Examinemos ahora esa expresión en vascuence, «Amaya da asiera», ‘el fin es el principio’, cuya importancia simbólica queda ya sugerida desde la «Introducción» de la novela[1]. En las primeras líneas se refiere el autor a «Los aborígenes del Pirineo occidental donde anidan todavía con su primitivo idioma y costumbres, como el ruiseñor en el soto con sus trinos y amor a la soledad» (p. 9); equipara de seguido «la pureza de su sangre y [de] su idioma» (p. 9). Explica luego que vamos a asistir a un duelo entre dos pueblos, el Imperio godo y la escualerri o tierra vascongada, y acaba con estas palabras:
¡Gloria a Dios, y lancémonos a las tinieblas de lo pasado por entre selvas seculares y monumentos megalíticos, sin más guías que frases de la historia, fragmentos de cantares, leyendas y tradiciones, a sorprender a dos grandes pueblos en el supremo momento de su implacable lucha, para ver cómo acaban unas edades y cómo empiezan otras, y cómo viene a ser principio lo que parece fin; ¡que fin es lo que en vascuence significa Amaya, y en lenguaje cristiano se llama Providencia! (p. 12).
En efecto, las profecías de Aitor, el primitivo patriarca vasco, señalan que el fin y el principio serán uno: «Amaya da asiera»; es decir —interpretan los personajes—, quien se case con Amaya será el rey de los vascos; de ahí la importancia que adquieren esos dos nombres, Amaya y Asier. En el subgénero narrativo a que pertenece esta novela, el histórico, uno de los recursos habituales de intriga para mantener el interés del lector es la ocultación de la personalidad de alguno de los personajes. En nuestro caso, uno de ellos es conocido hasta por tres nombres distintos: Eudón, Aser y Asier. Ahora nos interesan los dos últimos. Cuando se presenta ante Amagoya, fiel guardadora de las tradiciones vascas, dice su verdadero nombre, que es el de Aser; pero ella no oye este nombre judío, sino que en sus oídos suena el de Asier, nombre que en vascuence significa ‘principio’ y que lo relacionaría con las proféticas palabras de Aitor, «Amaya da asiera». Veamos cómo lo explica el propio personaje, que está contando a su padre Pacomio la buena acogida que tuvo al llegar al caserío de Amagoya:
—«¿Cómo te llamas?», me preguntó ésta. «Aser», le contesté sencillamente; y ella se inmutó, me miró de hito en hito como embebecida en hondas imaginaciones, como arrobada de los sentidos, y tan extraña escena terminó con un abrazo, durante el cual me daba el nombre de Asier. No la contradije, pues tan bien me iba con la añadidura de una letra a las de mi nombre. Había comprendido Amagoya que yo le respondí Asier, palabra vascongada que significa Principio, y vos me explicasteis la importancia que tenía (p. 417).
Al final de ese capítulo, el VIII del Libro Primero de la Segunda Parte, se oye cantar a Amagoya: «Aitor y Amagoya fueron / principio de nuestra raza; / nuestro reino independiente / principia en Asier y Amaya» (p. 419[2]). Así pues, para el ambicioso Eudón no será lo mismo ser un simple judío, personaje despreciable, situado en el último puesto del escalafón social de la época, que el profetizado y esperado Asier, vasco destinado a casarse con Amaya, para que el fin y el principio, el principio y el fin, se unan y juntos reinen sobre los vascos.
Esa expresión también se halla en el brazalete que lleva Amaya. Pero la joya, entregada por Lorea a Ranimiro para su hija, no solo posee la inscripción «Amaya da asiera», sino otra oculta, «Aitores Arcanum», junto a un resorte secreto: el brazalete contiene en su interior una vitela con los datos que indican dónde se encuentran las preciadas riquezas de Aitor; por eso su posesión es tan importante. El brazalete va pasando por distintas manos, pero Petronila se ha encargado de sacar la vitela; solo al final, cuando vuelve a poder de su legítima poseedora, Amaya, la supuesta loca de Echeverría coloca en su interior la preciosa información.
El tesoro se usará para asegurar la pacífica unión de godos y vascos, en forma de indemnizaciones a los propietarios que hayan perdido sus tierras y sus bienes durante la guerra; ni una sola de las joyas lucirá en los brazos de Amaya, su legítima propietaria. Pero hay algo más importante: dentro del arca que contenía el tesoro, se ha encontrado una lámina de cobre escrita por Aitor en el primitivo alfabeto ibérico, escritura que solo la sabia Amagoya es capaz de descifrar; el mensaje del primitivo patriarca indica que debe ser venerada la primera persona de su tribu que abrace la nueva ley (de esta forma, la memoria de Lorea, la madre de Amaya, que fue la primera de su linaje en convertirse al cristianismo, queda restaurada entre los vascos). Este es, por tanto, uno de los mensajes del autor: el verdadero tesoro que dejó Aitor a los vascos es la nueva religión, la Cruz[3].
[1] Las citas serán por la edición de San Sebastián, Ttarttalo, 1991.
[2] Y antes, en la p. 324: «¡Vive, vive Asier! Conmigo / celebrará el plenilunio; / y Amaya será de Asier: / principio y fin serán uno».
[3] Julia Barella Vigal, en un artículo titulado precisamente «Amaia da hasiera», Kultura. Cuadernos de Cultura (Vitoria), 8, 1985, p. 122c, destaca: «El tesoro de Aitor ha resultado ser la unión de un pueblo bajo el signo de la cruz y la tradición, como dice Villoslada». Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «“Amaya da asiera”. La actitud de Navarro Villoslada ante el vascuence», en Roldán Jimeno Aranguren (coord.), El euskera en tiempo de los euskaros, Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Educación y Cultura) / Ateneo Navarro-Nafar Ateneoa, 2000, pp. 113-144.
