Mucha importancia tiene igualmente en esta comedia de El astrólogo fingido de Calderón el secreto o, por mejor decir, el que no se guarden los distintos secretos que importan a diversos personajes. Dice don Juan a doña María: «muerte me dé / a traición el más amigo, / si quebrantare la ley / del secreto» (p. 131a[1]); y doña María a su criada: «Tú has de ser, / Beatriz, la que has de tener / la llave deste secreto» (p. 131b). Sin embargo, cuando don Diego dé a Beatriz una cadena, ella exclamará en un aparte: «¡En qué aprieto / se va poniendo el secreto!» (p. 132b). Consideremos además este diálogo entre Beatriz y Morón:
BEATRIZ.- Jamás
de mi boca lo sabrás.MORÓN.- Pues de ti lo he de saber.
¿No sirves y eres mujer?BEATRIZ.- Sí.
MORÓN.- Pues tú me lo dirás (p. 133a).
Luego don Juan previene a su amigo don Carlos: «Importa al fin para un honroso efeto / el quedarme en Madrid con tal secreto, / que si a vos no os hallara, / por no fiarme de otro no quedara» (p. 133a-b). Y más tarde Morón le explica a don Diego:
Si su amo no viniera,
pienso que me lo dijera;
que Beatriz es muy mujer,
y nada me negará,
porque es ley de las mujeres
«contarás cuanto supieres» (p. 135a).
Así es, y al final Beatriz accede a contarle: «Yo, Morón, te lo dijera, / si me juraras aquí / tenerme siempre secreto» (p. 135b); el criado lo promete «a fe de gallego», que no debe de ser juramento muy fuerte, pues inmediatamente va a revelarlo todo a su amo:
Mas ¡qué fuerte es un secreto!
Mucho es no haber reventado
del tiempo que le he callado.
Mi vida está en grande aprieto
si no lo digo. Advertid:
esto que me han dicho agora,
mátenme si de aquí a un hora
no se supiere en Madrid,
porque trompa de metal
la voz de un criado es,
que hablando en el Lavapiés
le han de oír en Foncarral (p. 136a).
En un aparte posterior insiste en la imposibilidad de guardar el secreto: «Beatriz, ya pruebo a callar; / mas vive Dios que no puedo» (p. 136a); y a su amo le habla así, jugando de los vocablos: «No te lo puedo decir, / y por decirlo reviento; / que aunque el secreto sea santo, / yo no guardo a San Secreto» (p. 136a). Ahora es Morón quien pide a su amo que sea discreto con la información revelada; don Diego asegura que así hará, pero matiza: «Claro está que he de callar; / mas no puede el sentimiento / tal vez dejar de mostrarse» (p. 136b). Y, en efecto, nada más encontrarse con su amigo don Antonio, ya rabia por echar de la boca lo que sabe: «A vos / lo dijera, si el secreto / no viniera encomendado» (p. 137a), y se lo cuenta «aquí para entre los dos…» (p. 137a). A continuación, justo en la escena siguiente, don Antonio le pide confirmación del dato —la presencia de don Juan escondido en Madrid— a don Carlos, «y esto para entre los dos» (p. 137b); el caballero le explica: «Aunque no tengo / licencia para decirlo, / con vos no se entiende eso; / y aquí para entre los dos, / cuanto habéis pensado es cierto» (p. 137b). Esta serie de revelaciones en cadena resulta muy cómica (lo contado nunca queda «para entre los dos»), y el efecto humorístico se ve aumentado con el detalle de que con cada nuevo relator aumenta el tiempo que don Juan lleva escondido en Madrid: «debe de haber más de un año…» (Morón, p. 136b), «dos años ha, o poco menos» (don Diego, p. 137a), «va para tres años» (don Antonio, p. 137b), «habrá cuatro años y medio» (don Carlos, p. 137b).
[1] Cito por Pedro Calderón de la Barca, El astrólogo fingido, en Obras completas, tomo II, Comedias, ed. de Ángel Valbuena Briones, Madrid, Aguilar, 1956, pp. 127-162. Ahora contamos con la edición crítica de las dos versiones de El astrólogo fingido por Fernando Rodríguez-Gallego, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2011.