En este blog ya han ido apareciendo autores del Siglo de Oro como Lope y Cervantes, incluso algunos dramaturgos como Cáncer, Moreto y Matos Fragoso, y antes de que don Francisco de Quevedo frunza el ceño y se enfade por el olvido que se hace de su persona, quiero traerlo a él también a la Ínsula. Pero no voy a comentar ahora ningún aspecto de su vida o su obra, sino que voy a tratar de «Quevedo, personaje de ficción».
En efecto, ya desde fechas muy tempranas, todavía en vida, nuestro autor comenzó a convertirse en una especie de personaje popular y legendario. Él mismo contribuyó a ello al transmitir, por medio de romances y poemas festivos, algunos retratos grotescos suyos, alimentando así la imagen popular de un Quevedo chocarrero, vulgar, procaz, etc., que se ha mantenido durante mucho tiempo, hasta la actualidad …
Como sucede con otros autores de nuestro espléndido Siglo de Oro (Garcilaso, Calderón, Lope, Góngora, Villamediana…), Quevedo ha pasado a convertirse en personaje de ficción protagonista de diversas obras literarias. No me refiero ahora a que sus obras hayan dado lugar a imitaciones, continuaciones, segundas partes, etc. (eso, también), sino a la conversión del escritor de carne y hueso en protagonista de ficción. En futuras entradas iré examinando de forma panorámica las principales obras literarias que nos presentan a estos «Quevedos de la ficción», desde el siglo XVIII hasta nuestros días, en los que el satírico madrileño sigue gozando de muy buena salud ficcional. En este recorrido, dejaré de lado el siglo XVII, en el que no me consta que existan obras en las que Quevedo aparezca convertido en personaje de ficción. Hay, sí, libelos, obras de ataque contra él (El Tribunal de la justa venganza), y podríamos recordar incluso la propia biografía de Tarsia (que contiene numerosos elementos fantasiosos), pero no se trata específicamente de obras de ficción.
La consideración de Quevedo como personaje literario constituye una materia muy amplia, que ha sido abordada, por ejemplo, por Alberto Sánchez en su trabajo «Quevedo, figura literaria»[1], que es una buena aproximación de conjunto al tema. Nos recuerda Sánchez en primer lugar, al hablar de la «Personalidad enigmática de Quevedo», que
La difícil personalidad de Quevedo, transformada en mito popular del humor satírico e incluso grotesco y escatológico, se desfleca en irisaciones legendarias[2].
Y añade que
Desde la primera biografía de Quevedo, compuesta por el abad don Pablo Antonio de Tarsia (Madrid, 1663), se mezclan y confunden los perfiles auténticos con las leyendas y episodios de capa y espada[3].
Con su vida turbulenta, sus tres prisiones, sus variadas pendencias, etc., sigue argumentando Sánchez, no debe extrañarnos que la figura del escritor se haya convertido «en señuelo de libelos y loas, fábulas y cuentos, donde la historia y la poesía se entrecruzan y confunden»[4]. En fin, el genial satírico del Siglo de Oro ha dado lugar a «distintos avatares literarios» en dramas y novelas de los siglos XIX y XX:
La personalidad enigmática de Quevedo se transfigura en personaje literario de variados matices. Vida y creación literaria se intercambian y difunden. Se ha dicho que la mejor novela histórica es la historia misma. Pero en el caso de Quevedo resulta hoy en extremo difícil distinguir los elementos de una y otra, separar lo auténtico de lo imaginado y fabuloso[5].
Tendríamos que distinguir, por tanto, una triple dimensión, al hablar del escritor: el Quevedo histórico / el Quevedo legendario / el Quevedo literario. Por su parte, Felipe Pedraza, en su estudio preliminar a la edición facsímil de la biografía de Tarsia[6], ha escrito que Quevedo
se proyectó hacia el exterior como personaje, se instaló en su doble máscara y a través de ella ha vivido durante siglos. Quevedo, hombre de Dios, filósofo estoico, y Quevedo, hombre del diablo, criatura desvergonzada, han aparecido en poemas líricos y narrativos, en comedias, en dramas históricos, en novelones de capa y espada… desde el siglo XVII a nuestros días. Los autores han llegado a él, como la mariposa del tópico petrarquista, atraídos por las luces y las sombras del personaje, por la máscara de Jano que él mismo forjó con su palabra[7].
A su vez, Celsa Carmen García Valdés[8] señala:
Alrededor de la compleja personalidad de Francisco de Quevedo formó la leyenda un velo que ha oscurecido su verdadera figura a la posteridad. Pero fue gracias a esa leyenda como el gran satírico llegó a ser uno de los personajes preferidos de novelistas y dramaturgos posteriores.
Desde El retraído (1635) de Juan de Jáuregui hasta los actuales bestsellers de Arturo Pérez-Reverte, pasando por El caballero de las espuelas de oro, de Alejandro Casona, son numerosas las obras que tratan distintos aspectos de la vida de Quevedo[9].
Y afirma también lo siguiente:
Quevedo se convirtió pronto en un personaje folclórico a quien se atribuyeron todo tipo de chistes picantes y escatológicos e ingeniosas procacidades que circulaban de boca en boca […] la leyenda popular enseguida hizo a Quevedo protagonista de lances y aventuras caballerescas en las que brilla por su valentía, destreza en las armas y gallardía. […] Esta segunda faceta de las formaciones legendarias creadas alrededor de la personalidad quevediana fue la que interesó a los dramaturgos, especialmente a los dramaturgos románticos, que en algún caso le han tomado como el personaje folclórico popular chocarrero y deslenguado. Y es que la vida de Quevedo o lo que nos ha llegado de ella no carece de aspectos atractivos para un poeta romántico[10].
Estas características que señala García Valdés son las que vamos a encontrar, por ejemplo, en las obras del XIX, todas ellas traspasadas de romanticismo, en dos géneros fundamentales, el drama histórico y la novela histórica.
Pero esta entrada ya se va alargando demasiado, y la materia anunciada habrá de quedar pendiente para una próxima ocasión…
[1] Alberto Sánchez, «Quevedo, figura literaria», en Homenaje a Luis Morales Oliver, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1986, pp. 563-585. Ver también Narciso Alonso Cortés, «Quevedo en el teatro», Revista de la Biblioteca, Archivo y Museo, año VI, enero de 1929, núm. 21, pp. 1-22. Reproducido en Quevedo en el teatro y otras cosas, Valladolid, Imprenta del Colegio Santiago, 1930, pp. 5-43.
[2] Sánchez, «Quevedo, figura literaria», p. 563.
[3] Sánchez, «Quevedo, figura literaria», p. 564.
[4] Sánchez, «Quevedo, figura literaria», p. 564.
[5] Sánchez, «Quevedo, figura literaria», p. 564.
[6] Felipe B. Pedraza Jiménez, «Prólogo» a Pablo Antonio de Tarsia, Vida de don Francisco de Quevedo y Villegas (Facsímil de la edición príncipe, Madrid, 1663), reproducción facsimilar cuidada por Melquíades Prieto Santiago, Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, 1997, pp. VII-XXXIII.
[7] Pedraza, «Prólogo», pp. X-XI.
[8] Celsa Carmen García Valdés, «Con otra mirada: Quevedo personaje dramático», La Perinola, 8, 2004, pp. 171-185.
[9] García Valdés, «Con otra mirada: Quevedo personaje dramático», p. 171.
[10] García Valdés, «Con otra mirada: Quevedo personaje dramático», pp. 171-172.
Esta entrada me ha recordado una historieta supuestamente real que me contaba mi abuela sobre don Francisco y que no pudo llegar a ella de otro modo más que por trasmisión oral de la cultura popular, lo que demuestra hasta qué punto Quevedo llegó a convertirse en un personaje de ficción, no sólo en la literatura, sino en el imaginario colectivo. La historia, muy breve, decía que el poeta iba de camino a Madrid discutiendo con otro famoso poeta (Góngora, quizás) sobre quién era mejor poeta y más famoso de los dos. En mitad de la discusión, Quevedo sintió ganas de hacer de vientre y decidió hacerlo a la vera del camino. Mientras hacía sus necesidades oyó la voz de una mujer escandaliza que gritaba «¡Qué veo!», y él, malentendiendo sus palabras, se volvió hacia el otro poeta y le dijo: Ves, a mí hasta por el culo me conocen.
En efecto, Carmen, conocía ese chiste, que ha llegado hasta nuestros días. Todavía para mucha gente Quevedo seguirá siendo solo el autor de la obrita Gracias y desgracias del ojo del culo, que se reedita exenta muchas veces, y autor (o «protagonista») de chistes «marrones» como el que mencionas… Pero en Quevedo hay muchos Quevedos, desde el neoplatónico cantor de Lisi al poeta satírico y burlesco, desde el intrigante político que escribe tratados serios y molesta a las esferas del poder al desenfadado poeta grotesco del Poema heroico…, etc., etc. Pero siempre merece la pena leer al gran Quevedo…
Se acaba de editar por parte de Legado Gráfico la edición príncipe facsimilar del segundo y definitivo testamento de Quevedo. Les indico la web donde poder verlo. http://www.legadografico.com
Gracias por el dato…