Otros dos relatos pueden ponerse en relación por ser retratos cariñosos de sendos animales[1]: «El perro del tercero de cazadores» y «Rempuja»; su tono los acerca a otros en los que predomina un tono de ternura. En el primero, se nos dice que el chucho Careto es tan amigo del corneta Tobarra que hasta come de su misma escudilla. El coronel del regimiento, al mando de 800 cazadores, tiene que hacer frente a una fuerza superior de caballería. En el momento crucial de la carga enemiga, el perro se lanza contra los caballos y muerde a uno en el belfo, circunstancia que provoca desorden y confusión en el ataque y que, por consiguiente, sirve para salvar al regimiento. De noche, los soldados encuentran el cuerpo del perro convertido en un amasijo de barro y sangre y lo entierran al pie de un chaparro. El corneta Tobarra queda abatido por la pérdida del animal.
«Rempuja» presenta a Paco Andurrias, un exgastador que marcha ahora en el ejército como cantinero; se le apoda «Tanimientras» porque empieza siempre sus frases con esa expresión. Para tirar de su carro ha comprado un penco viejo al que llama Rempuja, expresión que emplea para animarlo. El cantinero quiere llegar a Cadigüela, para lo cual ha de pasar una dura sierra; los soldados tratan de convencerlo de que el viejo animal, lleno de mataduras y taras, no resistirá la prueba, pero él replica: «Tan y mientras que güela cebá, tira» (p. 193). Sin embargo, el pobre Rempuja se queda en el puerto y su dueño, que tan bien congeniaba con su bestia, le acompaña, llorando. Esa noche, todos los soldados echan en falta el aguardiente, pero recuerdan también la pérdida de Rempuja.
He dejado para el final «La acción de Numerosa», un relato «fantástico» que sorprende, hasta cierto punto, en el conjunto del libro. Los soldados están junto al fuego del vivac y Hormigo anima al sargento Parleño (otro nombre simbólico) a contar «un sueño» —que ha tenido o imaginado en su cabeza—, la guerra librada en el reino de la Aritmética entre los ejércitos de los números: Parleño se decide y relata una batalla entre los números pares y los números impares en la llanura de Pizarreda, que se salda con la derrota final de los pares por la cobardía de los ochos, que a la hora de combatir se convierten en dos ceros (los ceros eran los asistentes). En cualquier caso, le une a muchos de los demás relatos la circunstancia de ser una historia contada por un soldado narrador al calor del fuego, para entretener las veladas de sus compañeros[2].
[1] Baquero Goyanes, El cuento español en el siglo XIX, cit. supra, llamó la atención sobre la importancia que se concede en los relatos cortos del siglo XIX tanto a los animales (pp. 547-562) como a los objetos y seres pequeños (pp. 547-562).
[2] Para más detalles ver Carlos Mata Induráin, «Los Cuentos del vivac de Federico Urrecha», Lucanor. Revista del cuento literario,15, diciembre de 1998, pp. 41-65.