«La gitanilla» de Cervantes: don Juan, gitano nuevo

Idealizada está también la caracterización de don Juan, joven y galán de buenas prendas, que tendrá que vencer una serie de dificultades para llegar a alcanzar el amor de Preciosa: acepta vivir durante dos años con los gitanos, sufrirá celos por causa del paje-poeta Clemente, superará la falsa acusación de robo y el paso por la cárcel, etc. Tanto él como Preciosa conocen en esta novela un importante cambio de identidad: Preciosa, que ha vivido desde muy niña como gitana, es en realidad noble; y por el contrario, don Juan, que es y se sabe noble, decide transformarse en gitano para conquistar a la muchacha. Como certeramente escribe Zimic:

El disfraz de D. Juan es imprescindible y práctico precisamente como protección frente a una sociedad incomprensiva a su problema amoroso, personal, y no un artificioso enigma literario para las adivinanzas entretenidas de agudos, ociosos cortesanos, personajes ficticios y lectores. El «disfraz» gitano de Preciosa le es impuesto por las circunstancias peculiares de su vida. Implícita en toda la obra queda la sugerencia de que todo el mundo, particularmente el «alto», «refinado», lleva siempre el disfraz, pero no para mantener discretamente secretas ciertas nobles pasiones, como, supuestamente, esos pastores literarios [los protagonistas de la novela pastoril], sino para ocultar hipócritamente las más viles intenciones e inclinaciones. Se trata, en suma, de un mundo de continuos desdoblamientos y encubrimientos de la identidad naturales, lógicos; de muchas, mutuamente determinantes influencias sociales, de que nadie puede extraerse, refugiándose en idílicas zonas francas del ensueño amoroso[1].

Más allá de las peripecias amorosas, La gitanilla nos presenta un animado y pintoresco cuadro de la vida gitana, una vida que Cervantes retrata plena de alegría y optimismo. Como ha señalado la crítica, se da a lo largo de toda la novela una confrontación de dos sistemas de valores, el gitano-rural y el cortesano-urbano. Dicho de otra forma, el relato se articula en torno a la oposición estructural ciudad-nobleza-propiedad privada (código social) / campo-gitanos-propiedad comunal (código natural), siendo el dinero la clave de mediación entre la sociedad gitana y el poder[2].

Gitana

Don Juan, disfrazado de gitano e integrado en el grupo, será un observador ajeno de sus modos de vida y costumbres (de la misma forma que los jóvenes Rinconete y Cortadillo serán espectadores del mundo hampesco en el patio de Monipodio), todo con una perspectiva crítica que se mueve con cierta ambigüedad (muy cervantina) entre el elogio y la ironía. Y esta es una de las razones (pero no la única) por las que La gitanilla es, sin duda alguna, una de las mejores piezas incluidas en la colección de doce Novelas ejemplares.


[1] Stanislav Zimic, Las «Novelas ejemplares» de Cervantes, Madrid, Siglo XXI de España, 1996, pp. 37-38.

[2] Ver Harry Sieber, estudio preliminar a su edición de las Novelas ejemplares, 13.ª ed., Madrid, Cátedra, 1990, vol. I, pp. 19-21.

«La gitanilla» de Cervantes: Preciosa y los gitanos

Una de los rasgos más interesantes de esta novela, una de las doce Novelas ejemplares de Cervantes, es precisamente el magnífico retrato de Preciosa, presentada como un ser ideal lleno de belleza, ingenio, inocencia y gracia naturales, que canta y baila maravillosamente y lee la buenaventura; además, pese a su juventud, es discretísima y tiene un dominio total y absoluto de la palabra. Es, en suma, un personaje femenino en busca de su libertad personal, que defiende a toda costa, y en este sentido la podemos relacionar, por ejemplo, con Marcela (en el episodio de Marcela y Grisóstomo del Quijote)[1].

Gitana

En varias ocasiones Preciosa dará buena muestra de su habilísimo manejo del lenguaje y de los recursos de persuasión: en ningún momento acepta que otros (los gitanos varones del clan) la entreguen a don Juan/Andrés Caballero, sino que decide que será suya solo cuando él haya demostrado sobradamente merecer su amor. Su bondad y honestidad sin tacha son dos de los rasgos principales de su retrato, y esas cualidades destacan todavía más al hacerse presentes en medio del mundo gitanesco. Las palabras cervantinas que abren el relato no pueden ser más claras al respecto:

Parece que los gitanos y gitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones: nacen de padres ladrones, críanse con ladrones, estudian para ladrones y, finalmente, salen con ser ladrones corrientes y molientes a todo ruedo; y la gana del hurtar y el hurtar son en ellos como acidentes inseparables, que no se quitan sino con la muerte[2].

Y luego serán los propios personajes gitanos quienes corroboren que el robo y los engaños son consustanciales a su modo de vida. En cualquier caso, la actitud de Cervantes será ambigua porque, al mismo tiempo que describe su inclinación al delito, presentará de forma idealizada esa «libre y ancha vida» gitanesca, cuya sociedad parece ser la de una nueva Edad de Oro, una felice Arcadia pastoril, como se aprecia en estas palabras puestas en boca de un gitano viejo:

—Esta muchacha, que es la flor y la nata de toda la hermosura de las gitanas que sabemos que viven en España, te la entregamos, ya por esposa o ya por amiga; que en esto puedes hacer lo que fuere más de tu gusto, porque la libre y ancha vida nuestra no está sujeta a melindres ni a muchas ceremonias. Mírala bien, y mira si te agrada, o si ves en ella alguna cosa que te descontente, y si la ves, escoge entre las doncellas que aquí están la que más te contentare, que la que escogieres te daremos; pero has de saber que, una vez escogida, no la has de dejar por otra, ni te has de empachar ni entremeter ni con las casadas ni con las doncellas. Nosotros guardamos inviolablemente la ley de la amistad: ninguno solicita la prenda del otro, libres vivimos de la amarga pestilencia de los celos. Entre nosotros, aunque hay muchos incestos, no hay ningún adulterio; y cuando le hay en la mujer propia, o alguna bellaquería en la amiga, no vamos a la justicia a pedir castigo; nosotros somos los jueces y los verdugos de nuestras esposas o amigas; con la misma facilidad las matamos, y las enterramos por las montañas y desiertos, como si fueran animales nocivos; no hay pariente que las vengue, ni padres que nos pidan su muerte. Con este temor y miedo ellas procuran ser castas, y nosotros, como ya he dicho, vivimos seguros. Pocas cosas tenemos que no sean comunes a todos, excepto la mujer o la amiga, que queremos que cada una sea del que le cupo en suerte; entre nosotros así hace divorcio la vejez como la muerte: el que quisiere puede dejar la mujer vieja, como él sea mozo, y escoger otra que corresponda al gusto de sus años. Con estas y con otras leyes y estatutos nos conservamos y vivimos alegres; somos señores de los campos, de los sembrados, de las selvas, de los montes, de las fuentes y de los ríos. Los montes nos ofrecen leña de balde; los árboles, frutas; las viñas, uvas; las huertas, hortaliza; las fuentes, agua; los ríos, peces, y los vedados, caza; sombra, las peñas; aire fresco, las quiebras; y casas, las cuevas. Para nosotros las inclemencias del cielo son oreos; refrigerio, las nieves; baños, la lluvia; músicas, los truenos, y hachas, los relámpagos. Para nosotros son los duros terreros colchones de blandas plumas; el cuero curtido de nuestros cuerpos nos sirve de arnés impenetrable que nos defiende; a nuestra ligereza no la impiden grillos, ni la detienen barrancos, ni la contrastan paredes; a nuestro ánimo no le tuercen cordeles, ni le menoscaban garruchas, ni le ahogan tocas, ni le doman potros. Del sí al no, no hacemos diferencia cuando nos conviene; siempre nos preciamos más de mártires que de confesores. Para nosotros se crían las bestias de carga en los campos y se cortan las faldriqueras en las ciudades. No hay águila, ni ninguna otra ave de rapiña, que más presto se abalance a la presa que se le ofrece que nosotros nos abalanzamos a las ocasiones que algún interés nos señalen; y, finalmente, tenemos muchas habilidades que felice fin nos prometen, porque en la cárcel cantamos, en el potro callamos, de día trabajamos y de noche hurtamos, o, por mejor decir, avisamos que nadie viva descuidado de mirar dónde pone su hacienda. No nos fatiga el temor de perder la honra, ni nos desvela la ambición de acrecentarla, ni sustentamos bandos, ni madrugamos a dar memoriales, ni acompañar magnates, ni a solicitar favores. Por dorados techos y suntuosos palacios estimamos estas barracas y movibles ranchos; por cuadros y países de Flandes, los que nos da la naturaleza en esos levantados riscos y nevadas peñas, tendidos prados y espesos bosques que a cada paso a los ojos se nos muestran. Somos astrólogos rústicos, porque, como casi siempre dormimos al cielo descubierto, a todas horas sabemos las que son del día y las que son de la noche; vemos cómo arrincona y barre la aurora las estrellas del cielo, y cómo ella sale con su compañera el alba, alegrando el aire, enfriando el agua y humedeciendo la tierra, y luego, tras ellas, el sol, dorando cumbres, como dijo el otro poeta, y rizando montes; ni tememos quedar helados por su ausencia cuando nos hiere a soslayo con sus rayos, ni quedar abrasados cuando con ellos particularmente nos toca; un mismo rostro hacemos al sol que al hielo, a la esterilidad que a la abundancia. En conclusión, somos gente que vivimos por nuestra industria y pico, y sin entremeternos con el antiguo refrán: «Iglesia, o mar, o casa real». Tenemos lo que queremos, pues nos contentamos con lo que tenemos. Todo esto os he dicho, generoso mancebo, porque no ignoréis la vida a que habéis venido y el trato que habéis de profesar, el cual os he pintado aquí en borrón, que otras muchas e infinitas cosas iréis descubriendo en él con el tiempo, no menos dignas de consideración que las que habéis oído[3].

Por otra parte, el realismo en la presentación de escenas y ambientes (realismo literario) contrasta con el idealismo del retrato de Preciosa y con el desenlace final, más propio de un relato bizantino o caballeresco; de ahí que se suela clasificar a La gitanilla entre las novelas ideorrealistas de la colección.


[1] Se ha señalado como posible antecedente de Preciosa el personaje de la Tarsiana en el Libro de Apolonio. Sin embargo, es difícil que Cervantes conociera tal obra. Preciosa es, en realidad, una de las creaciones más originales y atractivas de entre los personajes femeninos del escritor.

[2] Cito por Novelas ejemplares, ed. de J. García López, estudio preliminar de J. Blasco, presentación de F. Rico, Barcelona, Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores / Centro para la Edición de los Clásicos Españoles, 2005, pp. 27-28.

[3] Novelas ejemplares, ed. de J. García López, pp. 70-73.