Uno de los personajes más importantes, como prueba el hecho de dar título a la novela, es la reina de Castilla y León. Francisco Navarro Villoslada[1] presenta a tan controvertido personaje con tres notas dominantes en su carácter: amor, orgullo y ambición; en los primeros capítulos retrata a doña Urraca como una dama de singular belleza, enamorada en su juventud, cuando era infanta, del caballero don Bermudo de Moscoso, quien la rechazó para casarse en secreto con otra dama de Galicia, la bastarda Elvira de Trava. Entonces ella contrajo matrimonio con el conde Raimundo de Borgoña; mientras duró en su interior el recuerdo del amor puro y apasionado que sintió por don Bermudo, doña Urraca fue una mujer virtuosa, espejo de princesas y de esposas; pero al conocerse la muerte del primogénito de Altamira, su carácter fue cambiando poco a poco. Murió también su marido y entonces, aconsejada por sus nobles, casó con el rey de Aragón y de Navarra, don Alfonso el Batallador:
Verificóse entonces una completa transformación en el carácter de la reina; la aspereza y la ambición de su marido la hicieron apreciar por primera vez lo que antes miraba con indiferencia; de abandonada de sus derechos, hízose guardadora y celosa de ellos; de aborrecedora de todo lo que fuesen negocios de Estado, convirtióse en fautora de intrigas políticas; de tenaz en sus propósitos, en mudable y tornadiza; de mujer sin mancilla, en descuidada de su fama, y de inaccesible y severa, en fácil y seductora.
En efecto, desde ese momento se le han conocido dos amantes, los condes de Candespina y de Lara (de este último ha tenido un hijo llamado Fernando Hurtado). Navarro Villoslada mantiene, por tanto, la fama de liviana atribuida por varios historiadores a la reina; pero, al comenzar la acción novelesca, ella intenta cambiar: Ramiro, el joven paje llevado como prisionero ante su presencia, le recuerda poderosamente a su primer amor, don Bermudo, de ahí el cariño con que lo recibe; esta vez no se trata de un nuevo devaneo de doña Urraca, como todos piensan, sino de un sentimiento distinto que le hace desear volver a ser buena y virtuosa:
—¡Ah! —exclamó doña Urraca, con una voz que penetraba como saeta, y cuajados súbitamente de lágrimas los ojos—. Otros me han visto muy más hermosa que tú me ves, y sin embargo me desdeñaron. ¿Qué me importa —prosiguió—, qué me importa parecerte hermosa, si no te parezco buena?
No obstante, la reina sostendrá en su interior una violenta lucha para conservar ese sentimiento dentro de unos límites razonables, para que ese amor maternal no se convierta en pasional; así, cuando se confirman las sospechas de que Ramiro es hijo de don Bermudo, doña Urraca se alegra de poder elevar socialmente al pajecillo, circunstancia que lo acercaría indudablemente a su posición y podría favorecer sus amores; es más, se muestra dispuesta a casarse con él, rompiendo con todo, si ese es su real deseo. Desde que conoce la verdadera identidad del paje, todos sus esfuerzos se encaminarán a liberarlo, lo mismo que a don Bermudo, y a castigar a don Ataúlfo, que les ha usurpado sus estados de Altamira. Finalmente, cuando don Bermudo sea liberado, doña Urraca sentirá vergüenza de aparecer impura ante el que fue su primer y único amor verdadero y decidirá que, si se presenta ante él, será casada con el conde de Lara, el padre de su hijo, para poner freno al escándalo y la murmuración, y habiendo entregado el reino de Galicia a su hijo, tal como disponía el testamento de Alfonso VI.
Por lo demás, el narrador nos retrata a la reina con algunas características de heroína romántica: llora, se desmaya, ofrece melancólicas sonrisas y una «mirada lastimosa». El autor consigue que el personaje nos resulte simpático a pesar de sus defectos y faltas porque a lo largo de la novela se propone enmendar su conducta y finalmente lo consigue; y también por las desgracias y sufrimientos que ha padecido la infeliz soberana, que se pueden resumir con esta frase suya:
—¡Amáronme todos aquellos a quienes yo miraba con indiferencia; hanme aborrecido todos aquellos a quienes he amado![2]
[1] Para el autor, remito a mi libro Francisco Navarro Villoslada (1818-1895) y sus novelas históricas, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1995, donde recojo una extensa bibliografía. Y para su contexto literario ver Carlos Mata Induráin, «Estructuras y técnicas narrativas de la novela histórica romántica española (1830-1870)», en Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 145-198; 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 113-151.
[2] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Navarro Villoslada, Doña Urraca de Castilla y la novela histórica romántica», estudio preliminar a Doña Urraca de Castilla: memorias de tres canónigos, ed. facsímil de la de Madrid, Librería de Gaspar y Roig Editores, 1849, ed. de Carlos Mata Induráin, Pamplona, Ediciones Artesanales Luis Artica Asurmendi, 2001, pp. I-XXV.