El narrador de Doña Blanca de Navarra de Francisco Navarro Villoslada[1] califica al vulgo de supersticioso y crédulo ante cualquier circunstancia o hecho de difícil explicación racional; así, se nos dice que la imaginación de las gentes estaba «harto inclinada a lo maravilloso en aquellos siglos»; y se comenta que tras la muerte de don Carlos y doña Blanca los catalanes llegaron a creer «de una manera positiva» que sus almas en pena vagaban de noche por las calles de Barcelona «arrastrando luengos sudarios y clamando por la venganza con siniestras y profundas voces».
Aparte de en el carácter del Padre Abarca o en el temor con que es reverenciada la penitente Inés, la superstición de la época queda muy bien reflejada en el episodio en que Chafarote «cura» la lepra a su amo (cfr. el título del capítulo III de la segunda parte: «De cómo Chafarote curaba la lepra por milagro a los que no la tenían»). No falta tampoco en la novela la figura de la maga o hechicera, tan frecuente en este tipo de obras de la época romántica. Se trata en este caso de la supuesta tía de Jimeno, la anciana judía Raquel, que pasa entre los cristianos por hechicera; en realidad no lo es, pero ella deja que siga la creencia para ser más respetada. Otro personaje al que rodea la superstición es el médico judío Jehú, que muere atrapado junto a sus tesoros, tras sufrir un espantoso delirio; después de su extraña desaparición, nadie se atreve a acercarse a su laboratorio.
[1] Para este autor ver Carlos Mata Induráin, Francisco Navarro Villoslada (1818-1895) y sus novelas históricas, Pamplona, Gobierno de Navarra (Dpto. de Educación, Cultura, Deporte y Juventud-Institución Príncipe de Viana), 1995. Y para su contexto literario remito a Carlos Mata Induráin, «Estructuras y técnicas narrativas de la novela histórica romántica española (1830-1870)», en Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 145-198; 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 113-151.