Los cuentos de José María Sanjuán: «El casco sobre la cabeza»

Cascos de combate«El casco sobre la cabeza» (pp. 29-38)[1] lleva como lema una cita de León Felipe: «Ahora… / cuando el soldado se / afianza bien el casco / sobre la cabeza». Presenta a unos soldados que marchan de nueve en fondo, con su sargento al frente. El más joven pregunta si les darán casco y le contestan que luego. «Era joven, un muchacho. La sonrisa era también así: joven, fácil, franca, con algo de ilusión» (p. 32). El muchacho (anónimo, como los otros de estos relatos) insiste en pedir el casco y un soldado viejo, que se convierte en su protector, le explica que tomarán medidas a su debido tiempo.

El anciano, que habla poco —y en tono sentencioso cuando lo hace—, es un soldado experimentado, cansado y con el alma encallecida: «El viejo tenía raíces ya. […] Pero era viejo y sabía bien del oficio y de la vida» (p. 33). Mientras el joven recuerda la ciudad, los amigos, las muchachas, la unidad recibe el aviso de que va a pasar la aviación enemiga, y el viejo le da su lección: «En la guerra no hay muertos. Hay cementerios. ¡Apréndelo, muchacho! […] Como una lección. Es ley» (p. 35). Ahora, en la posición de combate, el joven dispone por fin de un casco. El cielo rojizo parece un presagio de sangre[2]; pero el bisoño soldado nota que una mano se posa tranquilizadora sobre su cabeza[3]. Es el viejo soldado, que trata de animarlo con ese gesto protector y con su sonrisa: «Calma, muchacho, no pasa nada…» (p. 38).


[1] Cito por José María Sanjuán, Un puñado de manzanas verdes, Barcelona, Destino, 1969 (colección Áncora y Delfín, núm. 323).

[2] «Había luna, y al fondo en el horizonte llameaba el cielo. Rojo, violeta a veces» (p. 35); «Arriba el cielo aparecía coloreado del todo, entintado y jubiloso como si fuese de día» (p. 37).

[3] Este mismo gesto lo encontramos en otros dos relatos: en «Tranquilízate, muchacho» y en «Es cosa de muchachos»; cito de este último: «Luego me ponía su ancha mano sobre mi pelo revuelto y movía su cabeza» (p. 72).