Me refiero concretamente a los sonetos del conde de Villamediana que comienzan «El que fuere dichoso será amado…» e «Imagen celestial, cuya belleza…», en los que la tradición heredada cuaja —por la perfecta construcción de esos textos, por su intensidad expresiva y por su fuerza emotiva— en dos de las composiciones más hermosas del conde y, también, de toda la poesía en lengua castellana. El primero (núm. 193) dice así:
El que fuere dichoso será amado,
y yo en amor no quiero ser dichoso,
teniendo, de mi mal propio envidioso,
a dicha ser por vos tan desdichado[1].
Sólo es servir servir sin ser premiado;
cerca está de grosero el venturoso;
seguir el bien a todos es forzoso,
yo sólo sigo el mal sin ser forzado.
No he menester ventura para amaros:
amo de vos lo que de vos entiendo,
no lo que espero, porque nada espero;
llévame el conoceros a adoraros;
servir, mas por servir, sólo pretendo:
de vos no quiero más que lo que os quiero.
La composición, bellísima, reúne varios motivos corteses, petrarquescos y neoplatónicos: el servicio a la dama sin esperanza —ni deseo— de premio, el gustoso sufrimiento de amor, la religio amoris (v. 12, «adoraros»), el amor concebido aquí como conocimiento o entendimiento intelectual del objeto amado (aspecto este ya apuntado en otro soneto del conde: «Quereros entender es no entenderos, / pensar en vos parece confianza, / atreverse a miraros es perderos», núm. 127, vv. 12-14). Como escribe José María Pozuelo Yvancos, «Es doctrina neoplatónica también que el amor se ofrece al amante por vía de conocimiento y que implica ausencia de la cosa amada»[2], y ya antes había explicado la oposición ver / entender, como dos formas graduales de percepción: «Ver es apreciar la hermosura sin más; entender es conocer a través de ella su significado interior»[3]. Sobre este soneto, que recuerda el de Lope «Ya no quiero más bien que sólo amaros…»[4], ha escrito Luis Rosales:
No se puede ir más lejos en el acierto poético, en la fijeza y nitidez de la expresión, en la delicadeza del sentimiento. Son muchos los sonetos amorosos de Villamediana que tienen este logro, pero aquí y ahora no nos importa destacar su valor literario, sino su valor expresivo, que constituye, indudablemente, una de las cimas de la espiritualidad española[5].
El otro texto se titula «A un retrato» (núm. 269, catalogado entre los sonetos líricos, con variantes importantes en el núm. 266, «Ofensas son, señora, las que veo…», y en el núm. 271, «Ofensas son por cierto éstas que veo…»[6]):
Imagen celestial, cuya belleza
no puede sin agravio ser pintada,
porque mano mejor, más acertada,
no fió tanto a la naturaleza.
En esto verá el arte su flaqueza:
quedando vida y muerte así pintada,
está menos hermosa que agraviada
sin quedarlo la mano en su destreza[7].
Desta falta del arte, vos, señora,
no quedáis ofendida, porque el raro
divino parecer está sujeto.
Retrato propio vuestro es el aurora,
retrato vuestro el sol cuando es más claro,
vos, retrato de Dios el más perfeto.
También aquí se da una interesante acumulación de motivos: se parte del retrato de una dama —motivo reiterado en la lírica amorosa, lo mismo que en las comedias auriseculares—, pero no se utiliza para la tópica descriptio puellae, sino para presentar la belleza física de la amada con valor trascendente: esa belleza física de la dama es trasunto de la belleza de su alma, y esta lo es a su vez de la Suma Belleza que es Dios. El poema se basa en imágenes de luz y claridad: la aurora y el sol son retratos de la mujer amada, de la misma manera que esta es retrato de la Divinidad. Con esto enlaza otra cuestión muy debatida en el Renacimiento y el Barroco, la del arte como imitación de la naturaleza, que es bella precisamente por su misma variedad (con ecos en numerosas obras literarias como el Quijote y el Persiles de Cervantes o la Dorotea de Lope de Vega). Aquí, el artista no es capaz de captar la belleza de la dama, pero su arte no es culpable, porque esa belleza física es reflejo de la Hermosura divina (pintada por otra «mano mejor, más acertada», esto es, por Dios, que con frecuencia aparece en otros textos bajo el tipo alegórico de «Divino Pintor»). Por otra parte, la estructura circular del soneto (comienza con «Imagen celestial» y acaba en «retrato de Dios el más perfeto») redondea desde el punto de vista estructural esta hermosa composición[8].
Como he tratado de mostrar con un par de textos, dispersos en los sonetos líricos del conde de Villamediana podemos encontrar distintos motivos tomados de las teorías amorosas de raigambre neoplatónica vigentes en la época. Un rastreo exhaustivo daría resultados interesantes en otros autores. En cualquier caso, creo que los ejemplos aducidos bastan para mostrar la importancia de esa huella que la doctrina filosófica neoplatónica dejó impresa —valga la expresión— en la lírica amorosa española del Siglo de Oro.
[1] La edición de Ruiz Casanova trae «a dicha de ser por vos tan desdichado», que hace el verso largo. Lo enmiendo. Todas las citas y referencias corresponden a Juan de Tassis, conde de Villamediana, Poesía impresa completa, ed. de José Francisco Ruiz Casanova, Madrid, Cátedra, 1990.
[2] José María Pozuelo Yvancos, El lenguaje poético de la lírica amorosa de Quevedo, Murcia, Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Murcia, 1979, p. 75.
[3] Pozuelo Yvancos, El lenguaje poético de la lírica amorosa de Quevedo, pp. 75 y 72, respectivamente.
[4] Sus cuatro primeros versos son: «Ya no quiero más bien que sólo amaros, / ni más vida, Lucinda, que ofreceros / la que me dais, cuando merezco veros, / ni ver más luz que vuestros ojos claros» (Lope de Vega, Rimas humanas y otros versos, ed. de Antonio Carreño, Barcelona, Crítica, 1998, soneto 133, núm. 170).
[5] Luis Rosales, Pasión y muerte del Conde de Villamediana, Madrid, Gredos, 1969, p. 162.
[6] Para esas variantes, ver Rosales, Pasión y muerte del Conde de Villamediana, pp. 159-160.
[7] Modifico la puntuación del soneto que trae Ruiz Casanova, para darle mejor sentido.