El retrato físico de Cervantes presenta algunos rasgos que lo aproximan, en cierto sentido, a la imagen que todos tenemos de su inmortal personaje, el seco y avellanado don Quijote[1]. Del escritor se conserva en la Real Academia Española un famoso retrato atribuido a Juan de Jáuregui.
Sin embargo, la mejor plasmación de sus rasgos nos la da él mismo cuando se autorretrata con palabras en el «Prólogo al lector» de las Novelas ejemplares:
Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos estremos, ni grande ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas y no muy ligero de pies; éste digo que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha, y del que hizo el Viaje del Parnaso, a imitación de César Caporal Perusino, y otras obras que andan por ahí descarriadas y, quizá, sin el nombre de su dueño. Llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlo Quinto, de felice memoria[2].
[1] Reproduzco aquí, con ligeros retoques, el texto de Mariela Insúa Cereceda y Carlos Mata Induráin, El Quijote. Miguel de Cervantes [guía de lectura del Quijote], Pamplona, Cénlit Ediciones, 2006.
[2] Miguel de Cervantes, Novelas ejemplares, ed. de Harry Sieber, Madrid, Cátedra, 1980, vol. I, p. 51.
Cervantes elogió a Francisco de Pacheco ya en La Galatea; le reconoció genio cuando aún no era mas que un joven pintor —antes que lo hiciera Lope en su Laurel de Apolo— y es posible que Pacheco le retratara. François Pietri incluyó en La España del Siglo de Oro una lámina (la 51) que reproduce parte del cuadro de Pacheco «San Pedro Nolasco embarcándose para redimir cautivos» (en el museo de Bellas Artes de Sevilla) e identifica a uno de los retratados como Cervantes: lleva un manto blanco de rescatado, sombrero de peregrino, los labios sellados, los ojos acuosos vueltos al cielo en un gesto de silenciosa plegaria como el «de la mano en el pecho» y otros hidalgos-caballeros de El Greco.
El Greco pinta, hacia 1604, al hidalgo Julián Romero revestido de una capa blanca de cruzado, con las manos unidas en súplica y los ojos vueltos hacia el cielo (Smith 186), como parte de una serie de cuadros famosos de los 1590s que propagaban las ideas mesiánicas de Felipe II sirviéndose de la imagen ad-hoc del hidalgo-guerrero. Sin embargo, a vuelta del XVI, ésta era una imagen trasnochada. Creo que la obra de estos pintores, Pacheco y El Greco, influye en el Quijote.
con Smith, me refiero al autor de una historia estupenda del arte español, prologada nada menos que por el marqués de Lozoya. La tengo en mi Mesilla de noche y no me canso de verla.
Smith, Bradley. Spain: A History in Art. Nueva York, NY: Gemini Smith, 1966.
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