«La dama boba» de Lope de Vega: las parejas trocadas y la ventura de la ignorante (1)

A partir de lo planteado en el primer acto[1], en el segundo asistiremos al enredo derivado del cruce de las parejas iniciales. Habrá también un conato de duelo a espada entre Liseo y Laurencio (el primero, celoso de que Laurencio pretenda a su prometida, invita a su rival a ir a los Agustinos Recoletos, lo que constituye una forma indirecta de desafiarlo, pues ese era el lugar donde solían llevarse a cabo los duelos); sin embargo, esa pendencia quedará fácilmente desactivada, como veremos. La comicidad de esta segunda jornada sigue sustentándose sobre todo en las boberías de Finea, aunque poco a poco la dama irá aprendiendo las lecciones del amor —el mejor maestro— y, con ellas, se irá despertando su romo ingenio, que pasará a ser cada vez más vivo y agudo. Asistiremos, pues, a los milagros del amor, y la veremos ya menos ignorante y ruda. Su progresiva transformación irá siendo señalada por comentarios de unos y otros, todos los cuales la notarán cambiada. Se seguirá planteando el conflicto entre el amor y el interés (el alma vs. el dinero), sobre todo en lo que respecta a Laurencio, quien va a reafirmarse en su decisión de casar con la boba rica. Avanzaremos, entonces, hacia la consolidación de las parejas trocadas: Laurencio, pobre, se muestra totalmente interesado en la rica Finea; al rico Liseo, en cambio, no le importará que el discreto ingenio de Nise no vaya acompañado de peculio. Pero repasemos ya los principales elementos de comicidad de esta segunda jornada.

Los primeros apuntes cómicos los tenemos en la escena en la que Nise, que ha estado un mes enferma, le reprocha a Laurencio su mudanza de amor, pues durante esa ausencia Celia le ha visto requebrando a su hermana: él, en efecto, ha mudado de pensamiento, poniendo su objeto amoroso en Finea (en la dote de Finea, para ser más exactos). Nise va a comparar el carácter de su amado con la luna, que tiene sus fases y, por tanto, cambia constantemente. Este detalle resulta gracioso, porque la acusación de mudables, y la correspondiente comparación con la luna, se aplicaba tópicamente a las mujeres. Aquí la gracia está en que la mujer se lamente del carácter inconstante y voluble del varón. Enfadada, comenta Nise, refiriéndose a Laurencio y Finea (y jugando con la dilogía de consonantes):

¡Oh, quién os oyera juntos!…
Debéis de hablar en romances,
porque un discreto y un necio
no pueden ser consonantes (vv. 1305-1308).

Finea con el maestro de danzar (La dama boba de Lope de Vega)

La posterior escena de Finea con su maestro de danzar viene a ser como una segunda parte de la que tuvo lugar en el primer acto con el maestro de letras. Si antes fue la cartilla, ahora la dama muestra su incapacidad para bailar a compás, llegando a exclamar:

¡Por poco diera de hocicos,
saltando! Enfadada vengo.
¿Soy yo urraca, que andar tengo
por casa, dando salticos?
Un paso, otro contrapaso,
floretas, otra floreta…
¡Qué locura! (vv. 1369-1375a).

Además, sigue expresándose impropiamente: al maestro de danzar pide que le traiga un tamboril, e indica que también le agrada como instrumento musical el cascabel, a lo que replica aquel: «Es muy de caballos eso» (v. 1387). Además, calificará las palabras de la dama boba de «disparates atrevidos» (v. 1410). Finea aprende —aprende mal— con su maestro el significado de la palabra mentecata, adjetivo que enseguida aplicará a su padre. En efecto, este aparece, afirmando que está cansado de enseñarle (igual que ella, por otra parte, está cansada de que la anden persiguiendo unos y otros). Hemos visto que se va despertando el ingenio de Finea, pero todavía no es lista del todo: tras llamar a su padre mentecato (vv. 1489-1498), le da confiadamente a leer el papel amoroso que le ha escrito Laurencio. No solo eso: para sorpresa de Otavio, le confiesa paladinamente que el mozo la ama y que la abrazó. La apelación al honor del padre —en este género de la comedia de enredo y en este contexto de risa— no pasa de ser una mera fórmula de trámite, sin ninguna fuerza trágica. En efecto, resulta más bien cómica su apelación: «¡En buenos pasos anda / mi pobre honor, por una y otra banda!» (vv. 1517b-1518), y todo queda en una cordial recomendación a su hija para que, en el futuro, no se deje abrazar tan fácilmente por los hombres…[2]


[1] Citaré por esta edición: Lope de Vega, La dama boba, ed. de Alonso Zamora Vicente, Madrid, Espasa Calpe, 2001.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «La comicidad en La dama boba», en Javier Espejo Surós y Carlos Mata Induráin (eds.), Preludio a «La dama boba» de Lope de Vega (historia y crítica), Pamplona, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 2020, pp. 191-220.

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