Si pasamos ya al siglo XX, encontraremos que la poesía de Navidad va a conocer un gran rebrote, en ambas orillas del Atlántico. El argentino Francisco Luis Bernárdez —que después de su conversión llegó a ser el máximo representante de la literatura católica de su país— nos brinda un bello «Soneto de la Encarnación» sobre el maravilloso misterio de Dios hecho hombre:
Para que el alma viva en armonía
con la materia consuetudinaria
y, pagando la deuda originaria,
la noche humana se convierta en día;para que a la pobreza tuya y mía
suceda una riqueza extraordinaria
y para que la muerte necesaria
se vuelva sempiterna lozanía,lo que no tiene iniciación empieza,
lo que no tiene espacio se limita,
el día se transforma en noche oscura,se convierte en pobreza la riqueza,
el modelo de todo nos imita,
el Creador se vuelve creatura.
Y volviendo la vista a España, ¿cómo no traer a estas páginas la «Canción al Niño Jesús» de Gerardo Diego? Dice así:
Si la palmera pudiera
volverse tan niña, niña,
como cuando era una niña
con cintura de pulsera.
Para que el Niño la viera…Si la palmera tuviera
las patas del borriquillo,
las alas de Gabrielillo,
para cuando el Niño quiera
correr, volar a su vera…Si la palmera supiera
que sus palmas algún día…
Si la palmera supiera
por qué la Virgen María
la mira… Si ella tuviera…Si la palmera pudiera…
… la palmera…
El poeta hace aquí un magistral uso de la reticencia. La expresividad del poema, en efecto, está más en lo que se calla que en lo que se dice: la palmera dará palmas, con las que Jesús será recibido triunfalmente en Jerusalén, pero eso será para padecer poco después su Pasión y Muerte en Cruz. De ahí la callada angustia con que la Virgen —que presiente el dolor futuro de su Hijo— mira a la palmera…
Otros poetas del 27 se acercaron también al tema navideño, como por ejemplo Jorge Guillén, quien tiene una composición titulada «Epifanía», que se centra en la Adoración de los Reyes Magos a un Dios que no es rey ni rico, sino «camino, verdad y vida», mientras el Portal de Belén supone una «invitación fraternal» a todos los hombres[1].
Entre el corpus poético de Luis Rosales figuran varios poemas dedicados al Nacimiento del Niño-Dios: «Nana», «Villancico y canción de la divina pobreza»…, pero aquí copiaremos otros dos textos. El primero, «Callar…», está formado por dos décimas que repiten el último verso en una suerte de estribillo:
Dicen que el Niño ha nacido,
y el corazón en la brisa
tiene una fiesta imprecisa
de campanario sin nido…;
siempre hay un niño dormido
junto al silencio…; vivir
sin despertarle ni herir
con la nieve su garganta…;
callar, es la noche santa,
no la debemos dormir.Callar… ¿Si el Niño tuviera
siquiera luz por abrigo,
y el viento no helara el trigo
de su sonrisa primera…?
Callar… ¿Si el Niño quisiera
descansarnos de vivir,
y el mundo dejara oír
su alegre mensajería?
Callar… Habla todavía,
no la debemos dormir.
El segundo poema se presenta bajo el título «De cómo fue gozoso el Nacimiento de Dios Nuestro Señor», y se trata de un soneto:
¡Morena por el sol de la alegría,
mirada por la luz de la promesa,
jardín donde la sangre vuela y pesa,
inmaculada tú, Virgen María!¿Qué arroyo te ha enseñado la armonía
de tu paso sencillo, qué sorpresa
de vuelo arrepentido y nieve ilesa
junta tus manos en el alba fría?¿Qué viento turba el monte y le conmueve?
Canta tu gozo el alba desposada,
calma su angustia el mar antiguo y bueno.La Virgen a mirarle no se atreve,
y el vuelo de su voz arrodillada
canta al Señor, que llora sobre el heno.
[1] Ver Torcuato Luca de Tena, La mejor poesía cristiana, Barcelona, Martínez Roca, 1999, p. 266.
El poema de Gerardo Diego es magistral. Tierno, metro tradicional y renovador. Creo que es insuperable . Los sonetos, por la seriedad de su métrica , restan alegría y ligereza a un género en que la tradición utiliza los versos de arte menor. Creo que en Diego se une la tradición çon, la renovación y también el juego y la vanguardia. Además es fervoroso y cándido, propio de un villancico
Me pasa lo mismo con el poema de Luis Rosales, glosando «no la queremos dormir», que alude a un villancico anterior. Creo que la frescura de los poemas que glosan los arcáicos y clásicos, que son preciosos, es el máximo acierto de estas coplas nuevas.Lo que ocurre es que en esa aparente facilidad está la dificultad. Es dificil ser expresivo, cuando uno intenta aproximarse a los poemas de máxima expresividad como son los poemas de arte menor medievales y renacentistas. poe eso mi admiración a los que, como Diego, les da sabia nueva. Lo mismo ocurre con los romances, tanto de de Lorca. es difícil decir con voz nueva.l. Aquí también Rosales lo logra, aunque me gusta mas el Rosales de verso libre.
Las décimas, como los sonetos, dan una estructura rígida , culta, a los poemas .
Pingback: «De cómo estaba la luz ensimismada en su Creador cuando los hombres le adoraron», de Luis Rosales | Ínsula Barañaria
Pingback: Poesía de Navidad: el «Villancico de las estrellas altas», de Luis Rosales | Ínsula Barañaria
Pingback: «De cómo vino al mundo la oración», de Luis Rosales | Ínsula Barañaria
Pingback: El «Soneto al Niño Dios» de Francisco Luis Bernárdez | Ínsula Barañaria
Pingback: «Perdido en tu nombre», de Luis Rosales | Ínsula Barañaria