Esta oda «A Roosevelt», poema VIII de Cantos de vida y esperanza (Madrid, 1905), puede relacionarse con la «Salutación del optimista» por su marcado tono de exaltación hispánica. La composición fue redactada por Rubén Darío a finales del año 1903, en Málaga (allí vivía con la española Francisca Sánchez), y responde a un hecho histórico concreto: la declaración del presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt (1852-1919), hecha el 3 de noviembre de 1903, en la que declaraba: «I took Panama» («Yo tomé Panamá»). Hay que recordar que el territorio de Panamá formaba parte de Colombia, y que este país rechazó un acuerdo del gobierno norteamericano para abrir un canal en el Istmo; entonces, algunos panameños sobornados por el coloso del Norte proclamaron la independencia del país, cediendo la Zona del Canal en el Tratado Hay-Bunau Varilla, firmado el 18 de noviembre de 1903 en Washington.
El poema, buen ejemplo de métrica y ritmo modernistas, constituye una dura protesta del poeta contra el imperialismo expansionista de los norteamericanos:
¡Es con voz de la Biblia, o verso de Walt Whitman,
que habría que llegar hasta ti, Cazador!
Primitivo y moderno, sencillo y complicado,
con un algo de Washington y cuatro de Nemrod.
Eres los Estados Unidos,
eres el futuro invasor
de la América ingenua que tiene sangre indígena,
que aún reza a Jesucristo y aún habla en español.
Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza;
eres culto, eres hábil; te opones a Tolstoy.
Y domando caballos o asesinando tigres,
eres un Alejandro-Nabucodonosor.
(Eres un profesor de energía,
como dicen los locos de hoy.)
Crees que la vida es incendio,
que el progreso es erupción;
en donde pones la bala
el porvenir pones.
No.
Los Estados Unidos son potentes y grandes.
Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor
que pasa por las vértebras enormes de los Andes.
Si clamáis, se oye como el rugir del león.
Ya Hugo a Grant le dijo: «Las estrellas son vuestras».
(Apenas brilla, alzándose, el argentino sol
y la estrella chilena se levanta…) Sois ricos.
Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón;
y alumbrando el camino de la fácil conquista,
la Libertad levanta su antorcha en Nueva York.
Mas la América nuestra, que tenía poetas
desde los viejos tiempos de Netzahualcóyotl,
que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco,
que el alfabeto pánico en un tiempo aprendió;
que consultó los astros, que conoció la Atlántida,
cuyo nombre nos llega resonando en Platón,
que desde los remotos momentos de su vida
vive de luz, de fuego, de perfume, de amor,
la América del gran Moctezuma, del Inca,
la América fragante de Cristóbal Colón,
la América católica, la América española,
la América en que dijo el noble Guatemoc:
«Yo no estoy en un lecho de rosas»; esa América
que tiembla de huracanes y que vive de Amor,
hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive.
Y sueña. Y ama, y vibra, y es la hija del Sol.
Tened cuidado. ¡Vive la América española!
Hay mil cachorros sueltos del León español.
Se necesitaría, Roosevelt, ser por Dios mismo,
el Riflero terrible y el fuerte Cazador,
para poder tenernos en vuestras férreas garras.
Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios![1]
[1] Cito, con ligeros retoques, por Francisco Montes de Oca, Ocho siglos de poesía en lengua castellana, 17.ª ed, México, D. F., Editorial Porrúa, 1998, pp. 495-496.