Dada la peculiar forma de redacción de estas producciones por entregas, fácil es imaginar que su calidad literaria quedó sacrificada en beneficio de la mera cantidad. La crítica le reconoce a Fernández y González, sí, genio, talento, imaginación, gracejo…, al tiempo que señala fallas como su falta de estudio, de buen gusto y del deseable trabajo de corrección. Por supuesto, en sus novelas la acción domina por completo sobre la descripción de ambientes —de importancia menor— o el análisis psicológico profundo de los personajes —inexistente—, y los diálogos terminan invadiendo sus páginas —pues con ellos resulta mucho más fácil llenar las cuartillas—. Ya en 1867 Luis Carreras lo señaló como ejemplo —junto con Francisco José Orellana, Rafael del Castillo y Enrique Pérez Escrich— de «los malos novelistas españoles» del momento:
El Sr. Fernández y González ha escrito centenares de novelas sobre todos los asuntos, sobre todo género de sucesos, sobre todos los siglos: los tomos ocuparían una biblioteca no pequeña. Esta circunstancia, que para sus admiradores es un sujeto de encarecimiento, para nosotros lo será de censura. […] ¿Mas dónde está en las novelas del Sr. Fernández y González el sello de estos estudios o de esta experiencia? ¿Hay allí otro sello que el que da a una obra la más crasa ignorancia del que la ha escrito? ¿Dónde está el lenguaje? ¿Dónde el estilo? ¿Dónde el conocimiento del mundo? ¿Dónde la poesía? ¿Dónde el corazón? ¿Dónde el entendimiento?… […] Sus personajes son todos imposibles, sus pasiones absurdas, los sucesos extravagantes; lo más inverosímil, esto se halla en los cuentos del Sr. Fernández y González. […] Sin embargo, no negamos que don Manuel Fernández y González tenga cualidades apreciables para narrar, para imaginar, para coordinar un asunto; pero habiendo desdeñado el estudio, habiendo tirado los libros, habiendo faltado a las leyes de la intuición, se ha perdido, se ha esterilizado, y jamás hará un papel literario: ni al título de escritor puede aspirar con lo que él llama sus novelas[1].
Doce años después, a la altura de 1879, escribía Manuel de la Revilla: «Imaginación meridional ardentísima, inventiva poderosa e inagotable, inspiración arrebatada y grandiosa, tales son los dones que engalanan al señor Fernández y González»[2]. Y tras señalar que «Pudo ser nuestro Walter Scott y ha sido nuestro Ponson du Terrail»[3], explicaba:
Si a su enorme dosis [de imaginación] hubiera agregado, merced al estudio, igual cantidad de reflexión, corrección y buen gusto, Fernández y González sería el mejor de nuestros novelistas. Nadie le aventaja en invención y en habilidad para dar interés y movimiento a sus ficciones; pero es inútil buscar en ellas aquel detenido estudio y acabada pintura de los caracteres, de las épocas y de los lugares, aquella intención moral, aquella distinción y buen gusto que reclama la novela contemporánea. / Émulo de Alejandro Dumas, no ve en la novela otra cosa que acción y a esta lo sacrifica todo. Aglomerar aventuras, buscar efectos, causar sorpresas, hacer desfilar ante el lector sujetos y personajes, a cual más extraordinarios; en suma, reproducir bajo formas modernas el libro de caballerías; tal es su objetivo y tal también el de la escuela que ha fundado entre nosotros[4].
Por su parte, en 1931, Hernández Girbal destacaba su «potente fantasía»[5], la fuerza de su imaginación[6], su indudable genio narrativo, pero también su falta de discreción y juicio[7]. Y en otro lugar de su biografía novelesca comentaba:
Fernández y González producía a marcha forzada, queriendo dar abasto a todos los editores que de él solicitaban novelas. A ninguno decía que no. Tal y tan grande era su fantasía, que pudo producir sola tanto como en Italia todos los novelistas de su tiempo, o como en Francia la fábrica de novelas de Dumas y compañía. / Desde el Fénix de los Ingenios acá, no registran nuestras letras ejemplo semejante de fecundidad[8].
Bien reveladoras resulta esta anécdota que recoge el mismo autor:
Como alguien le motejase por entonces cariñosamente el dar a la publicidad libros indignos de su talento y de su fama, Fernández y González, que para todo tenía salida, contestaba:
—Cuando viene un editor a encargarme un libro pongo el telar y digo al comerciante: «¿De qué la quiere usté, ¿de historia, de guante blanco o de bandíos?… ¿Quiere usté cañamazo o seda fina?» Y según lo que quiere, que se regula por lo que paga, así trabajo yo y le hago seda fina o cañamazo[9].
[1] Luis Carreras, Los malos novelistas españoles, generalizados en don Manuel Fernández y González, don Francisco J. Orellana, don Rafael del Castillo, don Enrique Pérez Escrich, Barcelona / Madrid, Librería de A. Verdaguer / Librería de Cuesta, 1867, pp. 6-10.
[2] Manuel de la Revilla, «Manuel Fernández y González visto por Manuel de la Revilla», en Florentino Hernández Girbal, Una vida pintoresca: Manuel Fernández y González. Biografía novelesca, Madrid, Biblioteca Atlántico, 1931, p. 5.
[3] Revilla, «Manuel Fernández y González visto por Manuel de la Revilla», p. 7.
[4] Revilla, «Manuel Fernández y González visto por Manuel de la Revilla», p. 7.
[5] Florentino Hernández Girbal, Una vida pintoresca: Manuel Fernández y González. Biografía novelesca, Madrid, Biblioteca Atlántico, 1931, p. 31.
[6] Hernández Girbal, Una vida pintoresca, p. 59.
[7] Hernández Girbal, Una vida pintoresca, p. 68.
[8] Hernández Girbal, Una vida pintoresca, p. 163.
[9] Hernández Girbal, Una vida pintoresca, p. 172. Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Excesos, desmesuras y extravagancias en una novelesca recreación cervantina: El Príncipe de los Ingenios Miguel de Cervantes Saavedra (c. 1876-1878) de Manuel Fernández y González», Cervantes. Bulletin of the Cervantes Society of America, volume 42, number 1, Spring 2022, pp. 151-173.
