Estructura y técnicas narrativas en «Corte de corteza» de Daniel Sueiro: tempo lento, contrapunto y perspectivismo

En cuanto a la técnica del tempo lento en Corte de corteza[1] de Daniel Sueiro hay que decir, con Tomás Yerro, que

Corte de corteza no adopta la técnica proustiana del tempo lento, solamente insinuada en algunos episodios, que son más bien ejemplos de contrapunto. Sí hay, en cambio, un tempo narrativo en el que se mezcla un ritmo vivo, conseguido por medio de capítulos eminentemente narrativos y especiales recursos estilísticos, con otro más pausado, casi lento, visible en monólogos y diálogos, tendente a reflejar el caos del mundo deshumanizado que la novela retrata y censura[2].

En definitiva, hay en la obra secuencias de ritmo rápido, acelerado, que son las que describen la vida trepidante, frenética de la ciudad, y secuencias lentas, en las que la acción se remansa, como las que evocan las vidas de Adam, David, Castro, Diana, el francotirador… Esos pocos momentos en los que la técnica empleada se acerca (pero sin llegar a serlo del todo) a la del tempo lento son los siguientes: cuando Adam contempla su nuevo cuerpo tras la operación, evoca el suyo anterior (p. 257). Al ver las ropas que le han dejado, piensa que pudieran ser de David y recuerda una escena de intercambio de ropas ocurridas en su juventud (pp. 274-275). Y Diana, al mirarse desnuda en el espejo, recuerda cómo fue sorprendida en tal actitud por su padre y, posteriormente, por el señor Key, el jefe de su esposo (p. 250). Sí hay casos de la técnica narrativa del contrapunto:

Corte de corteza es una obra cuya acción progresa de manera cronológicamente lineal; sin embargo, en ella se ofrecen claros ejemplos de la técnica del contrapunto: uno de ellos presenta simultaneidad de escenas (intervenciones quirúrgicas en distintos quirófanos). Otros se adentran en la vida pasada de los personajes (Adam, David, Castro) a través de la visión del narrador sobre todo. Finalmente, existen evocaciones conscientes de personajes individuales (rememoraciones de Adam después del trasplante y de Diana desnuda ante el espejo) escritas en tercera persona o en monólogo interior. El autor quiere ofrecer una visión crítica de la sociedad a base de personajes arquetípicos, cuyo deshumanizado comportamiento presente sólo es comprensible con la inmersión en su pasado[3].

El caso más claro es quizá el primero de los citados por Yerro, en el que los componentes del equipo médico observan distintas operaciones a través de los monitores de televisión instalados en una centralita de control del hospital.

En cuanto al perspectivismo,

Corte de corteza ofrece una realidad equívoca, contradictoria, detalle que se observa en el enfrentamiento de posiciones (Padre Lucini y doctor Castro) o en las distintas versiones que se suministrarán sobre un mismo hecho (despertar de Adam, visita de Adam a su antiguo apartamento, muerte del doctor Castro). Las técnicas que contribuyen a este perspectivismo son varias: la primera persona gramatical del singular se utiliza en los discursos de Adam, en la carta de Olga Fontana y, de manera muy particular, en los monólogos interiores. La segunda persona del singular sólo aparece raramente en los breves fragmentos de soliloquio. En la novela predomina el relato hecho en tercera persona por un periodista que proporciona una visión de los hechos aparentemente omnisciente en las anticipaciones, pero en la que destaca la visión limitada, expresada con adverbios de duda, expresiones de suposición o de probabilidad, fuentes de dudosa información y vacilación en la denominación de personas. Estas contradicciones informativas, esta falta de atención al hombre, plasmadas mediante la técnica perspectivística, no son sino el reflejo de una sociedad contradictoria y deshumanizada que se trata de censurar en toda la novela[4].

En este sentido, resulta muy interesante la discusión entre el Padre Lucini (quien expone el punto de vista de la Iglesia y de la moral) y el doctor Castro (representante de la ciencia y de los progresos técnicos, sin tener en cuenta otro tipo de valores). Consideremos por ejemplo estos pasajes:

—Quieren ustedes ir demasiado lejos, semejante soberbia atenta contra todos los principios humanos y divinos. […] Son criaturas humanas, criaturas de Dios, con un cuerpo y un alma inseparables que han de salvarse conjuntamente. […] Es un sacrilegio, una blasfemia, un crimen. […] Son dos seres humanos que no les pertenecen, ya pertenecen sólo a Dios (pp. 61-62).

—Insisto en que quieren usted llegar demasiado lejos. No se puede dar a un hombre la personalidad de otro, no se puede atribuir a un alma las pasiones de un cuerpo que no les pertenece. ¿No se dan cuenta? Es en el cerebro donde está el principio de la vida, donde seguramente reside el alma, la conciencia.

—Por eso queremos que no se pierda —cortó secamente el doctor Castro—, y vamos a intentarlo. ¿O preferirá usted que esa vida que podemos conservar se pudra bajo la tierra junto con el cuerpo que ya no podemos curar? (pp. 63-64).

—¿Ha reflexionando usted sobre ello, doctor? ¡Es atroz! ¡Entonces resulta que no somos más que materia! El hombre encierra un alma, aunque usted no crea en ella. […] De dos seres humanos, sanos o enfermos, […] con dos cuerpos y dos almas bien diferenciados, ¿qué han hecho ustedes? ¿Qué están haciendo? A mi modo de ver, creando una confusión pavorosa y blasfema, horrible.

—Le repito que había dos hombres muertos y ahora tenemos a uno vivo. […] Cuando nosotros queremos, no tratamos de salvar almas, sino personas.

—Pero esas personas lo son en cuanto tienen un alma —se exasperó—, ¡un alma que salvar!

—Eso es algo que un cirujano nunca encuentra (pp. 231-232).

La llegada de Adam a su casa tras escapar del hospital y la muerte del doctor Castro al estrellarse su coche son acontecimientos que dan lugar a variados y contrapuestos comentarios, por lo que podemos hablar también de perspectivismo en estos casos:

Quién dice usted, Adam, señora, ah, el joven profesor, sí, tuvo ciertos líos con la policía, pero no por ser delincuente, sino por ser un patriota, bueno, ese será un punto de vista, no me dirá usted que está de acuerdo con toda esa gente, sólo le digo que vivimos en un país libre y somos ciudadanos en libertad, o no, no lo somos, pues hacía tiempo que no venía por aquí el señor Adam, claro, no podía venir, por el accidente, ¿no se acuerda usted? (pp. 308-309).

Dirían sencillamente que estaba borracho aquella tarde, demasiado borracho para conducir un Ferrari 80 a más de trescientos kilómetros por hora; dirían que el coche estaba viejo, la pista en malas condiciones, una avería mecánica, un fallo humano, qué más da; dirían cualquier cosa; dijeron que no estaba borracho, no, estaba loco, no tenía ganas de vivir, en realidad, se estaba destruyendo poco a poco mediante el alcohol, y últimamente no se le podía ver sobrio ni al salir de la ducha, a media mañana, pero no era eso, al menos no eso sólo, la muerte lenta no era suficiente, no le bastaba, quería acabar y buscaba con desesperación todas las oportunidades de morir, era su desafío, morir de golpe y sin remedio, sin posibilidad de arreglo, y por eso decían que corría de aquella manera y en aquel estado; dijeron que en aquel momento había allí unos niños cruzando imprudentemente la pista, él venía reventando el fuego a lo largo de la recta y al llegar al comienzo de la curva debió ver algo extraño, con seguridad, acaso pisó el freno, una falsa maniobra con el volante, el caso es que ya no pudo hacerse con el bólido; esto lo declaró uno que dijo haberlo visto desde lo alto de la baca de un coche aparcado; dijeron también que se había estrellado a propósito; no podía ser de otro modo, eso fue lo que pareció, venía perfectamente, la pista despejada, libre, ni siquiera pasaba entonces ninguno de los demás competidores […] hasta dirían que, bueno, que había sido un accidente muy raro, que no todo parecía claro y que no se aclararía nunca, no se recogieron más restos que negra ceniza y trozos retorcidos de hierro, algo bien organizado, pero esta versión debió obedecer fundamentalmente al clima de miedo, de terror colectivo en que vivía el país entonces, justificado desde luego por todo lo ocurrido, muertes, violencias, ejecuciones de día y de noche en las calles de las ciudades y en los campos de batalla, pues no se encontró ni podía encontrarse razón alguna consistente ni causa suficiente para que nadie quisiera librarse de ese modo de un hombre como el doctor Castro (pp. 381-382).

AmbiguedadExisten varios recursos en la novela para expresar ambigüedad o indeterminación. Entre los que cita Yerro están los adverbios de duda: «operarios selectos, de mil a tres mil dólares, no más, o tal vez de dos mil a cinco mil» (p. 128); expresiones de suposición o probabilidad: «probablemente trabajan hasta sin anestesia» (p. 26) o «Los tres debían ser más o menos de la misma edad» (p. 128); cita de las fuentes de información: «Sus alumnos y el público que llegó a escucharle en sus casas atestiguan que era un hombre…» (p. 44); vacilación en la denominación de un personaje: el policía que mata al francotirador recibe todos estos apellidos: Callagham, Currighan, Cuningham, Carrigan, Callagan, Currigan, Culligham, Cuningan[5]. Esta imprecisión nos habla de la poca importancia que tiene en esa sociedad cada persona individual (la masa, el número cuentan más que el nombre propio): «Callaghan o Currighan, puesto que ni siquiera hubo interés en determinar bien su nombre» (p. 14). Sin embargo, este policía reaparece al final de la novela (es el que dispara sobre el cuerpo, ya muerto, de Adam) y se nos aclara su verdadero nombre, que no es ninguno de los hasta entonces señalados: «Se llamaba Colemann, en realidad, era de origen germano, y ya entonces lo habían ascendido a sargento» (p. 395).

Por último, no hallamos en la novela la técnica del laberinto, por la razón que apunta Yerro:

No tiene razón de ser hablar de este procedimiento narrativo en Corte de corteza. El propósito crítico de Daniel Sueiro y su concepción comprometida de la literatura, no podían avenirse bien con una técnica caracterizada por la oscuridad y la confusión, cuando lo que él busca es una audiencia amplia. El verdadero laberinto de la novela hubiera podido encontrarse en el ánimo del profesor Adam, pero he repetido con frecuencia que este aspecto psicológico del personaje había sido preterido por el autor[6].

Se puede concluir, como apuntan Felipe B. Pedraza Jiménez y Milagros Rodríguez Cáceres, que pese al empleo por parte de Sueiro de todas estas nuevas técnicas y estructuras (monólogo interior, estilo indirecto libre, multiperspectivismo, contrapunto, intervención de voces anónimas que se dirigen a los personajes, rupturas temporales, saltos espaciales…), «el grado de experimentación no llega a dificultar la lectura»[7].


[1] Tomás Yerro, Aspectos técnicos y estructurales de la novela española actual, Pamplona, Eunsa, 1977, p. 128.

[2] La edición manejada es la de Madrid / Barcelona, Alfaguara, 1969.

[3] Yerro, Aspectos técnicos y estructurales de la novela española actual, pp. 142-143.

[4] Yerro, Aspectos técnicos y estructurales de la novela española actual, p. 196.

[5] Es algo similar a lo que pasa con el nombre del hidalgo manchego que se convierte en don Quijote: Quijano, Quijada, Quesada…

[6] Yerro, Aspectos técnicos y estructurales de la novela española actual, p. 159.

[7] Felipe B. Pedraza Jiménez y Milagros Rodríguez Cáceres, Manual de literatura española, vol. XIII, Posguerra: narradores, Pamplona, Cénlit Ediciones, 2000, p. 875. Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Experimentación narrativa y crítica social en Corte de corteza (1969), de Daniel Sueiro», en Concepción Martínez Pasamar y Cristina Tabernero Sala (eds.), Por seso e por maestría. Homenaje a la Profesora Carmen Saralegui, Pamplona, Eunsa, 2012, pp. 387-408.

Algo más sobre Cide Hamete Benengeli

Cide Hamete BenengeliCon respecto a Cide Hamete Benengeli, se han barajado múltiples interpretaciones relativas a su «identidad»[1]. El primero que da una etimología popular es el propio Sancho, quien en II, 2 deforma el nombre en Cide Hamete Berenjena y comenta que «por la mayor parte he oído decir que los moros son amigos de berenjenas» (p. 645). Dejando aparte esta explicación jocosa, los estudiosos han añadido hipótesis numerosas y diversas; así, algunos interpretan el nombre de esta manera: Cide (Señor) Hamete (que más alaba al Señor) Ben-engeli (hijo del Evangelio); otros, en cambio, creen ver en Cide Hamete Benengeli un anagrama casi perfecto de Miguel de Cervantes; otros encuentran en tal nombre una alusión a la comedia El Hamete de Toledo de Lope de Vega; otros lo vinculan con el término bengerinel, ‘hijo de Miguel’… Hay, en fin, muchas otras propuestas[2]. Sea como sea, coincido con Márquez Villanueva cuando señala que Cide Hamete es

el foco cristalizador de la estructura narrativa del Quijote. Tangible y evanescente a la vez, se halla dotado, igual que Dulcinea, de un ser literario que lo sitúa un escalón por encima y un escalón por debajo del plano «real» de la novela[3].

En fin, se podría concluir esta entrada señalando con Jean Canavaggio que Cide Hamete es «la más fascinante de las máscaras inventadas por Cervantes para disimularse y excitar así nuestra curiosidad»[4].


[1] Reproduzco aquí, con ligeros retoques, el texto de Mariela Insúa Cereceda y Carlos Mata Induráin, El Quijote. Miguel de Cervantes [guía de lectura del Quijote], Pamplona, Cénlit Ediciones, 2006. Las citas del Quijote corresponden a la edición del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, Barcelona, Editorial Crítica, 1998.

[2] Ver Santiago López Navia, «El autor ficticio Cide Hamete Benengeli en el texto del Quijote», en La ficción autorial en el «Quijote» y en sus continuaciones e imitaciones, Madrid, Universidad Europea-Cees Ediciones, 1996, pp. 43-151.

[3] Francisco Márquez Villanueva, «Fray Antonio de Guevara y Cide Hamete Benengeli», en Fuentes literarias cervantinas, Madrid, Gredos, 1973, p. 254. Más detalles y una bibliografía más completa sobre este aspecto en Santiago López Navia, La ficción autorial en el «Quijote» y en sus continuaciones e imitaciones, Madrid, Universidad Europea-Cees Ediciones, 1996.

[4] Jean Canavaggio, «Vida y literatura: Cervantes en el Quijote», estudio preliminar en Don Quijote de la Mancha, ed. del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, p. XLVI.

Esquema de las voces narrativas del «Quijote»

En un segundo nivel de enunciación nos encontramos con un narrador-segundo autor que narra basándose en la lectura previa de fuentes diversas, que constituyen el tercer nivel de enunciación. Dentro de esas fuentes, existe una que se va a convertir en la fundamental a partir de I, 9, como he señalado en la entrada anterior: la de Cide Hamete, que es accesible merced a una traducción.

Cide Hamete Benengeli

En esquema, combinando todos los factores mencionados, tendríamos el siguiente esquema de las voces narrativas del Quijote:

DON QUIJOTE, SANCHO Y LOS DEMÁS PERSONAJES
(diálogos, monólogos, discursos…)

NARRADOR-SEGUNDO AUTOR
(narración que se basa en la pesquisa de materiales)

AUTORES VARIOS
(fuentes, anales de la Mancha y Cide Hamete Benengeli)

CIDE HAMETE BENENGELI
(autor identificado: historiador arábigo, pero ¿verdadero o mendaz?)

TRADUCTOR

(morisco aljamiado que hace de mediador)

AUTOR FINAL
(Cervantes, «padrastro» de don Quijote y del Quijote)

Como podemos apreciar, este complejo esquema —que aquí he perfilado tan solo en sus líneas esenciales— nos habla de una narración sumamente compleja, en la que muchas veces entra en juego la ambigüedad (historia / ficción, verdad / mentira…), el multiperspectivismo narrativo, el distanciamiento del autor real, Cervantes, con relación a la materia narrada y sus personajes, etc. Este carácter metanarrativo (la narración habla de la narración) es un aspecto de enorme modernidad que ha generado abundante bibliografía.

Cide Hamete Benengeli y la técnica de los «papeles hallados» en el «Quijote»

Cide Hamete BenengeliY, así, desde este punto del capítulo I, 9, la única fuente será este texto de Cide Hamete Benengeli[1]; va a ser, por tanto, un historiador arábigo quien cuente la historia de un caballero cristiano, lo que no deja de ser irónico: para un cristiano de aquella época, todo lo relacionado con el mundo musulmán presentaba connotaciones negativas; en concreto, los árabes tenían fama de mentirosos, de ahí que el origen arábigo del historiador de los hechos de don Quijote pudiera resultar altamente sospechoso en punto a su veracidad. Este será un aspecto puesto de relieve por el propio don Quijote en la II Parte, cuando se entere de quién es el sabio que cuenta sus aventuras:

… desconsolóle pensar que su autor era moro, según aquel nombre de Cide, y de los moros no se podía esperar verdad alguna, porque todos son embelecadores, falsarios y quimeristas. Temíase no hubiese tratado sus amores con alguna indecencia que redundase en menoscabo y perjuicio de la honestidad de su señora Dulcinea del Toboso; deseaba que hubiese declarado su fidelidad y el decoro que siempre la había guardado… (II, 3, p. 646).

En definitiva, el hallazgo de estos papeles permite al narrador o segundo autor reanudar la aventura interrumpida del vizcaíno, y contar, mediando la traducción, todas las que vienen después, incluidas las de la Segunda Parte. Recordemos que el capítulo primero del Quijote de 1615 comienza con estas palabras:

Cuenta Cide Hamete Benengeli en la segunda parte desta historia, y tercera salida de don Quijote, que el cura y el barbero se estuvieron casi un mes sin verle… (p. 625).

Esta técnica de los «papeles hallados» era un recurso habitual en las novelas de caballerías, y su utilización por parte de Cervantes es un aspecto más de la parodia de tales obras. Sin embargo, aquí pasa a formar parte de un entramado narrativo mucho más complejo que tiene rasgos de plena modernidad. En efecto, en el Quijote se manejan, como vamos viendo, distintos niveles de enunciación. Tenemos por un lado a los personajes que se comunican a través de diálogos (forma predominante en esta novela), monólogos y discursos. A su vez, desde el nivel de los personajes, don Quijote, conocedor del género caballeresco, sabe que todo caballero debe tener un sabio historiador que cuente sus hazañas. Recordemos el célebre pasaje en el que, tras salir de casa, imagina cómo se contará su historia:

Yendo, pues, caminando nuestro flamante aventurero, iba hablando consigo mesmo y diciendo:

—¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salida tan de mañana, desta manera?: «Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos…» (I, 2, p. 46).


[1] Reproduzco aquí, con ligeros retoques, el texto de Mariela Insúa Cereceda y Carlos Mata Induráin, El Quijote. Miguel de Cervantes [guía de lectura del Quijote], Pamplona, Cénlit Ediciones, 2006. Las citas del Quijote corresponden a la edición del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, Barcelona, Editorial Crítica, 1998.

El «Quijote»: la «historia de la narración» (y 2)

Otro hito importante para desentrañar la compleja construcción narrativa del Quijote lo encontramos al final del capítulo octavo, cuando queda suspendida la aventura del vizcaíno[1]: don Quijote y el escudero están peleando y el capítulo termina cuando ambos están con las espadas en alto, sin que se narre el desenlace.

Combate de don Quijote con el vizcaíno

Este recurso suspensivo, que ya había sido utilizado por Ercilla en La Araucana, cobra aquí un valor especial, pues el narrador confiesa que se le ha acabado el material, es decir, no puede contar al lector el resultado final de esa aventura porque no tiene una fuente que se lo detalle. Leemos ahí:

Pero está el daño de todo esto que en este punto y término deja pendiente el autor desta historia esta batalla, disculpándose que no halló más escrito destas hazañas de don Quijote, de las que deja referidas. Bien es verdad que el segundo autor desta obra no quiso creer que tan curiosa historia estuviese entregada a las leyes del olvido, ni que hubiesen sido tan poco curiosos los ingenios de la Mancha, que no tuviesen en sus archivos o escritorios algunos papeles que deste famoso caballero tratasen; y así, con esta imaginación, no se desesperó de hallar el fin desta apacible historia, el cual, siéndole el cielo favorable, le halló del modo que se contará en la segunda parte (II, 8, p. 104).

En efecto, en el capítulo noveno el narrador, que se ha declarado segundo autor, cuenta las peripecias que vive para encontrar la continuación de la aventura. Se nos ofrece, por tanto, la historia de la narración, cuyo «personaje» es este segundo autor. Estamos, por tanto, ante un narrador-lector que va a contarnos la historia de las pesquisas llevadas a cabo por él para hallar la continuación de los hechos de don Quijote:

Causóme esto mucha pesadumbre, porque el gusto de haber leído tan poco se volvía en disgusto, de pensar el mal camino que se ofrecía para hallar lo mucho que a mi parecer faltaba de tan sabroso cuento (I, 9, p. 105).

Afortunadamente, el narrador encuentra un día por casualidad, en el Alcaná de Toledo, un cartapacio con diversos papeles escritos en árabe que, a la postre, resultarán ser la historia de don Quijote. Por desconocer el idioma, este segundo autor debe recurrir a un morisco aljamiado para que le traduzca tales documentos. Es entonces cuando, al sentir las risas del traductor, descubre gustoso que ha encontrado lo que andaba buscando:

Preguntéle yo de qué se reía, y respondióme que de una cosa que tenía aquel libro escrita en el margen por anotación. Díjele que me la dijese, y él, sin dejar la risa, dijo:

—Está, como he dicho, aquí en el margen escrito esto: «Esta Dulcinea del Toboso, tantas veces en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha».

Cuando yo oí decir «Dulcinea del Toboso», quedé atónito y suspenso, porque luego se me representó que aquellos cartapacios contenían la historia de don Quijote. Con esta imaginación le di priesa que leyese el principio, y haciéndolo ansí, volviendo de improviso el arábigo en castellano, dijo que decía: Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo (p. 108).

[1] Reproduzco aquí, con ligeros retoques, el texto de Mariela Insúa Cereceda y Carlos Mata Induráin, El Quijote. Miguel de Cervantes [guía de lectura del Quijote], Pamplona, Cénlit Ediciones, 2006. Las citas del Quijote corresponden a la edición del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, Barcelona, Editorial Crítica, 1998.

El «Quijote»: la «historia de la narración» (1)

Quijote3Uno de los aportes de mayor modernidad en el Quijote reside en el terreno de las técnicas narrativas[1]. La obra de Cervantes no solo nos cuenta la historia de unos personajes, sino que incorpora a la narración la historia de la propia narración. Esto va a suponer la introducción de un complejo juego de perspectivas y de voces narrativas. Evidentemente, el autor de la novela es Miguel de Cervantes Saavedra, quien en el prólogo de la Primera Parte confiesa que «aunque parezco padre, soy padrastro de don Quijote» (p. 10). Que el autor se confiese padrastro de su personaje —por extensión, de la obra entera— puede causar extrañeza a quien va leyendo estas líneas del prólogo, pero la afirmación de Cervantes se va a aclarar, va a cobrar pleno sentido más adelante, como explicaré en una próxima entrada.

La historia de las aventuras de don Quijote es presentada por un narrador personal que se manifiesta ya en las primeras líneas de la obra: «En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…» (I, 1, p. 35; cursiva mía). Es una voz que no corresponde a la de un personaje protagonista de los sucesos que se van a narrar, es decir, no estamos ante un narrador protagonista como el de la novela picaresca. Sin embargo, tampoco se trata del tradicional narrador en tercera persona característico de la novela de caballerías. Es el del Quijote un narrador que no sabe todo acerca de los hechos que va a contar o, dicho de otra forma, tiene un conocimiento limitado de la materia objeto de su narración. En muchos momentos este narrador se declara dependiente de fuentes anteriores, por ejemplo en ese mismo capítulo I, 1, cuando alude a un detalle tan importante como el nombre de su protagonista:

Quieren decir que tenía el sobrenombre de «Quijada» o «Quesada», que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben, aunque por conjeturas verisímiles se deja entender que se llamaba «Quijana» (pp. 36-37; destacado mío).

Y en el capítulo I, 2 añade:

Autores hay que dicen que la primera aventura que le avino fue la del Puerto Lápice; otros dicen que la de los molinos de viento; pero lo que yo he podido averiguar en este caso, y lo que he hallado escrito en los anales de la Mancha es que él anduvo todo aquel día, y, al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre (p. 48; destacados míos).

Es decir, el narrador maneja distintas fuentes (autores, los anales de la Mancha…) que le brindan información acerca de las andanzas de don Quijote. De esta forma, este narrador aparece como un compilador de la historia, una especie de pseudo-historiador que trata de presentar todos los hechos narrados como una «historia verdadera». De hecho, sintagmas de este tipo («verdadera historia», «grande historia», «puntual y verídica historia»…) se repiten continuamente a lo largo del relato y en los títulos de los capítulos.


[1] Reproduzco aquí, con ligeros retoques, el texto de Mariela Insúa Cereceda y Carlos Mata Induráin, El Quijote. Miguel de Cervantes [guía de lectura del Quijote], Pamplona, Cénlit Ediciones, 2006. Las citas del Quijote corresponden a la edición del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, Barcelona, Editorial Crítica, 1998.

Los personajes del «Quijote»

El censo de personajes del Quijote es verdaderamente elevado[1]. Se han hecho recuentos que sitúan en torno a los setecientos el número de los mencionados (un total de 659 personajes, de los cuales 607 son hombres y 52 mujeres), pero los que intervienen en la acción, aunque sea de forma mínima, son unos doscientos[2], que conforman un personaje coral o colectivo. En efecto, con los numerosos personajes que pueblan las páginas de su novela, Cervantes recorre todos los estratos sociales, los distintos oficios, las diversas regiones de la geografía peninsular, conformando un acabado retrato de la sociedad de su tiempo.

Personajes del Quijote

Se ha afirmado, con plena razón, que en el Quijote está toda la España del XVII, desde el rey hasta el último villano, pasando por representantes de los distintos estamentos, clases sociales y oficios: miembros de la alta nobleza, hidalgos más o menos empobrecidos, labradores ricos, comerciantes, médicos, letrados, eclesiásticos, estudiantes, militares, cabreros, arrieros, mozos de mulas, venteros, actores, mozas de mesón y del partido, amas, dueñas, doncellas, damas principales, y un larguísimo etcétera. En suma, puede decirse que en el Quijote están representadas, sin excepción, todos los grupos de la pirámide social, y que leer esta obra es un modo de asomarse al inmenso mosaico de la España de aquel entonces. En cualquier caso, no por esta circunstancia de su concreta y exacta localización espacial pierde el libro valor universal, y en ello precisamente radica, en buena medida, la riqueza de la magistral obra cervantina.

Por otra parte, Cervantes tiene la habilidad de caracterizar a muchos de sus personajes con rasgos bien definitorios y representativos de su condición, aunque no por ello se queden siempre en la categoría de meros tipos: así, acumula en su retrato elementos que nos hablan de su presencia física, su temperamento y psicología, su indumentaria y sus hábitos alimenticios, su ideología, sus sentimientos y aspiraciones, sus peculiares formas de hablar… Dicho con otras palabras, el modo de caracterización de los personajes cervantinos no es excluyente, sino incluyente: cada uno de ellos no está caracterizado por un sólo rasgo que lo tipifica sino que conforma una psicología con rasgos positivos y negativos. Recordemos que Cervantes retrata sus personajes sirviéndose del perspectivismo (cada uno de ellos es descrito por el narrador y también por otros personajes) y, en este sentido, no son unívocos, sino que quedan presentados desde distintos puntos de vista.


[1] Reproduzco aquí, con ligeros retoques, el texto de Mariela Insúa Cereceda y Carlos Mata Induráin, El Quijote. Miguel de Cervantes [guía de lectura del Quijote], Pamplona, Cénlit Ediciones, 2006.

[2] Remito a Alberto Sánchez, «La sociedad española en el Quijote», Anthropos. Suplementos, 17, 1989, pp. 267-274; y a Antonio Domínguez Ortiz, «La España del Quijote», estudio preliminar en Don Quijote de la Mancha, ed. del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, Barcelona, Editorial Crítica, 1998, pp. LXXXVII-CIV.