Uno de los grandes problemas que preocupan ahora al personaje es el encantamiento de Dulcinea[1]. Recordemos que don Quijote ve a Dulcinea encantada en tres ocasiones: en las afueras del Toboso, cuando Sancho le convence de que la labradora que se acerca es Dulcinea acompañada de dos de sus damas; en la visión de la cueva de Montesinos, cuando Dulcinea le pide dinero por medio de una de sus doncellas; y en la representación burlesca ideada en el Palacio ducal, cuando se presenta (en realidad, un paje que hace su papel) con el mago Merlín y se le indica el modo de liberarla: solo si Sancho se da tres mil y trescientos azotes «en ambas sus valientes posaderas» quedará desencantada.
Apreciamos también un cambio con respecto a la cosmovisión que se presenta en esta Segunda Parte. En el Quijote de 1605 los personajes, don Quijote sobre todo, experimentaban una relación histórico-metafísica con el medio: era un vínculo ideal el que se establecía, tendente a la utopía (recordemos a este propósito los dos grandes discursos del caballero, el de la Edad de Oro y el de las armas y las letras). Por el contrario, en 1615 se trata de una experiencia de tipo político-social: en numerosos pasajes don Quijote es el portavoz de Cervantes para mostrar su actitud crítica frente a la nobleza cortesana e improductiva, que vive imbuida en el ocio y ha perdido la función social que había tenido en tiempos anteriores (ser los defensores de la sociedad). Así, en el capítulo II, 1 don Quijote explica al barbero la diferencia entre los caballeros de antes y los del presente:
—Los más de los caballeros que agora se usan, antes les crujen los damascos, los brocados y otras ricas telas de que se visten, que la malla con que se arman; ya no hay caballero que duerma en los campos, sujeto al rigor del cielo, armado de todas armas desde los pies a la cabeza; y ya no hay quien, sin sacar los pies de los estribos, arrimado a su lanza, sólo procure descabezar, como dicen, el sueño, como lo hacían los caballeros andantes. […] Mas agora ya triunfa la pereza de la diligencia, la ociosidad del trabajo, el vicio de la virtud, la arrogancia de la valentía y la teórica de la práctica de las armas, que sólo vivieron y resplandecieron en las edades del oro y en los andantes caballeros (pp. 633-634).
Asimismo, don Quijote y Sancho se van integrando más en la sociedad, al entrar en contacto con el ámbito urbano, que es el que predomina en esta Segunda Parte.
[1] Reproduzco aquí, con ligeros retoques, el texto de Mariela Insúa Cereceda y Carlos Mata Induráin, El Quijote. Miguel de Cervantes [guía de lectura del Quijote], Pamplona, Cénlit Ediciones, 2006. Las citas del Quijote corresponden a la edición del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, Barcelona, Editorial Crítica, 1998.