Los «Cuentos del vivac» de Federico Urrecha: relatos ambientados en las guerras carlistas (7)

Aparte de los ya comentados, quedan cinco relatos que no hallan fácil cabida en los dos apartados anteriores: «La última noche», «Nubecilla de humo», «El perro del tercero de cazadores», «Rempuja» y «La acción de Numerosa».

Los dos primeros pueden agruparse por tratar del mismo asunto, las últimas horas de un condenado a muerte, aunque el desenlace será distinto en uno y otro. En «La última noche» acompañamos a Andrés, un sargento segundo del primer batallón condenado a muerte en consejo de guerra; en realidad, su trágico destino ha estado determinado por un cúmulo de casualidades y por su mala suerte: una noche, su mujer y su hija le acompañaban en la caseta donde hacía guardia; un capitán nuevo, que no conocía su estado civil, al descubrirlo en su ronda acompañado por una mujer, pensó que se trataba de una soldadera, la empujó y cayó con ella la niña, que resultó herida; el sargento, en un acceso de ira, le golpeó en la cabeza con la culata del fusil, causándole la muerte. La noche previa a la ejecución, su mujer acude con la hija para hablar con él a través de la ventana de la celda. Al amanecer Andrés mira el paisaje consciente de que lo hace por última vez; su esposa y su hija llegan presurosas en el último momento y asisten desde lejos al fusilamiento, cayendo ambas de bruces sobre la escarcha. Constituye un acierto este final en el que no se llega a describir la muerte de Andrés (no se relata finalmente su ejecución), sino que la caída de su cuerpo desplomado queda sugerida indirectamente por la otra caída al suelo, la de sus dos seres más queridos.

Jean-Léon Gérome, «La ejecución del Mariscal Ney» (1876). Colección privada (Friburgo).
Jean-Léon Gérome, «La ejecución del Mariscal Ney» (1876). Colección privada (Friburgo).

«Nubecilla de humo», relato dividido en dos capitulillos, plantea también la ejecución de una pena de muerte. En la primera secuencia se cuenta la causa: el sargento Renedo y el cabo Brenes se disputaban una mujer de mala vida, la Rubia; un día se encontraron los dos militares, discutieron, el sargento golpeó al cabo y este le clavó su bayoneta dejándolo muerto; Brenes se dejó prender con total tranquilidad, aunque sabía lo que le esperaba: «Un Consejo de guerra que haría con unas firmas lo que él había hecho con una bayoneta» (p. 200). Es, en efecto, condenado a muerte, porque «La disciplina militar es una diosa que necesita sacrificios de cuando en cuando» (p. 202). En la segunda parte, el condenado sigue haciendo alarde de hombre duro: ya en capilla permanece sereno, inmutable; al salir para ser fusilado, le dan un puro, que enciende y saborea, hasta que, al llegar al punto de la ejecución, lo deja apoyado sobre el hule de su ros, desde donde se levanta el humo. Ya vendado el prisionero, llega el perdón en el último instante; sin inmutarse, el cabo Brenes vuelve a coger el puro y se aleja fumando con absoluta frialdad. Parece como si todo no hubiese sido más que una «Nubecilla de humo» en su vida[1].


[1] Para más detalles ver Carlos Mata Induráin, «Los Cuentos del vivac de Federico Urrecha», Lucanor. Revista del cuento literario,15, diciembre de 1998, pp. 41-65.

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