«Ángel en el País del Águila» (1954) de Ángel Martínez Baigorri: temas (5)

Otro tema presente en el poemario[1] es la nostalgia de España, de la infancia y de la madre, más el recuerdo de Nicaragua. Aparece en contadas ocasiones, pero las ocurrencias son significativas, alcanzando un alto valor emocional. Así en el poema 3, «Ya en ti resucitado / para aprender tu nombre» (pp. 23-24), cuando el Ángel pasea —vuela— por Nueva Orleans se refiere al Barrio Francés, apostillando que «en español [es] más mío» (p. 23). Es decir, ese Barrio Francés le trae al recuerdo más bien su añorada y lejana España:

Por el Barrio Francés, tan tuyo y mío,
viene a besarme España en tus recuerdos;
en tu gloria de ayer, resucitado,
sobre la noche en calma canta mi pensamiento
el canto de tus pájaros perdidos,
himno de otoño al cielo,
en el alba de aquella primavera
que en la nave de España llegó aquí sonriendo (p. 24).

Y los recuerdos de Madrid se cuelan en el poema 11, «II: Dondequiera te quiero». En esta composición evoca al poeta amigo Carlos Martínez Rivas, que se halla geográficamente lejos, en España, pero siempre cercano en el corazón («Carlos, ya te he mirado en todas partes», p. 50); y tanto es así que distintos espacios de la Nueva Orleans que recorre le traen a la memoria otros lugares “equivalentes” de la capital de España:

Toda Nueva Orleans sabe de tus miradas.
Las mías en Madrid vagan perdidas
del Prado[2] a la Moncloa,
de San Andrés al barrio de Vallecas.
Contigo, a pleno vuelo, por el aire,
voy al cielo en el Metropolitano.

Este tranvía suena a hierros rotos.
Pero esta ola de frío a pleno sol
         casi del Trópico,
con cielo todo azul, tan madrileño,
me sitúa contigo.

Y ya no voy al Stadium
del City Park; voy al Parque del Oeste (pp. 50-51).

Carlos Martínez Rivas
Carlos Martínez Rivas.

Una breve alusión a su madre la hallamos en el poema 7: «—retrato de mi madre, / mi nombre repetido / por los que sólo saben pronunciarlo—» (p. 36). La idea de la fuerza afectiva de la acción nominativa la encontramos reiterada en el poema «Descanso en el tren», cuando el yo lírico recuerda cuál es su nombre de pila —aquí, pues, encontramos plenamente identificados el yo lírico-Ángel en el País del Águila y el Ángel Martínez Baigorri, hombre, sacerdote y poeta de carne y hueso—:

Mi nombre es Ángel,
pero tampoco yo sé todavía,
o ya, mi nombre entero (p. 83).

Por otra parte, en el poema 12, la contemplación de la nieve suscita en el yo lírico el recuerdo de su «incurable infancia»:

¡Oh silenciosa nieve de mis sueños
de niño! Fría y triste de uniforme
virginidad de nieve
de mi incurable infancia (p. 52).

En fin, en el poema «Descanso en el tren» (pp. 80-83), encontramos unidas ambas nostalgias, la de la madre y la de la niñez. A partir de una circunstancia concreta —el Ángel lírico contempla a un niño jugando en un tren—, eleva el pensamiento jugando con la oposición niño / niño interior:

El niño que no sabe
y mi niño interior que no se acuerda
de que también fue niño.

Este niño incansable
que a todos ama y que con todos juega,
que pasa de uno a otro
para que todos le acaricien y le digan
cosas raras que él[3] no puede entender y le hacen
por lo mismo reír, reír con tanta gracia.

Este niño de ayer que soy yo mismo…

Que a todos ama y que por todos pasa
y que siempre en el término
de su correr encuentra,
para el reposo abiertos,
incansables, como él, los brazos de su madre (p. 82).

Por lo que toca a la evocación nostálgica de Nicaragua, está presente en el poema 1 de la primera sección poética, «Ángel en el País del Águila», donde encontramos estos versos (es el cierre de la composición):

Una mañana suave,
de sol fluorescente entre el verdor de las hojas
y aire acondicionado.
El principio del paso de estío,
anuncio de la vida que se duerme
—de mi vida que nace—:

libre de la mecánica, de la prisión de un fólder
gigante y con un índice de nombres
muertos, la vida vive y se abre a un cielo
lleno de alas y azul que no se oye.

Porque cuando bajamos,
¡oh tortura saber de dónde nace el viento!
Porque cuando subimos,
¡oh delicia del cielo libre para las alas,
con luz y sin anuncios de colores!

Desde el País del Águila,
allí mi vida espera
libre de automatismos de esta vida.

Y Nicaragua, quieta como el cielo,
con luz que es sólo anuncio de otras luces (pp. 16-17)[4].

La otra referencia destacada[5] a aquel país que cantaba en él —en Martínez Baigorri— se localiza en este pasaje del apartado «Tú no pasarás nunca», del poema «Bodas de Oro en el filosofado (Isleta College)», en el que se mencionan varios lugares ligados a su biografía:

Y así eres tú en el paso que no pasará nunca.
Porque de lo que pasa por El Paso
tomas siempre lo eterno[6].
                                           ¿Y lo que dejas?
¡Qué carrera inviolada!
¡Qué rastro de luz suave!
                                        Por tu paso, los nombres
de Alsacia, Francia, España, México, Norteamérica,
tienen una luz nueva…

                                ¿Y Nicaragua?
Yo le he oído a un lago decir allí tu nombre,
y he visto en una ceiba tu retrato
inflamado de aurora (p. 110).

Pasaje en el que el país centroamericano queda aludido por dos realidades frecuentemente evocadas en la poesía del padre Ángel: el Lago Cocibolca o Gran Lago de Nicaragua, a cuyas orillas, en la ciudad de Granada, está situado el colegio «Centroamérica», donde él enseñaba literatura; y el árbol de la ceiba, cantado por ejemplo en el soneto que comienza «Ceiba, dominadora del paisaje: / Primera luz que es vida de la aurora, / Primera voz del alma al sol sonora / Vibrando con el viento en tu ramaje»[7], o en el titulado «Clara forma»[8].


[1] Citaré por Ángel en el País del Águila, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1954, pero teniendo a la vista la edición de Emilio del Río en Poesías completas I, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1999, donde el poemario ocupa las pp. 589-649.

[2] En Poesías completas I «Prado». Tanto «Pardo» como «Prado» son topónimos madrileños y, por tanto, serían lecturas igualmente válidas.

[3] En Poesías completas I se lee «quél».

[4] Como menciona Rosamaría Paasche, en una cita aducida más por extenso anteriormente, el Ángel «resalta la inocencia de Nicaragua todavía no contaminada por el artificio» (Ángel Martínez Baigorri, místico conceptista, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1991, pp. 139-140).

[5] Una alusión más puntual a la capital de Nicaragua la encontramos en el poema «Walk», del apartado «Descansos (También provisionales)»: «¿Qué importa / —ya en Managua o hacia El Paso— / si el camino hacia abajo es hacia arriba / y es su término igual siempre distinto?» (p. 77).

[6] En todo el tramo final del poemario se reiteran estos juegos de derivación con paso, pasar, etc., unidos al topónimo texano de El Paso. El ejemplo extremo de este estilo ingenioso, verdadero alarde conceptista, es este pasaje de «Tú no pasarás nunca»: «Si existe El Paso —una ciudad: EL PASO—, / sólo es El Paso por lo que ha pasado, / sin pasar, por El Paso: / Lo que pasó hizo a El Paso en lo que queda, / y así es El Paso por lo que ha quedado / en el paso de todo por El Paso. // Y ése eres tú, que no pasarás nunca, / porque todo, al pasar por ti, ha dejado en ti / la eternidad de todo lo que pasa: / Todo en tu vida fue paso hacia el paso / que no ha de pasar nunca» (p. 108). Ese «Paso que no pasa» es, claro está, un paso trascendente, el del encuentro con Dios para la vida eterna. Con relación al estilo de esta parte del poemario, Ellacuría matiza certeramente: «Versos que encierran tan perfecto y claro sentido pueden ser difíciles por su penetración filosófica, por su densidad y exactitud, pero no son oscuros ni confusos» («Ángel Martínez, poeta esencial», en Escritos filosóficos I, San Salvador, UCA Editores, 1996, p. 173). Ver también las pp. 174-176 para su comentario de este «estilo intelectual y esencialista», completado con esta otra declaración: «Esto no quiere decir que todas sus páginas reciban un idéntico tratamiento intelectual, sin una flor ni una sonrisa. Su poesía tiene sentidos remansos de ternura, de suave emoción: cuenta con fulgurantes imágenes originalísimas y poderosas, con expresiones perfectamente acabadas y asequibles al gusto de todos» (p. 177).

[7] Sonetos irreparables, México, D. F., A. Finisterre Editor, 1964, p. 49.

[8] Sonetos irreparables, p. 80. Remito para más detalles a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Una aproximación al poemario Ángel en el País del Águila (1954) de Ángel Martínez Baigorri: génesis, estructura y temas», Príncipe de Viana, año 83, núm. 282, enero-abril de 2022, pp. 107-145.

«Ángel en el País del Águila» (1954) de Ángel Martínez Baigorri: temas (4)

Otro tema presente en el poemario[1] es la evocación de los descubridores de América. Hemos visto que, en el poema 4 de la primera sección, los paseos del Ángel —sus vuelos, habría que decir más bien— por la ciudad de Nueva Orleans introducían el tema de los descubridores europeos, que llegaron por el mar (el océano Atlántico) al río (el Misisipi, que los españoles llamaron río del Espíritu Santo, el cual desemboca en el golfo de México, cerca de Nueva Orleans, a unos 160 km de la ciudad). Pero esa idea ya quedaba anticipada en el poema anterior, el 3, «Ya en ti resucitado / para aprender tu nombre» (pp. 23-24):

Mi retorno en tus calles
a don Fernando Soto:
por la Doncella de Orleans, bajando,
me encuentro, nuevo y viejo, el mismo en otro.
Ya en ti, Nueva Orleans, resucitado (p. 23).

Debemos recordar que, mucho antes de que los franceses llegaran a esta zona y crearan la colonia de Nueva Francia, los españoles ya habían explorado el río Misisipi y su extensísima cuenca desde La Florida (de hecho, el adelantado extremeño don Hernando de Soto —1500-1542— tomó posesión de la cuenca del Misisipi para la Monarquía Hispánica el año de 1538[2]).

Como certeramente escribe Paasche,

la función del ángel-poeta va a ser justamente esa, crear de nuevo. Y lo va a hacer redescubriendo a los descubridores de esta América que, como él, llegaron por el mar al río. Y al redescubrirlos, al sentirse uno con ellos, va una vez más a volver a sus antiguas verdades, porque como ha dicho antes, «Todo es hoy nuevo de tan conocido» (p. 1.268) y así el río de ahora, no importa cuál sea, es otra vez el Río. Y al mar vamos «buscando el nacimiento de la gloria primera del Río porque somos» (p. 1.272)[3].

Estas ideas tienen continuidad poética en el poema 9, «El mar… “abrazo líquido”» (pp. 42-43), cuando por encima de los estridentes ruidos del tranvía el yo lírico-Ángel oye el mar —ya lo vimos— y evoca a «los que descubrieron estas tierras» (p. 42, referencia que establece un nuevo enlace o “puente” entre composiciones):

                                        El mar hallado
por los que descubrieron estas tierras
en que nunca pensaron y en que soñaba siempre
su mirada serena de ojos alucinados.

Los que mirando al cielo le dieron vuelta
         al Orbe[4],
los que expresaron clara la palabra
         del mundo,
su palabra redonda…

Hasta entonces no se descubrió el mar.

El mar se descubrió mirando al cielo
camino de estas tierras.
Y el mar fue, bajo el cielo, su palabra
         extendida (pp. 42-43).

Y sigue evocando no el «mar separado», sino «el mar, abrazo líquido del mundo, / infinidad de Dios en que navegan / sobre el cuerpo las almas, / el eterno presente / de su mirada azul de firmamento» (p. 43). Así pues, del mar ‘océano’ pasamos al Mar —con simbólica mayúscula— que es ‘la divinidad’, «la Infinidad de Dios» (p. 43). Y añade la voz lírica:

Somos del mar por los que nos hallaron.

Ríos largos del mar, venas azules
en el cuerpo de América, abrazada
por un sueño celeste de los siglos
sobre su realidad de milagro despierto.

Somos del mar por los que la encontraron.

Y al mar vamos buscando el nacimiento
de la gloria primera del Río por que somos.

Y el mar es ya un amor que todo lo une (pp. 43-44).

Y el poema acaba así, aludiendo a la doble denominación Río del Espíritu Santo / Mississippí y emparejando los nombres —las realidades— de «América y España»:

—¿Cuál es el Río del Espíritu Santo?

—Me tienta el Mississipí[5]
con su boca azul de agua.

Quisiera hundirme en él y nadar, solo,
          hasta su nacimiento
de montañas y siglos;
ser el conquistador en él de mi alma
         descubierta
y llegar hasta el mar después con su
          corriente,
para mandar en ella una invisible, in-[6]
         mensa ola,
que descubra a las tierras que se olvidan
de que fueron un día descubiertas
el alma de la Tierra de sus descubridores:

América y España, el mundo entero
sobre el vuelo de un sueño conquistado:

—¡El Águila y el Ángel! (pp. 45-46)[7].


[1] Citaré por Ángel en el País del Águila, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1954, pero teniendo a la vista la edición de Emilio del Ríoen Poesías completas I, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1999, donde el poemario ocupa las pp. 589-649.

[2] El callejero de Nueva Orleans, los nombres de sus calles, sirven para introducir la referencia histórica, no solo al explorador y conquistador Hernando de Soto, sino también a Juana de Arco (c. 1412-1431), conocida como «la Doncella de Orleans» («La Pucelle d’Orléans», en francés).

[3] Rosamaría Paasche, Ángel Martínez Baigorri, místico conceptista, Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Educación y Cultura), 1991, p. 141.

[4] Editado con minúscula, «orbe», en Poesías completas I.

[5] Con esta grafía (las dos veces con ss, pero con una sola p, y con tilde en la í final) en la edición original de 1954; en Poesías completas I se escribe «Mississippi».

[6] Mantengo este encabalgamiento silábico del texto de 1954, que me parece tiene intencionalidad estilística; en Poesías completas I se transcribe «Para mandar en ella una invisible, inmensa ola» como un solo verso.

[7] Remito para más detalles a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Una aproximación al poemario Ángel en el País del Águila (1954) de Ángel Martínez Baigorri: génesis, estructura y temas», Príncipe de Viana, año 83, núm. 282, enero-abril de 2022, pp. 107-145.

«Ángel en el País del Águila» (1954) de Ángel Martínez Baigorri: temas (3)

En otro orden de cosas, merece la pena destacar que en varios de estos poemas[1] se ofrecen descripciones —más o menos detalladas— de algunas ciudades, sobre todo de Nueva Orleans (Luisiana) en el tramo inicial del libro; recuérdese que desde Granada, Nicaragua, Martínez Baigorri pasó a la Loyola University, la universidad de los jesuitas (actualmente llamada Loyola University New Orleans). El poeta la describe como una ciudad vegetal cuyo corazón y arteria principal es Canal Street:

Esta ciudad oscura de una calle
donde la noche es día de luces que se mueven;
con anuncios que son en sus colores vida,
la ciudad parpadea
en Canal Street, por el que todo vive.

—Canal que fue canal de agua de vida
y luego charco muerto,
ya surtidores de agua de luz resucitada,
corazón de ciudad y arteria roja
por la que va su vida a todo el cuerpo.—

Pero su vida-vida está en la sombra.
Su verdor crece bajo un gris de lluvia.
En un claro de estrellas,
la vida que a la sombra se recata
es ciudad vegetal que alza sus hijos verdes
al aire de otra vida,
sobre el color de acero y aluminio
del terrestre poder de la mecánica (pp. 25-26).

La ciudad, con sus luces y colores, con los ruidos de sus motores, protagoniza un renacer y un morir constantes (y el Ángel, también él renacido a la vida y esperanzado[2], se identifica con ella):

Brillan fuera las luces:
hervir fascinador de un renacer y de un morir constante,
inquietante y sereno.
En fuentes de color iluminadas almas,
brillan fuera las luces
y abajo, en el silencio, trabajan los motores (p. 26).

Nueva Orleans, French Quarter.
Pubs and bars with neon lights in the French Quarter, New Orleans USA

En el tramo final del poema cambia la perspectiva del yo lírico, que de la descripción física de la ciudad actual pasa a evocar los orígenes de Nueva Orleans o, en un sentido más amplio, la llegada a aquellas latitudes de los descubridores europeos:

Esta es toda esperanza:
todo lo gris será verde en la aurora
de la ciudad de nuevo al sol nacida.
La ciudad que hizo un río…

                                       El mundo es ancho
y la sorpresa —un águila de plata—
lleva en el pico un barco por los aires
         del sueño,
y en la proa del barco abre sus alas
         sobre el águila un ángel.

Nueva Orleáns, que no era todavía
cuando era ya en el sueño de los que la encontraron,
puerta de oro del Norte al Sur que espera,
puerta de oro del Sur al mar del Norte.
Y vuelven hasta mí rompiendo selvas, dominando cumbres,
atravesando océanos,
con vuelos hacia el sol, ¿águilas?,
                                                        ¡hombres!

Aquellos hombres
que por el mar llegaban a los ríos
para hacer de los ríos puertas de oro
hacia todos los mares (pp. 26-27).

Como podemos apreciar en esta cita, águila es un símbolo plurivalente a lo largo del poemario. El significado más evidente es, en efecto, el que supone la identificación de la palabra Águila (en mayúscula) con los Estados Unidos, pero escrita en minúscula, águila, sirve para aludir, indirectamente, a los descubridores de aquellas tierras. El Ángel se hace una pregunta retórica acerca de si «Los que llegaron por el mar al río» (título del poema) fueron águilas, para responderse de inmediato, exclamativamente, que fueron «¡hombres!». Destacaré también, de paso, la conexión que se establece entre los poemas 3 y 4: la visita al Barrio Francés (el French Quarter, en inglés; el Vieux Carré, en francés) le ha recordado a España (poema 3), y este recuerdo a su vez le hace evocar la llegada de los antiguos descubridores a esa zona de América (poema 4)[3].

Si pasamos al siguiente poema, el número 5, con título «Sorprendido» (pp. 28-31), veremos que el Ángel evoca y describe ahora la «¡Nueva Orleáns[4], Nueva Orleáns nublada!» (toda la composición es un apóstrofe a la ciudad), al tiempo que expresa su deseo de cazar[5] el alma de la ciudad:

Hoy no se pone el sol.
Pasó sobre las nubes
del Oriente al Poniente y dejó abajo
un día gris de ternura amorosa,
delicada y viril,
que hizo a Nueva Orleans del siglo trece.

Pero ya en el reflejo gris rosado del cielo bajo enciende
Canal Street la alborada de sus luces,
que anuncia el día a la ciudad en sombra.

La lluvia aumenta y cubre con su sonar los ruidos
agrios del imposible y ya intentado
vuelo libre del Águila Mecánica.

¡Ni con el Ángel dentro!

Pero bajo la lluvia
—la lluvia, ángel sonoro bajo el cielo
que hace del llanto un canto—
la ciudad, toda suya, vieja y nueva,
se recoge a su nombre.
Y el Ángel en el Águila escondido
busca el alma del Águila en la lluvia
para, acechando al corazón, hallarse
con su calma en sí mismo…

Nueva Orleáns, ¿y no te hallaré el alma
para apresar y libertar —para expresar—
el alma de la mía? (pp. 30-31).

La avenida de Canal Street será evocada de nuevo en el poema 6, «Al paso del otoño»:

Llueve y llueve.

                          Y al paso del otoño,
por la ciudad en sombra,
versos tranquilos sin las conmociones
del corazón que ya sabe el destino
de su latir mañana.
Versos serenos de hoy en plena lluvia
y sobre Canal Street iluminados,
al paso del otoño (p. 32).

La inspiración del poema parece surgir de un detalle mínimo, la imagen contemplada por el yo lírico-Ángel de una viejita que compra unas flores en un puesto callejero y que avanza caminando en medio de la riada que la lluvia ha dejado en la calle:

Todo es escaparate…

                                  Llueve y llueve…

La lluvia es verdadera
          —no anuncio de otra lluvia—.

En el País del Águila Mecánica
la lluvia es verdadera.

La lluvia, ángel sonoro bajo el cielo,
que hace del llanto un canto (p. 34).

En el poema 7, «Weekend en el Eastend» (pp. 35-39), más que descripción hay una evocación de esta «New Orleans[6] de cerca, vista, amada», en contraposición a otras ciudades estadounidenses como New York, Filadelfia y Chicago:

Todo es hoy viejo de tan revelado:

Todo, New Orleans de cerca, vista, amada,
New York de lejos y tan conocida
          —en el presentimiento, en el retrato
          que hizo en dos ojos que por mí la miran—;
Filadelfia, ciudad de amor hermano
y vidas jóvenes lanzadas
a mil millas por hora
en llamas, corazones arrastrados
por miradas, de vida;
Chicago con dos alas que son mías
          —Tuyas, Luis[7], y más mías,
si te las doy me las das abiertas— (pp. 35-36).

En «II. Dondequiera te miro» (el segundo de los «Dos paréntesis» que son los poemas unidos «10 y 11»), se menciona el «barrio de los negros», con una nueva alusión a la gran arteria que es Canal Street y también a la Saint Charles Avenue:

Sólo estorban el blanco de mi mirada negros[8],
muchos negros
—estoy pasando el barrio de los negros;
¿y cuál no es aquí el barrio de los negros?—
y me acuerdo:
                     Llegué a Canal Street[9]. TRANSFER:
Un papelito verde. —¿Solo uno?
Bajo. Te espero. Y qué susto este mío
al ver que te has quedado en el tranvía
que vuelve a la Avenida de San Carlos.

¿A dónde irás ahora?
Y siempre irás a donde yo te espero (p. 51).

En fin, el elemento afroamericano reaparece en el poema «Nueva York en Gracia» (no incluido en la edición de 1954, añadido como composición final en la reedición de Poesías completas I, pp. 645-649):

Esta vez Nueva York ha sido
Ciudad de la Gracia:

Tenían luz en la sombra
Las negras iluminadas
Por sus ojos mismos. Era
De luz la sombra en su cara,
Como si hacia afuera ardiesen
Por millones de ventanas (pp. 645-646)[10].

Este poema, que métricamente es un romance de rima é o, es importante pues nos muestra a Nueva York sucesivamente como «Ciudad del silencio», «Ciudad del reposo» y «Ciudad de la gracia». En el apartado «I. Realidad» se evocan los anuncios de colores y ruidos, tan abundantes como en Nueva Orleans, pero sublimados aquí por el silencio que ahora sabe encontrar —o más bien «recoger», como dice el texto— el Ángel:

Mil ríos de lava eléctrica
Que estallaban en destellos
Rojos, verdes, de oro, azules,
No apagaban el incendio
De la sombra condensada
Por todas las luces dentro
En las que era Nueva York
Toda voz de mi silencio (p. 645).

Convertida ya para el Ángel en «Ciudad de la gracia», puede afirmar: «Y eran ríos de bondad / Tus calles de noche al alba» (p. 646). Por otra parte, se menciona el volcán de los destellos de la ciudad, los cuales no apagan el incendio «de todas las luces dentro» / de la «sombra condensada» del Ángel (p. 646). Veamos:

Esta vez Nueva York ha sido
          —Frenética en su vida que arrebata—
La ciudad del silencio
          —Soledad de la demasiada gente—,
                                    La ciudad del reposo,

La ciudad
                 —Nueva York—
                                              de la Gracia (p. 646).

El apartado titulado «(Intermedio)» merece la pena copiarlo entero:

(Me refugié en mi Nueva York de noche

Mi Nueva York de luces
Que se veían en todo el río
         —El río y el prestigio de su nombre,
         River drive, en refugio de las luces,
         Creándose en su luz, la luz del nombre—.

Aérea solidez de sombra hundida,
Sólo dejaba en el temblor del agua
Que la movía —¿se movía?— quieta
La silueta soñada de un cuadro puntillista
Con un fondo de noche de paz y de agua buena
Donde el alma se funde.
Subía
           —hasta mi imperio—
                                              al inclinarme:
También la sombra en mi refugio es monte.

Para mirar abajo el cielo en luces,
Me refugié en mi Nueva York de noche.) (pp. 646-647).

Por lo que respecta al apartado «II. Ya el ángel entró al águila», interesa destacar que se construye como un apóstrofe a la ciudad —«Hoy te he tomado el pulso, Nueva York» (p. 647)—. Convertida ella —se dice— en fiel de balanza interior, concentra al Ángel y le eleva a eternidad, y él a su vez fija a la ciudad en la eternidad. Y el yo lírico sigue evocando a Nueva York en el momento de su despedida:

Me voy con tu impresión de aéreas moles
Donde la niebla su espesor ablanda
Y el azul se condensa en tu luz sola
Para dejarte entre tu azul clavada
—Si negra de humo y tiempo, en ciclo limpia—
O donde el día que se apaga
                                            queda
Dentro de ti, como yo en mí, encendido para
Mirarnos desde ti en la noche por
Millones y millones de ventanas.

Toda cabías en la media luna,
Ciudad entera con tu sol en ascuas (p. 647).

Nueva York es ya, para el Ángel, una «Ciudad absuelta» (p. 648), que queda en él con su «pureza / blanca» (p. 647, eficaz encabalgamiento), es una Nueva York en Gracia. El poema incluye el dato de que es el Domingo de Ramos, y se predica ahora —jugando paronomásticamente del vocablo— que «El Bronx no es bronco»; más bien al contrario, ese distrito deteriorado, en parte, y tradicionalmente considerado peligroso parece un remanso de paz, un trasunto casi de un idílico locus amoenus a la manera de fray Luis o san Juan de la Cruz:

El Bronx no es bronco. Llega un ruido suave
Que le recoge al pecho en la luz blanca
Y apaga las locuras de sonido,
El frenesí de luz, la intemperancia
De las prisas, en un sosiego manso
—Quieto nacer—
                              de Nueva York en Gracia (p. 648).

Merced a la Gracia, «Todo se quedó en calma», lejos de la habitual agitación de la metrópolis, y el yo lírico puede disfrutar amorosamente de la «luz callada / De un parque recogido» (p. 648), aquel en que se ve la estatua de Cullen Bryant[11]. En fin, allí el yo lírico, en Gracia con Nueva York y con la gracia de la poesía, queda transfigurado en Ángel sin Tiempo:

Porque ha habido un silencio…
                                                 Otro silencio
Y vuelvo a estar con Nueva York en Gracia:

Gracia de poesía en la divina altura
De estar en mí, Dios mío, a Ti subiendo
                                       en la Ciudad del Alba
Y hallar toda la paz que se me entrega
Más allá de los ruidos en alarma.
Y sentir y sentir que más acá de todo,
Sobre el silencio de Ángel entra al Águila
Y se queda en el Águila y el Ángel
                                       sobre el tiempo

—¡Mi Empire State!
                                           tu eternidad centrada.

Nueva York, Lunes de Semana Santa,

Sin Tiempo (pp. 648-649)[12].


[1] Citaré por Ángel en el País del Águila, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1954, pero teniendo a la vista la edición de Emilio del Río en Poesías completas I, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1999, donde el poemario ocupa las pp. 589-649.

[2] Escribe Ellacuría al respecto de este pasaje: «No obstante, varias veces a lo largo del libro se presenta la duda sobre la posible conjunción del ángel con el águila; encamación del ángel y espiritualización del águila. Porque aquí no se propone utópicamente una imposible vuelta a la negación de todo lo mecánico, sino la superación de lo puramente corporal por la vivificación y exaltación del espíritu» («Ángel Martínez, poeta esencial», en Escritos filosóficos I, San Salvador, UCA Editores, 1996, p. 136).

[3] A su vez, en el poema 8, «(Paréntesis.- Castilla al sol» (pp. 40-41; en el título se abre un paréntesis que no se cerrará hasta el final de la composición), el yo lírico evocará la presencia en España de Carlos Martínez Rivas —amigo personal de Martínez Baigorri—, al que ubica «en el Castillo de la Mota» (cerca de Medina del Campo, Valladolid), jugando además del vocablo: Castilla / Castillo: «—¿Voló un águila? / Sobre el sol pasa el Ángel de un silencio dorado)» (p. 41; se cierra aquí el paréntesis abierto al principio, en el propio título). Se trata, en efecto, de un poema parentético, alejado temáticamente de aquello de lo que se venía hablando; sin embargo, la mención final del águila y el Ángel lo engarza perfectamente con el conjunto de la serie poética en que se inserta. A su vez, este poema 8 enlaza igualmente con lo expresado en el que es el número 10, titulado «II. Dondequiera te quiero». Este tipo de “continuidades” entre poemas refuerza ese carácter unitario de Ángel en el País del Águila que la crítica ha destacado como característica del poemario, más bien poema único todo él.

[4] Mantengo la forma con tilde que se emplea en el poemario de 1954. En la reedición de 1999, Poesías completas I, se editará Nueva Orleans.

[5] Los versos de arranque del poema son: «Ya en ti resucitado, sorprendida, / ¿no te cazaré el alma? / Para apresar y libertar —para expresar— el alma de la mía, / ¿no te cazaré el alma / con mis versos de otoño»; en la parte final de la composición —otra de las que tiene estructura circular— el repetido cazaré se transforma en hallaré.

[6] Menciona ahora el nombre de la ciudad en inglés, si bien lo más frecuente es que lo haga en español: Nueva Orleáns (así, y a veces sin tilde).

[7] Entiendo que el vocativo se dirige a su amigo Luis A. Icaza, que fue quien gestionó la publicación en España de Ángel en el país del Águila.

[8] Más allá del fácil juego de palabras blanco / negros, el «estorban» ha de entenderse en el sentido de que ‘rompen su recuerdo de espacios madrileños’ al evocar la estancia en España de su amigo Carlos Martínez Rivas, que es el contexto en que se sitúan estos versos.

[9] Por lo general el nombre de Canal Street se está escribiendo siempre en cursiva, excepto en esta ocasión y, antes, en la p. 24.

[10] Mantengo aquí la mayúscula iniciando cada verso, según figura en la edición del padre Emilio del Río en Poesías completas I.

[11] Se refiere a The William Cullen Bryant Memorial, dedicado a ese poeta, periodista y crítico estadounidense (Cummington, 1794-Nueva York, 1878) ubicado en el Bryant Park, en Manhattan.

[12] Remito para más detalles a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Una aproximación al poemario Ángel en el País del Águila (1954) de Ángel Martínez Baigorri: génesis, estructura y temas», Príncipe de Viana, año 83, núm. 282, enero-abril de 2022, pp. 107-145.