Me refiero aquí a cómo están divididas externamente estas novelas, para comentar en la próxima entrada algunos aspectos estructurales como son la presencia de digresiones e historias intercaladas y el ritmo narrativo.
Las novelas se suelen dividir en capítulos de mediana extensión; a veces, primero en partes, tomos o libros y después en capítulos (en ocasiones, el autor tardaba un tiempo en dar cada volumen; por ejemplo, las tres partes de Doña Isabel de Solís aparecieron en los años 1837, 1839 y 1846).
No es raro que cada capítulo tenga título propio o vaya encabezado con una cita a modo de lema[1]. Existen también unos clichés para acabar un capítulo y empezar otro: «dejemos a… y volvamos con…», «veamos qué sucedía mientras tanto en…», etc. Así:
Dejémosles entregados en los preparativos de su audaz pensamiento […] y penetremos por un instante en el interior de la plaza sitiada, a donde nos llevan otros acontecimientos (Los héroes de Montesa, p. 182).
Pero contra nuestro intento, se ha dilatado tanto este capítulo que es fuerza dejar para otro la conversación de los dos personajes… (La campana de Huesca, p. 91)[2].
[1] Tienen título propio los capítulos de La campana de Huesca, Pedro de Hidalgo, Don García Almorabid, Bernardo del Carpio, Los caballeros de Játiva, El lago de Carucedo (cada una de las tres partes), Doña Blanca, Doña Urraca, Amaya, El testamento de don Juan I y Doña Isabel de Solís; van encabezados por citas los de La campana de Huesca, El doncel, Jaime el Barbudo, Ni rey ni Roque, El lago de Carucedo, La heredera de Sangumí y Sancho Saldaña; en el caso de la traducción de Gómez Arias anteceden a cada capítulo unas líneas con el resumen de la acción.
[2] Remito para más detalles a Carlos Mata Induráin, «Estructuras y técnicas narrativas de la novela histórica romántica española (1830-1870)», en Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 145-198; 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 113-151.