A continuación, resumiré brevemente la «acción» de la obra de Manuel García al tiempo que iré extractando los pasajes más significativos[1]. La situación de partida es bien sencilla: después de escucharse —durante unos instantes en que está la escena sola— gritos, cánticos y sonar de instrumentos musicales, como si los profiriera una multitud enardecida, un abuelo y su nieto entran en escena, que representa un cuarto humilde[2]. El abuelo exclama:
¡Canta, pueblo mil veces desdichado!
¡Grita y lanza tus vivas y tus mueras,
sin pensar que con ellos te construyes
el dogal que a tu cuello se rodea!
¡Canta, como cantaste no hace mucho
tus canciones de notas patrioteras!;
pero a mí no me mezcles en tus cantos
que, al oírlos, mi mente se recuerda
del momento en que fue muerto mi hijo
defendiendo a la patria en las trincheras.
El niño, jugando, muy contento, hace como que dirige los instrumentos que se oyen a lo lejos y luego va marcando el paso. El abuelo se enfada y le ordena cerrar la puerta. Por las palabras del nieto nos enteramos de que el país está en son de guerra para atacar «al infame enemigo que a la Patria / atreviose a inferir graves ofensas». El joven se muestra dispuesto a marchar a la guerra «para darles a esos criminales / con mis manos ¡la muerte más siniestra!». Estas palabras provocan la respuesta airada del abuelo, el primer alegato contra la guerra:
¿Por qué les has llamado criminales
cuando no los conoces tan siquiera?
¿Quién ese rencor terrible ha ido inculcando,
con perfidia increíble, a tu cabeza
que en matar, cuando aún nada comprende,
al que llama enemigo sólo piensa?
Yo he tenido la culpa. No debí
confiar tu enseñanza en esa Escuela
que ha ensalzado el gran crimen colectivo
(eso, y no otra cosa, son las guerras)
y que llama efemérides gloriosas
a sus hechos tan bárbaros…
El abuelo continúa explicando a su nieto que no deseará hacer la guerra cuando comprenda todo su horror; es más, él se alegrará si decide luchar contra la guerra
y contra esa molicie miserable,
que en nombre de la Patria al Pueblo alienta
para que en el fragor de sus terribles luchas
deje de ser humano y se convierta
en Horda que asesina y que viola
alocada y en sangre y fuego envuelta…
Esta filípica del abuelo contra la guerra es suficiente para que el nieto se entristezca y rompa a llorar: «Me pusiste muy triste y la congoja / me está haciendo llorar». El niño se entusiasma de nuevo y dice que en la escuela su maestro les ha enseñado a amar a la Patria, porque España es heroica, y tiene buenos paisajes, y arte, y literatura; y le pregunta a su abuelo cuál ha de ser su Patria, si considera que España no lo es, a lo que aquel responde convencido: «¡La Humanidad entera! / ¡El Mundo todo! […] / ¡Todos somos hermanos!» Sigue un ataque a la Iglesia, que no condena las guerras y que bendice las armas homicidas. El niño se asombra al pensar que su abuelo no cree «en el Dios Infinito, Sabio y Justo» ni en su Iglesia, y le pregunta cuál es su religión. El abuelo contesta que no cree en ninguna, «que ellas son el letargo de los pueblos» —típica idea marxista: la religión como «opio del pueblo»—, pero sí cree en una idea, «El Comunismo rojo», cuyos principios explica: igualdad económica entre todos, igualdad de derechos para todos, extensión de la Ciencia por el mundo. El niño, de unos diez años, queda convencido con estas palabras del abuelo y decide unirse inmediatamente a la causa:
Es hermoso, abuelito, el Comunismo
y pretende implantar cosas muy bellas.
¿Quieres que yo esté al lado de vosotros
los que hacéis religión de vuestra Idea?
El abuelo se alegra de contar con un «bravo pionero / que defiende desde hoy la causa obrera» y se dispone a contar un relato. Tras arremeter contra los falsos patriotas que enardecen al pueblo para que entre en guerra, pero que luego no dan la cara en las trincheras; contra la prensa «mercenaria y servil» vendida a las fábricas de armas (la «Krup», sic por Krupp), por cuyos intereses se hacen siempre las guerras; y contra los «viles logreros» que arengan al Pueblo, «siempre infantil», y consiguen «fortunas fabulosas / amasadas con sangre»[3], empieza su historia: hace nueve años, por un incidente diplomático, España, «desgraciada por ser siempre guerrera», se vio envuelta en un nuevo conflicto armado. Una noche la madre vio que el padre había sido muerto en una trinchera y ella murió a continuación, simplemente de dolor. El muchacho se enfurece al escuchar la causa de su orfandad y corre a coger la pistola y la escopeta que están en el escenario (véase la acotación inicial) para vengar a sus padres matando a los que quieren conducir a la «Patria desdichada» al combate, al grito de: «¡Maldita, siempre maldita! ¡¡Maldita sea la Guerra!!».
Sin embargo, el abuelo le refrena, afirmando que el arma que se debe usar es otra, mucho más fuerte, la Idea: la palabra que se ha de extender venciendo las barreras que le ponen el Capital y el Burgués, para llegar «a los parias / que resignados sufren las afrentas / del sistema opresor capitalista» y darles este mensaje:
¡Camarada! ¿Por qué no te rebelas[4]
luchando por un mañana Comunista
que rompa tu esclavitud y tus cadenas?
El ejemplo que hay que seguir es el de «la gran Rusia»: «Asóciate a tus hermanos de martirio / y lucha para vencer…». Después vuelve a tomar la palabra el nieto, ya completamente ganado para la causa, y la acotación indica que se dirige «Al público»:
No es un sueño pensar en un mañana
en que no existan patrias ni fronteras,
ni Colegios que enseñen a los niños
ese amor exaltado hacia la guerra.
El muchacho prosigue afirmando que hay que forjar «el Amor fraternal que constituya / la Hermandad que propugna nuestra Idea». La apelación al público se muestra también en los siguientes apóstrofes: «Mas para ello es preciso, camarada, / que tu hijo…»; «Eres tú quien le tiene que inculcar…»; «Y tú, madre que tienes en tus brazos / ese niño […], / júrame…»; «¿Cómo puedes, mujer, alucinarte?…». Y lo mismo en las palabras finales del abuelo, que cierran la obra:
Y vosotros, los hombres, no acudáis,
cual romeros que fuesen a una fiesta,
a los campos que llaman del Honor,
que el Honor a eso nada se asemeja.
No seáis patriotas de esas patrias
que dirimen a tiros sus contiendas.
¡Que la Patria que manda asesinar
no merece que nadie la defienda!
Gritad todos haciendo un coro inmenso:
¡No queremos luchar! ¡¡Guerra a la Guerra!![5]
[1] Agradezco al Dr. Víctor García Ruiz (Universidad de Navarra) su amabilidad al proporcionarme la copia xerográfica por él obtenida de esta pieza. En las citas restituyo algunos acentos y signos de puntuación que faltan. El título coincide con el de una obra clásica del antibelicismo mundial, el libro de fotografías Krieg dem Kriege! Guerre à la guerre! War against War! (Berlín, 1924 y 1926), de Ernst Friedrich. En el ámbito español, Ramón de Campoamor es el autor de una dolora dramática titulada también Guerra a la guerra (estrenada en el Teatro Español de Madrid en 1870).
[2] Véase la acotación inicial: «Se desarrolla en un cuarto de aspecto humilde, cuarto de obrero, y no le es necesario describirle porque para el objeto que persigue, no le son precisas, en el lugar de la escena, estas o las otras cosas. Dejo a quienes hayan de representar este trabajo semejante tarea. Lo único que se necesita tener, y ello en sitio bien visible de la escena, es una pistola y una escopeta, ambas de juguete» (la cursiva es mía).
[3] Hay también una crítica social contra los patrones, que piden al pueblo que dé su vida en defensa de sus haciendas y propiedades, «para luego, si pides más jornal / porque te es imposible la existencia, / arrojarte del suelo y de la casa / por quien has peleado con fiereza».
[4] En el texto, revelas.
[5] Remito para más detalles a Carlos Mata Induráin, «Notas sobre el teatro proletario español de la preguerra: Guerra a la guerra y Miserias», Rilce. Revista de Filología Hispánica, 11.1, 1995, pp. 68-87.