Y así sigue avanzando la acción de la comedia[1], dando muestras Finea de simple y boba cuando quiere, y cuando no quiere, no (ver los vv. 2795-2797). Viene en esto Laurencio a pedir como mujer a Finea, alegando que tiene tres testigos de la palabra de esposa que le dio. Otavio responde que está casada con Liseo y sale en busca de la justicia. Cuando el padre regrese, Finea dirá que Laurencio se ha marchado a Toledo. En realidad, la boba fingida lo ha mandado a esconderse en el desván de la casa. El padre le recomienda que, si viene algún hombre, pues que tan fácil la engañan, corra a esconderse; la joven, ni corta ni perezosa, se apresura a sugerir que el desván de la casa es un buen escondite. Ella afirma —y así será en realidad— que solo la verá el hombre que haya de ser su esposo.
Poco más adelante Otavio le afea a Liseo que le traiga dos meses en palabras, esto es, sin que se celebre el apalabrado matrimonio con Finea. Cuando el joven proteste por la condición de su prometida, el padre le replicará humorísticamente:
LISEO.- Vengo a casar con Finea,
forzado de mis parientes,
y hallo una simple mujer.
¿Que la quiera, Otavio, quieres?OTAVIO.- Tienes razón. ¡Acabóse!
Pero es limpia, hermosa, y tiene
tanto doblón que podría
doblar el mármol más fuerte.
¿Querías cuarenta mil
ducados con una Fénix?
¿Es coja o manca Finea?
¿Es ciega? Y, cuando lo fuese,
¿hay falta en Naturaleza
que con oro no se afeite? (vv. 2893-2906).
Liseo le pide casarse mejor con Nise, pero ya Miseno —responde Otavio— la ha prometido a Duardo. Con gracia y agudeza, Turín aconseja a su amo que se case con Finea. Protesta él que no quiere casarse a bobas y la graciosa réplica del criado es: «Que se casa me parece / a bobas, quien sin dineros / en tanta costa se mete» (vv. 2928-2930).
Y la acción se va precipitando hacia el final: Otavio, desesperado, quiere despachar a todos de su casa. Finea, que vuelve a verse en presencia de hombres ante la llegada de Feniso, vuelve a subir por segunda vez al desván, donde tiene escondido a Laurencio. Liseo le explica a Nise que venía a casarse con Finea, pero al verla a ella el amor ha vencido al oro, porque es más poderoso. Turín intercede por su amo pidiendo a la culta dama que temple sus desdenes:
TURÍN.- Pues mira un hombre que llora.
¿Eres tú bárbara tigre?
¿Eres pantera? ¿Eres onza?
¿Eres duende? ¿Eres lechuza?
¿Eres Circe? ¿Eres Pandorga?
¿Cuál de aquestas cosas eres,
que no estoy bien en historias? (vv. 3064-3070).
En efecto, nos vamos acercando ya al desenlace: Celia avisa de que ha visto a Clara llevar provisiones al desván y, lo que es peor, a Finea acompañada allí de dos hombres. Otavio, con su espada desnuda (acot. tras el v. 3118), persigue a Laurencio, Finea, Clara y Pedro. Pero —de acuerdo con las convenciones del género cómico— no hay aquí el más mínimo riesgo de tragedia… El galán, simplemente, alega que está con su esposa. Dadas las circunstancias, el juicioso Niseno le explica a su amigo Otavio que tanto monta desatar como cortar (parafraseando la célebre frase de Alejandro Magno en presencia del nudo gordiano), y le aconseja que le conviene “desatar” (vv. 3148-3151a). Es decir, tal como están las cosas, es mejor rendirse a la evidencia, aceptando los hechos consumados; y así se hace, quedando definitivamente emparejados Finea con Laurencio y Nise con Liseo. Llegamos así al final feliz de la comedia, en el que la dama boba ha logrado hacer triunfar su sentimiento amoroso[2].
[1] Citaré por esta edición: Lope de Vega, La dama boba, ed. de Alonso Zamora Vicente, Madrid, Espasa Calpe, 2001.
[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «La comicidad en La dama boba», en Javier Espejo Surós y Carlos Mata Induráin (eds.), Preludio a «La dama boba» de Lope de Vega (historia y crítica), Pamplona, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 2020, pp. 191-220.
