La admiración, la verosimilitud y lo maravilloso en el «Persiles» (y 2)

Abundan en el Persiles los comentarios metaliterarios sobre diversas cuestiones relacionadas con la verosimilitud. Así, sobre el binomio verdad / imaginación se reflexiona al final del libro I:

En el cual punto deja el autor el primer libro desta grande historia, y pasa al segundo, donde se contarán cosas que, aunque no pasan de la verdad, sobrepujan a la imaginación, pues apenas pueden caber en la más sutil y dilatada sus acontecimientos (p. 724a)[1].

En II, 15 se habla de las fuerzas de la imaginación y de mentiras que parecen verdades (p. 750b). En III, 10 se introduce un nuevo comentario a propósito de la verdad y la verosimilitud:

… porque no todas las cosas que suceden son buenas para contadas, y podrían pasar sin serlo y sin quedar menoscabada la historia: acciones hay que, por grandes, deben de callarse, y otras que, por bajas, no deben decirse; puesto que es excelencia de la historia que cualquiera cosa que en ella se escriba puede pasar, al sabor de la verdad que trae consigo; lo que no tiene la fábula, a quien conviene guisar sus acciones con tanta puntualidad y gusto, y con tanta verisimilitud que, a despecho y pesar de la mentira, que hace disonancia en el entendimiento, forme una verdadera armonía (p. 781a).

En III, 12, Ambrosia Agustina, tras contar su historia, advierte a sus oyentes:

Esta es, amigos míos, mi historia: si se os hiciere dura de creer, no me maravillaría, puesto que la verdad bien puede enfermar, pero no morir del todo. Y, pues que comúnmente se dice que el creer es cortesía, en la vuestra, que debe de ser mucha, deposito mi crédito (p. 788a).

Asimismo, del vuelo desde la torre de la mujer de Domicio, que aterriza ilesa merced a que sus vestidos ralentizan la caída, se afirma que es caso «más para ser admirado que creído» (p. 792b), aunque ya se señaló antes que era «cosa posible sin ser milagro» (p. 790b).

Vestido paracaídas

Con frecuencia suele recordarse, a este respecto, una cita del comienzo de III, 16:

Cosas y casos suceden en el mundo, que si la imaginación, antes de suceder, pudiera hacer que así sucedieran, no acertara a trazarlos; y así, muchos, por la raridad con que acontecen, pasan plaza de apócrifos, y no son tenidos por tan verdaderos como lo son; y así, es menester que les ayuden juramentos, o a lo menos el buen crédito de quien los cuenta, aunque yo digo que mejor sería no contarlos, según lo aconsejan aquellos antiguos versos castellanos que dicen:

Las cosas de admiración
no las digas ni las cuentes,
que no saben todas gentes
cómo son (p. 793a).

La verosimilitud entra en juego de nuevo a propósito del episodio de la cueva de Soldino:

Otra vez se ha dicho que no todas las acciones no verisímiles ni probables se han de contar en las historias, porque si no se les da crédito, pierden su valor, pero al historiador no le conviene más de decir la verdad, parézcalo o no lo parezca. Con esta máxima, pues, el que escribió esta historia dice que Soldino, con todo aquel escuadrón de damas y caballeros, bajó por las gradas de la escura cueva, y a menos de ochenta gradas se descubrió el cielo luciente y claro y se vieron unos amenos y tendidos prados que entretenían la vista y alegraban las almas (p. 797a).

En fin, al inicio de III, 14 leemos una cita sobre la historia, la poesía y la pintura, artes que pueden tratar cualquier tema (la libertad del creador es total, y ninguna materia escapa a su fuerza creadora):

La historia, la poesía y la pintura simbolizan entre sí, y se parecen tanto que, cuando escribes historia, pintas, y cuando pintas, compones. No siempre va en un mismo peso la historia, ni la pintura pinta cosas grandes y magníficas, ni la poesía conversa siempre por los cielos. Bajezas admite la historia; la pintura, hierbas y retamas en sus cuadros; y la poesía tal vez se realza cantando cosas humildes (p. 789b)[2].

Y es que, al igual que ocurre en el Quijote, Cervantes en el Persiles nos ofrece, al mismo tiempo que la práctica, su teoría de la novela[3]. Estas intromisiones autoriales, con comentarios metaliterarios, abundan en los libros III y IV (escritos de forma simultánea con el Quijote)[4].


[1] Cito el Persiles por la edición de Florencio Sevilla Arroyo en Miguel de Cervantes, Obras completas, Madrid, Castalia, 1999.

[2] Otros comentarios metaliterarios tienen que ver con referencias al autor de la historia, como en las pp. 724b, 725b y 732a.

[3] Ver Stephen Harrison, La composición de «Los trabajos de Persiles y Sigismunda», Madrid, Pliegos, 1993, p. 116.

[4] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «El Persiles de Cervantes, paradigma del arte narrativo barroco», en Ignacio Arellano y Eduardo Godoy (eds.), Temas del Barroco hispánico, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2004, pp. 197-219.

La admiración, la verosimilitud y lo maravilloso en el «Persiles» (1)

Tres aspectos esenciales dentro de la teoría de la novela cervantina son la admiración, la verosimilitud y lo maravilloso, puestos de relieve por varios comentarios metaliterarios que Cervantes introduce por boca del narrador o de sus personajes. El autor debe despertar la admiratio de los lectores[1], que es al mismo tiempo la admiración de los personajes de la novela.

Admiración

Se podrían multiplicar hasta la saciedad las citas del Persiles que hablan de cómo quedan admirados todos cuantos contemplan la belleza, la nobleza, la virtud y la discreción del «hermoso escuadrón» de peregrinos (en particular las de Auristela y Periandro, capaces de conmover a los más bárbaros). Así, tras su llegada a tierras portuguesas leemos:

Ya salía de Belén el nuevo escuadrón de la nueva hermosura: Ricla, medianamente hermosa, pero estremadamente a lo bárbaro vestida; Constanza, hermosísima y rodeada de pieles; Antonio el padre, brazos y piernas desnudas, pero con pieles de lobos cubierto lo demás del cuerpo; Antonio el hijo iba del mismo modo, pero con el arco en la mano y la aljaba de las saetas a las espaldas; Periandro, con casaca de terciopelo verde y calzones de lo mismo, a lo marinero, un bonete estrecho y puntiagudo en la cabeza, que no le podía cubrir las sortijas de oro que sus cabellos formaban; Auristela traía toda la gala del setentrión en el vestido, la más bizarra gallardía en el cuerpo y la mayor hermosura del mundo en el rostro. En efecto, todos juntos y cada uno de por sí, causaban espanto y maravilla a quien los miraba; pero sobre todos campeaba la sin par Auristela y el gallardo Periandro (p. 761b)[2].

En III, 16 se describe un aposento todo de luto, y un caballero anciano de lo mismo, formando «la más extraña visión que habréis visto en vuestra vida» (p. 793b). El anciano les anuncia que pronto verán una gran maravilla: se refiere a Ruperta, mujer del conde Lamberto de Escocia, asesinado por el desdeñado Claudino Rubicón. Ruperta, que conserva y lleva consigo la cabeza descarnada de su esposo en una caja de plata, ha jurado sobre ella vengar su muerte; y hasta que no consiga su objetivo, su vestido, su aposento y todos sus objetos son de color negro[3], resolución que deja admirados a todos.

Dos capítulos después aparece una dama toda vestida de verde, con un antifaz también verde. Se trata de Isabela Castrucho, que finge estar endemoniada para evitar el casamiento no deseado que su familia ha dispuesto y poder unirse a su verdadero amado, Andrea Marulo (que, a su vez, se finge igualmente loco para rehuir el matrimonio señalado por sus padres). Más tarde se descubre que los únicos demonios que poseen a Isabela son sus amorosos pensamientos. Su historia, de nuevo, pone admiración en el alma de todos los circunstantes.

Asimismo, causa admiración la historia del aventurero Ortel Martín Banedre, quien indica en III, 6: «me han sucedido cosas de que quizá pudieran hacer una gustosa y verdadera historia» (p. 774b). En III, 7 los peregrinos le piden que refiera sus hechos con todas las menudencias, porque eso acrecienta la gravedad del cuento. Así lo hace el polaco, dejando a todos «admirados de sus sucesos y del buen donaire con que los había contado» (p. 776a)[4].


[1] Ver Edward C. Riley, «Aspectos del concepto de admiratio en la teoría literaria del Siglo de Oro», en Studia Philologica. Homenaje ofrecido a Dámaso Alonso, Madrid, Gredos, 1963, vol. III, pp. 173-183.

[2] Cito el Persiles por la edición de Florencio Sevilla Arroyo en Miguel de Cervantes, Obras completas, Madrid, Castalia, 1999.

[3] Como vemos, causan admiración tanto la belleza y nobleza de los protagonistas como las historias que se van intercalando en el relato.

[4] Antes se había indicado que «la salsa de los cuentos es la propiedad del lenguaje en cualquiera cosa que se diga» (p. 775a). Por supuesto, en este apartado de la admiración habríamos de añadir todas las aventuras y sucesos extraordinarios propios del molde de la novela griega: tormentas, naufragios, asaltos y combates, profecías, elementos de magia y superstición, uso de disfraces, etc. Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «El Persiles de Cervantes, paradigma del arte narrativo barroco», en Ignacio Arellano y Eduardo Godoy (eds.), Temas del Barroco hispánico, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2004, pp. 197-219.