Para la relación de Lope con los mecenas resulta crucial el año de 1605, cuando conoce al joven duque de Sessa, don Luis Fernández de Córdoba Cardona y Aragón, sexto duque del título, que tenía a la sazón veinte años menos que el poeta[1]. El encuentro marca la vida de los dos, que ya no se separarán hasta la muerte del Fénix, cuyo entierro sufraga el duque.
Conocemos muy bien estas relaciones gracias a un copioso epistolario, donde Lope va recogiendo infinidad de noticias, detalles, episodios domésticos, solicitudes de ayuda, peticiones de dinero, y todo tipo de asuntos —especialmente amorosos y eróticos— suyos y de Sessa, quien lo empleó de alcahuete, portavoz de sentimientos y autor de poesías encargadas para el consumo de los placeres eróticos del potentado, entre gestiones menos escabrosas. Sessa, con afición de coleccionista, recogía comedias y versos de Lope, y guardó también muchas cartas que formaban cinco tomos, de los cuales se han perdido dos.
Nunca se ha establecido seguramente en la historia de España una servidumbre tan estrecha, que se permita un tono tan familiar, a veces jocoso y hasta obsceno, aliado a la autohumillación más extrema del poeta frente al noble, para desembocar al fin en una melancólica resignación al no conseguir entrar en la nómina de servidores fijos de Sessa, con derecho a ración y quitación (alimento, o dietas, y salario). El duque nunca perteneció a las camarillas más próximas al poder: en numerosas cartas alude Lope de Vega a los posibles apoyos que podría solicitar el duque de don Rodrigo Calderón, favorito del privado Lerma. Poco consigue y las esperanzas depositadas en el nuevo régimen del conde-duque de Olivares tampoco resultan satisfechas, aunque el duque forma parte de comitivas reales, fiestas y embajadas.
[1] El texto de esta entrada está extractado del libro de Ignacio Arellano y Carlos Mata Induráin Vida y obra de Lope de Vega, Madrid, Homolegens, 2011. Se reproduce aquí con ligeros retoques.