Ayer terminaba de releer Tormento, de Benito Pérez Galdós, que ha sido, sin duda, una de las mejores lecturas del verano. La acción se centra en el conflicto que se le plantea a Amparo Sánchez Emperador, joven a la que se le presenta la posibilidad de abandonar su chata vida de estrecheces y sometimiento por medio del matrimonio con el indiano rico don Agustín Caballero, pero que vive atenazada por el peso de la culpa, pues en el pasado había sido seducida por el sacerdote don Pedro Polo. La novela se estructura en torno a una serie de binomios: culpa e inocencia, pecado y arrepentimiento, civilización y barbarie, sociedad y naturaleza… Inolvidable es también el retrato de otros personajes que reaparecen en el universo de las novelas contemporáneas de Galdós, como Francisco Bringas, su esposa Rosalía Pipaón de la Barca, Felipe Centeno, o el escritor de folletines José Ido del Sagrario, entre otros.
Pero no es mi objetivo analizar ahora esta novela, sino ofrecer unas simples notas, a modo de primera aproximación, a la figura de Pérez Galdós, uno de los grandes novelistas del siglo XIX (no solo de la literatura española, sino universal), maestro en el arte de contar, comparable con Cervantes como narrador e inventor de ricos mundos ficticios.
En efecto, lo primero que hay que decir es que Benito Pérez Galdós[1] (Las Palmas de Gran Canaria, 1843-Madrid, 1920) fue un gran novelista, eso que llamamos un novelista integral (o, dicho de otra forma, «un escritor ávido de materia novelable»; Menéndez Pelayo afirmó que su novelística constituye «un sistema de observación y de experiencia»). El pensamiento de Galdós se construye sobre una ideología liberal progresista y anticlerical, que se reflejará en sus obras. Fue un gran agitador moral, como otros autores de finales del siglo XIX o que vivieron a caballo de los siglos XIX y XX (como lo será también, por ejemplo, Unamuno). Fue asimismo un periodista nato, cronista de la actualidad española del momento.
Era el décimo hijo del matrimonio formado por don Sebastián Pérez, teniente coronel del ejército, y doña Dolores Galdós. Niño reservado, aficionado a observar la vida más que a protagonizarla, en sus años escolares se mostró aficionado a la música, el dibujo y los libros. Siendo muchacho, tuvo un amorío con su prima Sisita. Para apartarla de ella, en el otoño de 1862 sus padres lo envían a estudiar Derecho a Madrid, ciudad de la que habría de ser el más ávido y profundo observador. «Su contacto con el krausismo fue en estos años crucial para su futuro como escritor: un movimiento intelectual que pretendía reformar el país mediante la educación, basándose en el respeto al individuo y en la creencia de sus posibilidades de mejora, no podía sino atraerle», escribe Germán Gullón[2]. Don Francisco Giner de los Ríos, fundador de la Institución Libre de Enseñanza, le alentó para que escribiera novelas. «Su conocimiento de la capital —afirma Gullón— le convirtió en heredero de don Ramón de Mesonero Romanos»[3]. Fue asiduo de cafés como el Universal, el de Fornos y el Suizo, «universidades» que suplían su ausencia de la Facultad. Frecuenta además las redacciones de los periódicos y los teatros. Sobre dramas y comedias, sobre música y otros asuntos escribió en La Nación y El Debate, asistiendo al Ateneo y alternando las lecturas de los clásicos (lee con voracidad) con las de románticos y costumbristas (Mesonero Romanos, Ramón de la Cruz, Leandro Fernández de Moratín, Dickens, Balzac, Stendhal, Dostoiewski…)[4].
Tuvieron poca importancia sus intervenciones en política. Se adscribió al progresismo, cuyo jefe, Sagasta, lo llevó a ser diputado. En efecto, fue elegido diputado a Cortes por Guayama (Puerto Rico) en 1886 (diputado «cunero»), aunque nunca pronunció palabra en el Parlamento. A principios del siglo XX adopta posiciones más avanzadas: se declara republicano y llega a establecer contactos con los socialistas. Así, en 1907 encabezó la candidatura de la Conjunción Republicano-Socialista por Madrid. En 1914 fue elegido candidato republicano por su ciudad natal. Pero la radicalización de sus ideas va acompañada de un espíritu cada vez más tolerante (fue amigo de Pereda y Menéndez Pelayo, tradicionalistas, y admiró a Cánovas; Alfonso XIII y él se dispensaron mutua simpatía). Fue académico de la Real Academia Española y mantuvo relaciones amorosas, generalmente discretas, con mujeres como Concha-Ruth Morell, Lorenza Cobián (madre de su hija), Emilia Pardo Bazán, la actriz Concha Catalá y Teodosia Gandarias, su último gran amor.
Los últimos diez años de su vida fueron bastante tristes: pierde la vista, conoce graves dificultades económicas, sus enemigos impiden que se le otorgue el Premio Nobel… Moriría en Madrid en 1920, cuando dominaba un injusto menosprecio de su obra.
La dedicación de Pérez Galdós a la literatura fue titánica; su producción, ingente, tanto en cantidad como en calidad. Tendremos ocasión de comprobarlo en futuras entradas de este blog.
[1] La bibliografía sobre el escritor es muy abundante. Una biografía completa es la de Pedro Ortiz-Armengol, Vida de Galdós, Barcelona, Crítica, 2000.
[2] Germán Gullón, «Pérez Galdós, Benito», en Ricardo Gullón (dir.), Diccionario de Literatura Española e Hispanoamericana, Madrid, Alianza Editorial, 1993, p. 1242a.
[3] Germán Gullón, «Pérez Galdós, Benito», p. 1242a.
[4] Escribe Germán Gullón, «Pérez Galdós, Benito», p. 1242ab: «La obra de Dickens, de quien tradujo Pickwick papers, ha sido considerada como un ingrediente esencial en la creación galdosiana y en su capacidad para presentar las diversas capas sociales, estableciendo conexiones entre la historia, la situación social, la geografía urbana y el carácter del individuo».
Carlos, comparto contigo la recomendación de Tormento y otras tantas novelas del genial Galdós.