Claudio Peñaranda nació en Sucre (Bolivia), en 1883. Fue profesor de literatura y retórica en el Colegio Junín y en la Escuela Normal de su ciudad natal. En 1916-1919 fue Diputado Nacional. En octubre de 1917 resultó laureado en los Juegos Florales de La Paz por su poema «Oración por la paz». Trabajó también como periodista y dirigió La Prensa y El Diario. Fallecería en 1921.
Como poeta cuenta en su haber con los poemarios Líricas (1907), Cancionero vivido (1919) y Ofrenda (1921). Su aportación poética la valora Juan Quirós con estas palabras:
Poeta a la manera modernista, mas del modernismo se le quedaron solo las palabras, lo epidérmico y circunstancial. El fervor que empleó en la causa se le deslíe en fácil música de mandolinata, cuyos sones, hay que reconocerlo, eran pegadizos al oído. Cuando se olvidaba de pierrots y duquesitas, desaparecía el poeta declamador y vocinglero, y daba paso a otro, trémulo, de nervios crispados, capaz de producir estrofas como las que llevan por título «De una pesadilla», las mejores del repertorio de Peñaranda. Hay otra composición suya popularizada por diarios y revistas. Es la «Oración por la paz». Una oración con timbales, extensa y enfática. En su celebrada elegía para la muerte de Darío, amén de pensamientos levantados y generosos, aparecen otros materiales puestos ahí por fuerza del sonsonete o porque así lo requería el consonante. El mérito de Claudio Peñaranda consistió en que fue una especie de embajador de Rubén Darío en el país[1].
Es precisamente esta composición, la «Elegía a Rubén Darío», homenaje al poeta nicaragüense, la que traigo hoy a las páginas del blog. Dice así:
Padre y Maestro mágico, liróforo celeste
que al instrumento olímpico y a la siringa agreste
diste tu acento encantador:
Panida! Pan tú mismo, que coros condujiste
hacia el propíleo sacro que amaba tu alma triste,
al son del sistro y del tambor.I
Así rezaste un día, con hondo desconsuelo,
cuando el divino sátiro quiso llevar al cielo
su pobre pierna de hospital;
cuando su última lágrima, tornada en una nube
hecha de los pecados de un alma de querube,
fue todo el Bien y todo el Mal.Así rezaste un día… Fue cuando Sor Quimera
era tu hermana monja, cuando la Primavera
querida fue del Rey Rubén;
cuando todo era Azul…; cuando tristes campanas
lloraban con los sones de las Prosas Profanas
la santa muerte de Verlaine.El abuelo sublime de la pierna anquilótica,
el de cara de diablo y de niña clorótica
te dio de herencia pena y sol;
esa pena risueña que es florida cadena,
ese sol de alegría que hace negra la pena,
y un dulce ensueño con alcohol.Y el ladino veneno no mató tu energía,
y la mísera vida no robó tu alegría,
serena como un Partenón,
porque siempre te diste y el que da nada espera,
y cada rima nueva es la rima primera,
y luz, consuelo y oración.Eras bueno, eras noble, ¡Padre y Maestro Darío!
Eras como si un águila, en pleno bosque umbrío
de oculta y torva ingratitud,
extendiera las alas que besara la aurora
y rizaran espumas de brava mar sonora
sobre un nidal de juventud.Por eso sonreías con inmensa amargura
(amargura, vinagre de un vino de ternura)
ante el injusto frenesí…
Y mirabas sin odio cómo las cien portadas,
hechas para tus hijos caían, profanadas,
caían todas sobre ti…¿Qué importa esa tristeza? Es la sombra del genio.
Es la fea tramoya del glorioso proscenio.
¡Velar la estrella con un tul!…
(Era un aire suave… Y un rumor de violines.
Una escena grotesca: centauros y arlequines…
Y un torpe insulto: «El indio azul».)II
Yo quisiera cantarte, a la sorda sordina,
ahogando en un sollozo, cual una golondrina
que en vano busca el nido fiel…
Yo quisiera llorarte con fervor infinito…
Y siento que se aduerme la intención de mi grito
en una sombra de laurel.¿Te acuerdas, Padre y Maestro, de aquella Margarita
deshojando los pétalos de la primera cita
que nunca, nunca volverá?
¿Te acuerdas de los pinos, como frailes ancianos,
hermanos por la gracia, por la tristeza hermanos?
¿Y el cruel pensar del más allá?¿Te acuerdas del coraje de la Marcha triunfal
que cual mágica tromba de tonante raudal
enciende llamas de valor?
¿Y aquel rojo leproso a quien el caballero
Rodrigo de Vivar —a falta de dinero—
le da su mano, lis de amor?¿Te acuerdas que has cantado las risas y las bocas,
las lindas risas rosas, las guindas bocas locas,
la carne blanca del placer?
Después, como el abuelo, también sentiste el frío
del asco de las copas, el bostezo de hastío
y el ansia rota del deber.Y perdido ya el rumbo de tu voluble aguja,
anhelaste la calma de fúnebre cartuja
cual un humilde hermano Asís…
Y tus sueños de fiebre —alas, besos y aromas—
revolares de blondas y arrullo de palomas
fueron nostalgia de París…Y así como termina un claro curso de agua,
llevaste tus dolores y amor a Nicaragua,
con ansias de apagar tu luz…
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(El sátiro contempla sobre un lejano monte
una cruz que se eleva cubriendo el horizonte
¡y un resplandor sobre la cruz!)[2]
[1] Juan Quirós, Índice de la poesía boliviana contemporánea, La Paz, Librería Juventud, 1964, pp. 83-85. En el v. 16 edito pena (el texto trae peña) y en el último verso añado el paréntesis de cierre, que falta.
[2] Juan Quirós, Índice de la poesía boliviana contemporánea, pp. 83-85. En el v. 16 edito «pena» (el texto trae aquí «peña», que considero lectura errónea, atraída por «risueña»; la enmienda viene sugerida por la construcción del pasaje: «te dio … pena y sol; / esa pena … / ese sol…»); por otra parte, en el último verso añado el paréntesis de cierre, que falta.