardecido siente
la funesta atracción de su hermosura;

y al salir de la lucha victoriosa,
Marcela encarna la expresión viviente
de la virtud triunfante y valerosa[1].


[1] Tomo el texto de Enrique Vázquez de Aldana, Cancionero cervantino. En el cuarto centenario de don Miguel de Cervantes Saavedra, Madrid, Ediciones Stvdivm de Cultura, 1947, p. 41, pero introduzco algún leve retoque en la puntuación.

Los sonetos de «El perro del hortelano» de Lope de Vega (acto III)

De los nueve sonetos que incluye El perro del hortelano, dos se localizan en el acto tercero[1]. Ya en entradas anteriores he mencionado la función que desempeñan estas composiciones, que contribuyen a la caracterización psicológica de los personajes[2], y he comentado los siete sonetos anteriores, los incluidos en el acto I y los del acto II. Examinaremos, pues, ahora los dos últimos sonetos de la comedia.

El octavo soneto, vv. 2562-2575, comienza «Bien al contrario pienso yo dar medio…». En él Teodoro, de nuevo a solas, manifiesta su intención de huir, poniendo tierra y mar por medio. El secretario, perdido, acepta morir, o partir a España, convencido de que de la distancia nacerá el olvido. Es el último soneto declamado por Teodoro, en el que cabe destacar el juego de palabras tierra en medio / enterraron:

Bien al contrario pienso yo dar medio
a tanto mal, pues el amor bien sabe
que no tiene enemigo que le acabe
con más facilidad que tierra en medio.

Tierra quiero poner, pues que remedio,
con ausentarme, amor, rigor tan grave,
pues no hay rayo tan fuerte que se alabe
que entró en la tierra, de tu ardor remedio.

Todos los que llegaron a este punto,
poniendo tierra en medio te olvidaron;
que en tierra al fin le resolvieron junto.

Y la razón que de olvidar hallaron
es que amor se confiesa por difunto,
pues que con tierra en medio le enterraron.

En fin, el noveno y último, vv. 2716-2729, «¿Qué intentan imposibles mis sentidos…», en boca de Marcela, es un soneto lírico que manifiesta sus sentimientos y pone de relieve la fuerza del tiránico poder de Diana y sus celos; los «amores desdichados», se expresa bellamente, son «árboles […] / a quien el hielo marchitó floridos»:

ArbolConFloresHeladas

¿Qué intentan imposibles mis sentidos,
contra tanto poder determinados?
Que celos, poderosos declarados,
harán un desatino resistidos.

Volved, volved atrás, pasos perdidos,
que corréis a mi fin precipitados;
árboles son amores desdichados,
a quien el hielo marchitó floridos.

Alegraron el alma las colores
que el tirano poder cubrió de luto;
que hiela ajeno amor muchos amores.

Y cuando de esperar daba tributo,
¿qué importa la hermosura de las flores,
si se perdieron esperando el fruto?

En su artículo «El soneto: esencia temática de El perro del hortelano, de Lope de Vega», Luis F. González-Cruz insiste en la importancia de este último soneto, que subraya el fin trágico de Marcela[3]. Para este crítico hay dos finales, dos desenlaces: uno feliz (para Diana y Teodoro), que es el de la peripecia externa propiciado por el enredo de Tristán; y otro infeliz (para Marcela), que es el que apunta el último de los sonetos[4].


[1] Esta entrada forma parte del Proyecto «Autoridad y poder en el teatro del Siglo de Oro. Estrategias, géneros, imágenes en la primera globalización» (FFI2014-52007-P), del Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España (Dirección General de Investigación Científica y Técnica, Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia).

[2] Ver Luis F. González-Cruz, «El soneto: esencia temática de El perro del hortelano, de Lope de Vega», en Lope de Vega y los orígenes del teatro español. Actas del I Congreso Internacional sobre Lope de Vega, ed. de Manuel Criado de Val, Madrid, Edi-6, 1981, pp. 541-545, y Marie Roig Miranda, «Los nueve sonetos de El perro del hortelano de Lope de Vega», en El Siglo de Oro en escena. Homenaje a Marc Vitse, ed. de Odette Gorsse y Frédéric Serralta, Toulouse, Presses Universitaires du Mirail / Consejería de Educación de la Embajada de España en Francia, 2006, pp. 893-906, con la que coincido plenamente y cuyas ideas aprovecho en mi comentario de los nueve sonetos. Ver también William L. Fichter, «Recent Research on Lope de Vega’s Sonnets», Hispanic Review, 6, 1938, pp. 21-34, y Peter N. Dunn, «Some Uses of Sonnets in the Plays of Lope de Vega», Bulletin of Hispanic Studies, 34, 1957, pp. 213-222. Las citas son por Lope de Vega, El perro del hortelano, ed. de Mauro Armiño, Madrid, Cátedra, 1997.

[3] Ver González-Cruz, «El soneto: esencia temática de El perro del hortelano, de Lope de Vega», especialmente pp. 541 y 545.

[4] Remito para más detalles a Carlos Mata Induráin, «Un refrán, tres personajes, nueve sonetos: El perro del hortelano, de Lope de Vega», en Carlos Mata Induráin, Lygia Rodrigues Vianna Peres y Rosa María Sánchez-Cascado Nogales (eds.), Lope de Vega desde el Brasil. En el cuarto centenario del «Arte nuevo» (1609-2009), Pamplona, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 2012, pp. 103-137.

Los sonetos de «El perro del hortelano» de Lope de Vega (acto II)

De los nueve sonetos que incluye El perro del hortelano[1], tres se localizan en el acto segundo. Ya en entradas anteriores he mencionado la función que desempeñan estas composiciones, que contribuyen a la caracterización psicológica de los personajes. Así, en el quinto soneto de la obra, vv. 1794-1807, «¡Qué mal que finge amor quien no le tiene…», Marcela, sola en escena, ofrece un bello monólogo interior en el que analiza su situación y su estado de ánimo (manifiesta su decepción amorosa). Es una situación de ironía dramática, en el sentido de que el espectador tiene más información que el personaje; sabe, concretamente, que Teodoro se inclina a volver con ella. Marcela, en sus versos, expresa que tiene honor y quiere curarse con otro amor:

¡Qué mal que finge amor quien no le tiene!
¡Qué mal puede olvidarse amor de un año,
pues mientras más el pensamiento engaño,
más atrevido a la memoria viene!

Pero si es fuerza y al honor conviene,
remedio suele ser del desengaño
curar el propio amor amor extraño,
que no es poco remedio el que entretiene.

Mas, ¡ay!, que imaginar que puede amarse
en medio de otro amor es atreverse
a dar mayor venganza por vengarse.

Mejor es esperar que no perderse,
que suele alguna vez, pensando helarse,
amor con los remedios encenderse.

Diana y Marcela

El sexto soneto, vv. 2120-2133, «¿Qué me quieres, amor? ¿Ya no tenía…», es aquel en el que Diana, sola en escena, plantea de nuevo el binomio de su tensión amor vs honor, con el elemento añadido de los celos. El texto es una invectiva contra el amor y los celos, en el que destacan las imágenes del humilde barco contrapuesto al poder del mar; y, sobre todo, la especialmente bella del arco en tensión que puede llegar a quebrarse, es decir, la idea de que el honor puede hacer que aquel se rompa si sigue tensando la cuerda:

¿Qué me quieres, amor? ¿Ya no tenía
olvidado a Teodoro? ¿Qué me quieres?
Pero responderás que tú no eres,
sino tu sombra, que detrás venía.

¡Oh, celos! ¿Qué no hará vuestra porfía?
Malos letrados sois con las mujeres,
pues jamás os pidieron pareceres
que pudiese el honor guardarse un día.

Yo quiero a un hombre bien, mas se me acuerda
que yo soy mar y que es humilde barco,
y que es contra razón que el mar se pierda.

En gran peligro, amor, el alma embarco,
mas si tanto el honor tira la cuerda,
por Dios, que temo que se rompa el arco.

En fin, en el soneto séptimo, vv. 2246-2259, «Si aquesto no es amor, ¿qué nombre quieres…», Teodoro, solo, se hace consciente de que Diana le quiere. Tras los bofetones que le ha dado la condesa, comprende que ella le ama y sufre. Es eco del episodio del dar la mano en la caída del primer acto; como escribe Marie Roig Miranda, «se trata en los dos casos de tocar al ser amado»[2]:

Si aquesto no es amor, ¿qué nombre quieres,
amor, que tengan desatinos tales?
Si así quieren mujeres principales,
furias las llamo yo, que no mujeres.

Si la grandeza excusa los placeres
que iguales pueden ser en desiguales,
¿por qué, enemiga, de crueldad te vales,
y por matar a quien adoras, mueres?

¡Oh, mano poderosa de matarme!
¡Quién te besara entonces, mano hermosa,
agradecido al dulce castigarme!

No te esperaba yo tan rigurosa,
pero si me castigas por tocarme,
tú sola hallaste gusto en ser celosa[3].


[1] Ver Luis F. González-Cruz, «El soneto: esencia temática de El perro del hortelano, de Lope de Vega», en Lope de Vega y los orígenes del teatro español. Actas del I Congreso Internacional sobre Lope de Vega, ed. de Manuel Criado de Val, Madrid, Edi-6, 1981, pp. 541-545, y Marie Roig Miranda, «Los nueve sonetos de El perro del hortelano de Lope de Vega», en El Siglo de Oro en escena. Homenaje a Marc Vitse, ed. de Odette Gorsse y Frédéric Serralta, Toulouse, Presses Universitaires du Mirail / Consejería de Educación de la Embajada de España en Francia, 2006, pp. 893-906, con la que coincido plenamente y cuyas ideas aprovecho en mi comentario de los nueve sonetos. Ver también William L. Fichter, «Recent Research on Lope de Vega’s Sonnets», Hispanic Review, 6, 1938, pp. 21-34, y Peter N. Dunn, «Some Uses of Sonnets in the Plays of Lope de Vega», Bulletin of Hispanic Studies, 34, 1957, pp. 213-222. Remito para más detalles a Carlos Mata Induráin, «Un refrán, tres personajes, nueve sonetos: El perro del hortelano, de Lope de Vega», en Carlos Mata Induráin, Lygia Rodrigues Vianna Peres y Rosa María Sánchez-Cascado Nogales (eds.), Lope de Vega desde el Brasil. En el cuarto centenario del «Arte nuevo» (1609-2009), Pamplona, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 2012, pp. 103-137.

[2] Roig Miranda, «Los nueve sonetos de El perro del hortelano de Lope de Vega», p. 900.

[3] Esta entrada forma parte del Proyecto «Autoridad y poder en el teatro del Siglo de Oro. Estrategias, géneros, imágenes en la primera globalización» (FFI2014-52007-P), del Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España (Dirección General de Investigación Científica y Técnica, Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia).

Los personajes de «El perro del hortelano» de Lope de Vega: Marcela

Marcela (Ana Duato)Marcela (interpretada por Ana Duato en la película de Pilar Miró) es el personaje que completa el triángulo amoroso de El perro del hortelano. Podríamos pensar que en el universo de los personajes principales es la que resulta más perjudicada, injustamente olvidada por Teodoro y obligada a casarse al final con una persona a la que no ama. Para una parte de la crítica, ella es la única o al menos la principal víctima de todo el conflicto. Pero pienso que no hay que insistir demasiado por ese camino interpretativo. En su caso, no estamos hablando de un personaje retratado con una psicología demasiado profunda: en el contexto de la comedia y del juego de la acción, es más bien una pieza, y su valor ha de entenderse, sobre todo, en un sentido funcional. Cierto que queda arbitrariamente condenada a un matrimonio por mandato de quien puede ordenarlo, Diana; pero ¿en cuántas comedias del Siglo de Oro no sucede lo mismo en el tópico final feliz deseado por el espectador, según el cual, como es bien sabido, la comedia «en bodas ha de parar»? (y en el desenlace de El perro del hortelano tenemos nada menos que una triple boda: Diana con Teodoro, Marcela con Fabio y Tristán con Dorotea). Por otra parte, la acción de la comedia termina con los últimos versos declamados sobre el escenario, y no tiene sentido aventurar —como a veces hace la crítica— el posible resultado infeliz de ese matrimonio impuesto y no deseado, en busca de profundas interpretaciones trágicas. Puestos a imaginar futuribles, ¿por qué no suponer que Fabio va a querer a Marcela con locura y que esta va a ser completamente feliz en su matrimonio?

Este análisis de los personajes de Diana y Teodoro, y de Marcela, me sirve también para traer aquí una breve reflexión acerca de la importancia de la psicología en el teatro español del Siglo de Oro[1]. Ya sabemos que el nuestro es más un teatro de acción que un teatro de caracteres (a diferencia, por ejemplo, del de Shakespeare). Sigo ahora una argumentación de Frédéric Serralta[2], quien opina que hay una evolución psicológica de Diana, dominada por los celos y el amor. Y también de Teodoro. Los personajes de una obra de teatro son lo que hacen y lo que dicen; hay en ellos una psicología implícita. Diana tiene sus defectos, es frívola, indecisa, contradictoria. Inventa la ficción del papel de la amiga, y Teodoro es plenamente consciente de esa ficción urdida por Diana. Es decir, hay en Teodoro un progresivo conocimiento de los sentimientos de Diana y hay, en consecuencia, un progresivo aumento de su atrevimiento.

Los defectos de Teodoro ya los señalé en una entrada anterior: es ambicioso, falso en su lealtad amorosa y cínico: pero el esquema de la intriga obliga a que al final se transforme en un verdadero galán de comedia (cuando antes había sido todo lo contrario de un galán). En el caso de Marcela, despechada, inventa un amor con Fabio, lo que sirve para estrechar el nudo de la acción. Es una función dramática, pero incluso se trata de justificar su actuación diciendo que no sabe lo que hace. Para Serralta —cuyas ideas estoy parafraseando en todo este comentario—, los dramaturgos del Siglo de Oro estaban muy preocupados por la verosimilitud psicológica de sus personajes. Y cita como ejemplo un diálogo entre Teodoro y Diana, en el que primero ella usa la ironía, porque está en posición de superioridad, pero termina cediendo el uso de la ironía a Teodoro, es decir, acaba con su derrota psicológica y su simbólica caída física (al fingir que tropieza)[3].


[1] Alexander A. Parker y la escuela inglesa señalaron la primacía de la acción sobre el desarrollo de los personajes, y lo mismo hizo, entre los estudiosos españoles, Francisco Ruiz Ramón.

[2] Ver Frédéric Serralta, «Acción y psicología en la comedia (a propósito de El perro del hortelano)», en Heraclia Castellón, Agustín de la Granja y Antonio Serrano (eds.), En torno al teatro del Siglo de Oro. Actas de las Jornadas VII-VIII celebradas en Almería, Almería, Instituto de Estudios Almerienses / Diputación de Almería, 1992, pp. 25-35. Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Un refrán, tres personajes, nueve sonetos: El perro del hortelano, de Lope de Vega», en Carlos Mata Induráin, Lygia Rodrigues Vianna Peres y Rosa María Sánchez-Cascado Nogales (eds.), Lope de Vega desde el Brasil. En el cuarto centenario del «Arte nuevo» (1609-2009), Pamplona, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 2012, pp. 103-137.

[3]  Esta entrada forma parte del Proyecto «Autoridad y poder en el teatro del Siglo de Oro. Estrategias, géneros, imágenes en la primera globalización» (FFI2014-52007-P), del Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España (Dirección General de Investigación Científica y Técnica, Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia).

«El perro del hortelano» de Lope de Vega: argumento

Teodoro y DianaEn lo que respecta al argumento de El perro del hortelano, comedia palatina «de secretario»[1], la obra plantea la relación amorosa entre Diana, condesa de Belflor, y su secretario Teodoro. Se trata, por tanto, del amor entre dos personas de desigual condición social. En el caso de Diana, surge el conflicto o tensión entre el amor y el honor, y también aparecen los celos, pues Teodoro ama a la criada Marcela. En Teodoro otra pulsión importante es el deseo de ascenso en la escala social, de alcanzar grandeza (es decir, la posibilidad de convertirse él mismo en conde), lo que le lleva a despreciar a Marcela —cuando los vientos soplan propicios— para aspirar a la mano de la condesa.

Tenemos, por tanto, el triángulo amoroso Diana-Teodoro-Marcela, al que debemos sumar los pretendientes de la condesa, el conde Federico y el marqués Ricardo, y también el criado Fabio, de quien Marcela finge en un determinado momento estar enamorada para dar celos al Teodoro que la desdeña.

Los sentimientos de los personajes están claros: Marcela ama sincera y constantemente a Teodoro. Por su parte, Teodoro mostrará una actitud pendular, es decir, conocerá un continuo vaivén entre Marcela y Diana. Esta, por su parte, se enamora de Teodoro al ver que es amado por Marcela, aunque la conciencia del honor, del «soy quien soy», le impide entregarse, desde el primer momento, a esa relación. Pero al final, lo sabemos ya, Diana y Teodoro terminarán amándose sinceramente y la obra acabará con una triple boda: Diana y Teodoro; Marcela y Fabio; Tristán y Dorotea. Típico final feliz con bodas múltiples de la comedia, desenlace gustoso para el público del corral cuyo gusto (y así lo explica Lope en su Arte nuevo) había que satisfacer[2].

La idea temática principal, a tenor de este apretado resumen argumental, parece ser entonces que la fuerza incontrastable del amor es capaz de vencer las distancias, de romper las barreras sociales, aunque no es algo tan sencillo como pudiera parecer a primera vista. Sobre todo porque el desenlace final se asienta sobre una farsa que —al menos aparentemente— produce una subversión del orden social, y ante este hecho la crítica ha venido ofreciendo dos interpretaciones completamente distintas: para algunos críticos, El perro del hortelano responde a una actitud no conformista de su autor, Lope de Vega, con la que estaría planteando una crítica profunda de los valores sociales normalmente aceptados; sin embargo, para otros estudiosos todo lo que sucede en la comedia es un mero juego de realidad e ilusionismo, de apariencia y verdad, de burlas y veras, sin mayores intenciones críticas[3]. En próximas entradas tendremos ocasión de volver sobre este particular, pero adelanto que —en este caso— yo me inclino por la interpretación meramente cómica de la obra[4].


[1] Esta entrada forma parte del Proyecto «Autoridad y poder en el teatro del Siglo de Oro. Estrategias, géneros, imágenes en la primera globalización» (FFI2014-52007-P), del Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España (Dirección General de Investigación Científica y Técnica, Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia).

[2] Me refiero, por supuesto, a los famosísimos versos 45-48 del Arte nuevo: «… y escribo por el arte que inventaron / los que el vulgar aplauso pretendieron; / porque, como las paga [las comedias] el vulgo, es justo / hablarle en necio para darle gusto».

[3] Salvadas las distancias, es algo parecido a lo que ocurre con la interpretación del Quijote: hay dos enfoques principales, uno que entiende la obra en clave seria, cargada de valores profundos, etc.; y otro que la lee en clave cómica, como «funny book» o libro de puro entretenimiento.

[4] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Un refrán, tres personajes, nueve sonetos: El perro del hortelano, de Lope de Vega», en Carlos Mata Induráin, Lygia Rodrigues Vianna Peres y Rosa María Sánchez-Cascado Nogales (eds.), Lope de Vega desde el Brasil. En el cuarto centenario del «Arte nuevo» (1609-2009), Pamplona, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 2012, pp. 103-137.

Una aproximación a «El perro del hortelano» de Lope de Vega

El perro del hortelano, de Lope de VegaEl perro del hortelano es una pieza que no presenta mayores problemas textuales. La editio princeps abre la Oncena parte de las comedias de Lope de Vega Carpio (Madrid, viuda de Alonso Martín, a costa de Alonso Pérez, 1618; Barcelona, Sebastián de Cormellas, 1618). No se conserva autógrafo de ella. En algunos manuscritos tardíos se titula Amar por ver amar. Disponíamos de varias ediciones modernas del texto: entre otras, la de David Kossof (Madrid, Castalia, 1970), que editaba la obra junto con El castigo sin venganza); la excelente de Víctor Dixon (Londres, Tamesis Texts Limited, 1981); la de Antonio Carreño (Madrid, Espasa Calpe, 1991); y luego muchísimas más tras el gran éxito cosechado por la versión cinematográfica de Pilar Miró, a la que aludía en la entrada anterior: la de Mauro Armiño (Madrid, Cátedra, 1996 y 1997); la de Xabier Manrique de Vedia (Barcelona, Edicomunicación, 1997); la de Iñaki Mendoza y Lourdes Salvador (Madrid, Acento, 1999); la de Paula Barral Cabestrero (Madrid, Castalia, 2000); la de Rosa Navarro Durán, junto con La dama boba (Barcelona, Hermes, 2000 y 2001); otra de Antonio Carreño (Barcelona, Planeta-De Agostini, 2001); la edición, con actividades y apéndice, de María Luisa Regueiro Rodríguez (Madrid, Ediciones del Laberinto, 2003), etc., etc.

El perro del hortelano es una pieza de gran madurez que ha sido calificada de obra maestra. En opinión de Milagros Torres, destaca por la «gran densidad conceptual, la complejidad y riqueza dramáticas»[1]. «El desarrollo de la pieza es excepcionalmente logrado», señala Donald McGrady[2]. Es «una de las más finas comedias de Lope de Vega», indica por su parte Antonio Carreño[3]. Y así podríamos ir sumando numerosas opiniones valorativas más, todas ellas de signo muy positivo.

La trama de la comedia es muy sencilla. Lope maneja dos estructuras básicas: por un lado, el triángulo amoroso (Diana-Teodoro-Marcela) complementado con la presencia de algunos rivales episódicos (Fabio, Ricardo, Federico); y, por otra parte, la pareja habitual de galán-gracioso (Teodoro-Tristán). Es una comedia (y quiero destacar ya desde este momento el valor de comedia como ʻpieza cómicaʼ: no es tragedia, ni creo que debamos apreciar atisbo de tragedia en ella) de amor, celos e ingenio, en la que la pasión acaba por desbordarse en el último acto. Y, como obra de Lope que es, despliega un gran potencial visual y tiene una enorme riqueza metafórica y simbólica.

En los últimos años, por las razones ya comentadas, la pieza ha generado una muy abundante bibliografía. Algunos de los aspectos de la comedia que más han interesado son los siguientes:

1) El personaje de Diana, ambivalente y contradictorio. Se trata de una mujer no sometida a la autoridad de padre ni marido, que ejerce el poder (y de forma tiránica, a veces) en una obra en la que se da una inversión de los roles habituales: la mujer manda mientras el hombre adopta más bien una postura pasiva.

2) El personaje del gracioso Tristán, por su importancia estructural en la resolución del conflicto.

3) Por supuesto, la ambivalencia del desenlace, derivada de la patraña inventada por el gracioso. Se ha discutido ampliamente la posible subversión de los valores sociales y la supuesta crítica al inmovilismo social implícita en la obra[4].

4) La riqueza simbólica de la pieza.

5) Su clasificación genérica (como comedia palatina y, más concretamente, en su variedad «de secretario»).

6) Su carácter artificioso, sobre todo desde el punto de vista métrico, con la inclusión nada menos que de nueve sonetos.

7) También se han apreciado algunos elementos autobiográficos: Teodoro es secretario como lo fue Lope de varios nobles; el Fénix también fue hortelano («Hortelano era Belardo / de las huertas de Valencia»); y en su comedia al final triunfa su nobleza de alma, no la nobleza de la sangre. Se han visto posibles alusiones a la muerte de su hijo Carlitos y Juana de Guardo, una posible sátira de Jerónima de Burgos, etc. Pero no hay que olvidar, como certeramente advierte Antonio Carreño, que «Cualquier paralelo entre hombre histórico y personificación literaria es arma de doble filo, fruto con frecuencia (en el caso de Lope) de erradas consideraciones»[5].

Son todos estos los aspectos que trataré de desarrollar, en la medida de lo posible, en próximas entradas, sin que convenga olvidar que El perro del hortelano es, como ya he apuntado, una comedia palatina «de secretario» y que, por esta razón, en su construcción entran también algunos elementos relacionados con el tema de autoridad y poder en el teatro[6].


[1] Milagros Torres, «Tristán o el poder alternativo: el papel dominante del gracioso en El perro del hortelano», en Représentation, écriture et pouvoir en Espagne à l’époque de Philippe III (1598-1621), dir. M. G. Profeti y A. Redondo (dirs.), Firenze, Publications de la Sorbonne-Università di Firenze-Alinea Editrice, 1999, p. 156.

[2] Donald McGrady, «Fuentes, fecha y sentido de El perro del hortelano», Anuario Lope de Vega, V, 1999, p. 151.

[3] Antonio Carreño, introducción a Lope de Vega, El perro del hortelano, Madrid, Espasa Calpe, 1998, p. 11.

[4] Recordemos, en un desenlace contrario, lo que sucede en el Buscón: Pablos intenta medrar a toda costa, pero en todos sus intentos por pasar por caballero termina siendo desenmascarado. El noble Quevedo, con una actitud inmovilista, condena a su personaje a permanecer en el estamento que le corresponde por su nacimiento, sin posibilidad alguna de medro o ascenso social a un estamento superior.

[5] Carreño, introducción a El perro del hortelano, p. 22. Ver también Carlos Mata Induráin, «Un refrán, tres personajes, nueve sonetos: El perro del hortelano, de Lope de Vega», en Carlos Mata Induráin, Lygia Rodrigues Vianna Peres y Rosa María Sánchez-Cascado Nogales (eds.), Lope de Vega desde el Brasil. En el cuarto centenario del «Arte nuevo» (1609-2009), Pamplona, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 2012, pp. 103-137.

[6] Esta entrada forma parte del Proyecto «Autoridad y poder en el teatro del Siglo de Oro. Estrategias, géneros, imágenes en la primera globalización» (FFI2014-52007-P), del Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España (Dirección General de Investigación Científica y Técnica, Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia).

Lope reúne a sus hijos bajo el mismo techo

Marta de Nevares y su hija Antonia Clara marchan a vivir con Lope[1]. Junto a ellas, coinciden también bajo el mismo techo Marcela y Lope Félix (Lopito), hijos de Micaela de Luján; y Feliciana, hija legítima de Juana de Guardo, todos reunidos ahora en la casa de la calle de Francos.

Casa de Lope de Vega

Para su hijo Lopito escribe la dedicatoria de El verdadero amante, comedia publicada en la Parte XIV (1620), que citaré por extenso por incluir interesantes reflexiones:

Ya que tenéis edad, y comenzáis a entender los principios de la lengua latina, sabed que tienen los hombres para vivir en el mundo, cuando no pueden heredar a sus padres más que un limitado descanso, dos inclinaciones: una a las armas y otra a las letras, que son las que aquella celada y libro significan con la letra, que en aquellos tiernos años dice que el cielo sabe cuál de aquellas dos inclinaciones tuviera Carlos si no le hubiera, como salteador, la muerte arrebatado a mis brazos y robado a mis ojos, puesto que a mejor vida, dolorosamente, por las partes que concurrían en él de hermosura y entendimiento con esperanzas de que había que mejorar mi memoria sobreviviendo a mis años […]. Vos quedastes en su lugar, no sé con cuál genio […]

Mas ¿para qué os persuado con autores, cuando aún estáis en los primeros rudimentos de la lengua latina? Cosa que no podéis excusar, aunque si hubiera quien os enseñara bien la castellana, me contentara más de que la supiérades; porque he visto muchos que, ignorando su lengua, se precian, soberbios, de la latina, y todo lo que está en la vulgar desprecian, sin acordarse que lo griegos no escribieron en latín, ni los latinos en griego; y os confieso que me causa risa ver algunos hombres preciarse de poetas latinos, y en escribiendo en su lengua parecer bárbaros; de donde conoceréis que no nacieron poetas, porque el verdadero, de quien se dice que ha de tener uno cada siglo, en su lengua escribe y en ella es excelente, como el Petrarca en Italia, el Ronsardo en Francia y Garcilaso en España, a quien también deben sus patrias esta honra; y lo sintió el celestial ingenio de Fray Luis de León, que pretendió siempre honrarla, escribiendo en ella […]. No os desanimo para que con menos cuidado estudiéis esta reina de las lenguas, tercera en orden a las del mundo, aunque más común que todas; procuralda saber, y por ningún caso os acontezca aprender la griega, porque, desvanecido, no digáis lo que algunos que saben poco della y de otras, por vendernos a gran precio la arrogancia de que la entienden […]

Vos me habéis entendido; y en razón de la inclinación, que fue el principio de esta carta, no tengo más que os advertir, si no os inclináredes a las letras humanas, de que tengáis pocos libros, y esos selectos, y que les saquéis las sentencias, sin dejar pasar cosa que leáis notable sin línea o margen; y si por vuestra desdicha vuestra sangre os inclinare a hacer versos (cosa de que Dios os libre), advertid que no sea vuestro principal estudio, porque os puede distraer de lo importante, y no os dará provecho. Tened en esto templanza; no sepáis versos de memoria, ni los digáis a nadie; que mientras menos tuviéredes desto, tendréis más de opinión y de juicio; y en esta materia, y lo que os importa seguir vuestros estudios sin esta rémora, no busquéis, Lope, ejemplo más que el mío, pues aunque viváis muchos años no llegaréis a hacer a los señores de vuestra patria tantos servicios como yo, para pedir más premio; y tengo, como sabéis, pobre casa, igual cama y mesa y un huertecillo cuyas flores me divierten cuidados y me dan conceptos. […] Yo he escrito novecientas comedias, doce libros de diversos sujetos, prosa y verso, y tantos papeles sueltos de varios sujetos, que no llegará jamás lo impreso a lo que está por imprimir; y he adquirido enemigos, censores, asechanzas, envidias, notas, reprensiones y cuidados; perdido el tiempo preciosísimo, y llegada la non intellecta senectus, que dijo Ausonio, sin dejaros más que estos inútiles consejos.


[1] El texto de esta entrada está extractado del libro de Ignacio Arellano y Carlos Mata Induráin Vida y obra de Lope de Vega, Madrid, Homolegens, 2011. Se reproduce aquí con ligeros retoques.

Cervantes y la libertad (y 2)

Cervantes y la libertad, por Luis RosalesPor otra parte, no debe extrañarnos esa defensa de la libertad, continua y fervorosa, en alguien que en distintas ocasiones conoció la desgracia de verse privado de ella[1]. Si Lope remató uno de sus sonetos con el verso «esto es amor, quien lo probó lo sabe», bien podríamos decir de Cervantes, parafraseando las palabras del Fénix, «esto es cautiverio, quien lo probó lo sabe». No olvidemos tampoco la importancia del tema de la libertad en sus obras de teatro, como La Numancia, tragedia de toda una ciudad celtíbera que prefiere perecer antes que perder su libertad bajo la opresión romana, y sus varias comedias de cautivos, impregnadas de rasgos autobiográficos. También la «Epístola a Mateo Vázquez» es un canto a la libertad, pues en ella solicita al rey Felipe II que conquiste Argel para liberar a los millares de prisioneros cristianos:

Del amarga prisión, triste y escura,
adonde mueren veinte mil cristianos
tienes la llave de su cerradura.

Todos, cual yo, de allá, puestas las manos,
las rodillas por tierra, sollozando,
cercados de tormentos inhumanos,

valeroso señor, te están rogando
vuelvas los ojos de misericordia
a los suyos, que están siempre llorando.

Y pues te deja agora la discordia
que hasta aquí te ha oprimido y fatigado,
y gozas de pacífica concordia,

haz, ¡oh buen rey!, que sea por ti acabado
lo que con tanta audacia y valor tanto
fue por tu amado padre comenzado.

Sólo el pensar que vas pondrá un espanto
en la enemiga gente, que adevino
ya desde aquí su pérdida y quebranto[2].

En Cervantes encontramos una afirmación explícita y rotunda de la libertad: el hombre es libre, y no puede dejar de serlo, y es al mismo tiempo responsable y dueño de sí mismo, como pregona un famoso verso inserto en el capítulo IV del Viaje del Parnaso: «Tú mismo te has forjado tu ventura»[3].

Así pues, la libertad constituye un tema esencial en la vida y en la obra literaria de Cervantes. Ahora bien, no siempre se trata de la libertad en sentido físico. Tenemos también, en otro orden de cosas, la libertad de amar (o no amar) proclamada a los cuatro vientos en el discurso de la pastora Marcela (Quijote, I, 14); o en un famoso soneto de la pastora Gelasia, incluido en La Galatea, que se remata con un hermosísimo verso decimocuarto, «libre nascí y en libertad me fundo», que podría servir como lema de todo el pensamiento cervantino.


[1] Reproduzco aquí, con ligeros retoques, el texto de Mariela Insúa Cereceda y Carlos Mata Induráin, El Quijote. Miguel de Cervantes [guía de lectura del Quijote], Pamplona, Cénlit Ediciones, 2006.

[2] Poesías completas, ed. de Vicente Gaos, Madrid, Castalia, 1980-1981, vol. II, pp. 345-346, vv. 217-234.

[3] Viage del Parnaso, ed. y comentarios de Miguel Herrero García, Madrid, CSIC, 1983, IV, v. 79, p. 255. «Es de suponer que Cervantes siente ansia de libertad, de dejar la casa paterna, echar a volar, probar su aventura. Toda su vida, en prosa y sobre todo en verso, repetirá la misma idea esencial, clave de su interpretación de sí mismo y de los demás: Tú mismo te has forjado tu ventura» (Julián Marías, Cervantes clave española, Madrid, Alianza Editorial, 2003, p. 85).

Cervantes poeta: la «Canción desesperada» de Grisóstomo

Va inserta en Quijote, I, 14, en el contexto del episodio pastoril de Grisóstomo y Marcela. Abre ese capítulo, que lleva el epígrafe «Donde se ponen los versos desesperados del difunto pastor, con otros no esperados sucesos». En Sierra Morena, don Quijote tiene ocasión de asistir al entierro de Grisóstomo. Su amigo Ambrosio —que conserva los escritos del pastor, aunque tiene el encargo de quemarlos todos— explica que el último papel que escribió fue uno con el título de «Canción desesperada», y se lo entrega a Vivaldo para que lo lea mientras abren la sepultura.

Entierro del pastor Grisóstomo

El adjetivo desesperada se puede entender en un doble sentido: ‘sin esperanza’ o ‘propia de un suicida’, ya que en el Siglo de Oro la palabra desesperarse valía ‘suicidarse’. A lo largo del episodio Cervantes es ambiguo con relación a las causas del fallecimiento de Grisóstomo: suicidio o muerte por amor. Castro señaló que este era el único suicidio literario postridentino; para él, la canción explica lo que no cuenta la historia: que el pastor Grisóstomo se ha suicidado tras sufrir el desdén de la bella pastora Marcela[1]. Rosales, en cambio, consideró que se trataba de un suicidio metafórico; Avalle-Arce, por su parte, habló de la «realidad ambivalente» cervantina, y luego han seguido otras interpretaciones diversas[2]. Sea como sea, la canción, compuesta seguramente antes que el Quijote, fue introducida aquí para justificar, desde un punto de vista poético y subjetivo, la muerte del enamorado pastor[3].

La canción consta de ocho estancias más el envío final dirigido a la propia canción: 133 versos en total (demasiado extensa para copiarla aquí completa). Desarrolla el tópico de la «bella ingrata», de la «hermosa amada enemiga», que encontramos también en algunos sonetos cervantinos. El yo lírico anuncia que quiere lanzar su son doliente para que todo el mundo conozca la fuerza del «áspero rigor» (v. 3) de la amada desdeñosa, «tu rigor tan sin segundo» (v. 46), y la «pena cruel» (v. 31) que le causa. Así las cosas, anuncia: «Yo muero, en fin» (v. 81) y afirma que no le cabe esperar «buen suceso» (v. 82), ni en vida ni en muerte; pese a todo, señala, «alegre a tu rigor me ofrezco» (v. 102). En cuanto al estilo, cabe resumir con Valbuena Prat: «En el Quijote, en la misma canción de Grisóstomo algo prolija y retórica, abundan buenos versos y acertadas expresiones»[4].


[1] Es lo que parece declaran los versos 92-96: «Y con esta opinión y un duro lazo, / acelerando el miserable plazo / a que me han conducido sus desdenes, / ofreceré a los vientos cuerpo y alma, / sin lauro o palma de futuros bienes».

[2] Para las distintas interpretaciones del episodio y de la muerte de Grisóstomo (suicidio / muerte de amores), véase especialmente Américo Castro, Hacia Cervantes, Madrid, Taurus, 1957, p. 239; Luis Rosales, Cervantes y la libertad, vol. II, La libertad soñada, Madrid, Sociedad de Estudios y Publicaciones, 1960, pp. 486-510; Harry Sieber, «Society and Pastoral Vision in the Marcela-Grisóstomo Episode of Don Quijote», en J. M. Solà-Solé, A. Crisafulli y B. Damiani (eds.), Estudios literarios de hispanistas norteamericanos dedicados a Helmut Hatzfeld con motivo de su 80 aniversario, Barcelona, Hispam, 1974, pp. 185-194; Juan Bautista Avalle-Arce, «Cervantes, Grisóstomo, Marcela, and Suicide», PMLA, 1974, pp. 1115-1116 y «Grisóstomo y Marcela (Cervantes y la verdad problemática)», en Nuevos deslindes cervantinos, Barcelona, Ariel, 1975, pp. 89-116; H. Iventosh, «Cervantes and Courtly Love: The Grisóstomo-Marcela Episode of Don Quijote», PMLA, 1974, pp. 64-76 y 1975, p. 195; J. Herrero, «Arcadia’s Inferno: Cervantes’ Attack on Pastoral», Bulletin of Hispanic Studies, 1978, pp. 289-299; Andrés Amorós, «Los poemas de El Quijote», en Manuel Criado de Val (dir.), Cervantes: su obra y su mundo. Actas del I Congreso Internacional sobre Cervantes, Madrid, EDI-6, 1981, p. 712; Gaspar Garrote Bernal, «Intertextualidad poética y funciones de la poesía en el Quijote», Dicenda. Cuadernos de Filología Hispánica, 14, 1996, pp. 121-122; y Stanislav Zimic, «La “muerte de amores” de Grisóstomo», en Los cuentos y las novelas del «Quijote», Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 1998, pp. 37-58.

[3] «Bien les pareció a los que escuchado habían la canción de Grisóstomo, puesto que el que la leyó dijo que no le parecía que conformaba con la relación que él había oído del recato y bondad de Marcela, porque en ella se quejaba Grisóstomo de celos, sospechas y de ausencia, todo en perjuicio del buen crédito y buena fama de Marcela» (p. 151). Tras la explicación de Ambrosio, se produce la súbita aparición de Marcela en lo alto de una peña, desde la que pronunciará su discurso sobre la libertad de amar (pp. 153-155) y su defensa por parte de don Quijote, quien pide que la pastora sea honrada y estimada; el episodio, en fin, se cierra con el entierro y el epitafio de Grisóstomo: «Yace aquí de un amador / el mísero cuerpo helado, / que fue pastor de ganado, / perdido por desamor. / Murió a manos del rigor / de una esquiva hermosa ingrata, / con quien su imperio dilata / la tiranía de amor» (p. 156).

[4] Ángel Valbuena Prat, «Cervantes, poeta», en Historia de la literatura española, tomo II, 7.ª ed., Barcelona, Gustavo Gili, 1964, p. 16. Adriana Lewis Galanes destaca «toda su perfección formal» («Cervantes: el poeta en su tiempo», en Manuel Criado de Val, dir., Cervantes: su obra y su mundo. Actas del I Congreso Internacional sobre Cervantes, Madrid, EDI-6, 1981, p. 171).