La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «Sangre y vida» (1955-1958) (5)

La tercera parte tiene el mismo título que el conjunto del poemario, «Sangre y vida», y se abre con una dedicatoria «Al hijo que dormita, muere, en su nido, en plena gravidez de su vida»[1]. Del interior recogido del poeta, a través de la mujer y el amor, pasamos a la frustrada prolongación de la vida en ese hijo nonato, que se convierte así en un símbolo del hombre en general, de su desnudez y fragilidad frente a un mundo muchas veces cruel y desapacible, un mundo en el que hace frío y en el que el hombre necesita algo de calor. En esta sección se repetirán obsesivamente imágenes relacionadas con la sangre y el color rojo, que simbolizan el deseo de vida, de nacer, de ser

Rojo

Otras imágenes positivas son madre, rosa y luz, mientras que el viento se carga aquí de connotaciones negativas. Aparece también la imagen del hombre-poeta como peregrino, que se reiterará con frecuencia en la poesía de Amadoz. Además de un al que se dirige, encontramos en estos versos un él, una tercera persona, que corresponde al hijo, o bien al propio poeta desdoblado en otra voz. Notemos que en este libro el poeta empezaba recogido (primera sección) para acabar en esta tercera con la interiorización de una amarga experiencia vivida. En todo caso, se anuncia que este hombre-poeta, instalado ahora en la tristeza, la melancolía y el dolor del hoy, espera un nuevo día más pleno y feliz. Desde el punto de vista formal, los veinte poemas de esta tercera parte están formados por versos de arte menor, mucho más breves que en las anteriores (predominan los heptasílabos, salvo en el último, lo que «confiere al conjunto un ritmo más liviano»[2]).

En el poema 1, «Encanto poderoso…», apreciamos ya ese paso a los versos más cortos y la acumulación de imágenes relacionadas con la sangre y lo rojo. En efecto, ese encanto del que habla el poeta es el de la sangre: «La vida roja empieza / a calar esta mar / turbia y alborotada / de su sangre»; «Ahíto / de amor y sangre, busca / alivio de la rosa, / de la fuente tranquila»; «labios sangrantes», etc. El siguiente poema, «Naturaleza sabia…»[3], presenta a una tercera persona, que es el hombre «más / achicado que nunca», con su dolor a cuestas. Junto con alguna imagen nueva («células / ardidas de miradas») y otra ya usada en este mismo poemario («enflorar nuevas / estrellas»), descubrimos de nuevo el símbolo de la sangre[4]: «sangre / en sus manos siente», «sangre íntima», y también:

Todo llama con sangre
y fiel desesperanza
a arrebatado fuego,
y ya los ojos, carne
y vida, comienzan
a sonar por detrás
de las sombras, con grito
en los labios[5].


[1] La dedicatoria se explica por una dolorosa circunstancia personal vivida en aquel momento, cuando la mujer del poeta, embarazada de seis meses, perdió al hijo que esperaban.

[2] Ángel-Raimundo Fernández González, «Río Arga» y sus poetas, Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Educación y Cultura), 2002, p. 67.

[3] Se repetirá más adelante en Elegías innominadas.

[4] También se introduce aquí un símil: «cual bravo tejedor / de volanderos sueños».

[5] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

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