Modelos de prosa áurea en Navarra: fray Diego de Estella (y 2)

Meditaciones devotísimas del Amor de DiosSiguiendo con el repaso de los principales hitos biobibliográficos de fray Diego de Estella (Estella, Navarra, 1524-Salamanca, 1578), hay que recordar que Felipe II lo nombra  predicador de la Corte, aunque sabemos que desde 1573 vivía retirado en el convento de San Francisco de Salamanca[1]. Fue, en cualquier caso, consultor del monarca, pero más tarde se distanció de él por el dispendio que suponían, en su opinión, las gigantescas obras de El Escorial. Por esas mismas fechas publica su obra latina In Sacrosanctum Jesu Christi Domini Nostri Evangelium secundum Lucam Enarrationes (Salamanca, 1574-1575). Esta interpretación del Evangelio de San Juan —conocida de forma abreviada como las Enarrationes (explicaciones)—, sería su obra más polémica; en efecto, la Inquisición expurgó un total de treinta y dos pasajes del tratado, que sufrió numerosas correcciones hasta que en 1580 pudo venderse libremente (se contabilizan alrededor de veintidós ediciones en ciudades como Alcalá, Lyon, Amberes, Venecia o Maguncia).

De 1576 datan dos nuevas obras, el Modus concionandi y las Meditaciones devotísimas del Amor de Dios (que también alcanzaron gran difusión, con numerosas ediciones y traducciones diversas). Con ellas fray Diego trata de explicar en qué consiste el Amor de Dios, estableciendo siempre —como es habitual en los místicos— un paralelismo con el amor humano. A lo largo de las cien meditaciones, desde la primera («Cómo todo lo criado nos convida al amor del Criador») hasta la última («De la gloria que alcanzarán los que aman a Dios»), el franciscano pondera los beneficios del amor a Dios y de sus recompensas, en una prosa natural y elegante, sencilla pero muy expresiva (destaca especialmente por su tono exclamativo y el empleo frecuente de símiles inspirados en la naturaleza). Menéndez y Pelayo, «tan adverso de ordinario a los escritores navarros» en opinión de Zalba[2], las elogió indicando que eran «un braserillo de encendidos afectos». A juicio de su editor moderno, se trata de «uno de los libros más hondos, más regalados y elocuentes que se han escrito en castellano»[3]. Ricardo León ha destacado, efectivamente, su alegría vehemente y su impulso lírico, frente al «seco y prolijo tratado» de «amarga sabiduría» que es el Libro de la vanidad del mundo.

Por lo que respecta al Modus concionandi et explanatio in Psalmum CXXXI Super flumina Babylonis (Salamanca, 1576), estamos ante un tratado de oratoria sagrada en latín dirigido a los predicadores, a los que da consejos prácticos, además de añadir su personal paráfrasis del salmo 136. Como señala Pérez Ibáñez, para fray Diego «la predicación debe hacerse desde la humildad y buscando siempre la gloria de Dios, sin olvidar que la mejor predicación es el ejemplo de la propia vida»[4]. El autor insiste en la responsabilidad de los predicadores, que deben conocer los textos sagrados y de los santos Padres, y madurar bien sus sermones antes de exponerlos en público.

Fray Diego moriría en Salamanca en 1578. Zalba elogiaba su prosa afirmando tajante que aventaja a la de fray Luis de León «en precisión y variedad de la frase, y en estas cualidades, así como en la claridad y facilidad, a ninguno reconoce ventaja»[5]. Pero no es el único crítico en mostrarse tan entusiasta: «Todas las obras del P. Estella son notabilísimas por la alteza de sus conceptos y la hermosura de su expresión literaria, de tal modo que no hallo reparo cierto en poner a su autor a la par de los más insignes místicos de su época», ha escrito Catalina García. Y, por su parte, Eugenio de Ochoa refería:

El estilo de este ascético no brilla por la pompa ni por la elegancia, sino por la pureza y corrección. Tal vez peca de monótono, defecto común de nuestros autores místicos; mas, como quiera, es entre ellos uno de los más justamente apreciados, no sólo por su erudición y alta doctrina, sino también por la excelencia de su lenguaje[6].

En fin, confío en que esta breve aproximación a su vida y producción escrita pueda servir para un mejor conocimiento de la figura de fray Diego de Estella, cuya importancia en el contexto de la literatura mística franciscana pide que se le dediquen nuevos estudios monográficos.


[1] Esta entrada forma parte del proyecto de investigación Modelos de vida y cultura en la Navarra de la modernidad temprana, dirigido por Ignacio Arellano, que cuenta con una ayuda de la Fundación Caja Navarra, «Convocatoria de ayudas para la promoción de la Investigación y el Desarrollo 2015», Área de Ciencias Humanas y Sociales.

[2] José Zalba, «Páginas de la historia literaria de Navarra», Euskalerriaren Alde, XIV, 1924, p. 351.

[3] Ricardo León, prólogo a Meditaciones devotísimas del Amor de Dios, Madrid, Imprenta de Miguel Albero-Renacimiento, 1920, p. IX.

[4] Iñaki Pérez Ibáñez, prólogo a fray Diego de Estella, Florilegio de los libros «Meditaciones del Amor de Dios» y «La vanidad del mundo», Pamplona, Fundación Diario de Navarra, 2002, p. 13.

[5] Zalba, «Páginas de la historia literaria de Navarra», p. 351.

[6] Hay ediciones modernas de las Meditaciones devotísimas, por ejemplo una de Ricardo León del año 1920, y otras del Modus concionandi (1951) y del Libro de la vanidad del mundo (1980) debidas al P. Pío Sagüés Azcona, estas dos con rigurosos estudios preliminares. Más reciente (2002) es el citado Florilegio, en edición de Iñaki Pérez Ibáñez. Ver también Fray Diego de Estella y su IV Centenario, Barcelona, Imprenta Elzeviriana, 1924.

Modelos de prosa áurea en Navarra: fray Diego de Estella (1)

Tratado de la vanidad del mundo, de fray Diego de EstellaEn el panorama de la historia literaria de Navarra, la prosa ascético-mística de los Siglos de Oro está representada, por fray Diego de Estella, fray Pedro Malón de Echaide y Leonor de Ayanz, tres autores en castellano de la época renacentista a los que se les sumará, ya en el siglo XVII, Pedro de Axular, cuyo idioma de expresión es el vascuence[1]. Respecto a los dos primeros —y no sin cierta exageración— escribía José Zalba que, «Junto a los nombres de los Luises de Granada y de León, de Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y Fr. Juan de los Ángeles, que tanto sublimaron la mística y la ascética, tenemos en Navarra dos que no desmerecen de aquéllos: son el franciscano Fr. Diego de Estella y el agustino Fr. Pedro Malón de Echaide»[2]. Vamos a repasar brevemente, en esta ocasión, la figura del franciscano fray Diego de Estella (Estella, Navarra, 1524-Salamanca, 1578), ofreciendo unos someros apuntes sobre su vida y sus obras[3].

La situación que conoció Estella en el siglo XVI, tras las guerras civiles y los episodios bélicos de la centuria anterior, era de bonanza. Existía en la ciudad del Ega un estudio de Gramática y funcionaba una imprenta instalada a instancias de Miguel de Eguía. Tal fue el lugar de nacimiento del futuro fray Diego, en el seno de una familia enraizada en la nobleza del reino, como prueba su nombre en el siglo, que era Diego de San Cristóbal-Ballesteros y Cruzat de Ortiz Eguía y Jaso. Estudió primero en la Universidad de Toulouse, cuyas aulas frecuentaban muchos estudiantes navarros, y más tarde Teología en Salamanca, donde coincidió con fray Luis de León y Francisco de Vitoria. Allí, a la edad de diecisiete años, decide ingresar en la orden franciscana, en la que terminaría tomando el hábito.

En 1552 marcha a Portugal en el séquito de la infanta doña Juana, hija del emperador Carlos V, en el que ejercía el cargo de predicador y confesor. Allí publicaría su primera obra, el Tratado de la vida, loores y excelencias del glorioso Apóstol y bienaventurado Evangelista San Juan (Lisboa, 1554), que va dedicada a la reina de Portugal doña Catalina. A la narración de la vida de San Juan en doce capítulos se añaden diversas enseñanzas morales. Cabe destacar que en esta obra primeriza el estilo de fray Diego es bastante más recargado que el de las posteriores.

En 1562, y en Toledo, aparece la primera edición de la que será su obra más famosa, el Libro de la vanidad del mundo. De 1565 data su enfrentamiento con fray Bernardo de Fresneda, obispo de Cuenca, al que acusó de vivir con excesivo lujo y boato en la Corte, lejos de las almas cuyo cuidado tenía encomendadas. Por este asunto fray Diego sufrirá un largo proceso, que no acabaría hasta 1569, viéndose obligado además a retractarse de sus acusaciones y a pedir disculpas. Al año siguiente, en 1570, es nombrado predicador de Salamanca, y en 1574 da a las prensas la segunda edición, muy aumentada, de La vanidad del mundo.

En este tratado, que fray Diego dedica a doña Juana, infanta de las Españas y princesa de Portugal, reflexiona el franciscano sobre las frivolidades mundanas, que no son más que «vanidad de vanidades». La obra consta, en esta versión definitiva, de tres partes, de cien capítulos cada una (en la primera edición de 1562 eran también tres partes, pero de cuarenta capítulos cada una). Como bien resume Iñaki Pérez Ibáñez, el Libro de la vanidad del mundo es

una obra ascética renacentista, que trata el tópico de origen medieval del desengaño frente al mundo (tópico que se hará más extremo aún durante el barroco): nada podemos esperar del mundo donde todo son falsas apariencias. Frente a estas “ilusiones” mundanas sólo en Dios podremos encontrar la verdad. El escrito pretende que el lector se decida a llevar a cabo un proceso de purificación de todo lo sensorial. A tan grave asunto corresponde un tratamiento serio. El estilo de la obra es sentencioso: abundan las frases breves, concisas y las citas de textos sagrados o religiosos[4].

Fray Diego hace, ciertamente, un uso abundante de las citas bíblicas, y entre las fuentes por él manejadas se encuentran también los Padres de la Iglesia, Tomás de Kempis o Séneca, entre otras muchas autoridades. Esta es la obra que le dio más fama (fue muy usada por los predicadores de los siglos XVI y XVII, que buscaron en ella temas de inspiración) y la que ha alcanzado una mayor proyección internacional (cuenta con ediciones en italiano, francés, inglés, latín, alemán, checo, flamenco y polaco).


[1] Esta entrada forma parte del proyecto de investigación Modelos de vida y cultura en la Navarra de la modernidad temprana, dirigido por Ignacio Arellano, que cuenta con una ayuda de la Fundación Caja Navarra, «Convocatoria de ayudas para la promoción de la Investigación y el Desarrollo 2015», Área de Ciencias Humanas y Sociales.

[2] José Zalba, «Páginas de la historia literaria de Navarra», Euskalerriaren Alde, XIV, 1924, p. 350.

[3] El mejor conocedor de fray Diego es el P. Pío Sagüés Azcona, O.F.M., autor de Fray Diego de Estella (1524-1578): apuntes para una biografía crítica, Madrid, s. n. (Diputación Foral de Navarra), 1950 y editor de varias de sus obras. También puede consultarse la publicación conmemorativa Fray Diego de Estella y su IV Centenario, Barcelona, Imp. Elzeviriana, 1924, y las indicaciones de Antonio Pérez Goyena, Contribución de Navarra y de sus hijos a la Historia de la Sagrada Escritura, Pamplona, Imprenta de Jesús García, 1944, pp. 179-182. En fin, una semblanza divulgativa es la de Tomás Moral, Fray Diego de Estella, Pamplona, Diputación Foral de Navarra, 1971 (col. «Navarra: temas de cultura popular», núm. 113). La bibliografía debe completarse con las referencias a fray Diego por parte de los estudiosos de la espiritualidad española y la literatura mística franciscana (Andrés Martín, Bataillon, Cilveti, Gomis, Hatzfeld, Sainz Rodríguez…).

[4] Iñaki Pérez Ibáñez, «Fray Diego de Estella, un franciscano predicador, místico y asceta», prólogo a fray Diego de Estella, Florilegio de los libros «Meditaciones del Amor de Dios» y «La vanidad del mundo», Pamplona, Fundación Diario de Navarra, 2002, p. 13.

Vida y obras de fray Diego de Estella (1524-1578)

La prosa ascético-mística está representada, en el caso de los escritores navarros, por fray Diego de Estella, Pedro Malón de Echaide y Leonor de Ayanz. A estos tres autores en castellano se les sumará, ya en el siglo XVII, Pedro de Axular, cuyo idioma de expresión es el vascuence. No sin cierta exageración escribía José Zalba que

Junto a los nombres de los Luises de Granada y de León, de Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y Fr. Juan de los Ángeles, que tanto sublimaron la mística y la ascética, tenemos en Navarra dos que no desmerecen de aquéllos: son el franciscano Fr. Diego de Estella y el agustino Fr. Pedro Malón de Echaide[1].

Hoy repasaré la vida y obras del primero de ellos, fray Diego de Estella.

Fray Diego de Estella

La situación que conoció Estella en el siglo XVI, tras las guerras civiles y episodios bélicos de la centuria anterior en Navarra, era de bonanza. Existía en la ciudad un estudio de Gramática y funcionaba una imprenta instalada a instancias de Miguel de Eguía. Tal sería el lugar de nacimiento del franciscano fray Diego de Estella (Estella, 1524-Salamanca, 1578), conocido especialmente como autor del Libro de la vanidad del mundo. Su nombre en el siglo era Diego de San Cristóbal-Ballesteros y Cruzat de Ortiz Eguía y Jaso. Estudió en la Universidad de Toulouse, cuyas aulas frecuentaban muchos estudiantes navarros, y Teología en Salamanca, donde coincidió con fray Luis de León y Francisco de Vitoria. Teólogo de Felipe II, se incorpora a su Corte entre 1565 y 1569 y en ella fue predicador y consultor. Más tarde se distanció del monarca por el dispendio que suponían las obras de El Escorial.

Sus obras escritas en castellano son Tratado de la vida, loores y excelencias del glorioso Apóstol y bienaventurado Evangelista San Juan (Lisboa, 1554), Libro de la vanidad del mundo (Toledo, 1562; Salamanca, 1574 y Salamanca, 1576) y Meditaciones devotísimas del amor de Dios (Salamanca, 1576); mientras que entre sus títulos latinos se cuentan In Sacrosanctum Jesu Christi Domini Nostri Evangelium secundum Lucam Enarrationes (Salamanca, 1574-1575); Modus concionandi et explanatio in Psalmum centesimum trigesimum sextum (Super Flumina) (Salamanca, 1576).

En su Libro de la vanidad del mundo, que fray Diego dedica a doña Juana, infanta de las Españas y princesa de Portugal, reflexiona el franciscano sobre las frivolidades mundanas, que son «vanidad de vanidades». La obra consta de tres partes, de cien capítulos cada una. Cien son también las Meditaciones devotísimas del amor de Dios, que Menéndez y Pelayo, «tan adverso de ordinario a los escritores navarros» en opinión de Zalba[2], elogia indicando que son «un braserillo de encendidos afectos». A juicio de su editor moderno, se trata de «uno de los libros más hondos, más regalados y elocuentes que se han escrito en castellano»[3]. Ricardo León ha destacado, en efecto, su alegría vehemente y su impulso lírico, frente al «seco y prolijo tratado» de «amarga sabiduría» que es el Libro de la vanidad del mundo, obra sin embargo de fray Diego mucho más popular y difundida:

Las Meditaciones devotísimas —opina— constituyen un florilegio teológico, una filosofía del Amor, pero no en forma abstracta, según los procedimientos de la Escuela, sino al modo espontáneo, artístico y familiar, henchido de emoción, extasiado en el sentimiento de la naturaleza, lleno de imágenes sensibles, con que gustan expresar sus amartelados pensamientos los discípulos del Santo de Asís. Obra a la vez de ciencia y de arte, de poesía y de piedad, es un breviario para todas las almas, lo mismo para aquellas que siguen caminos de perfección como para esotras avezadas a los aires del siglo y que han menester para probar tales manjares, para asimilar tan altas doctrinas, el exquisito aderezo, la culta elegancia de una sabrosa conversación. Cada una de estas cien Meditaciones ofrece un tema espiritual enunciado con candorosa sencillez y desenvuelto libremente como al través de una amorosa plática, de una tierna divagación, a los pies del Amado celestial. Charlando así, con todos los donaires, los requiebros, las copiosas figuras, las exclamaciones ardientes, las mil felices comparanzas de esta lengua española que parece inventada por los ángeles para el amor de Dios y de los hombres, va Fray Diego de Estella engarzando en los puntos de su pluma los más finos diamantes, los más sutiles conceptos de esa eterna Filosofía de la voluntad en que el genio español se anticipó en los siglos a las más agudas aspiraciones del presente[4].

Llama la atención también sobre su actualidad y la riqueza de su contenido. En suma, a lo largo de las cien meditaciones, desde la primera («Cómo todo lo criado nos convida al amor del Criador») hasta la última («De la gloria que alcanzarán los que aman a Dios»), fray Diego pondera los beneficios del amor a Dios y de sus recompensas, en una prosa natural y elegante.

Zalba elogiaba la prosa de fray Diego afirmando tajante que aventaja a la de fray Luis de León «en precisión y variedad de la frase, y en estas cualidades, así como en la claridad y facilidad, a ninguno reconoce ventaja»[5]. Pero no es el único crítico en mostrarse tan entusiasta: «Todas las obras del P. Estella son notabilísimas por la alteza de sus conceptos y la hermosura de su expresión literaria, de tal modo que no hallo reparo cierto en poner a su autor a la par de los más insignes místicos de su época», ha escrito Catalina García. Y, por su parte, E. Ochoa refiere:

El estilo de este ascético no brilla por la pompa ni por la elegancia, sino por la pureza y corrección. Tal vez peca de monótono, defecto común de nuestros autores místicos; mas, como quiera, es entre ellos uno de los más justamente apreciados, no sólo por su erudición y alta doctrina, sino también por la excelencia de su lenguaje[6].


[1] José Zalba, «Páginas de la historia literaria de Navarra», Euskalerriaren Alde, XIV, 1924, p. 350.

[2] Zalba, «Páginas de la historia literaria de Navarra», p. 351.

[3] Ricardo León, «Prólogo» a Meditaciones devotísimas del Amor de Dios hechas por fray Diego de Estella de la orden de San Francisco y ahora nuevamente impresas, Madrid, Imprenta de Miguel Albero-Renacimiento, 1920, p. IX.

[4] León, «Prólogo» a Meditaciones devotísimas, pp. XI-XII.

[5] Zalba, «Páginas de la historia literaria de Navarra», p. 351.

[6] Hay una edición moderna de las Meditaciones devotísimas (1920), por Ricardo León, y otras del Modo de predicar y Modus Concionandi (1951) y del Libro de la vanidad del mundo (1980), debidas estas dos últimas a Pío Sagüés Azcona, con interesantes estudios preliminares. En 2002 Iñaki Pérez Ibáñez preparó un Florilegio de las Meditaciones y la Vanidad del mundo (Pamplona, Fundación Diario de Navarra, 2002), con un prólogo titulado «Fray Diego de Estella, un franciscano predicador, místico y asceta». Ver además Carlos Mata Induráin, «Un acercamiento a fray Diego de Estella (1524-1578)», Pregón Siglo XXI, núm. 26, Invierno de 2005, pp. 29-32.