La poesía de Rafael López de Ceráin: «Trabajos de amor dispersos» (1996)

El primer poemario de López de Ceráin —cuyo título parece remitir a Shakespeare y a su temprana comedia Love’s Labours Lost (Trabajos de amor perdidos)— incluía ya un buen puñado de poemas maduros, de los cuales se recogen dieciséis en la antología Cuaderno de versos. Ese libro que constituía su salto a la arena literaria se publicó por primera vez, en 1996, con prólogo de Manuel Alcántara. Aquí vamos a encontrar ya la presencia de algunos temas que luego serán constantes en el resto de la obra de nuestro autor, en especial la sentida conciencia del tiempo, de la vida que pasa, con la amenazadora presencia de la muerte al fondo

Rafael López de Ceráin

El poema «La lluvia», el primero de la citada antología, constituye un magnífico pórtico para todo el volumen. Se abre con el bello endecasílabo «Tener que ser el mismo cada día», idea que se recupera en el final, lo que dota al poema de una estructura circular: «Sentir que el mismo, cada día, / hacia la vida o hacia la nada, / escribe estos mismos versos». Se entrelazan, entonces, en esta composición las ideas de la vida, del tiempo que pasa y de la escritura poética: «esta vida que —polvo y sombra— llueve / horas veloces, fugitivas palabras»; el yo lírico sabe que en el Paraíso no será Borges, «y que aquí soy —más bien— fracaso y tiempo, / esencia de versos incurables y lluvia». Cabe añadir que esta misma idea la encontraremos repetida en un poema posterior, el conciso «El mismo».

El poema titulado «Recordatorio» merece la pena transcribirlo entero, porque capta de forma esencial este tema del paso del tiempo, tan presente en la lírica de López de Ceráin:

Esos olvidos que no son tales son,
mientras el tiempo pasa,
los que roen tus días,
tus entrañas, felicidad perdida,
la soledad del reino de la infancia.
De recuerdos y olvidos estás hecho.
Mas no mires atrás.

«Inventario» constituye un recuento de todas aquellas cosas valiosas de la vida (ilusiones, viajes, sensaciones, paseos, «tantos libros que cuido como a hijos / porque también añaden su razón a la mía»…), en suma, todo aquello que hace al poeta ser lo que es. «Con eso me conformo», afirma, para añadir a continuación:

Todo ello soy, es mi tesoro,
las vueltas y revueltas de la vida
y ser el mismo niño
que, junto a la ventana, espera a su padre
una tarde lluviosa de invierno.

Si aquí apunta ya el recuerdo del padre (que se reiterará en composiciones de distintos poemarios), «Mis mayores» es una emotiva evocación de los antepasados familiares, a través de varias generaciones, hasta llegar a sus padres, que son «Mi ayer, mi hoy, lo que no pasa». La fuerte presencia de Antonio Machado, sin duda una de las más notables influencias en la obra de López de Ceráin, se aprecia ya en un detalle intertextual de este poema; en efecto, cuando escribe «Qué bien tu nombre suena, / Caserón de San Bernardo, / altos del Llano Amarillo…», inmediatamente se nos viene a la mente el recuerdo de unos célebres versos machadianos:

¡Madrid, Madrid, qué bien tu nombre suena,
rompeolas de todas las Españas…
La tierra se desgarra, el cielo truena,
tú sonríes con plomo en las entrañas!

Ciertamente, el tono y la intención son muy diferentes en cada poema, pero no cabe duda de que ese «Qué bien tu nombre suena» es una deuda textual y, sobre todo, un homenaje literario al poeta sevillano de nacimiento, pero enraizado —como también López de Ceráin— en tierras sorianas. Del mismo modo, en «Xauén» se hace asimismo presente Machado, si bien no de forma directa. Al hilo del recuerdo de una visita a esa ciudad, se evoca la sangre española derramada «en el sueño africano y altanero / de una España caduca e innombrable». No estamos en este caso ante una cita textual, pero sí se percibe aquí como telón de fondo un tono netamente machadiano.

Otras dos composiciones continúan con el tono reflexivo. Bellísimo y muy conciso es el titulado «Epitafio»: «Que el olvido me dé lo que me toca: / el reposo, el silencio y una rosa»; mientras que «Despedida» desarrolla la idea de que las vidas de las personas son (somos todos nosotros) como las obras inacabadas de un artista: «palabras amasadas en el tiempo», «el instante ejecutado, jamás la obra perfecta».

En fin, hay un último bloque de poemas que introduce la temática amorosa en este primer poemario. Varias de estas composiciones se construyen como un apóstrofe al tú de la mujer amada (estructura que será la habitual en casi todos los poemas amorosos de López de Ceráin) para evocar recuerdos del pasado, dirigirle preguntas, plantear la posibilidad de un reencuentro, etc. Así, por ejemplo, en «Ese cansancio tuyo» la apelación al tú amado es para lamentar la ausencia de esa persona que, aunque pertenece al territorio del pasado, ha dejado hondas huellas en el sentir del yo lírico:

Veloz pasa el tiempo,
el tiempo que me aleja,
pero tú ya has echado raíces
en el erial de mi alma,
eres mujer de fondo,
pensativa y distante
de piedra tú estás hecha,
enmudecida y quieta.
Pero arrojada a mí,
yo soy el pozo
que ha de albergar tus ondas.

Nótese que el recuerdo amoroso va unido (y esto será también algo usual en la obra de nuestro autor) a la constatación del inexorable paso del tiempo. Y el poema concluye con estos dos versos: «Tan lejos, tan cerca, siempre presente / te nombro en la claridad de una tarde». Resta por decir que este será también el tono habitual de los poemas amorosos de López de Ceráin: una melancólica y dolorida evocación, desde la pérdida, de un amor (o de unos amores) que han dejado en el alma una profunda huella.

Efectivamente, también en «Nothing more» se duele el yo lírico de lo que pudo ser y no fue («No ser ya más en ti, amor en la penumbra, / la herida de un beso que jamás te diera»). Sensaciones de llanto, cansancio y sufrimiento se acumulan en «Una declaración», poema en el que cabe destacar la bella imagen «el palio amarillo de tu cansancio». En «Urgencias» de nuevo el paso del tiempo (comienza: «Es gris y todo fluye, tempus fugit, / sobre la ancha paz de tu sonrisa») se une al recuerdo amoroso, para dar paso a un muy logrado final:

Por la 47 Street, quién lo diría,
como a tu encuentro voy por la Avenida,
sin pájaros, ni un cielo que ponerme
o un beso que llevarme a la mejilla.

«Por el que se pide un armisticio» es un poema amoroso trufado de referencias intertextuales (a Rodrigo Caro y su «Canción a las ruinas de Itálica» en el sintagma «mustio collado», a Antonio Machado en los versos «Voy soñando estaciones y eriales de mi alma, / caminos, tardes claras», y quizá también a Cernuda en el que sigue, «un crepúsculo, un río, un amor, un olvido»). Se mezcla en este texto la temática amorosa (según la imagen tradicional que considera al amor como guerra) con la práctica de la escritura poética («juntando versos, cadáveres después de una batalla», hermosa metáfora), pero lo que prevalece sobre todo es la sensación de «soledad infinita» que domina al hablante lírico, que acaba implorando al tú amado:

Dame un páramo, un cielo,
dame la soledad —así la muerte—
mientras te voy queriendo quedamente.
Dame la paz, el don de la palabra
y pon un fin a todas estas guerras.

En «Tarde lluviosa», donde se evoca nuevamente un amor que es al mismo tiempo ilusión y ausencia, el yo lírico hace profesión de fe amorosa: «No quiero ver a nadie / porque me bastas tú». Y en «Canción de olvido» sigue presente el tono de distancia, de adiós, de despedida, la conciencia de que «pasa el tiempo» unida a la evocación manriqueña («los ríos que dan al mar»). Se aprecia en este poema cierto tono erótico («desnudo tu cuerpo azul / y tus pezones de aire») que no va a ser frecuente en la poesía de nuestro autor. Tras la expresión de una paradoja («Corre el agua eternamente / detenida en su fluir»), la composición termina así:

Quedo solo, silencio
escuchad tan sólo un eco
un nombre levemente pronunciado
irrecuperable adiós, así hoy te invoco.

La importancia del nombre amado reaparece en «El nombre vulnerado», composición en la que se prolonga ese apóstrofe a un tú al que se quiso, pero ahora ya lejano (un tú que siente «cansancio de siglos»). Se evoca la alegría alborozada que producía el encuentro de los amantes («hoy amarro mi barca a tu costado», bello verso), pero al final lo que hoy queda es la soledad y el «silencio aciago». Otro hermoso verso, el bimembre «pronuncia tu nombre, anuda tu mano», viene a subrayar esa importancia del nombre amado, que tantas veces es la quintaesencia de la pasión amorosa: «la dicha que redime de un pasado / en pura luz de gozo y un ahora / tus ojos delicados pasados por mi rostro» (final que el poeta retomará en un poema posterior de Versos al aire, «Tus ojos, la distancia», que parece ser reescritura de este). Se reitera también la sugerente imagen, que ya antes aparecía, de la vida como «pinceladas de un lienzo inacabado, imperfecto»[1].


[1] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «“Pero no olvides qué Ítaca eres tú”: los veinticinco años de creación poética de Rafael López de Ceráin (1985-2010)», en Rafael López de Ceráin, Cuaderno de versos. Antología 1985-2010, Madrid, Incipit Editores, 2010, pp. 13-39.

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