El soneto «Rosa divina, que en gentil cultura» de Sor Juana Inés de la Cruz

El soneto de Sor Juana Inés de la Cruz, editado bajo el epígrafe «En que da moral censura a una rosa, y en ella a sus semejantes», muestra el traslado del tópico de la brevedad de la rosa (como tantos otros propios de la literatura aurisecular) a tierras americanas. En el texto encontramos motivos ya muy conocidos («la cuna alegre y triste sepultura», v. 8; «Cuán altiva en tu pompa presumida / soberbia el riesgo de morir desdeñas», vv. 9.-10; «caduco ser», v. 12), que se van imbricando en un soneto de estructura perfecta y gran elaboración retórica, rematado con los dos últimos versos que encierran, de forma grave y sentenciosa, la lección moral del desengaño barroco: «Conque con docta muerte y necia vida / viviendo engañas y muriendo enseñas».

Rosas marchitas

Rosa divina, que en gentil cultura
eres con tu fragante sutileza
magisterio purpúreo de belleza,
enseñanza nevada de hermosura,

amago de la humana arquitectura,
ejemplo de la vana gentileza,
en cuyo ser unió naturaleza
la cuna alegre y triste sepultura.

¡Cuán altiva en tu pompa presumida
soberbia el riesgo de morir desdeñas,
y luego desmayada y encogida

de tu caduco ser das mustias señas!
Conque con docta muerte y necia vida
viviendo engañas y muriendo enseñas[1].


[1] El texto está recogido en Sor Juana Inés de la Cruz, Obras completas, I, Lírica personal, ed. de Alfonso Méndez Plancarte, México, Fondo de Cultura Económica, 1951, núm. 147, p. 278. En este enlace puede escucharse una versión musicada por Russell M. Cluff.

La Navidad en las letras españolas: siglos XVIII y XIX

En entradas anteriores hemos repasado algunos de los grandes clásicos de la literatura española del Siglo de Oro que cantan el nacimiento de Cristo. Todavía podríamos añadir otros nombres: Alonso de Bonilla, fray Ambrosio de Montesinos…, o recordar el Romancero, que en el conjunto de su rico acervo dio entrada igualmente al tema navideño. Mencionaré, por ejemplo, un romance popular, «Camino de vuelta a Nazaret», que refiere como el Niño tiene sed y, cuando pide de beber, la Virgen le indica «que las aguas vienen turbias / y no se pueden beber». Llegan entonces a una huerta cuidada por un «pobre ciego», que les da unas naranjas (o unas manzanas, según las versiones) para que con ellas puedan calmar la sed que les acucia. En el momento de morder el Niño la fruta, se obra el milagro «y el ciego comienza a ver». Es un romance sencillo e ingenuo, pero igualmente emotivo por referir este milagro infantil de Cristo-Dios, que ha sido musicado en nuestros días por Joaquín Díaz, entre otros.

Y si ampliáramos nuestra mirada para abarcar el ámbito hispanoamericano, todavía sin salir del siglo XVII, deberíamos aludir a sor Juana Inés de la Cruz, escritora novohispana autora de varias colecciones de villancicos de gran calidad, muchos de ellos musicalizados en la época, por ejemplo:

—Pues mi Dios ha nacido por mí,
déjenle velar.
—Pues está desvelado por mí,
déjenle dormir.
—Déjenle velar,
que no hay pena en quien ama
como no penar.
—Déjenle dormir,
que quien duerme en el sueño
se ensaya a morir.
—Silencio, que duerme.
—Cuidado, que vela.
—¡No le despierten, no!
—¡Sí le despierten, sí!
—¡Déjenle velar!
—¡Déjenle dormir!

Nacimiento de Cristo

Sin embargo, pasemos ya al siglo XVIII, durante el cual la temática religiosa está presente en autores como Gabriel Álvarez de Toledo, José María Blanco-White o Alberto Lista; pero la poesía de Navidad se transmite sobre todo en forma de villancicos y coplas populares, tanto en España como en Hispanoamérica. Por ejemplo, el compositor mulato José Francisco Velásquez (1755-1805) construye una pieza para dos sopranos (solo y dúo) con bajo continuo solamente con la siguiente estrofa:

Niño mío que entre pajas
naces para nuestro bien,
yo te ofrezco el corazón
y toda el alma también.

Por lo que toca a la centuria siguiente, sabemos que el XIX es un siglo traspasado por el problema religioso, así que no debe extrañarnos que reaparezca con fuerza la temática navideña. Así sucede, por ejemplo, en el poema «En Nochebuena», de Vicente W. Querol, dedicado a sus ancianos padres, que comienza así:

Un año más en el hogar paterno
celebramos la fiesta del Dios-niño,
símbolo augusto del amor eterno,
cuando cubre los montes el invierno
con su manto de armiño.

El resto de la composición es una evocación de la celebración navideña familiar: el yo lírico se muestra preocupado por la avanzada edad de sus progenitores, pero confía en que —una vez llegada la hora de la muerte— Dios hará posible que en el cielo se repita «esta unión tierna» de que gozan ahora en la tierra.

También podemos traer a estas páginas el poema «El santo nombre de Jesús», del catalán Jacinto Verdaguer, que en traducción castellana de Luis Guarner dice así:

El Niño Jesús
lloraba, lloraba;
lo han circuncidado
y su sangre mana.
Canciones del cielo
María le canta,
y mientras lo arrulla,
lo baña en sus lágrimas.
—Niñito, no llores.
—Madre, el llanto acalla;
para consolaros
los ángeles bajan
desde el alto cielo
a tejer su danza,
coronados todos
y llevando palmas.
Tañen violines,
vïolas y arpas,
guitarras de oro,
rabeles de plata;
la canción que entonan
al mundo alegrara.