Sacar de su sepulcro a Sancho Panza o la «Receta para salvarnos» (1902) de Marcos Zapata Mañas

El otro día traje al blog el poema «A Calderón» de Marcos Zapata Mañas (Ainzón, Zaragoza, 1842-Madrid, 1913), incluido en el volumen de Poesías que publicó en 1902 con prólogo de Santiago Ramón y Cajal. Hoy copio este otro, «Receta para salvarnos», perteneciente a la misma recopilación, en el que, haciendo referencia a la célebre sentencia regeneracionista de Joaquín Costa (Monzón, Huesca, 1846-Graus, Huesca, 1911) de echar «Doble llave al sepulcro del Cid para que no vuelva a cabalgar», propone como medida complementaria resucitar a Sancho Panza. En efecto, la de clausurar el sepulcro del Cid (valga decir ʻolvidarse de las pasadas glorias españolas, muy heroicas, sí, pero que son ya historia caduca y sirven de poco o nada en el momento presenteʼ) es una idea expresada por Costa al final del apartado «Criterio general» de su «Mensaje y programa de la Cámara agrícola del Alto-Aragón», que leyó el 13 de noviembre de 1898, y que se publicaría dos años después en su libro Reconstitución y europeización de España. Programa para un partido nacional. Publícalo el «Directorio» de la Liga Nacional de Productores (Madrid, Imprenta de San Francisco de Sales, 1900). Esa frase, que se haría célebre como expresión del pensamiento regeneracionista de comienzos del siglo XX, pasaría después al subtítulo de su libro Crisis política de España (Doble llave al sepulcro del Cid), en el que se lee la siguiente formulación: «En 1898, España había fracasado como Estado guerrero, y yo le echaba doble llave al sepulcro del Cid para que no volviese a cabalgar»[1].

Marcos Zapata, por su parte, propone echar, en efecto, tres llaves (ni dos —lo que sugería la sentencia de Costa— ni siete—número simbólico con el que muchas veces se recuerda su idea—) al sepulcro del Cid, pero propone que debe salir del suyo Sancho Panza «a servirnos de guía y consejero» (v. 6). Dicho y hecho: para «exhumar a Sancho» (v. 9) «el acerado pico» (v. 10) golpea el suelo y se abre «su vieja sepultura» (v. 11), para descubrirse que el sepulcro está vacío. Frente a la sorpresa del pueblo, don Quijote —se supone que también resucitado para la ocasión— pide que vayan a buscar a su escudero en «Santiago [de Cuba] o Puerto Rico» (v. 14), es decir, dos de los lugares donde se materializó el Desastre español del 98 (año en que se perdieron también Filipinas y Guam). Interpreto las palabras de don Quijote en el sentido de que Sancho, como representante del pueblo bajo español, sería en su tiempo uno de los muchos soldados sacrificados —muertos, heridos o enfermos— en aquellas lejanas latitudes, en el contexto de unas guerras —Cuba y Filipinas— de las que los ricos podían librarse muy fácilmente (pagando la cantidad de 2.000 pesetas quedaban exentos de cumplir con los tres años de servicio militar obligatorio).

Retrato de Sancho Panza, grabado incluido en el vol. III de The History of the valorous and witty knight-errant Don Quixote of la Mancha, London / Philadelphia, Gibbings and Co., 1895. Fuente: Banco de imágenes del «Quijote» (1605-1915)
Retrato de Sancho Panza, grabado incluido en el vol. III de The History of the valorous and witty knight-errant Don Quixote of la Mancha, London / Philadelphia, Gibbings and Co., 1895. Fuente: Banco de imágenes del «Quijote» (1605-1915).

El texto del poema es como sigue:

«¡Cerremos con tres llaves[2], sin tardanza,
el sepulcro del Cid!… (¡de aquel guerrero
batallador, honrado y caballero,
que ganó media España con su lanza!)

»Salga en cambio del suyo Sancho Panza
a servirnos de guía y consejero…»
(Mas olvide al salir que fue escudero
de la Fe, la Virtud y la Esperanza!)

Para exhumar a Sancho, con premura
golpea el suelo el acerado pico,
y ábrese, al fin, su vieja sepultura.

«—¡Vacía!…» —exclama el pueblo—.  «—Sí, borrico…
—replica Don Quijote con voz dura—,
id por él a Santiago o Puerto Rico.»[3]


[1] Joaquín Costa, Crisis política de España (Doble llave al sepulcro del Cid), 3.ª ed. corregida y aumentada, Madrid, Biblioteca Costa, 1914, p. 81.

[2] con tres llaves: Costa hablaba de «doble llave», pero su frase se ha popularizado también con el número de siete, «siete», a veces uniendo esa formulación con otra de sus ideas clave: «Escuela, despensa y siete llaves al sepulcro del Cid».

[3] Marcos Zapata, Poesías, con un prólogo del Doctor S. Ramón y Cajal, Madrid, Librería de Fernando Fe, 1902, p. 91.

«Villancico de la estrella necesaria», de Ángel de Miguel

Escuchad, hermanos, una gran noticia:
«Hoy en Belén de Judá os ha nacido el Salvador».

Esta noche es Nochebuena, nace hoy el Niño Dios Salvador del mundo y, como en años anteriores, en este blog recordaremos su nacimiento con poesía a lo largo de estas fiestas. Para este día traigo un poema de Ángel de Miguel titulado «Villancico de la estrella necesaria». Pero, antes de copiar su texto, quiero contaros la pequeña historia de su génesis.

Ayer, conversando con Constantino López Sánchez-Tinajero, uno de los buenos amigos de la Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan, hablábamos de si aparecía la Navidad en el Quijote, y también de si habría algún poema que llevase a don Quijote y Sancho Panza hasta el Portal de Belén. La respuesta a lo primero es sí, y en este escrito de Constan que se publica hoy en Cuadernos Manchegos (incluido también en el blog de la Sociedad Cervantina de Alcázar) puede rastrearse esa presencia de «La Navidad en el Quijote».

Respecto a lo segundo, algo hay también: nuestra llorada amiga Carmen Agulló Vives, que fue una asociada muy querida de la Asociación de Cervantistas, tiene un «Villancico de don Quijote y Sancho», que usó primero para felicitar las Navidades de 2004 y luego publicó en varios lugares (lo transcribiré aquí en los próximos días). Ayer por la tarde, cuando llamó para felicitarme otro excelente amigo, Ángel de Miguel (poeta castellano-navarro: burgalés de nacimiento, en La Nuez de Arriba, pero afincado en Estella desde hace muchos años), hablamos también de estos temas y le “desafié” a ver si le salía algo al respecto. Ni corto ni perezoso, Ángel se puso a la labor y cumplió con el “encargo”, de forma que esta mañana me ha llegado su texto, con este mensaje: «Ahí te va, muy querido Carlos, el villancico del reto. Con temblor e inseguridad, lo escribí ayer por la noche. He dejado que reposara unas doce horas. Hoy te lo envío, no sin miedo de haberme ido por los cerros de la Mancha». Pues bien, el poema, escrito en la mejor tradición romanceril, evoca a la inmortal pareja cervantina en el momento de colocar las figuras del Belén, entre las que está la de un «ángel manco» (¡bello guiño!). Añadiré tan solo que de Ángel de Miguel ya han quedado recogidos otros villancicos en este blog, a saber, el «Villancico de la Fuente de Irache» y el «Villancico triste para un Niño sin posada».

El «Villancico de la estrella necesaria», que rezuma sencillez y ternura, dice así:

Noche de pandemia y frío.
En un lugar de la Mancha
es veintitrés de diciembre
bajo una niebla de espadas.
Un hidalgo y un labriego,
par de sombras asustadas,
desgranan nostalgias niñas
y sus mazorcas de infancia.
Van colocando figuras
de un belén de eterna magia,
con José que sueña lirios
y una Madre enamorada
del Hijo que le ha nacido,
aurora recién llorada.
El calmo buey y la mula
son dos velas desveladas.
Un ángel manco despliega
un Quijote de esperanza:
es la música encendida
de la estrella necesaria
que pone luz al pesebre
donde titilan las almas
del hidalgo don Alonso
y un labriego de la Mancha.

(Estella, Navidad de 2021)

«Las bodas de Camacho el rico» de Juan Meléndez Valdés: Sancho Panza y Dulcinea

Respecto a Sancho Panza, en la obra de Meléndez Valdés su retrato se contrapone al del caballero, según los rasgos conocidos del modelo cervantino[1]. Aparece caracterizado por su verbosidad, su afición a la comida y la bebida (muy humorísticas son las escenas que protagoniza ante las ollas de Camacho), su deseo de holganza, sus refranes (cuya formulación debe ajustar al heptasílabo y al endecasílabo; en una próxima entrada veremos lo relativo a la métrica y el estilo de la obra), y no faltan tampoco sus graciosas prevaricaciones idiomáticas (así, dice entrevalos por intervalos, v. 1626).

Dulcinea —que no interviene en la obra— aparece aludida varias veces como el ideal amoroso del caballero andante. Ya en la escena III del Acto primero recuerda Sancho que: «Señora universal de sus cuidados / es la sin par princesa Dulcinea…» (vv. 346-347). Don Quijote se acuerda de ella continuamente:

DON QUIJOTE.- (Yéndose con CAMACHO, y un poco detrás como embebido en las memorias de su DULCINEA.)

                        Fermosa y encantada Dulcinea,
soberana señora
de este vuestro afincado caballero,
membraos de mí, pues yo por vos me muero (vv. 575-578).

 

Dulcinea2Y Sancho explica a Camilo que todas las aventuras que acomete su amo son por la dama amada:

SANCHO.- ¿Y todo para qué? Para una dura
sobajada señora,
la sin par Dulcinea, que ferido
le tiene de su amor.

CAMILO.- ¿Luego sujeto
vive al amor?

SANCHO.- Mirad, si así no fuera,
no fuera caballero tan perfeto.

CAMILO.- ¿Y quién es su señora?

SANCHO.- ¿Quién? La esfera
de la belleza misma,
apuesta, comedida, y bien fablada,
princesa del Toboso cuando menos.

CAMILO.- ¡Cómo!

SANCHO.- Y por ley a los vencidos pone
que ante ella vayan a decir de hinojos:
«Encumbrada señora, aquel andante,
lumbre de caballeros, norte y guía
de valientes, famoso don Quijote,
nos manda ante la vuestra fermosura
a que de nos ordene a su talante.» (vv. 1046-1062)[2].


[1] Todas las citas son por esta edición: Juan Meléndez Valdés, Las bodas de Camacho el rico, ed. e introducción de Carlos Mata Induráin, en Ignacio Arellano (coord.), Don Quijote en el teatro español: del Siglo de Oro al siglo XX, Madrid, Visor Libros, 2007, pp. 305-403.

[2] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Lecturas dieciochescas del Quijote: Las bodas de Camacho el rico de Juan Meléndez Valdés», en Felipe B. Pedraza Jiménez y Rafael González Cañal (eds.), Con los pies en la tierra. Don Quijote en su marco geográfico e histórico. Homenaje a José María Casasayas. XII Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas (XII-CIAC), Argamasilla de Alba, 6-8 de mayo de 2005, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2008, pp. 351-371.

«Quijote y Sancha» y «Por la Mancha», dos recreaciones quijotescas de Gloria Fuertes

Gloria FuertesLeyendo estos días la recopilación poética de Gloria Fuertes (Madrid, 1917-Madrid, 1998) titulada  Historia de Gloria (Amor, humor y desamor), encuentro en el libro de esta «stajanovista del verso» (así se define en el poema «Proceso creativo», que figura en las pp. 193-194) un par de composiciones que constituyen sendas recreaciones quijotescas: se trata de los poemas «Quijote y Sancha» y «Por la Mancha». Como este tema de las recreaciones me interesa mucho, y como creo que son textos escasamente conocidos, los transcribo aquí, sin necesidad por ahora de mayores comentarios, dada su sencillez:

QUIJOTE Y SANCHA

Llevo dentro de mí Quijote y Sancha
como toda mujer de ancha
es Castilla,
llevo dentro de mí mora y judía,
llevo un trigal, un chopo y un viñedo.

Presta a luchar con mi locura cuerda
Quijote y Sancha contra el vulgar e injusto,
el ambiente es hostil pero da gusto
cuando soporto bien la burla y befa,
y a enderezar entuertos
y a embellecer a tuertas.

Luchar con verso en ristre
por conquistar la puerta
de un amor borrascoso.
¿Dónde mi Dulcineo?
¿En qué Toboso?[1]

POR LA MANCHA

Por la Mancha
Sancho se aquijota
y Quijote se ensancha[2].


[1] Gloria Fuertes, Historia de Gloria (Amor, humor y desamor), ed. de Pablo González Rodas, 12.ª ed., Madrid, Cátedra, 2011, pp. 219-220. En el penúltimo verso suprimo la coma que figura tras «¿Dónde», entendiendo que «mi Dulcineo» no es vocativo; la frase vale ʽ¿Dónde [está] mi Dulcineo?ʼ. Además de esa doble identificación del yo lírico con Quijote y (aquí) Sancha, pareja que constituye la expresión simbólica de la dualidad idealismo / pragmatismo presente en todo ser humano, cabe destacar la introducción, en los versos finales, de un tema recurrente en todo el libro: el dolor por la pérdida de un amor o la ausencia de correspondencia por parte de la persona amada (aquí ese «Dulcineo» que augura un «amor borrascoso»).

[2] Gloria Fuertes, Historia de Gloria (Amor, humor y desamor), p. 354. El poema parece condensar en sus tres breves versos la conocida teoría de la quijotización de Sancho Panza y la sanchificación de don Quijote (con juego de palabras en en-sancha).

Lengua y estilo en el «Quijote» (2)

En el extremo contrario de los registros del Quijote, debemos mencionar la lengua de germanía (el lenguaje típico o argot de los delincuentes), que aparece por ejemplo en el encuentro con los galeotes; y, sobre todo, el lenguaje vulgar, encarnado fundamentalmente en el hablar de Sancho Panza y caracterizado, de forma muy especial, por sus innumerables refranes que va ensartando uno detrás de otro y que le sirven para dar expresión al saber popular[1].

Refranes de Sancho Panza

En efecto, los refranes del Quijote están puestos sobre todo en boca de Sancho, pero también don Quijote y otros personajes los emplean[2]. De los muchos pasajes de la novela en que se introducen refranes[3] o se reflexiona sobre su empleo, podemos destacar este de I, 21, en que el hidalgo comenta:

—Paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas (p. 223).

Lo que molesta a don Quijote no es que su escudero utilice refranes, sino que los meta en la conversación sin venir a cuento. Esa idea, expresada en I, 25, se reitera en II, 10, cuando don Quijote lo envía en embajada al Toboso:

—Yo iré y volveré presto —dijo Sancho—; y ensanche vuestra merced, señor mío, ese corazoncillo, que le debe de tener agora no mayor que una avellana, y que donde hay tocinos, no hay estacas; y también se dice: donde no piensa, salta la liebre […].

—Por cierto, Sancho —dijo don Quijote—, que siempre traes tus refranes tan a pelo de lo que tratamos cuando me dé Dios mejor ventura en lo que deseamos (p. 701).

En II, 30, cuando don Quijote lo manda a presentarse ante la gallarda señora que, en traje de cazadora, viene montada sobre un palafrén, Sancho encaja dos refranes nada más decir que no los va a emplear:

—Y mira, Sancho, cómo hablas, y ten cuenta de no encajar algún refrán de los tuyos en tu embajada.

—¡Hallado os le habéis al encajador! —respondió Sancho—. ¡A mí con eso! ¡Sí, que no es ésta la primera vez que he llevado embajadas a altas y crecidas señoras en esta vida!

—Si no fue la que llevaste a la señora Dulcinea —replicó don Quijote—, yo no sé que hayas llevado otra, a lo menos en mi poder.

—Así es verdad —respondió Sancho—; pero al buen pagador no le duelen prendas, y en casa llena presto se guisa la cena, quiero decir que a mí no hay que decirme ni advertirme de nada, que para todo tengo y de todo se me alcanza un poco (p. 875).

Y, en fin, este otro pasaje de II, 43, cuando don Quijote da consejos a Sancho antes de que acuda al gobierno de la ínsula Barataria:

—También, Sancho, no has de mezclar en tus pláticas la muchedumbre de refranes que sueles; que puesto que los refranes son sentencias breves, muchas veces los traes tan por los cabellos, que más parecen disparates que sentencias.

—Eso Dios lo puede remediar —respondió Sancho—, porque sé más refranes que un libro, y viénenseme tantos juntos a la boca cuando hablo, que riñen por salir unos con otros; pero la lengua va arrojando los primeros que encuentra, aunque no vengan a pelo. Mas yo tendré cuenta de aquí adelante de decir los que convengan a la gravedad de mi cargo, que en casa llena presto se guisa la cena, y quien destaja no baraja, y a buen salvo está el que repica, y el dar y el tener seso ha menester.

—¡Eso sí, Sancho! —dijo don Quijote—. ¡Encaja, ensarta, enhila refranes, que nadie te va a la mano! ¡Castígame mi madre, y yo trómpogelas! Estoyte diciendo que escuses refranes, y en un instante has echado aquí una letanía dellos que así cuadran con lo que vamos tratando como por los cerros de Úbeda. Mira, Sancho, no te digo yo que parece mal un refrán traído a propósito; pero cargar y ensartar refranes a troche moche hace la plática desmayada y baja (pp. 974-975).

Diálogo que se completa algo más adelante:

—Y siendo yo gobernador, que es más que ser alcalde, ¡llegaos, que la dejan ver! No, sino popen y calóñenme, que vendrán por lana y volverán trasquilados, y a quien Dios quiere bien, la casa le sabe, y las necedades del rico por sentencias pasan en el mundo, y siéndolo yo, siendo gobernador y juntamente liberal, como lo pienso ser, no habrá falta que se me parezca. No, sino haceos miel, y paparos han moscas; tanto vales cuanto tienes, decía mi agüela, y del hombre arraigado no te verás vengado.

—¡Oh, maldito seas de Dios, Sancho! —dijo a esta sazón don Quijote—. ¡Sesenta mil satanases te lleven a ti y a tus refranes! Una hora ha que los estás ensartando y dándome con cada uno tragos de tormento. Yo te aseguro que estos refranes te han de llevar un día a la horca, por ellos te han de quitar el gobierno tus vasallos o ha de haber entre ellos comunidades. Dime, ¿dónde los hallas, ignorante, o cómo los aplicas, mentecato? Que para decir yo uno y aplicarle bien, sudo y trabajo como si cavase.

—Por Dios, señor nuestro amo —replicó Sancho—, que vuesa merced se queja de muy pocas cosas. ¿A qué diablos se pudre de que yo me sirva de mi hacienda, que ninguna otra tengo, ni otro caudal alguno, sino refranes y más refranes? Y ahora se me ofrecen cuatro que venían aquí pintiparados, o como peras en tabaque, pero no los diré, porque al buen callar llaman Sancho (pp. 976-977).


[1] Reproduzco aquí, con ligeros retoques, el texto de Mariela Insúa Cereceda y Carlos Mata Induráin, El Quijote. Miguel de Cervantes [guía de lectura del Quijote], Pamplona, Cénlit Ediciones, 2006.  Las citas del Quijote corresponden a la edición del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, Barcelona, Editorial Crítica, 1998. Como estudios de conjunto sobre este tema, ver los trabajos clásicos de Ángel Rosenblat, La lengua del «Quijote», Madrid, Gredos, 1971; y de Helmut Hatzfeld, El «Quijote» como obra de arte del lenguaje, Madrid, CSIC, 1972.

[2] La afición a los refranes y frases proverbiales no era exclusiva del pueblo bajo; en el Renacimiento también gustaban de ellos las clases cultas y es un momento en que se publican distintas recopilaciones de materiales parémicos.

[3] Para los refranes del Quijote se puede remitir, entre la abundante bibliografía existente, al apéndice «Los refranes del Quijote», en Don Quijote de la Mancha, ed. de Vicente Gaos, Madrid, Gredos, 1987, vol. III, pp. 324-328, donde ofrece un listado completo; y también a los trabajos de María Cecilia Colombí, Los refranes en el «Quijote»: texto y contexto, Potomac (Maryland), Scripta Humanistica, 1989, y de Jesús María Ruiz Villamor y Juan Manuel Sánchez Miguel, Refranero popular manchego y los refranes del «Quijote», 2.ª ed., Ciudad Real, Diputación de Ciudad Real (Área de Cultura), 1999.

Importancia estructural de Sancho Panza en el «Quijote»

Cabe destacar la importancia estructural que tiene Sancho en la construcción del Quijote[1]. Recordemos que su primera salida don Quijote la hace solo; pero al regresar a casa ya tiene pensado volver a salir en compañía de «un labrador vecino suyo que era pobre y con hijos, pero muy a propósito para el oficio escuderil de la caballería» (I, 4, p. 62). Y así, la segunda y la tercera salida son ya en la inseparable compañía de Sancho Panza. La presencia continua de ambos personajes permite que los capítulos se estructuren en forma dialógica: juntos don Quijote y Sancho por los caminos de las Españas se enfrascan en jugosas y amigables conversaciones en las que amo y escudero hablan de todo lo divino y lo humano.

La inocencia y la bondad natural de Sancho harán que jamás deje desamparado a su señor, la fidelidad será rasgo destacado en su servicio. Los dos, amo y escudero, son uña y carne y, aunque por momentos discutan y se enfaden, aunque don Quijote llegue a dar algún golpe con su lanzón a Sancho y este le engañe en ocasiones, llegan a formar una entrañable comunión espiritual, una auténtica, profunda y emotiva amistad.

Don Quijote y Sancho Panza

Y de esa estrecha relación entre personajes nace el que ambos cambien y se enriquezcan como personas a lo largo de la obra: Sancho se eleva en espíritu, entendimiento y palabra al contacto con don Quijote (se ha hablado de su proceso de quijotización), de la misma forma que don Quijote se «sanchifica» en cierto sentido. Don Quijote y Sancho, juntos en perpetuo diálogo, resultan inseparables, y juntos conforman la pareja central protagonista de la novela. Tanto es así que, sin la presencia de Sancho al lado de su amo, el Quijote sería inimaginable.


[1] Reproduzco aquí, con ligeros retoques, el texto de Mariela Insúa Cereceda y Carlos Mata Induráin, El Quijote. Miguel de Cervantes [guía de lectura del Quijote], Pamplona, Cénlit Ediciones, 2006. Las citas del Quijote corresponden a la edición del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, Barcelona, Editorial Crítica, 1998.

El personaje de Sancho Panza

Sancho PanzaEl personaje de Sancho Panza se construye por contraste, físico y psicológico, con el de don Quijote[1]. Sancho responde al tipo del labrador inculto (no sabe leer ni escribir), pero de ingenio despierto y con un sentido común a flor de piel. Por su simplicidad e ingenuidad entronca con el bobo o pastor rústico del teatro, pero no es un necio; al contrario, es un personaje que rebosa sabiduría popular y que sabe ser discreto, como lo demuestra con creces su gobierno de la ínsula Barataria. No ha recibido una educación escolar, pero tiene el conocimiento natural de las cosas, que expresa fundamentalmente a través de los refranes.

Si don Quijote ha sido caracterizado como un personaje cuaresmal, Sancho personifica el aspecto carnal de la humanidad. Si don Quijote es alto y avellanado, Sancho destaca por su oronda figura; el escudero disfruta con la comida y la bebida en abundancia y, en general, con todos los aspectos materiales de la existencia, en claro contraste con los altos vuelos del espíritu de su amo. Si uno campa por la región del ideal, el otro se mueve siempre muy a ras de tierra, y juntos sintetizan ese binomio de idealismo y materialismo presente en todo ser humano. El contraste con su amo se da también en el plano lingüístico, pues ambos utilizan registros muy distintos (fabla arcaizante, estilo culto y elevado vs. refranes y habla rústica y vulgar). Frente a la valentía extrema de don Quijote, Sancho rehuirá siempre que pueda las ocasiones de peligro, aunque en muchos momentos terminará compartiendo golpes y sufrimientos con su amo.


[1] Reproduzco aquí, con ligeros retoques, el texto de Mariela Insúa Cereceda y Carlos Mata Induráin, El Quijote. Miguel de Cervantes [guía de lectura del Quijote], Pamplona, Cénlit Ediciones, 2006.