«Ángel en el País del Águila» (1954) de Ángel Martínez Baigorri: temas (y 6)

El último tema que examino en el poemario de Ángel Martínez Baigorri es el de la eternidad y la trascendencia, es decir, el deseado y buscado encuentro con Dios. Mucho es lo que se podría escribir sobre esta cuestión, que permea todos los poemas de la segunda sección de Ángel en el País del Águila[1], «Fin provisional y descansos», pero que ya está claramente anunciado en el último poema, el 16, sin título, de la sección anterior, en el que se predica la necesidad de que no haya espacio ni tiempo «porque el Águila triunfe y viva el Ángel» (p. 61).

TRascendencia

Dice así, en efecto, con bellísima formulación en los versos finales:

Sin espacio ni tiempo.

La eternidad completa en mis pupilas
encierra lo distante en lo cercano
con un amor de fiera, águila y ángel,
que es todo en mí para que todo exista
         —como lo estoy diciendo—,
que es que yo sea.

No importa lo que digan.
                                             Esto es todo,
como el amor, la muerte,
                                       el sueño entero,
realidad vivida y nuevo canto.

Porque siempre seré en todo completo
y todo entre mis brazos, como un nido
caliente, como un pecho. Con el águila
dentro y con mis estrellas encendidas
en la llama invisible
del Sol ángel ardiendo que la informa.

Todo es porque yo sea,
porque mis brazos tienen la largura
de los dedos de Dios,
y tengo el corazón —Su Corazón— entre
         mis brazos[2].

Para la consideración de esta cuestión resulta esencial el trabajo de Ellacuría de 1958, que analiza profunda e impecablemente este tema abordado por el poeta-sacerdote: «En su última intención, la poesía del P. Ángel está enfocada hacia el enigma del hombre y su destino dentro de una visión filosófica —por lo rigurosa y profunda—, teológica —por lo definitiva y refulgente»[3]. Ahora no puedo detenerme más en este aspecto —que, por otra parte, ya nos ha ido apareciendo en las entradas anteriores—, así que me limitaré a recordar lo dicho por Paasche:

Seguimos el viaje por el País del Águila pero lo importante es ahora que este viaje, como el viaje por el río San Juan, ha cambiado de carácter, y aunque seguimos pasando por lugares, ríos, trenes, ciudades de los EE. UU., vamos ahora en el viaje hacia la eternidad. Todos los temas son el mismo tema, el de la relación el hombre con Dios[4].

Y terminaré citando estas reflexiones del padre Bertrán:

El enfoque que abarca toda su obra, su concepción, por tanto, […] son teocéntricos. Pero no con la aparente mutilación de humanidad que alguna mente limitada podría dar al adjetivo de referencia divina. El conocimiento y la vivencia, la vivencia sobre todo de la teología, le conceden esa jugosa y segura concepción que invade toso su pensar; «Sólo lo que hay en mí de Dios no es tiempo», nos dijo antes. De tan hondo, su sentido religioso no necesita —lo evita— moralizar ni predicar. Su inspiración brota de manantial divino, y al engrandecerla, la devuelve a su origen. Es éste, arte más radical, más esencialmente católico. Arte, en Ángel, de amplísimos registros, que van desde la súplica de la indigencia y de la angustia al goce de la esperanza y de la posesión: «No hay sino dar un grito con tu nombre / gozo lleno de saber que existes.» al deslumbramiento de la presencia divina que es palpitación de la inteligencia y en la fe del poeta, llama callada, pero ardiente, en su corazón. […] Gusta el poeta de vivir fuera de la órbita temporal y de firmar Ángel sin tiempo. Su poesía rebasa los límites de lo íntimo, de lo social y hasta de lo internacional humano por su dilatación que le inserta en inmensidades cósmicas[5].


[1] Citaré por Ángel en el País del Águila, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1954, pero teniendo a la vista la edición de Emilio del Ríoen Poesías completas I, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1999, donde el poemario ocupa las pp. 589-649.

[2] Estos dos versos con diferente distribución en Poesías completas I, repartidos en tres renglones.

[3] Ignacio Ellacuría, «Ángel Martínez, poeta esencial», en Escritos filosóficos I, San Salvador, UCA Editores, 1996, p. 142; ver también las pp. 184-185, donde habla de «la profunda unidad con que vive el P. Ángel su misión de hombre y de poeta con su misión de cristiano y de sacerdote».

[4] Rosamaría Paasche, Ángel Martínez Baigorri, místico conceptista, Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Educación y Cultura), 1991, p. 143.

[5] Juan Bautista Bertrán, «Intento de un camino», en Ángel Martínez Baigorri, Ángel poseído, Barcelona, Ediciones 29, 1978, pp. 22-24. Remito para más detalles a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Una aproximación al poemario Ángel en el País del Águila (1954) de Ángel Martínez Baigorri: génesis, estructura y temas», Príncipe de Viana, año 83, núm. 282, enero-abril de 2022, pp. 107-145.

«Ángel en el País del Águila» (1954) de Ángel Martínez Baigorri: temas (5)

Otro tema presente en el poemario[1] es la nostalgia de España, de la infancia y de la madre, más el recuerdo de Nicaragua. Aparece en contadas ocasiones, pero las ocurrencias son significativas, alcanzando un alto valor emocional. Así en el poema 3, «Ya en ti resucitado / para aprender tu nombre» (pp. 23-24), cuando el Ángel pasea —vuela— por Nueva Orleans se refiere al Barrio Francés, apostillando que «en español [es] más mío» (p. 23). Es decir, ese Barrio Francés le trae al recuerdo más bien su añorada y lejana España:

Por el Barrio Francés, tan tuyo y mío,
viene a besarme España en tus recuerdos;
en tu gloria de ayer, resucitado,
sobre la noche en calma canta mi pensamiento
el canto de tus pájaros perdidos,
himno de otoño al cielo,
en el alba de aquella primavera
que en la nave de España llegó aquí sonriendo (p. 24).

Y los recuerdos de Madrid se cuelan en el poema 11, «II: Dondequiera te quiero». En esta composición evoca al poeta amigo Carlos Martínez Rivas, que se halla geográficamente lejos, en España, pero siempre cercano en el corazón («Carlos, ya te he mirado en todas partes», p. 50); y tanto es así que distintos espacios de la Nueva Orleans que recorre le traen a la memoria otros lugares “equivalentes” de la capital de España:

Toda Nueva Orleans sabe de tus miradas.
Las mías en Madrid vagan perdidas
del Prado[2] a la Moncloa,
de San Andrés al barrio de Vallecas.
Contigo, a pleno vuelo, por el aire,
voy al cielo en el Metropolitano.

Este tranvía suena a hierros rotos.
Pero esta ola de frío a pleno sol
         casi del Trópico,
con cielo todo azul, tan madrileño,
me sitúa contigo.

Y ya no voy al Stadium
del City Park; voy al Parque del Oeste (pp. 50-51).

Carlos Martínez Rivas
Carlos Martínez Rivas.

Una breve alusión a su madre la hallamos en el poema 7: «—retrato de mi madre, / mi nombre repetido / por los que sólo saben pronunciarlo—» (p. 36). La idea de la fuerza afectiva de la acción nominativa la encontramos reiterada en el poema «Descanso en el tren», cuando el yo lírico recuerda cuál es su nombre de pila —aquí, pues, encontramos plenamente identificados el yo lírico-Ángel en el País del Águila y el Ángel Martínez Baigorri, hombre, sacerdote y poeta de carne y hueso—:

Mi nombre es Ángel,
pero tampoco yo sé todavía,
o ya, mi nombre entero (p. 83).

Por otra parte, en el poema 12, la contemplación de la nieve suscita en el yo lírico el recuerdo de su «incurable infancia»:

¡Oh silenciosa nieve de mis sueños
de niño! Fría y triste de uniforme
virginidad de nieve
de mi incurable infancia (p. 52).

En fin, en el poema «Descanso en el tren» (pp. 80-83), encontramos unidas ambas nostalgias, la de la madre y la de la niñez. A partir de una circunstancia concreta —el Ángel lírico contempla a un niño jugando en un tren—, eleva el pensamiento jugando con la oposición niño / niño interior:

El niño que no sabe
y mi niño interior que no se acuerda
de que también fue niño.

Este niño incansable
que a todos ama y que con todos juega,
que pasa de uno a otro
para que todos le acaricien y le digan
cosas raras que él[3] no puede entender y le hacen
por lo mismo reír, reír con tanta gracia.

Este niño de ayer que soy yo mismo…

Que a todos ama y que por todos pasa
y que siempre en el término
de su correr encuentra,
para el reposo abiertos,
incansables, como él, los brazos de su madre (p. 82).

Por lo que toca a la evocación nostálgica de Nicaragua, está presente en el poema 1 de la primera sección poética, «Ángel en el País del Águila», donde encontramos estos versos (es el cierre de la composición):

Una mañana suave,
de sol fluorescente entre el verdor de las hojas
y aire acondicionado.
El principio del paso de estío,
anuncio de la vida que se duerme
—de mi vida que nace—:

libre de la mecánica, de la prisión de un fólder
gigante y con un índice de nombres
muertos, la vida vive y se abre a un cielo
lleno de alas y azul que no se oye.

Porque cuando bajamos,
¡oh tortura saber de dónde nace el viento!
Porque cuando subimos,
¡oh delicia del cielo libre para las alas,
con luz y sin anuncios de colores!

Desde el País del Águila,
allí mi vida espera
libre de automatismos de esta vida.

Y Nicaragua, quieta como el cielo,
con luz que es sólo anuncio de otras luces (pp. 16-17)[4].

La otra referencia destacada[5] a aquel país que cantaba en él —en Martínez Baigorri— se localiza en este pasaje del apartado «Tú no pasarás nunca», del poema «Bodas de Oro en el filosofado (Isleta College)», en el que se mencionan varios lugares ligados a su biografía:

Y así eres tú en el paso que no pasará nunca.
Porque de lo que pasa por El Paso
tomas siempre lo eterno[6].
                                           ¿Y lo que dejas?
¡Qué carrera inviolada!
¡Qué rastro de luz suave!
                                        Por tu paso, los nombres
de Alsacia, Francia, España, México, Norteamérica,
tienen una luz nueva…

                                ¿Y Nicaragua?
Yo le he oído a un lago decir allí tu nombre,
y he visto en una ceiba tu retrato
inflamado de aurora (p. 110).

Pasaje en el que el país centroamericano queda aludido por dos realidades frecuentemente evocadas en la poesía del padre Ángel: el Lago Cocibolca o Gran Lago de Nicaragua, a cuyas orillas, en la ciudad de Granada, está situado el colegio «Centroamérica», donde él enseñaba literatura; y el árbol de la ceiba, cantado por ejemplo en el soneto que comienza «Ceiba, dominadora del paisaje: / Primera luz que es vida de la aurora, / Primera voz del alma al sol sonora / Vibrando con el viento en tu ramaje»[7], o en el titulado «Clara forma»[8].


[1] Citaré por Ángel en el País del Águila, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1954, pero teniendo a la vista la edición de Emilio del Río en Poesías completas I, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1999, donde el poemario ocupa las pp. 589-649.

[2] En Poesías completas I «Prado». Tanto «Pardo» como «Prado» son topónimos madrileños y, por tanto, serían lecturas igualmente válidas.

[3] En Poesías completas I se lee «quél».

[4] Como menciona Rosamaría Paasche, en una cita aducida más por extenso anteriormente, el Ángel «resalta la inocencia de Nicaragua todavía no contaminada por el artificio» (Ángel Martínez Baigorri, místico conceptista, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1991, pp. 139-140).

[5] Una alusión más puntual a la capital de Nicaragua la encontramos en el poema «Walk», del apartado «Descansos (También provisionales)»: «¿Qué importa / —ya en Managua o hacia El Paso— / si el camino hacia abajo es hacia arriba / y es su término igual siempre distinto?» (p. 77).

[6] En todo el tramo final del poemario se reiteran estos juegos de derivación con paso, pasar, etc., unidos al topónimo texano de El Paso. El ejemplo extremo de este estilo ingenioso, verdadero alarde conceptista, es este pasaje de «Tú no pasarás nunca»: «Si existe El Paso —una ciudad: EL PASO—, / sólo es El Paso por lo que ha pasado, / sin pasar, por El Paso: / Lo que pasó hizo a El Paso en lo que queda, / y así es El Paso por lo que ha quedado / en el paso de todo por El Paso. // Y ése eres tú, que no pasarás nunca, / porque todo, al pasar por ti, ha dejado en ti / la eternidad de todo lo que pasa: / Todo en tu vida fue paso hacia el paso / que no ha de pasar nunca» (p. 108). Ese «Paso que no pasa» es, claro está, un paso trascendente, el del encuentro con Dios para la vida eterna. Con relación al estilo de esta parte del poemario, Ellacuría matiza certeramente: «Versos que encierran tan perfecto y claro sentido pueden ser difíciles por su penetración filosófica, por su densidad y exactitud, pero no son oscuros ni confusos» («Ángel Martínez, poeta esencial», en Escritos filosóficos I, San Salvador, UCA Editores, 1996, p. 173). Ver también las pp. 174-176 para su comentario de este «estilo intelectual y esencialista», completado con esta otra declaración: «Esto no quiere decir que todas sus páginas reciban un idéntico tratamiento intelectual, sin una flor ni una sonrisa. Su poesía tiene sentidos remansos de ternura, de suave emoción: cuenta con fulgurantes imágenes originalísimas y poderosas, con expresiones perfectamente acabadas y asequibles al gusto de todos» (p. 177).

[7] Sonetos irreparables, México, D. F., A. Finisterre Editor, 1964, p. 49.

[8] Sonetos irreparables, p. 80. Remito para más detalles a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Una aproximación al poemario Ángel en el País del Águila (1954) de Ángel Martínez Baigorri: génesis, estructura y temas», Príncipe de Viana, año 83, núm. 282, enero-abril de 2022, pp. 107-145.

«Ángel en el País del Águila» (1954) de Ángel Martínez Baigorri: temas (4)

Otro tema presente en el poemario[1] es la evocación de los descubridores de América. Hemos visto que, en el poema 4 de la primera sección, los paseos del Ángel —sus vuelos, habría que decir más bien— por la ciudad de Nueva Orleans introducían el tema de los descubridores europeos, que llegaron por el mar (el océano Atlántico) al río (el Misisipi, que los españoles llamaron río del Espíritu Santo, el cual desemboca en el golfo de México, cerca de Nueva Orleans, a unos 160 km de la ciudad). Pero esa idea ya quedaba anticipada en el poema anterior, el 3, «Ya en ti resucitado / para aprender tu nombre» (pp. 23-24):

Mi retorno en tus calles
a don Fernando Soto:
por la Doncella de Orleans, bajando,
me encuentro, nuevo y viejo, el mismo en otro.
Ya en ti, Nueva Orleans, resucitado (p. 23).

Debemos recordar que, mucho antes de que los franceses llegaran a esta zona y crearan la colonia de Nueva Francia, los españoles ya habían explorado el río Misisipi y su extensísima cuenca desde La Florida (de hecho, el adelantado extremeño don Hernando de Soto —1500-1542— tomó posesión de la cuenca del Misisipi para la Monarquía Hispánica el año de 1538[2]).

Como certeramente escribe Paasche,

la función del ángel-poeta va a ser justamente esa, crear de nuevo. Y lo va a hacer redescubriendo a los descubridores de esta América que, como él, llegaron por el mar al río. Y al redescubrirlos, al sentirse uno con ellos, va una vez más a volver a sus antiguas verdades, porque como ha dicho antes, «Todo es hoy nuevo de tan conocido» (p. 1.268) y así el río de ahora, no importa cuál sea, es otra vez el Río. Y al mar vamos «buscando el nacimiento de la gloria primera del Río porque somos» (p. 1.272)[3].

Estas ideas tienen continuidad poética en el poema 9, «El mar… “abrazo líquido”» (pp. 42-43), cuando por encima de los estridentes ruidos del tranvía el yo lírico-Ángel oye el mar —ya lo vimos— y evoca a «los que descubrieron estas tierras» (p. 42, referencia que establece un nuevo enlace o “puente” entre composiciones):

                                        El mar hallado
por los que descubrieron estas tierras
en que nunca pensaron y en que soñaba siempre
su mirada serena de ojos alucinados.

Los que mirando al cielo le dieron vuelta
         al Orbe[4],
los que expresaron clara la palabra
         del mundo,
su palabra redonda…

Hasta entonces no se descubrió el mar.

El mar se descubrió mirando al cielo
camino de estas tierras.
Y el mar fue, bajo el cielo, su palabra
         extendida (pp. 42-43).

Y sigue evocando no el «mar separado», sino «el mar, abrazo líquido del mundo, / infinidad de Dios en que navegan / sobre el cuerpo las almas, / el eterno presente / de su mirada azul de firmamento» (p. 43). Así pues, del mar ‘océano’ pasamos al Mar —con simbólica mayúscula— que es ‘la divinidad’, «la Infinidad de Dios» (p. 43). Y añade la voz lírica:

Somos del mar por los que nos hallaron.

Ríos largos del mar, venas azules
en el cuerpo de América, abrazada
por un sueño celeste de los siglos
sobre su realidad de milagro despierto.

Somos del mar por los que la encontraron.

Y al mar vamos buscando el nacimiento
de la gloria primera del Río por que somos.

Y el mar es ya un amor que todo lo une (pp. 43-44).

Y el poema acaba así, aludiendo a la doble denominación Río del Espíritu Santo / Mississippí y emparejando los nombres —las realidades— de «América y España»:

—¿Cuál es el Río del Espíritu Santo?

—Me tienta el Mississipí[5]
con su boca azul de agua.

Quisiera hundirme en él y nadar, solo,
          hasta su nacimiento
de montañas y siglos;
ser el conquistador en él de mi alma
         descubierta
y llegar hasta el mar después con su
          corriente,
para mandar en ella una invisible, in-[6]
         mensa ola,
que descubra a las tierras que se olvidan
de que fueron un día descubiertas
el alma de la Tierra de sus descubridores:

América y España, el mundo entero
sobre el vuelo de un sueño conquistado:

—¡El Águila y el Ángel! (pp. 45-46)[7].


[1] Citaré por Ángel en el País del Águila, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1954, pero teniendo a la vista la edición de Emilio del Ríoen Poesías completas I, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1999, donde el poemario ocupa las pp. 589-649.

[2] El callejero de Nueva Orleans, los nombres de sus calles, sirven para introducir la referencia histórica, no solo al explorador y conquistador Hernando de Soto, sino también a Juana de Arco (c. 1412-1431), conocida como «la Doncella de Orleans» («La Pucelle d’Orléans», en francés).

[3] Rosamaría Paasche, Ángel Martínez Baigorri, místico conceptista, Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Educación y Cultura), 1991, p. 141.

[4] Editado con minúscula, «orbe», en Poesías completas I.

[5] Con esta grafía (las dos veces con ss, pero con una sola p, y con tilde en la í final) en la edición original de 1954; en Poesías completas I se escribe «Mississippi».

[6] Mantengo este encabalgamiento silábico del texto de 1954, que me parece tiene intencionalidad estilística; en Poesías completas I se transcribe «Para mandar en ella una invisible, inmensa ola» como un solo verso.

[7] Remito para más detalles a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Una aproximación al poemario Ángel en el País del Águila (1954) de Ángel Martínez Baigorri: génesis, estructura y temas», Príncipe de Viana, año 83, núm. 282, enero-abril de 2022, pp. 107-145.

«Ángel en el País del Águila» (1954) de Ángel Martínez Baigorri: temas (3)

En otro orden de cosas, merece la pena destacar que en varios de estos poemas[1] se ofrecen descripciones —más o menos detalladas— de algunas ciudades, sobre todo de Nueva Orleans (Luisiana) en el tramo inicial del libro; recuérdese que desde Granada, Nicaragua, Martínez Baigorri pasó a la Loyola University, la universidad de los jesuitas (actualmente llamada Loyola University New Orleans). El poeta la describe como una ciudad vegetal cuyo corazón y arteria principal es Canal Street:

Esta ciudad oscura de una calle
donde la noche es día de luces que se mueven;
con anuncios que son en sus colores vida,
la ciudad parpadea
en Canal Street, por el que todo vive.

—Canal que fue canal de agua de vida
y luego charco muerto,
ya surtidores de agua de luz resucitada,
corazón de ciudad y arteria roja
por la que va su vida a todo el cuerpo.—

Pero su vida-vida está en la sombra.
Su verdor crece bajo un gris de lluvia.
En un claro de estrellas,
la vida que a la sombra se recata
es ciudad vegetal que alza sus hijos verdes
al aire de otra vida,
sobre el color de acero y aluminio
del terrestre poder de la mecánica (pp. 25-26).

La ciudad, con sus luces y colores, con los ruidos de sus motores, protagoniza un renacer y un morir constantes (y el Ángel, también él renacido a la vida y esperanzado[2], se identifica con ella):

Brillan fuera las luces:
hervir fascinador de un renacer y de un morir constante,
inquietante y sereno.
En fuentes de color iluminadas almas,
brillan fuera las luces
y abajo, en el silencio, trabajan los motores (p. 26).

Nueva Orleans, French Quarter.
Pubs and bars with neon lights in the French Quarter, New Orleans USA

En el tramo final del poema cambia la perspectiva del yo lírico, que de la descripción física de la ciudad actual pasa a evocar los orígenes de Nueva Orleans o, en un sentido más amplio, la llegada a aquellas latitudes de los descubridores europeos:

Esta es toda esperanza:
todo lo gris será verde en la aurora
de la ciudad de nuevo al sol nacida.
La ciudad que hizo un río…

                                       El mundo es ancho
y la sorpresa —un águila de plata—
lleva en el pico un barco por los aires
         del sueño,
y en la proa del barco abre sus alas
         sobre el águila un ángel.

Nueva Orleáns, que no era todavía
cuando era ya en el sueño de los que la encontraron,
puerta de oro del Norte al Sur que espera,
puerta de oro del Sur al mar del Norte.
Y vuelven hasta mí rompiendo selvas, dominando cumbres,
atravesando océanos,
con vuelos hacia el sol, ¿águilas?,
                                                        ¡hombres!

Aquellos hombres
que por el mar llegaban a los ríos
para hacer de los ríos puertas de oro
hacia todos los mares (pp. 26-27).

Como podemos apreciar en esta cita, águila es un símbolo plurivalente a lo largo del poemario. El significado más evidente es, en efecto, el que supone la identificación de la palabra Águila (en mayúscula) con los Estados Unidos, pero escrita en minúscula, águila, sirve para aludir, indirectamente, a los descubridores de aquellas tierras. El Ángel se hace una pregunta retórica acerca de si «Los que llegaron por el mar al río» (título del poema) fueron águilas, para responderse de inmediato, exclamativamente, que fueron «¡hombres!». Destacaré también, de paso, la conexión que se establece entre los poemas 3 y 4: la visita al Barrio Francés (el French Quarter, en inglés; el Vieux Carré, en francés) le ha recordado a España (poema 3), y este recuerdo a su vez le hace evocar la llegada de los antiguos descubridores a esa zona de América (poema 4)[3].

Si pasamos al siguiente poema, el número 5, con título «Sorprendido» (pp. 28-31), veremos que el Ángel evoca y describe ahora la «¡Nueva Orleáns[4], Nueva Orleáns nublada!» (toda la composición es un apóstrofe a la ciudad), al tiempo que expresa su deseo de cazar[5] el alma de la ciudad:

Hoy no se pone el sol.
Pasó sobre las nubes
del Oriente al Poniente y dejó abajo
un día gris de ternura amorosa,
delicada y viril,
que hizo a Nueva Orleans del siglo trece.

Pero ya en el reflejo gris rosado del cielo bajo enciende
Canal Street la alborada de sus luces,
que anuncia el día a la ciudad en sombra.

La lluvia aumenta y cubre con su sonar los ruidos
agrios del imposible y ya intentado
vuelo libre del Águila Mecánica.

¡Ni con el Ángel dentro!

Pero bajo la lluvia
—la lluvia, ángel sonoro bajo el cielo
que hace del llanto un canto—
la ciudad, toda suya, vieja y nueva,
se recoge a su nombre.
Y el Ángel en el Águila escondido
busca el alma del Águila en la lluvia
para, acechando al corazón, hallarse
con su calma en sí mismo…

Nueva Orleáns, ¿y no te hallaré el alma
para apresar y libertar —para expresar—
el alma de la mía? (pp. 30-31).

La avenida de Canal Street será evocada de nuevo en el poema 6, «Al paso del otoño»:

Llueve y llueve.

                          Y al paso del otoño,
por la ciudad en sombra,
versos tranquilos sin las conmociones
del corazón que ya sabe el destino
de su latir mañana.
Versos serenos de hoy en plena lluvia
y sobre Canal Street iluminados,
al paso del otoño (p. 32).

La inspiración del poema parece surgir de un detalle mínimo, la imagen contemplada por el yo lírico-Ángel de una viejita que compra unas flores en un puesto callejero y que avanza caminando en medio de la riada que la lluvia ha dejado en la calle:

Todo es escaparate…

                                  Llueve y llueve…

La lluvia es verdadera
          —no anuncio de otra lluvia—.

En el País del Águila Mecánica
la lluvia es verdadera.

La lluvia, ángel sonoro bajo el cielo,
que hace del llanto un canto (p. 34).

En el poema 7, «Weekend en el Eastend» (pp. 35-39), más que descripción hay una evocación de esta «New Orleans[6] de cerca, vista, amada», en contraposición a otras ciudades estadounidenses como New York, Filadelfia y Chicago:

Todo es hoy viejo de tan revelado:

Todo, New Orleans de cerca, vista, amada,
New York de lejos y tan conocida
          —en el presentimiento, en el retrato
          que hizo en dos ojos que por mí la miran—;
Filadelfia, ciudad de amor hermano
y vidas jóvenes lanzadas
a mil millas por hora
en llamas, corazones arrastrados
por miradas, de vida;
Chicago con dos alas que son mías
          —Tuyas, Luis[7], y más mías,
si te las doy me las das abiertas— (pp. 35-36).

En «II. Dondequiera te miro» (el segundo de los «Dos paréntesis» que son los poemas unidos «10 y 11»), se menciona el «barrio de los negros», con una nueva alusión a la gran arteria que es Canal Street y también a la Saint Charles Avenue:

Sólo estorban el blanco de mi mirada negros[8],
muchos negros
—estoy pasando el barrio de los negros;
¿y cuál no es aquí el barrio de los negros?—
y me acuerdo:
                     Llegué a Canal Street[9]. TRANSFER:
Un papelito verde. —¿Solo uno?
Bajo. Te espero. Y qué susto este mío
al ver que te has quedado en el tranvía
que vuelve a la Avenida de San Carlos.

¿A dónde irás ahora?
Y siempre irás a donde yo te espero (p. 51).

En fin, el elemento afroamericano reaparece en el poema «Nueva York en Gracia» (no incluido en la edición de 1954, añadido como composición final en la reedición de Poesías completas I, pp. 645-649):

Esta vez Nueva York ha sido
Ciudad de la Gracia:

Tenían luz en la sombra
Las negras iluminadas
Por sus ojos mismos. Era
De luz la sombra en su cara,
Como si hacia afuera ardiesen
Por millones de ventanas (pp. 645-646)[10].

Este poema, que métricamente es un romance de rima é o, es importante pues nos muestra a Nueva York sucesivamente como «Ciudad del silencio», «Ciudad del reposo» y «Ciudad de la gracia». En el apartado «I. Realidad» se evocan los anuncios de colores y ruidos, tan abundantes como en Nueva Orleans, pero sublimados aquí por el silencio que ahora sabe encontrar —o más bien «recoger», como dice el texto— el Ángel:

Mil ríos de lava eléctrica
Que estallaban en destellos
Rojos, verdes, de oro, azules,
No apagaban el incendio
De la sombra condensada
Por todas las luces dentro
En las que era Nueva York
Toda voz de mi silencio (p. 645).

Convertida ya para el Ángel en «Ciudad de la gracia», puede afirmar: «Y eran ríos de bondad / Tus calles de noche al alba» (p. 646). Por otra parte, se menciona el volcán de los destellos de la ciudad, los cuales no apagan el incendio «de todas las luces dentro» / de la «sombra condensada» del Ángel (p. 646). Veamos:

Esta vez Nueva York ha sido
          —Frenética en su vida que arrebata—
La ciudad del silencio
          —Soledad de la demasiada gente—,
                                    La ciudad del reposo,

La ciudad
                 —Nueva York—
                                              de la Gracia (p. 646).

El apartado titulado «(Intermedio)» merece la pena copiarlo entero:

(Me refugié en mi Nueva York de noche

Mi Nueva York de luces
Que se veían en todo el río
         —El río y el prestigio de su nombre,
         River drive, en refugio de las luces,
         Creándose en su luz, la luz del nombre—.

Aérea solidez de sombra hundida,
Sólo dejaba en el temblor del agua
Que la movía —¿se movía?— quieta
La silueta soñada de un cuadro puntillista
Con un fondo de noche de paz y de agua buena
Donde el alma se funde.
Subía
           —hasta mi imperio—
                                              al inclinarme:
También la sombra en mi refugio es monte.

Para mirar abajo el cielo en luces,
Me refugié en mi Nueva York de noche.) (pp. 646-647).

Por lo que respecta al apartado «II. Ya el ángel entró al águila», interesa destacar que se construye como un apóstrofe a la ciudad —«Hoy te he tomado el pulso, Nueva York» (p. 647)—. Convertida ella —se dice— en fiel de balanza interior, concentra al Ángel y le eleva a eternidad, y él a su vez fija a la ciudad en la eternidad. Y el yo lírico sigue evocando a Nueva York en el momento de su despedida:

Me voy con tu impresión de aéreas moles
Donde la niebla su espesor ablanda
Y el azul se condensa en tu luz sola
Para dejarte entre tu azul clavada
—Si negra de humo y tiempo, en ciclo limpia—
O donde el día que se apaga
                                            queda
Dentro de ti, como yo en mí, encendido para
Mirarnos desde ti en la noche por
Millones y millones de ventanas.

Toda cabías en la media luna,
Ciudad entera con tu sol en ascuas (p. 647).

Nueva York es ya, para el Ángel, una «Ciudad absuelta» (p. 648), que queda en él con su «pureza / blanca» (p. 647, eficaz encabalgamiento), es una Nueva York en Gracia. El poema incluye el dato de que es el Domingo de Ramos, y se predica ahora —jugando paronomásticamente del vocablo— que «El Bronx no es bronco»; más bien al contrario, ese distrito deteriorado, en parte, y tradicionalmente considerado peligroso parece un remanso de paz, un trasunto casi de un idílico locus amoenus a la manera de fray Luis o san Juan de la Cruz:

El Bronx no es bronco. Llega un ruido suave
Que le recoge al pecho en la luz blanca
Y apaga las locuras de sonido,
El frenesí de luz, la intemperancia
De las prisas, en un sosiego manso
—Quieto nacer—
                              de Nueva York en Gracia (p. 648).

Merced a la Gracia, «Todo se quedó en calma», lejos de la habitual agitación de la metrópolis, y el yo lírico puede disfrutar amorosamente de la «luz callada / De un parque recogido» (p. 648), aquel en que se ve la estatua de Cullen Bryant[11]. En fin, allí el yo lírico, en Gracia con Nueva York y con la gracia de la poesía, queda transfigurado en Ángel sin Tiempo:

Porque ha habido un silencio…
                                                 Otro silencio
Y vuelvo a estar con Nueva York en Gracia:

Gracia de poesía en la divina altura
De estar en mí, Dios mío, a Ti subiendo
                                       en la Ciudad del Alba
Y hallar toda la paz que se me entrega
Más allá de los ruidos en alarma.
Y sentir y sentir que más acá de todo,
Sobre el silencio de Ángel entra al Águila
Y se queda en el Águila y el Ángel
                                       sobre el tiempo

—¡Mi Empire State!
                                           tu eternidad centrada.

Nueva York, Lunes de Semana Santa,

Sin Tiempo (pp. 648-649)[12].


[1] Citaré por Ángel en el País del Águila, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1954, pero teniendo a la vista la edición de Emilio del Río en Poesías completas I, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1999, donde el poemario ocupa las pp. 589-649.

[2] Escribe Ellacuría al respecto de este pasaje: «No obstante, varias veces a lo largo del libro se presenta la duda sobre la posible conjunción del ángel con el águila; encamación del ángel y espiritualización del águila. Porque aquí no se propone utópicamente una imposible vuelta a la negación de todo lo mecánico, sino la superación de lo puramente corporal por la vivificación y exaltación del espíritu» («Ángel Martínez, poeta esencial», en Escritos filosóficos I, San Salvador, UCA Editores, 1996, p. 136).

[3] A su vez, en el poema 8, «(Paréntesis.- Castilla al sol» (pp. 40-41; en el título se abre un paréntesis que no se cerrará hasta el final de la composición), el yo lírico evocará la presencia en España de Carlos Martínez Rivas —amigo personal de Martínez Baigorri—, al que ubica «en el Castillo de la Mota» (cerca de Medina del Campo, Valladolid), jugando además del vocablo: Castilla / Castillo: «—¿Voló un águila? / Sobre el sol pasa el Ángel de un silencio dorado)» (p. 41; se cierra aquí el paréntesis abierto al principio, en el propio título). Se trata, en efecto, de un poema parentético, alejado temáticamente de aquello de lo que se venía hablando; sin embargo, la mención final del águila y el Ángel lo engarza perfectamente con el conjunto de la serie poética en que se inserta. A su vez, este poema 8 enlaza igualmente con lo expresado en el que es el número 10, titulado «II. Dondequiera te quiero». Este tipo de “continuidades” entre poemas refuerza ese carácter unitario de Ángel en el País del Águila que la crítica ha destacado como característica del poemario, más bien poema único todo él.

[4] Mantengo la forma con tilde que se emplea en el poemario de 1954. En la reedición de 1999, Poesías completas I, se editará Nueva Orleans.

[5] Los versos de arranque del poema son: «Ya en ti resucitado, sorprendida, / ¿no te cazaré el alma? / Para apresar y libertar —para expresar— el alma de la mía, / ¿no te cazaré el alma / con mis versos de otoño»; en la parte final de la composición —otra de las que tiene estructura circular— el repetido cazaré se transforma en hallaré.

[6] Menciona ahora el nombre de la ciudad en inglés, si bien lo más frecuente es que lo haga en español: Nueva Orleáns (así, y a veces sin tilde).

[7] Entiendo que el vocativo se dirige a su amigo Luis A. Icaza, que fue quien gestionó la publicación en España de Ángel en el país del Águila.

[8] Más allá del fácil juego de palabras blanco / negros, el «estorban» ha de entenderse en el sentido de que ‘rompen su recuerdo de espacios madrileños’ al evocar la estancia en España de su amigo Carlos Martínez Rivas, que es el contexto en que se sitúan estos versos.

[9] Por lo general el nombre de Canal Street se está escribiendo siempre en cursiva, excepto en esta ocasión y, antes, en la p. 24.

[10] Mantengo aquí la mayúscula iniciando cada verso, según figura en la edición del padre Emilio del Río en Poesías completas I.

[11] Se refiere a The William Cullen Bryant Memorial, dedicado a ese poeta, periodista y crítico estadounidense (Cummington, 1794-Nueva York, 1878) ubicado en el Bryant Park, en Manhattan.

[12] Remito para más detalles a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Una aproximación al poemario Ángel en el País del Águila (1954) de Ángel Martínez Baigorri: génesis, estructura y temas», Príncipe de Viana, año 83, núm. 282, enero-abril de 2022, pp. 107-145.

«Ángel en el País del Águila» (1954) de Ángel Martínez Baigorri: temas (2)

Uno de los temas presentes en el poemario[1] es la vida moderna en el País del Águila (Estados Unidos) y la descripción de algunas ciudades como Nueva Orleans y Nueva York.

Sabemos ya que ese País del Águila al que alude el título del poemario es, en un primer significado, Estados Unidos (el águila es, en efecto, uno de sus símbolos nacionales, presente en el escudo, en monedas y billetes, etc.). Ahora bien, en una segunda significación, más simbólica, el Águila representa específicamente los valores materiales de una civilización tan pragmática y materialista como es la estadounidense. Y así «el Águila que cuenta» (la expresión se repite en las pp. 19 y 20) simboliza precisamente el dinero, los aspectos más mundanos de la vida en las deshumanizadas ciudades modernas:

Tesoro de los ojos,
la plata de los astros
que en la mirada bebo
para encender las alas,
no sirve para el Águila que cuenta,
sí para el corazón que vuela y canta (p. 19).

El del Águila es el país «Donde todo se vende» (p. 21) y «Donde todo se compra» (p. 21). Y en el anochecer (que no es solo la puesta del sol, sino sobre todo la «noche / del alma», p. 20, eco sanjuanista subrayado por el encabalgamiento versal) casi nadie es capaz de apreciar «el derroche de oro del ocaso, / plata de las estrellas» (p. 21). En suma, prevalece aquí el deseo del oro material del Águila, y solamente la voz lírica —el Ángel— es capaz de apreciar ese oro poético del ocaso, ese lírico brillo de las luminarias nocturnas. Ahora bien, debemos tener presente la certera matización que introduce al respecto el padre Ellacuría:

Pero conviene señalar que esta obra no es, en ningún momento, una diatriba contra el mundo norteamericano, ni siquiera como abanderado del materialismo occidental. No lo es porque, en definitiva, el pueblo norteamericano más es resultado de ese materialismo que su causa, más es la manifestación que la raíz. Además, en este libro hay demasiado amor para que ni siquiera sea posible la acusación y la condena. El procedimiento es totalmente otro, el específico del cristianismo: cargar con los pecados ajenos para alcanzar su redención y salvación en el dolor de la propia vida. Más aún, hasta cierto punto se busca esa redención y salvación dentro mismo de esa cultura herida, ya que todo remedio vital carece de sentido si no se presenta como una forma de interiorización, como un ser intrínseco, operante desde dentro hacia el exterior[2].

Por otra parte, esta primera parte del poemario refleja reiteradamente detalles de la acelerada, frenética vida de las grandes urbes modernas, en las que imperan los ruidos mecánicos, estridentes, de tranvías y motores, los mil colores fluorescentes de los anuncios luminosos, las luces de los semáforos, sin olvidar otras menciones de ascensores y aparatos de aire acondicionado: «en el tranvía, desalado, / con voz de alas y rojo de la aurora» (p. 12); «cielo de los anuncios de colores / a donde el hombre sube sin escalas» (p. 15); «El cielo está lejano y es un azul vacío / de los ruidos del Águila mecánica» (p. 16); «Una mañana suave, / de sol fluorescente entre el verdor de las hojas / y aire acondicionado» (p. 16); «el movimiento eléctrico / de los ventiladores» (p. 18); «pasan los trenes» (p. 18); «encienda sus colores en las luces / que hacen su noche día» (p. 19); «los anuncios, […] los letreros» (p. 19); «dos luces / con dos letreros» (p. 21); «una calle / donde la noche es día de luces que se mueven; / con anuncios que son en sus colores vida» (p. 25); «el color de acero y aluminio / del terrestre poder de la mecánica» (p. 26); «los ruidos de los hierros desatados» (p. 26), etc.

Times Square, New York.

A veces encontramos la contraposición de los elementos mecánicos y los naturales, como por ejemplo en el poema 5, «Sorprendido», donde leemos:

Los cláxones son sones en el aire
y que el aire se lleva.

El ruido acelerado de motores
de los autos que pasan
es un vuelo de viento como seda
de las olas que mueren…:
una ola, otra ola…
                              Quedan sólo
las cigarras y pájaros, señores de la tarde (p. 30).

Con mucho tino comenta el padre Ellacuría al hilo de este pasaje:

Y así, cada página de este libro, Ángel en el país del águila, está orientada hacia la realidad y ha nacido de ella en forma de respuesta personal a los sucesos determinados que en su marcha por el mundo del águila le salieron al camino: luces y anuncios de colores, rascacielos y artefactos mecánicos, ciudades y desiertos, señales de tránsito y motores, gentes y gentes… sencillamente, la ciudad y la civilización de hoy. Mas, al mismo tiempo, esa realidad inmediata está superada en un ahondamiento que va a la caza de su unidad esencial, de su significado último y de su redención: está, en una palabra, llevado a un mundo distinto, superior y más real en cuanto más esencial (1996, p. 158).

En el largo poema número 7, «Weekend[3] en el Eastend» (pp. 35-39), el Ángel contrapone de nuevo la mecánica del Águila (lo material), «el País de la prisa y de la espera» (p. 38), con «el mundo de la Rosa, / la espada y el espíritu» (valga decir ʻlo superior trascendenteʼ):

¡Y qué abismo de ingenuidad la mía
que me hace nacer hoy en la mecánica
de un Águila tan vista
y pronunciar soñando nubes, soñando vuelos!

—¡ÁGUILAS y ÁNGELES…!

Mientras mi pensamiento,
provinciano del mundo de los hombres[4],
todo sabiduría por su mundo de gracia
          —el mundo de la Rosa,
          la espada y el espíritu—,
sube asombrado hasta los rascacielos
para ver las hormigas, allá abajo,
llevándose a los hombres
dentro (p. 37).

La formulación «Y los hombres corren desalados, / y corren, corren, corren / […] / y después de esperar, de nuevo corren, / y corren, corren, corren…» (pp. 37-38) intensifica con esas repeticiones la sensación del movimiento frenético de los hombres-hormigas contemplados desde lo alto de un rascacielos, el Empire State, que no es tanto el famoso edificio neoyorquino situado en la intersección de la Quinta Avenida y la West 34th Street, sino más bien un rascacielos metafórico desde cuya altura puede oírse a Dios[5]:

¡Qué ingenuidad la mía!:

Ya desde el X (equis) piso
de este —sólido de aire— Empire State
que yo solo levanto
en el espacio y tiempo de un solo cerrar
          de ojos…

Y cuanto más arriba, se ve menos.
Y ya del todo arriba, se ve más.

Se ensancha más el cielo,
y en el total silencio Dios se oye.

¡Se oye desde la altura que con Él se confunde! (p. 38).

Lo que ocurre es que, igual que Dios crea el mundo por su Palabra[6], el Ángel-poeta también puede crear la ciudad, que no es la «ciudad que bulle» contemplada desde lo alto, sino la ciudad creada cuando la canta el poeta:

Mirando abajo la ciudad que bulle,
no existe la ciudad.
                               Y sólo vive
pura por la palabra
del cielo que la cubre y la fecunda.

(No existe la ciudad mientras no viene
el poeta a decir:
                           —Ya está creada,
puesto que yo la canto.)
(p. 39).

No resulta complicado seguir acumulando referencias similares a esta vida huera de las ciudades modernas, a esa Águila Mecánica en la que el Ángel quiere insuflar espíritu divino: «Llueve y llueve. / Van llenos los tranvías / de edades en conserva / y anuncios de más vida que ya viene» (p. 33). En el poema 9, «El mar… “abrazo líquido”», se mencionan «ruidos desatados» («—uptown, downtown…, el tranvía chirría—», p. 42). Sin embargo, por encima de esos ruidos del tranvía el yo lírico es capaz de oír el mar, y evoca entonces a «los que descubrieron estas tierras» (p. 42, enlazando temáticamente con la cuarta composición, «Los que llegaron por el mar al río»[7]). Más adelante, en el poema 15, figura como lema la expresión «… hierro y cemento», y ahí leemos estos versos —con efectista paronomasia en el primero de ellos—:

Dólares de mis dolores,
anuncio de siglos nuevos.

El Ángel que se me muere
como encarnado en tu hierro,
¿tendrá para subir sólo
duras alas de cemento? (p. 59).

Todos los mencionados son elementos que simbolizan los aspectos más materiales de la vida moderna en el País del Águila, esa Águila Mecánica —es sintagma reiterado— carente de espíritu y aliento superior. Y aunque el enfoque y la intención son claramente otros, resulta imposible dejar de poner en relación este poemario de Martínez Baigorri con otro tan significativo como Poeta en Nueva York de García Lorca, detalle que ya fue apuntado por el padre Bertrán:

Libro sintético y unitario, Ángel en el país del águila, de viva experimentación personal, de amplios rumores de corriente caudalosa, no es sin embargo la cima más alta en la obra de Ángel Martínez. Tal vez se verifica en él esa intensa capacidad de vivificación en su interior, vivificación tan suya, que supera a veces en esta obra, la misma expresión verbal, como anotó agudamente Ellacuría. La máxima potencia se dedica aquí a la forma interna, a mostrar el paso de la vida por la muerte de la falsa, misión del poeta de verdad. Con el mérito de adivinación y de descubrimiento de poesía donde ojos menos potentes se habrían detenido en el cutis de las cosas. A otro gran poeta, García Lorca, más de veinte años antes, la estancia en Nueva York le despierta el superrealismo que dormía en el fondo de su espíritu, le revela una dinámica abismal que se estremece con la tragedia del negro, y le encrespa un grito de protesta y rebeldía. «Protesta —declara Luis Cernuda— a favor de todo aquello que en nuestra sociedad está sometido bajo poderes injustos». Reacción distinta, claro, y, en la línea de confluencia con Ángel, anotaciones muy diversas, perfectamente explicables dado el origen, temperamento y actitud vital de los dos poetas[8].

Sea como sea, en el caso de Martínez Baigorri —de su Ángel lírico— la contraposición entre materia y espíritu, apuntada en la primera parte, cobrará todo su valor simbólico —con mirada de altura trascendente— en la segunda parte; así, por ejemplo, en el poema «La vida en la que no cabe la muerte» (pp. 87-88), en el que se mencionan todos los anuncios y todas las conclusiones «de los seudoprofetas y de los seudoespirituales» (p. 87), de donde se deduce esta verdad:

Para que el Águila no sea águila muerta, águila falsa y dura de hierro y cemento, el Ángel tienen que entrar del todo en el Águila.

¡Para que el Águila viva y triunfe el Ángel!

Ángel vivo del Águila mecánica.

Para que tenga vida y para que jamás acabe su vida, es necesario volver a buscar en la muerte la vida:
La vida que la misma muerte encierra.

La vida en la que no cabe la muerte… (pp. 87-88).

Podrían citarse muchos más ejemplos, pero creo que bastará con lo apuntado[9].


[1] Citaré por Ángel en el País del Águila, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1954, pero teniendo a la vista la edición de Emilio del Río en Poesías completas I, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1999, donde el poemario ocupa las pp. 589-649.

[2] Ignacio Ellacuría, «Ángel Martínez, poeta esencial», en Escritos filosóficos I, San Salvador, UCA Editores, 1996, p. 131.

[3] En Poesías completas I se lee «Weakend», que parece errata. En efecto, aunque en inglés existe el adjetivo weakend, ʻdebilitadoʼ, y el yo lírico está convaleciente —debilitado por tanto—, no parece que el título del poema juegue con eso. El texto de 1954 trae «Weekend», y el poema alude expresamente a «este fin de semana» (p. 37). Por otra parte, Eastend podría referirse tanto a una conocida avenida neoyorquina (East End Ave, en el Upper East Side de Manhattan) o quizá al conjunto de cinco municipios de Long Island, en el condado de Suffolk, dentro del Estado de Nueva York

[4] En Poesías completas I se lee «los hombre», errata.

[5] Escribe Rosamaría Paasche: «Y empezamos aquí a ver algo positivo otra vez, porque también aquí existe todo lo que es valioso, los sentimientos, los recuerdos, los seres humanos, y, sobre todo, Dios. Aun desde el lugar más absurdamente deshumanizado, desde el último piso del Empire State se oye Dios» (Ángel Martínez Baigorri, místico conceptista, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1991, p. 140).

[6] Ver Ellacuría, «Ángel Martínez, poeta esencial», p. 162.

[7] La presencia de este tipo de referencias cruzadas que enlazan —ya en el plano temático, ya en el nivel textual— unos poemas con otros es una característica varias veces repetida, que contribuye a dar unidad al conjunto.

[8] Juan Bautista Bertrán, «Intento de un camino», en Ángel Martínez Baigorri, Ángel poseído, Barcelona, Ediciones 29, 1978, pp. 41-42. Sin embargo, Julio Neira no incluye a Martínez Baigorri en ninguno de sus dos trabajos dedicados a rastrear la presencia de los poetas españoles en Nueva York: Geometría y angustia: poetas españoles en Nueva York, Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2012; e Historia poética de Nueva York en la España contemporánea, Madrid, Cátedra, 2012. Recordemos que, para Federico, «los dos elementos que el viajero capta en la gran ciudad son: arquitectura extrahumana y ritmo furioso. Geometría y angustia. En una primera ojeada, el ritmo puede parecer alegría, pero cuando se observa el mecanismo de la vida social y la esclavitud dolorosa de hombre y máquina juntos, se comprende aquella trágica angustia vacía que hace perdonable por evasión hasta el crimen y el bandidaje» (palabras pertenecientes a su conferencia del 16 de diciembre de 1932 en el Hotel Ritz de Barcelona, reproducida en Obras completas, I, pp. 1094-1104). El tema de Nueva York —y de los Estados Unidos, en general— en la literatura en lengua española —no solo en el género de la poesía— ha generado numerosas obras. Baste recordar ahora algunos títulos señeros como Diario de un poeta reciencasado de Juan Ramón Jiménez, Poeta en Nueva York de Federico García Lorca, 13 bandas y 48 estrellas. Poema del mar Caribe de Rafael Alberti, Pruebas de Nueva York de José Moreno Villa, A partir de Manhattan de Enrique Lihn, Cuaderno de Nueva York de José Hierro o Ventanas de Manhattan de Antonio Muñoz Molina, entre otros muchos posibles (ver para más autores y obras los dos trabajos de Neira).

[9] Remito para más detalles a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Una aproximación al poemario Ángel en el País del Águila (1954) de Ángel Martínez Baigorri: génesis, estructura y temas», Príncipe de Viana, año 83, núm. 282, enero-abril de 2022, pp. 107-145.

«Ángel en el País del Águila» (1954) de Ángel Martínez Baigorri: temas (1)

Como ya habrá quedado patente por lo hasta ahora dicho en entradas anteriores, el tema nuclear del poemario puede formularse sencillamente como el deseo del yo lírico-Ángel (‘el mundo del espíritu’) por entrar dentro del Águila (ʻel mundo materialʼ) e insuflarle nueva y más alta vida. Ahora bien, al lado de ese tema central que constituye el leit motiv que recorre todo el poemario vertebrando su construcción existe una serie de temas anexos, que voy a separar en varios apartados: 1) en un nivel meramente biográfico, las alusiones a la convalecencia del propio escritor tras sus intervenciones quirúrgicas en los Estados Unidos; 2) la vida moderna (deshumanizada, cosificada) en Norteamérica, con la descripción de algunas de sus ciudades (sobre todo Nueva Orleans y Nueva York, más Ysleta College, el seminario de los jesuitas cerca de El Paso, Texas, en la frontera con Nuevo México); 3) una evocación de los descubridores de América; 4) el recuerdo nostálgico de España, de la infancia y de la madre, más Nicaragua en el recuerdo; y por último, pero el más importante de todos, 5) la búsqueda de la eternidad, el sentido trascendente de la experiencia humana en el encuentro con Dios, fundamental en el tramo último del poemario de este poeta jesuita, de aquel «místico conceptista» (por usar la expresión acuñada por Paasche) que fue Ángel Martínez Baigorri. Procedamos, pues, por partes, comenzando por los poemas que reflejan la convalecencia del escritor tras sus operaciones.

Ya he comentado, al tratar de la génesis de este poemario, que estas composiciones fueron escritas durante la estancia de Martínez Baigorri en los Estados Unidos, entre agosto de 1946 y finales de 1947, por motivos de salud. Pues bien, esa circunstancia biográfica —es decir, el tono autobiográfico— apunta en varias ocasiones en los textos de los poemas: por debajo —o por dentro, o al lado… como lo queramos decir— del yo lírico-Ángel que desea implantar el reino del Espíritu en el seno del País del Águila, de la Mecánica, se transparenta el escritor, el personaje histórico llamado Ángel Martínez Baigorri. Discrepo aquí ligeramente con lo expresado por el padre Bertrán cuando advertía —en una cita ya traída anteriormente a otro efecto—:

Que no desoriente al lector el nombre de pila —Ángel— del poeta, con el ángel que aquí sobrevuela. Aquí son diferentes, aun habiendo dado origen al título una larga estancia del P. Martínez en la vida real de los Estados Unidos, y aun identificándose, en algún raro momento, los dos ángeles en el curso del poema[1].

A mi juicio, no son tan raros esos momentos en los que percibimos la peripecia puramente biográfica del poeta. De hecho, hay alusiones a la enfermedad y la convalecencia ya desde el poema inicial, «Good morning»: «al venir a la clínica / me saludó el cobrador del tranvía» (p. 12); en el poema 1, «Ángel en el País del Águila», habla el yo lírico «de mi vida que nace» (p. 16), que aquí cabe interpretar como ʻsu restablecimiento tras las delicadas operacionesʼ; en el número 3 leemos («En ti» se refiere a Nueva Orleans; el poema es un apóstrofe a esa ciudad):

En ti me abrieron para que te viese
mi corazón latiendo rojo, desnudo y pobre.
Me pusieron la sangre de hijos tuyos
y yo me alcé soñando, sangrando, hasta tu nombre (pp. 23-24).

Versos en los que claramente podemos ver sendas alusiones a su reciente ʻintervención quirúrgicaʼ («me abrieron») y a alguna ʻtransfusión de sangreʼ de las que sin duda habría recibido en el hospital («Me pusieron la sangre de hijos tuyos»). Es más, al yo lírico le ha quedado una cicatriz, que nombra metafóricamente como su personal Canal Street (es esta una notable avenida de Nueva Orleans, que forma el límite río arriba del Barrio Francés, el más antiguo de la ciudad):

Como señal tengo aún la herida roja
         —mi Canal[2] Street de sangre—
de la noche del día de aquel sueño.
Y en tu nombre la dicha de elevarme
como tú, viejo y nuevo,
para besar el cielo con el aire
del corazón en vuelo (p. 24).

Canal Street, Nueva Orleans
Canal Street, Nueva Orleans.

En el poema 5, «Sorprendido», se presenta a sí mismo «Ya en ti resucitado» (p. 28; «en ti» se refiere de nuevo a la ciudad de Nueva Orleans, a la que se sigue dirigiendo el yo lírico en apóstrofe). Ahí se presenta como convaleciente:

Con mis versos de otoño
y esta ternura de convaleciente
que vio la muerte en un sueño tranquilo
         —¡oh muerte sorprendida
         que no me retuviste!— (p. 28).

Esa convalecencia postoperatoria queda aludida también en la composición siguiente, «Al paso del otoño»: «Nube rosa que pasa y se deshace / en mi ternura de convaleciente» (p. 33), donde emplea el mismo sintagma del poema anterior, que se repetirá una vez más en el apartado «I. Romanticismo» del conjunto formado por los poemas 10 y 11, «Dos paréntesis»:

Y como siempreviva,
esta ternura de convalecencia
que es un claro de ausencia hacia arriba,
y, hacia abajo, un abismo de presencia (p. 48).

Como bien escribe Andueza Cejudo, es este un

Libro de poemas que nace del contacto del poeta —el Ángel— con Estados Unidos —el Águila—. Ángel Martínez Baigorri es el viajero hacia el país de la técnica por exigencias de una delicada intervención quirúrgica que lo retiene varios meses en un hospital de New York donde creyó morir, y donde luego sintió la resurrección. De este estado físico del poeta se hace eco el libro: «Yo en ti, Nueva Orleans, resucitado» (23)[3].

Y, en efecto, las alusiones a la resurrección del yo lírico son muy abundantes en estos poemas iniciales[4], y sin duda las podemos relacionar con esa ʻvuelta a la vidaʼ tras haber sido sometido a unas operaciones complicadas. El sacerdote-escritor —Ángel Martínez Baigorri— ha vivido una experiencia cercana a la muerte, y en relación con eso el yo lírico —el Ángel— buscará y se acercará ineludiblemente a la trascendencia —deseada para sí mismo y para el Águila—, que es el tema que prevalece en el conjunto de la segunda parte del poemario («Fin provisional y descansos»), la cual presenta un tono de mayor hondura filosófica y un muy marcado estilo conceptista.

Por otra parte, todos los «descansos» mencionados en esta segunda parte son precisamente eso, ʻreposos físicos, convalecencias postoperatoriasʼ —en el seminario jesuita de Ysleta College, cerca de El Paso (Texas). Se trata sobre todo del tantas veces mencionado, en el tramo final del poemario, «Ranchito de las Nubes»: «el Ranchito / de San José» (p. 126); «Saint Josephʼs Ranch. / Isleta College Corporation» (p. 128). Cierto es que estos «descansos» físicos se van a cargar de un profundo significado simbólico, espiritual, aludiendo entonces a la espera de la vida eterna, al encuentro del Ángel con la Divinidad (nótese el empleo de las mayúsculas, que dotan a las palabras comunes de un obvio valor trascendente[5]): «El Alma del Ranchito es una Fuente / que baja de la Altura» (p. 122); «Y el Alma del Ranchito es una Fuente / que mana de la Altura donde Dios mismo habita» (p. 124); «El Alma del Ranchito es una Fuente / que salta hasta la Altura donde Dios / vive y reina» (p. 127), etc.[6]


[1] Juan Bautista Bertrán, «Intento de un camino», en Ángel Martínez Baigorri, Ángel poseído, Barcelona, Ediciones 29, 1978, p. 39.

[2] En la edición de 1954 figura escrito «canal Street» (sin cursiva en esta ocasión), pero me parece conveniente editar la primera palabra en mayúscula, como se lee otras veces.

[3] María de la Concepción Andueza Cejudo, Poesía de Ángel: Ángel Martínez Baigorri, Tesis de Doctorado, México, D. F., UNAM, 1973, p. 123.

[4] «Ya en ti resucitado / para aprender tu nombre», título del poema 3 (y al interior de esa composición «Ya en ti, Nueva Orleans, resucitado», «En tu gloria de ayer, resucitado», p. 23), «en tu gloria de ayer, resucitado» (p. 24), «surtidores de agua de luz resucitada» (p. 25), «Ya en ti resucitado» (p. 28); y luego, ya en la segunda gran sección: «Estoy resucitado» (p. 81).

[5] Aspecto ya notado por Ignacio Ellacuría, «Ángel Martínez, poeta esencial», en Escritos filosóficos I, San Salvador, UCA Editores, 1996, p. 191.

[6] Remito para más detalles a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Una aproximación al poemario Ángel en el País del Águila (1954) de Ángel Martínez Baigorri: génesis, estructura y temas», Príncipe de Viana, año 83, núm. 282, enero-abril de 2022, pp. 107-145.

«Ángel en el País del Águila» (1954) de Ángel Martínez Baigorri: un poemario unitario

Ahora bien, más allá de la división externa de los poemas en secciones y apartados varios que vimos en la entrada anterior, el libro presenta una marcada unidad, que ha sido señalada por diversos críticos, quienes consideran el volumen no tanto como un poemario ʻreunión de poemas diversosʼ, sino como un conjunto unitario, como un único poema extenso. Así lo puso de relieve ya el padre Ignacio Ellacuría en 1958: «No es Ángel en el país del águila una colección de poemas sin más unidad que la de estar reunidos en un tomo y referidos a un mismo objeto que le da título. […] a fuerza de unidad profunda, este libro aparece sin unidad»[1]. También Rosamaría Paasche afirma taxativamente que «El libro tiene una unidad total dentro de su aparente disparidad. Esa unidad la da el ángel que viaja por el país del águila e interpreta lo que ve»[2]. Y más adelante insiste en esa idea de la unidad de este conjunto de poemas:

Y así nuevamente vemos la unidad dentro de la disparidad. ¿Qué ha sido del águila? Parece desaparecer, pero esto es sólo momentáneo y aparente. Ha sido obliterada por la presencia de Dios que lo domina todo, por los problemas del tiempo (p. 1.298), «Sólo lo que hay en mí de Dios no es tiempo», que lo llevan nuevamente a los juegos conceptistas en lo que se mueve a varios niveles […]. El águila mecánica se pierde en el ambiente rural. En «el ranchito», rodeado de la naturaleza, comulga con Dios. Y es allí, donde casi ya no lo esperábamos, donde viene la fusión final del Águila y el ángel, donde pueden los dos compartir las mismas alas en un mismo vuelo hacia lo eterno, al entender que «el corazón del Águila es un Ángel» (p. 1.308). Sigue la idea de la redención, a través de la Fuente de Vida, que es Dios, que tendrá el poder de despertar al corazón dormido del Águila. Y el poema se vuelve así redondo, con una estructura perfecta y una unidad absoluta[3].

Cubierta del libro: Rosamaría Paasche, Ángel Martínez Baigorri, místico conceptista, Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Educación y Cultura), 1991.

Por su parte, el padre Juan Bautista Bertrán también señalaba que «poema es el libro, aunque con momentos diversos»[4]. Consideremos asimismo estas atinadas palabras con las que cierra Andueza Cejudo su aproximación a Ángel en el país del Águila:

En suma. Libro de poemas desconcertante en una primera lectura por la disparidad de temas que presenta: el de la lucha, la convivencia, el del tiempo, la nominación, la hispanidad, el descanso, etc. Sin embargo, pronto la línea argumental del poema destaca el tema primario del mismo: la contienda entre el Ángel y el Águila y la redención de la materia por el espíritu. El Ángel para salvar al Águila no teme encarnarse en ella. La convivencia logra el fin propuesto. El amor y la fe del Ángel triunfan, infunden su vida al Águila: el hierro y el cemento quedan transfigurados en luz. El Ángel ha ahondado en el Águila y ha descubierto lo esencial en ella: i. e., la vida del espíritu, libre de «anuncios de cielos de colores».

Poema de amor a la humanidad por parte del Ángel. De ahí su resonancia universal. Hemos constatado en el Ángel la entrega sin reservas y el profundo sentido del sufrimiento ante el vértigo del acero y del cemento en el país del Águila donde el dolor queda opacado en el anónimo de la interminable hilera de rascacielos. La constancia del progreso de la técnica del país del dólar es sin agrura; el combate sin odio.

Después de la lucha, el descanso contemplativo. El Ángel, lejos del ruido de motores, cincela en el rancho de las nubes el alma para la eternidad[5].


[1] Ignacio Ellacuría, «Ángel Martínez, poeta esencial», en Escritos filosóficos I, San Salvador, UCA Editores, 1996, pp. 129-130.

[2] Rosamaría Paasche, Ángel Martínez Baigorri, místico conceptista, Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Educación y Cultura), 1991, p. 139.

[3] Paasche, Ángel Martínez Baigorri, místico conceptista, pp. 143-144.

[4] Juan Bautista Bertrán, «Intento de un camino», en Ángel Martínez Baigorri, Ángel poseído, Barcelona, Ediciones 29, 1978, p. 39.

[5] María de la Concepción Andueza Cejudo, Poesía de Ángel: Ángel Martínez Baigorri, Tesis de Doctorado, México, D. F., UNAM, 1973, p. 128. Remito para más detalles a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Una aproximación al poemario Ángel en el País del Águila (1954) de Ángel Martínez Baigorri: génesis, estructura y temas», Príncipe de Viana, año 83, núm. 282, enero-abril de 2022, pp. 107-145.

«Ángel en el País del Águila» (1954) de Ángel Martínez Baigorri: estructura del poemario

La estructura externa de Ángel en el País del Águila se aprecia bastante mejor en la edición original de 1954 que en la reedición de 1999 dentro de Poesías completas I (que, además, introduce algunas erratas en los textos de algunos poemas, si bien en ocasiones puntuales mejora alguna lectura equivocada de la primera edición). Tras la página de los créditos, figura un lema en inglés que desaparecerá en Poesías completas I:

Life is as dark as a dark little pocket…
And then the black wall of an unknown tongue.
Life is as tedious as a twice told tale
Vexing the dull ear of a drowsy man…
I sing my song in tongue that is not mine.

No se ofrece ninguna indicación sobre la autoría del lema; podría tratarse de una redacción del propio Martínez Baigorri, si bien los versos segundo y tercero (que podrían traducirse aproximadamente así: ʻLa vida es tan tediosa como un cuento contado dos veces / que hiere el oído sordo de un hombre somnolientoʼ) constituyen una cita literal de un pasaje de la escena cuarta del acto tercero de King John de Shakespeare:

LEWIS.- Thereʼs nothing in this world can make me joy:
Life is as tedious as a twice-told tale
Vexing the dull ear of a drowsy man;
And bitter shame hath spoilʼd the sweet worldʼs taste
That it yields nought but shame and bitterness.

La ordenación externa de los materiales poéticos que forman el libro respondería al siguiente esquema:

1) «Good morning», apartado que funciona como preámbulo y que lleva a modo de lema las palabras «—Buenos días». Consta de un solo poema sin título que comienza con el verso «Si no cabe en el cielo… ¡Águila enorme!».

2) Una primera sección poética agrupada bajo el epígrafe «Ángel en el País del Águila». Son 16 poemas numerados en arábigos, todos ellos con sus correspondientes títulos, con la excepción del último (se abre con tres versos a modo de lema y luego su primer verso es «¿Se hundió el País para que vuele el Águila?»). El poema 2 se divide en dos apartados numerados en romanos: «I. Westend» y «II. Esa es mi voz comprada». Otra peculiaridad es que dos de los poemas figuran unidos, «10 y 11», si bien cada uno tiene su propio título: «(Dos paréntesis: I.- Romanticismo. II.- Dondequiera te quiero)».

3) Una segunda sección poética titulada «Fin provisional y descansos», que se subdivide a su vez en cuatro apartados «Fin provisional.- Cántico de la palabra» (un solo poema), «Descansos (También provisionales)» (un lema y 8 poemas[1] sin numerar), «Descansos en Isleta College.- Una palabra: VEN, isla en mi vida» (un lema y otras 5 composiciones[2] sin numerar) y «Descanso en las nubes.- El alma del Ranchito» (un lema y 6 poemas[3] sin numerar).

En fin, como ya he indicado, en el libro de 1954 no se recoge la composición «Nueva York en Gracia», incorporada al poemario en Poesías completas I. Esta se divide en tres apartados: «I. Realidad», «Intermedio: Me refugié en mi Nueva York de noche» y «II. Ya el ángel entró al águila».

De esta forma, y de acuerdo con el esquema que acabo de trazar, Ángel en el País del Águila (1954) estaría compuesto por 37 poemas, mientras que en la reedición de 1999 de Poesías completas I —y pese a añadir una composición más, la citada «Nueva York en Gracia»—la cifra se quedaría en 36[4].

Tras el índice del libro, hay un colofón formado por un pequeño grabado que muestra dos caras humanas (ambas, al parecer, de mujer, una con rasgos indígenas y otra más bien de tipo europeo) unidas por una estrella a la altura de la frente y un corazón a la altura del cuello, y debajo el texto «Terminóse de imprimir este libro | de la colección poética “La enci- | na y el mar”, editada por Edicio- | nes Cultura Hispánica, el día 1 de | octubre de 1954, fiesta del Caudi- | llo, en la imprenta de Gráficas Va- | lera, S. A., Madrid | LAUS DEO».

Colofón del poemario Ángel en el País del Águila (1954), de Ángel Martínez Baigorri

Según mi interpretación, dejando de lado la sección «Good morning» (que funge a modo de saludo o introducción poética, el poemario se divide en dos secciones fundamentales: «Ángel en el País del Águila», que reúne los poemas más “descriptivos” del paso del Ángel-yo lírico por el País del Águila-Estados Unidos; y una segunda parte, «Fin provisional y descansos», de tono más filosófico, con una intención marcadamente metafísica, trascendente[5]. En la primera sección abundan las indicaciones temporales que van marcando el paso de las estaciones: «principio del paso de estío» (p. 16), «mis versos de otoño» (dos veces en p. 28 y una más en p. 29), «parque de otoño» (p. 29), «Tierras de otoño» (p. 29); el poema 6 se titula «Al paso del otoño» (cuyo lema repite el verso «Se ha asomado el otoño a mi ventana»); el epígrafe del 12, «Christmas Card», junto con las dos menciones de «Navidad» al interior del poema, también hace avanzar la cronología interna del poemario, etc. En cambio, esas marcas temporales, sin que desaparezcan del todo, son menos frecuentes en la segunda parte[6], pues en ella avanzamos hacia una dimensión atemporal de la experiencia humana, con el yo lírico-Ángel abierto a la eternidad: «El vuelo es ya todo transcendencia», sentencia el padre Ellacuría[7]; y «Sin Tiempo» son precisamente las dos últimas palabras del poemario, tanto en la primera edición de 1954 (donde el último poema es el titulado «Colofón») como en el volumen de Poesías completas I de 1999 (que —como queda dicho— añade al final «Nueva York en Gracia», incluyendo en este caso esa formulación «Sin Tiempo» en la fechación que cierra el poema)[8].


[1] El número de poemas que forman esta sección no es tan fácil de establecer como pudiera parecer: en el índice del libro (p. 132), «Luces de guía» (p. 69) figura como si fuera un poema más; sin embargo, las palabras que se acogen bajo ese epígrafe parecen ser más bien un lema introductorio a este apartado

[2] Algo parecido sucede en esta sección: de acuerdo con el índice final (p. 132), los epígrafes «Bodas de Oro en el filosofado (Isleta College)» (correspondiente a las pp. 103-104), «Filosofía del Tiempo» (pp. 105-107) y «Tú no pasarás nunca» (pp. 108-110) están al mismo nivel y serían tres composiciones distintas. Sin embargo, y aunque cada una de ellas empieza una nueva página, analizando la tipografía de los títulos junto con el contenido de esos tres textos parece más acertado considerar que «Filosofía del Tiempo» y «Tú no pasarás nunca» son secciones internas de lo que sería un único poema, «Bodas de Oro en el filosofado (Isleta College)».

[3] Aquí, cada una de esas composiciones lleva un título que las individualiza: «Introducción», «Primero: En la casa grande y sola», «Segundo: Camino del Ranchito», «Tercero: El alma del Ranchito», «Fin: Esto quedará siempre» y «Colofón». Pero otra opción igualmente válida podría ser considerar estas divisiones epígrafes internos de ese apartado «Descanso en las nubes.- El alma del Ranchito».

[4] En Poesías completas I, desde el apartado «Fin provisional y descansos» hasta el final, todos los poemas se editan como un continuum textual, sin que haya saltos a nueva página que marquen la separación de los distintos apartados (cuya jerarquía interna se visualiza mejor en las pp. 18-19 del índice del volumen). Por su parte, Andueza Cejudo, atendiendo al parecer a la jerarquía tipográfica que establece el índice de 1954 (pp. 131-132), comenta que Ángel en el País del Águila «Contiene treinta y nueve poemas agrupados en las siguientes series: “Good morning”, “Ángel en el País del Águila”, “Fin provisional y descansos”, “Descansos (También provisionales)”, “Descansos en Isleta College” y “Descansos [sic, por “Descanso”] en las nubes. El alma del Ranchito”» (Poesía de Ángel: Ángel Martínez Baigorri, Tesis de Doctorado, México, D. F., UNAM, 1973, p. 122), pero la distribución que ofrezco —con su correspondiente recuento del número de poemas— me parece más ajustada a la estructura interna del poemario.

[5] Para la dimensión filosófica de la poesía de Martínez Baigorri en general, y de este poemario en particular, ese esencial el profundo análisis del padre Ignacio Ellacuría, «Ángel Martínez, poeta esencial», Cultura, 14, 1958, pp. 123-164 (reproducido en Ignacio Ellacuría, Escritos filosóficos I, San Salvador, UCA Editores, 1996, pp. 127-195).

[6] Sí que se alude al «nuevo nacer de Primavera» y al «frío de abril porque el Señor se ha muerto» (p. 84, en el poema «Descanso en El Paso»); o al «Domingo de Ramos» (en el poema «Nueva York en Gracia», p. 648 de Poesías completas I, que se fecha al final «Nueva York, Lunes de Semana Santa, / Sin Tiempo», p. 649).

[7] Ignacio Ellacuría, «Ángel Martínez, poeta esencial», en Escritos filosóficos I, p. 192.

[8] Remito para más detalles a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Una aproximación al poemario Ángel en el País del Águila (1954) de Ángel Martínez Baigorri: génesis, estructura y temas», Príncipe de Viana, año 83, núm. 282, enero-abril de 2022, pp. 107-145.

«Ángel en el País del Águila» (1954) en la producción poética de Ángel Martínez Baigorri

Con respecto al lugar que ocupa este libro en el conjunto de la producción poética de Martínez Baigorri, las palabras que le dedica Pilar Aizpún en el apartado «La poesía a partir de 1946» de su introducción a Poesías completas I nos ayudan a contextualizarlo perfectamente. Así, explica:

Es bastante difícil describir brevemente la obra de Ángel desde 1946 hasta su muerte. La unidad temática que había tenido su obra —también su vida— en los diez años pasados en Nicaragua se rompe con su marcha a Nueva Orleans. El paisaje de Nicaragua acompañó y alimentó su poesía durante diez años, fue el marco y la expresión de su interior. Al partir hacia Estados Unidos, dejó atrás ese paisaje y esta es una de las características principales de su nueva poesía. A partir de este momento, su vida es un continuo peregrinar y la naturaleza ya no tiene el protagonismo de sus libros anteriores. La enfermedad, el sufrimiento, la madurez espiritual le hicieron ganar en serenidad, pero nunca pudo deshacerse de la aridez interior que le daba cierta rigidez[1].

Y un poco más adelante añade lo siguiente:

Por otra parte, la estancia en Estados Unidos fue un paréntesis que le permitió entrar en contacto con un mundo y una civilización distintos, mecanizados y frenéticos, que dan lugar al gran poema Ángel en el país del Águila. Su poesía da un giro y se enriquece de un mundo tan desconocido para él como lo había sido antes Nicaragua. Ángel en el país del Águila se divide en una primera parte, «Ángel en el país del Águila», y tres descansos que se sitúan cada uno en un lugar distinto: «La ciudad», «Isleta College» y «El Ranchito»[2]. El tema es la lucha del Ángel, del mundo espiritual por penetrar en el Águila, mundo de la mecánica y el progreso que ha olvidado al Ángel. Finalmente éste entrará en el Águila en la misma ciudad de Nueva York, símbolo y resumen de toda civilización urbana. Rosa M. Paasche no lo incluye en su época de plenitud, que según ella se extendería desde 1948 hasta su muerte y une este libro a su época nicaragüense. Pero ésta es ya una época distinta. Hay temas básicos en su poesía que no cambian, pero el mundo que le rodea sí ha cambiado:

Todo es igual a como lo veía
Y todo es ya distinto
De cómo lo pensé en mi larga ausencia.

El Ángel en la poesía de Ángel Martínez Baigorri es imagen de lo invisible, de lo espiritual. Para él, es nombre de un movimiento anunciador, de un mensaje inefable. Este libro es en su trayectoria poética un movimiento anunciador de una estilización, y también de una separación. Naturaleza y poesía ya no son una misma cosa[3].

Ángel Martínez Baigorri, SJ

No cabe duda de que estamos ante un poemario escrito ya en la plena madurez poética de Martínez Baigorri: «una poesía tan de madurez como esta: madurez más aún en el orden humano que en el estético», escribe Ignacio Ellacuría[4], si bien páginas atrás había matizado que este libro «a mi juicio no representa su altura mayor»[5].


[1] Pilar Aizpún, «Introducción», en Ángel Martínez Baigorri, Poesías completas I, ed. de Emilio del Río, Pamplona, Gobierno de Navarra, pp. 35-36.

[2] En realidad, para ser más exactos habría que matizar que Isleta College y el Ranchito no son propiamente dos lugares distintos, sino que están relacionados: el Ranchito forma parte de Isleta College (Ysleta College), el seminario de los jesuitas situado en esa localidad situada a unos 12 km de El Paso (Texas).

[3] Aizpún, «Introducción», p. 36.

[4] Ignacio Ellacuría, «Ángel Martínez, poeta esencial», en Escritos filosóficos I, San Salvador, UCA Editores, 1996, p. 182.

[5] Ellacuría, «Ángel Martínez, poeta esencial», p. 128. Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Una aproximación al poemario Ángel en el País del Águila (1954) de Ángel Martínez Baigorri: génesis, estructura y temas», Príncipe de Viana, año 83, núm. 282, enero-abril de 2022, pp. 107-145.

«Ángel en el País del Águila» (1954) de Ángel Martínez Baigorri: el sentido del título

La reedición del poemario Ángel en el País del Águila en el volumen de Poesías completas I (1999) de Martínez Baigorri presenta una novedad destacada, y es que añade un poema final, «Nueva York en Gracia», que no está en la edición original[1]. Estas certeras palabras del padre Juan Bautista Bertrán, SJ nos orientan acerca del sentido del título y la interpretación del libro:

Otro de los libros de largo aliento de Ángel es éste. El título responde al contenido. Un ángel que va mostrando, mientras vuela sobre el país del águila —algo así, pero con protagonista e intención muy distintos, de lo que [sucede] en El diablo cojuelo de Vélez de Guevara—, cómo los hombres pueden realizar las obras en que se afanan sin tener dentro un espíritu. Que no desoriente al lector el nombre de pila —Ángel— del poeta, con el ángel que aquí sobrevuela. Aquí son diferentes, aun habiendo dado origen al título una larga estancia del P. Martínez en la vida real de los Estados Unidos, y aun identificándose, en algún raro momento, los dos ángeles en el curso del poema —porque poema es el libro, aunque con momentos diversos— y la experiencia personal del perfeccionamiento material y técnico que allí se vive. Materia y técnica invasoras, dominadoras. El ángel es aquí el símbolo espiritual que debería penetrar, adentrándose en el águila mecánica para, vivificándola con otra vida, más profunda, verdadera, redimirla. Y el águila equivale al materialismo que, limitando los horizontes del hombre, lo reduce al sensorio y apariencia, y le impide la proyección a lo espiritual y sobrenatural. La tristeza de un terrible empequeñecimiento, la falta de dilatados confines, la inhumana restricción de un espacio cerrado, la soledad en compañía, el inamovible biombo de acero que cercena toda lejanía. Y dentro de esta reducción, inadvertida por el tráfago perenne, una existencia confortable, fácil, pero falsa, inane, y en el fondo dramáticamente insatisfecha. El águila mecánica se agita, da vueltas, trepida, no para un momento, pero no acierta con la vida que dentro le palpita. El vértigo ininterrumpido es una forma casi inconsciente de engaño que no se da cuenta del pavoroso vacío, del tedio invencible que el alma siente a solas, del inalejable aburrimiento que le aplasta[2].

Igualmente Rosamaría Paasche, buena conocedora de la producción poética del jesuita lodosano, se refiere en su libro Ángel Martínez Baigorri, místico conceptista al significado del título Ángel en el País del Águila:

Lo primero que salta a la vista es lo más obvio, lo que corresponde al título: el mundo espiritual e interior = el ángel, y el material y exterior = el águila. Usa a los EE. UU. en un momento dado como contraste a su Nicaragua; en los EE. UU. «el águila no vuela / sino cuenta» (Ángel en el país del águila, Poesías completas, v. III, p. 1.258). Es el águila que aparece como emblema en la moneda norteamericana, y de nuevo apreciamos la polisemia que nos obliga a pensar en los diferentes significados del verbo contar. Pero esa águila dinero, que cuenta su dinero y es importante por su dinero, no es sólo negativa, puede también servir para algo fundamental: «dará alas al hombre para el vuelo imposible» (ibid.). Si se sabe usar, el mundo material es también positivo y quizá la misión del ángel sea descubrir de qué manera esto es posible, cómo las alas del águila y las del ángel pueden ser las mismas. Ante la luz artificial del país del águila, donde la luz es «solo anuncio de otras luces» (op. cit., p. 1.259), resalta la inocencia de Nicaragua todavía no contaminada por el artificio. Va describiendo lo que ve, siempre basándose en contrastes […] Todo lo artificial va hiriendo la sensibilidad del ángel-poeta, pero al mismo tiempo lo fascina como un juguete nuevo[3].

Moneda de un dólar estadounidense, con el águila calva sujetando con las garras una rama de olivo, las trece estrellas y la leyenda «E pluribus unum» (ʻde muchos, unoʼ, es decir, ʻde la diversidad nació la unidadʼ), uno de los lemas nacionales de los Estados Unidos.
Moneda de un dólar estadounidense, con el águila calva sujetando con las garras una rama de olivo, las trece estrellas y la leyenda «E pluribus unum» (ʻde muchos, unoʼ, es decir, ʻde la diversidad nació la unidadʼ), uno de los lemas nacionales de los Estados Unidos.

Siguiendo con estas citas —algo extensas, ciertamente, pero que sirven para ir trazando el estado de la cuestión de lo escrito acerca del poemario—, merece la pena reproducir íntegro el «Prólogo del editor», el padre Emilio del Río, SJ, al frente del volumen de Poesías completas I:

En la carta 54, a Carlos Martínez Rivas, del 7 octubre de 1946, desde la Loyola University, le dice Ángel que, a pesar del régimen de emociones que le imponen los doctores —ha pasado ya la operación, doble, primera; llegó allá mediado agosto—, está asombrado por el mundo que le rodea, y ansioso de invadirlo con su poesía. «El águila es lo de menos. Lo que importa es el ángel. Tengo empeño loco en meter el ángel en el águila… ya empezaron unos balbuceos en… poemas… La verdad es que se me hunde el águila en el ángel… Tal vez necesito ver más. Compañeros tuyos Porfirio Solórzano, Ernesto, Alejandro y Fernando Chamorro me invitan a hacer un viaje al Norte, Filadelfia, Nueva York… Ellos tienen auto y me enseñarían lo más típico de este país». La larga carta a Porfirio —que éste nos entregó acá, al pasar y llevarse las P. C. hacia 1986— lleva fecha a lápiz «Sept. 1947»; pero creo que es de 1946 como la anterior. Dice que le encanta la invitación a ver la Ciudad del Amor —Filadelfia— y Nueva York: «El país donde el águila no vuela sino cuenta. Pero no hay duda de que las cuentas de ese águila pueden hacer volar». En la carta 123 al P. Echarri, Viceprovincial, como los doctores le dicen que ya no es preciso que siga en Nueva Orleans, pide pasar lo que le queda de estancia en Fordham, N. Y. Da razones como estudiar a G. M. Hopkins; y «sólo como posibilidad, podría tal vez hallar allí modo de publicar algunos poemas míos sobre Nueva Orleans» —sin duda Ángel en el País del Águila—. Es copia de Ángel, que no pone fecha. Pero a Porfirio le ha dicho que le «separa un permiso y unas águilas divididas en plata…». Preocupado por su salud, Echarri le dirá que vaya a convalecer a Isleta. El libro mismo supone, de hecho, que Ángel hizo, al menos, ese «Weakend [sic, errata por Weekend] en el Eastend» —número 7 de Ángel en…—. Eso debió de bastarle. Aunque el poema sobre «Nueva York en Gracia» no es de ese tiempo, como indicaremos al fin. Ángel, por las cartas, sabemos que pasa de Granada, agosto 1946, a la Loyola University de New Orleans, ciudad donde le harán varias operaciones muy graves, la primera de ellas doble. Quedará para la larga convalecencia en El Paso, Texas; en Isleta College, donde estaban, exiliados, los estudiantes jesuitas mexicanos. En El Paso —en especial los «Descansos en Isleta»—, termina de escribir ese su encuentro del Ángel con el Águila, símbolo de los U.S.A. Ángel queda —entre New Orleans y El Paso— hasta fines de 1947 —año y medio—. El poema final citado «Nueva York en Gracia» no aparece en la edición, 1954, de Cultura Hispánica; pues Icaza tenía el ejemplar primero anterior a la fecha del poema. Lo hizo, sin duda, al volver de su primer viaje a España, fines de marzo, Semana Santa, 1951. De ello informa al querido P. Manuel Ignacio Pérez Alonso, pariente de Porfirio, en carta 134: «Hallé Nueva York como el más hondo sitio de silencio y reposo» —le escribe, después, desde El Salvador sin duda—; es un eco muy claro del poema. Ignacio Ellacuría, después de una correspondencia de unos once años —una o dos veces al año, pero muy a fondo, ver cartas—, al tener en las manos el libro publicado hizo un estudio en profundidad, muy denso y personal, en que sigue el poema no de modo textual, sino ahondando en sus raíces más humanas y de intuición crítica. Tardó un poco en poderlo publicar. Al fin salió en una entrega de 40 páginas, en la revista Cultura del Ministerio de Cultura, de El Salvador, número 14, 1958, pp. 123-164. Lleva como título: «Ángel Martínez, poeta esencial»[4].


[1] Remito para más detalles a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Una aproximación al poemario Ángel en el País del Águila (1954) de Ángel Martínez Baigorri: génesis, estructura y temas», Príncipe de Viana, año 83, núm. 282, enero-abril de 2022, pp. 107-145.

[2] Juan Bautista Bertrán, SJ, «Intento de un camino», en Ángel Martínez Baigorri, Ángel poseído, Barcelona, Ediciones 29, 1978, pp. 39-40. Y añade: «Sólo el cristianismo por su sentido profundo del sufrimiento y del amor universal —gigantesca reserva espiritual del mundo— puede salvar del hundimiento por la materia. Y levanta el poeta su noble afán de inyectar ángel en el acero del águila con la ilusión de llegar a una síntesis grandiosa: “Águila de Ángel dentro —águila enorme—: / ¡Qué luz para tus alas!”» (p. 41).

[3] Rosamaría Paasche, Ángel Martínez Baigorri, místico conceptista, Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Educación y Cultura), 1991, pp. 139-140. Por su parte, María Concepción Andueza Cejudo nos recuerda este dato: «Cuando Ángel Martínez llega al país del Águila, 1946, pensó en un principio escribir poemas en inglés, y hasta hizo alguno. Pero luego desistió de tal intento pues comprendió que le era imposible escribir poesía en una lengua que no fuera la suya» (Poesía de Ángel: Ángel Martínez Baigorri, Tesis de Doctorado, México, D. F., UNAM, 1973, p. 123).

[4] Emilio del Río, SJ, en Ángel Martínez Baigorri, Poesías completas I, Poesías completas I, ed. de Emilio del Río, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1999 p. 590; he desarrollado algunas abreviaturas de la cita.