«De cómo María dice su sorpresa por el nacimiento del Niño y pregunta a José cómo ocurrió», de Carlos Murciano

Vaya para el día de Año Nuevo una hermosa composición de Carlos Murciano, poeta nacido en 1931 en Arcos de la Frontera (Cádiz) que ha cantado, muchas veces[1] y con mucha delicadeza, el tema poético de la Natividad del Señor. Buena prueba de ello la tenemos en este soneto incluido en La calle nueva (1965)  que lleva por título «De cómo María dice su sorpresa por el nacimiento del Niño y pregunta a José cómo ocurrió»:

portalnieve

José, sobre Belén está nevando.
No le queda a la noche ni un camino.
¿Y esta nieve pequeña cómo vino
tan sin sentir, si estábamos velando?

Estábamos los dos rezando, cuando
—¿o hablábamos, José?— se hizo más fino
el aire y, de repente, como un trino,
estaba ya sonando y encantando.

Dime, José… ¿O acaso tú tampoco
sepas cómo se puso el heno lleno
de nieve viva, aquí, bajo techado?

Dime, José, cómo le tengo y toco
y cómo fue desde mi seno al heno
y volvió desde el heno a mi costado[2].


[1] Véase, por ejemplo, su «Soneto para la madrugada de un seis de enero», o el «Romance viejo de la madre nueva», escrito al alimón con su hermano Antonio.

[2] Tomo el texto de la antología Porque esta noche el Amor. Poesía navideña del siglo XX, introducción y selección de poemas por Miguel de Santiago y Juan Polo Laso, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1997, p. 132.

La Navidad en las letras españolas: el siglo XX (2)

(¡Feliz Año Nuevo a todos los insulanos! Que el 2013 sea un gran año en el que se cumplan todos vuestros sueños y esperanzas…)

Siguiendo con autores del siglo XX, podemos traer a colación otro soneto, el de José García Nieto titulado «Nacimiento de Dios»:

Y Tú, Señor, naciendo, inesperado,
en esta soledad del pecho mío.
Señor, mi corazón, lleno de frío,
¿en qué tibio rincón lo has transformado?

¡Qué de repente, Dios, entró tu arado
a romper el terrón de mi baldío!
Pude vivir estando tan vacío,
¡cómo no muero al verme tan colmado!

Lleno de ti, Señor; aquí tu fuente
que vuelve a mí sus múltiples espejos
y abrillanta mis límites de hombre.

Y yo a tus pies, dejando humildemente
tres palabras traídas de muy lejos:
el oro, incienso y mirra de mi nombre.

El poema es un apóstrofe a Dios, que llena y colma el corazón del yo lírico, mientras este le brinda el tributo sencillo de su propio nombre, lo mejor que puede entregarle.

También Rafael Morales cantó «Al Niño Dios» en la misma forma estrófica:

El alba tomó cuerpo en tu figura,
el aire se hizo carne, los rosales
desangraron sus rosas virginales
para crear tu piel silente y pura.

Desparramó la brisa su ternura,
la luz cuajó en tu forma sus cristales,
la luna derramó sus manantiales
para crear en Ti nuestra ventura.

Divinidad que, tan pequeña y suave,
se hace niña en tu carne redentora,
en lo infinito ni siquiera cabe.

En Ti la eternidad tiene su aurora,
en Ti nada se halla que se acabe,
¡oh, alba de Dios que entre la paja llora!

Cabe destacar la bella musicalidad de este soneto, similar a la de otro suyo titulado «Al gozo de la Virgen cuando se supo Madre de Cristo». Y en forma tradicional está escrita también su «Cancioncilla del pajar de Belén».

Nacimiento de Cristo

Cierta originalidad encontramos en los poemas navideños de Antonio Murciano, ya desde los propios títulos. Así, «Nochebuena del astronauta» es un romance con la peculiaridad de que todos los versos pares, los que llevan la rima, acaban con la palabra aire. Y el poema termina con dos versos de aire —valga la expresión— muy tradicional:

Aire que el aire me lleva,
aire que me lleva el aire.

Su «Villancico triste por lo que ocurrió aquella noche» evoca las melancólicas palabras de un hombre anónimo que murió en la Nochebuena:

Mi vida entera daría,
Niño, por poderte ver.

En fin, en «La visitadora» recrea con tensión dramática la llegada de una «mujer seca, harapienta y oscura» al Portal de Belén. María teme al ver que se acerca a la cuna y ofrece algo al Niño. Cuando la mujer se alza, se la ve transformada, radiante de hermosura: es Eva, que ha ofrendado al Niño la manzana mordida del Paraíso.

De Carlos Murciano es esta otra composición:

Sale el asno del establo;
salta el galgo de su tabla.
(Por el borde del alero
jilguerea la mañana.)
Sale manso y dulce el buey
con su larga y lenta lágrima,
y la hormiga se atosiga
arrastrando su montaña,
sale el último vencejo
por la más vieja ventana.
(El establo semiazula
y ensilencia sus barandas.)
Viene el ángel. Con la pluma
que le sobra de las alas,
recompone la carreta,
descompone telarañas,
y rellena de oro nuevo
el pesebre tan sin paja.
Luego cuelga de una viga
su pedazo de nostalgia,
desempolva el sucio suelo,
se sacude la su cauda
y se marcha repicando
por el campo su campana[1].

Cabe destacar el tono juguetón del poema, en el que tienen entrada diversas creaciones verbales (como los verbos jilguerear, semiazular o ensilenciar), la rima interna («la hormiga se atosiga»), la paronomasia (campo / campana) o incluso el arcaísmo morfológico («la su cauda»). Este mismo autor ha escrito un soneto titulado «De cómo María dice su sorpresa por el nacimiento del Niño y pregunta a José cómo ocurrió». Este texto se articula como una serie de preguntas de María a José acerca de la llegada del Niño, que es equiparado poéticamente a «nieve pequeña».


[1] Torcuato Luca de Tena, La mejor poesía cristiana, Barcelona, Martínez Roca, 1999, p. 436.