La ocultación de la verdadera identidad de algún personaje constituye uno de los recursos más socorridos en las novelas históricas románticas, y lo encontramos también en el teatro[1]. De entre las obras de Gertrudis Gómez de Avellaneda que ahora ocupan nuestra atención, desempeña un papel de cierta importancia en Recaredo. En el acto I, escena sexta, Recaredo acude a ver a la princesa Bada haciéndose pasar por Agrimundo, uno de los nobles de su corte; desde ese momento y hasta II, 10 Bada no descubre la verdadera identidad de su visitante. El hecho adquiere relevancia porque la princesa sueva cree estar tratando en todo momento con el jefe del complot contra el rey, cuando en realidad se está dirigiendo al propio monarca, y con sus palabras se delata a sí misma como conocedora de la trama existente para poner fin a su vida.
En Egilona este recurso de ocultación de la personalidad es todavía más importante, porque durante cierto tiempo se ignora la identidad de uno de los tres presos que, según orden expresa de Muza, no pueden ser liberados bajo ningún concepto. Por esa razón, son los únicos que permanecen en las mazmorras después de la amnistía que concede Abdalasis con motivo de sus esponsales. La información de que el preso es el rey don Rodrigo está hábilmente graduada: primero se menciona vagamente, como al paso en medio de otra conversación, que no se ha hallado la tumba del último rey godo; más tarde, en una entrevista entre Egilona, su supuesta viuda, y su nodriza Ermesenda, se insiste en el detalle de que no se localizó su tumba después la batalla del Guadalete (cfr. pp. 13a-b, 13b, 14a); en I, 3, con la llegada de Abdalasis, se avanza un poco más al indicarse que no se ha probado su muerte; en I, 7 se entera Abdalasis de que Rodrigo vive y que él es el preso que está encerrado en sus calabozos, pero decide ocultar esa información para que la súbita reaparición del marido no ponga fin a sus amores con Egilona, con la que acaba de desposarse[2]; en II, 9 Egilona se interroga sobre la identidad del cautivo al que no se ha querido liberar con todos los demás; en fin, en la escena tercera del cuadro I del último acto, Caleb descubre que se trata de Rodrigo, y luego se enteran todos los demás personajes. Por supuesto, el espectador —o lector— del drama conoce de antemano esa identidad, y son los distintos personajes los que la ignoran; buena parte de la intriga se mantiene merced a ese juego de dosificación de los datos, de conocimiento o desconocimiento, acerca de la supervivencia de don Rodrigo[3].
[1] En Ni rey ni Roque, de Escosura, ese misterio en torno a la identidad de Gabriel, que puede ser un simple pastelero o el rey don Sebastián de Portugal; en Sancho Saldaña, de Espronceda, la supuesta maga no es sino Elvira; en Doña Blanca de Navarra, de Navarro Villoslada, Jimeno, que se cree descendiente de judíos, es hijo del rey aragonés Alfonso el Magnánimo, etc.
[2] Cabe deducir la no consumación del matrimonio entre Abdalasis y Egilona, por las palabras que esta pronuncia luego ante su esposo: «La Providencia / salva mi honor, mas dejo destrozado / para siempre mi pecho» (p. 45b). Algo similar sucede en la novela Doña Urraca de Castilla, de Navarro Villoslada: Bermudo, el verdadero marido de Elvira, yace en una mazmorra, encerrado por el rival, su hermano Ataúlfo; la ceremonia de boda se lleva a cabo, pero el matrimonio no llega a consumarse.
[3] Cito por Gertrudis Gómez de Avellaneda, Obras, vol. II, Madrid, Atlas, 1978 (BAE, 278), donde se incluyen Munio Alfonso, El Príncipe de Viana, Recaredo, Saúl y Baltasar; y Obras, vol. III, Madrid, Atlas, 1979 (BAE, 279), en que figura Egilona. Si no indico una página concreta, los números romanos designan el acto, y los arábigos, la escena. Remito para más detalles a Carlos Mata Induráin, «Los dramas históricos de Gertrudis Gómez de Avellaneda», en Kurt Spang (ed.), El drama histórico. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 193-213.