«La familia en España»[1] es un artículo destinado a exaltar las virtudes de la familia cristiana; consta de tres secciones, de las que la primera, narrada en primera persona, presenta una historia mínima: el narrador, de viaje por Alemania, es recibido en Colonia por Enrique Schmidt, un comerciante de vinos que le invita a comer a su casa; su anfitrión es un personaje que ha viajado por algunos países y que ha leído bastantes libros; es también un gran aficionado a la música y le lleva a un concierto que dan sus amigos en un salón del casino; el viajero español queda asombrado ante la vida dichosa y enriquecedora del alemán[2]; sin embargo, le confiesa el Sr. Schmidt, no es feliz porque él es católico y su mujer protestante[3]. Hasta aquí, la historia esbozada a modo de ejemplo (un caso particular a partir del cual se extraerán conclusiones generales). En efecto, la segunda sección del artículo se dedica a probar que en el seno del protestantismo no puede existir la familia propiamente dicha, al tiempo que se habla de la familia en Prusia, Inglaterra y Francia; en la tercera, el autor trata de «bosquejar el cuadro de la familia cristiana» (al parecer, Navarro Villoslada se inspira en su propia familia para su descripción), con sus sencillas virtudes, para concluir que «la base de la felicidad doméstica es la unidad religiosa». Como se ve, este artículo no es, ni mucho menos, un cuento, pero toma como punto de partida una anécdota ficticia para, a partir de ella, desarrollar la idea central.

«Apuntes de viaje. Los adoradores de Pluto»[4] trata sobre el deseo de hacer dinero que impera en la sociedad moderna; el autor señala como modelo, en este sentido, el carácter de los genoveses; tampoco se trata de un cuento, pero a lo largo del artículo el narrador introduce algunas marcas que denotan su participación en una historia («cuando yo pasé por aquella ciudad», «como a mí me sucedió»…) y refiere también una anécdota acontecida a «un amigo mío» que ilustra la idea que va exponiendo: la búsqueda de dinero conduce al olvido completo de Dios.
Similar, en este sentido, resulta el artículo «España desde Venecia»[5]; se trata de una descripción de esta ciudad, con reflexiones y comentarios sobre los males que ha traído la revolución, que solo encuentra freno en la católica y monárquica España; lo que me importa destacar ahora es el carácter de la narración, en primera persona, como si se tratara de un relato de viaje: «llegué por primera vez a Venecia», «tomé una góndola», «me encerré en mi cuarto», etc.
[1] La Ilustración Católica, año I, núm. 10, 7 de octubre de 1877.
[2] «De sobremesa —señala— me estaba yo contemplando a mi anfitrión con ingenua admiración, con verdadero entusiasmo. Aquel tipo me parecía inverosímil en España. […] Entre nosotros hubiera pasado por un sabio de primer orden, habría sido veinte veces diputado, cinco o seis ministro, una o dos presidente del Consejo, y tendría su partidito más o menos clásico, microscópico en la oposición, inconmensurable en el poder».
[3] Entonces la imagen idílica que había concebido el español se derrumba: «¡Ay! ¡Yo, que me había prendado de aquella notabilísima familia alemana, volví los ojos del corazón con alegría inefable a nuestra familia, a la familia que sólo habla la lengua de sus padres, que apenas lee más que un libro, que concurre a una misma iglesia, que sólo tiene un Dios, que se mira en el espejo de la Sacra Familia que respira el ambiente del cuadro de Murillo!…».
[4] La Ilustración Católica, 1878, p. 22.
[5] El Siglo Futuro, 16, 23 y 30 de junio de 1877.