Son muy importantes las consideraciones sobre la novela histórica que señala Estébanez Calderón en el «Prólogo» a La campana de Huesca (1854), de Cánovas del Castillo. Ahí comenta varias de las dificultades inherentes al género: necesidad de investigación histórica para no falsear los hechos, pero sin caer tampoco en la pesadez, manejo de un idioma castizo, búsqueda de lo novedoso sin llegar al extremo de una exageración inverosímil, etc. Los resultados obtenidos en España no han sido muy felices, pero ello no se debe a la falta de genio entre nuestros autores para tratar los temas históricos, sino al hecho de que no se leen las antiguas crónicas.
Sin embargo —añade Estébanez—, hay novelas que constituyen excepción:
En cuanto el ingenio español, dando de mano a su idolatría por la literatura francesa y como por curiosidad y desahogo excepcional, ha fijado sus estudios en alguna época de nuestra Historia y ha dejado correr la pluma, han asomado frutos sazonados que por su buen sabor pudieran dar esperanzas de más exquisitas cualidades, si el cultivo hubiera coadyuvado a la índole y buena naturaleza de la planta. El doncel de don Enrique el Doliente, El conde de Candespina, El golpe en vago, Doña Blanca de Navarra, sin excluir esta o la otra de merecidos quilates, y que no sabemos recordar ahora, son una prueba de tal verdad.
Los novelistas históricos pueden cumplir el doble objetivo señalado por Horacio que es el de deleitar aprovechando pues, al mismo tiempo que proporcionan entretenimiento, acercan la historia a personas poco capacitadas para leer estudios históricos. Así lo creía Garcí Sánchez del Pinar:
Hace algún tiempo que ciertos autores de novelas han dado en la flor de tomar por asunto de sus obras hechos históricos […]. Siendo los estudios históricos bastante áridos para muchos, en especial cuando se ojean las páginas de aquellos escritores que no saben referir más que batallas y acontecimientos políticos, algunos novelistas han pensado que podrían dar a conocer la historia a trozos, o en determinados períodos de la vida de un pueblo, convirtiendo en obras de arte ciertos hechos consignados en olvidadas crónicas[1].
La novela histórica triunfó pronto en España en los años 30. Cortada indica en unas palabras «Al lector» que preceden a La heredera de Sangumí que se ha decidido a publicar esta su segunda novela en vista de la buena acogida dispensada por el público a su primer relato, Tancredo en Asia[2]. Como se señala también en el Diario de Avisos de Madrid del 4 de mayo de 1832, en una noticia acerca de Inés de Castro, de Mme. Genlis,
desde que los escritores de novelas han tomado por asunto […] importantes pasajes de la historia de los pueblos, su lectura no es tan indiferente como se ha pretendido sostener hasta el día[3].
[1] Prólogo a su obra La campaña del terror o Las vísperas sicilianas, Madrid, 1857. Recoge la cita Tierno Galván, «La novela histórico-folletinesca», en Idealismo y pragmatismo en el siglo XIX español, Madrid, Tecnos, 1977, p. 79, nota.
[2] Ver Felicidad Buendía, Antología de la novela histórica española (1830-1844), Madrid, Aguilar, 1963, p. 1128.
[3] Citado por Reginald F. Brown, «The Romantic Novel in Catalonia», Hispanic Review, XIII, 1945, p. 300.