Vamos a seguir examinando el cultivo del villancico de corte tradicional por parte de Jerónimo Arbolanche (Tudela, Navarra, h. 1546-Tudela, 1572), molde lírico en el que este autor se siente especialmente cómodo[1]. María Francisca Pascual Fernández[2] ha localizado un total de 26 composiciones de este tipo en Los nueve libros de Las Abidas (Zaragoza, en casa de Juan Millán, 1566), que es la única obra conocida de Arbolanche[3]. Se trata de composiciones líricas que se sitúan al interior de los episodios amorosos intercalados en el núcleo narrativo central —la historia del héroe Abido—, una serie de historias de amor, celos y ausencias protagonizados por diversos pastores y pastoras con los que se encuentra el protagonista. En opinión de González Ollé —el mejor conocedor de Arbolanche y su obra[4]—, «la función que realizan tales casos [se refiere a estos episodios bucólicos intercalados en el relato principal] radica en introducir justificadamente las numerosas poesías líricas diseminadas a lo largo de toda la estructura narrativa de la obra»[5]. Los poemas que Arbolanche incorpora están escritos tanto en versos de arte menor como de arte mayor, pero es notorio su mayor dominio de los metros y formas estróficas tradicionales castellanas, como ya pusiera de relieve González Ollé:
Ahora bien, este indudable conocimiento de las posibilidades métricas, tanto de las italianizantes como de las tradicionales, no se refleja tan brillantemente como era de esperar en la realización de Las Abidas. Arbolanche resulta buen versificador —y buen poeta— en versos cortos. La facilidad, frescura y gracia de sus poesías tradicionales ha sido unánimemente alabada por quienes se han ocupado de Las Abidas, la prueba más palpable radica en la insistencia con que algunas de dichas composiciones han sido recogidas en varias antologías[6].
Una buena prueba de ello la tenemos en el villancico que comienza con la cabeza «El zagal pulido, agraciado / mal me ha enamorado», localizado en el libro tercero de Las Abidas. Para contextualizarlo debidamente, hay que recordar que Abido, tras ser rescatado del mar por unas nereidas —donde había sido abandonado por su padre, el rey Gárgoris de Tartesia—, es llevado a tierra. Tras ser amamantado por una cierva, lo recoge el pastor Gorgón, quien lo prohija; desde entonces el príncipe vive «con traje pastoril y bajo oficio» (fol. 70v). Ocurre que las tres hijas de Gorgón, Andria, Afrania y Enisa, se enamoran de su hermano adoptivo, pero él rechaza sus pretensiones pues se mantiene fiel al recuerdo de su amada Isabela, ninfa muerta en un fatal accidente. Por otra parte, Gorgón concierta las bodas de su hija Afrania con Vernio, un rico ganadero hispalense, matrimonio que ella aceptará únicamente por la obediencia debida al padre. Sea como sea, la joven pastora sigue enamorada de Abido y se lamenta de su triste situación con estos sentidos versos:
El zagal pulido, agraciado
mal me ha enamorado.Enamorome muy mal,
muy mal y con desvarío,
pues que no fue todo mío,
como yo suya, el zagal;
corazón, llorad lo tal,
que el zagal pulido, agraciado
mal me ha enamorado.Corazón, por quien penáis,
otros penan como vos;
si pedís favor a Dios,
es muy bien que lo pidáis;
mas mirad bien, si miráis,
que el zagal pulido, agraciado
mal me ha enamorado.—¿Pedís parte de su amor?
—No, porque entero lo pido,
que el amor que es dividido
no puede tener vigor.
—Pues cúmpleos buscar favor,
que el zagal pulido, agraciado
mal me ha enamorado[7].
Como podemos apreciar, la pastora se lamenta del mal de amor que la aqueja, pero le duele sobre todo el hecho de la no exclusividad del sentimiento: Afrania sabe que no es la única que pena por Abido, y es consciente también de que «el amor que es dividido / no puede tener vigor» (vv. 19-20), como bellamente expresa en la parte final, dialogada, del villancico. Su acto de entrega amorosa no tiene correspondencia, sufre el desvarío de su amado, y además muchos otros corazones penan como el suyo. La calidad expresiva —emotiva— de estos versos no deja de ser notable, y justifica perfectamente la fortuna que el texto de Arbolanche ha tenido, siendo justamente recogido en diversos repertorios y antologías.
[1] Esta entrada forma parte del proyecto de investigación Modelos de vida y cultura en la Navarra de la modernidad temprana, dirigido por Ignacio Arellano, que cuenta con una ayuda de la Fundación Caja Navarra, «Convocatoria de ayudas para la promoción de la Investigación y el Desarrollo 2015», Área de Ciencias Humanas y Sociales.
[2] En su tesis doctoral Elementos líricos en «Las Abidas» (1566) de Jerónimo Arbolanche, Pamplona, Universidad de Navarra, 2015, realizada bajo mi dirección. Para el subgénero del villancico, baste remitir al trabajo clásico de Antonio Sánchez Romeralo, El villancico. Estudios sobre la lírica popular en los siglos XV y XVI, Madrid, Gredos, 1969; o al más reciente de Isabella Tomassetti, Mil cosas tiene el amor. El villancico cortés entre Edad Media y Renacimiento, Kassel, Reichenberger, 2008.
[3] Dejando aparte un soneto laudatorio escrito para la Clara Diana a lo divino de fray Bartolomé Ponce.
[4] Véase sobre todo su excelente trabajo: Jerónimo Arbolanche, Las Abidas, Madrid, CSIC, 1969-1972, 2 vols., que incluye el estudio y la edición facsimilar de la obra, además de un vocabulario y notas.
[5] González Ollé, estudio preliminar a Jerónimo Arbolanche, Las Abidas, Madrid, CSIC, 1969-1972, vol. I, p. 104.
[6] González Ollé, estudio preliminar a Jerónimo Arbolanche, Las Abidas, Madrid, CSIC, 1969-1972, vol. I, pp. 170-171.
[7] Las Abidas, Libro III, fols. 48r-48v. El estribillo de este villancico fue recogido por José María Alín, en su Cancionero español de tipo tradicional, Madrid, Taurus, 1968, núm. 512, p. 588, y por Margit Frenk, Corpus de la antigua lírica popular hispánica (siglos XV a XVII), Madrid, Castalia, 1987, núm. 275, p. 126; lo reproducen completo José Manuel Blecua, Poesía de la Edad de Oro, vol. I, Renacimiento, 3.ª ed., Madrid, Castalia, 1984, núm. 249, pp. 346-347; y Francisco Sierra Urzaiz, «Jerónimo de Arbolanche: poeta tudelano del siglo xvi», Revista del Centro de Estudios Merindad de Tudela, 1, 1989, p. 23. Por mi parte, edité este poema en mi antología Poetas navarros del Siglo de Oro, Pamplona, Fundación Diario de Navarra, 2003, pp. 20-21.