La burla a Otáñez y su integración en «El astrólogo fingido»

OtáñezComo hemos podido apreciar por el apretado resumen de las entradas anteriores, todo en la comedia de El astrólogo fingido de Calderón es burla. Pero examinemos ahora la burla concreta que sufre Otáñez, que es un rústico montañés (los montañeses pasaban en la época por ser cortos de ingenio, crédulos y fáciles de engañar[1]). Para Wilson, este episodio cervantino «se presenta de forma algo precipitada en la última escena, sin haber sido anticipado», si bien luego concede:

Aunque la idea de la obra proviene de Cervantes, el marco es original de Calderón, y el incidente burlesco encaja perfectamente dentro de las mixtificaciones de la trama que preceden al desenlace. Lo que Calderón toma prestado de Cervantes resulta efectivo dramáticamente, y contrasta con las dificultades de carácter más serio a las que se enfrentan los desconcertados personajes masculinos y femeninos (incluyendo al mismo Don Diego), los cuales están igualmente equivocados en sus suposiciones[2].

Sin embargo, como muy bien ha explicado Arellano, el episodio del vuelo mágico que constituye la burla a Otáñez está perfectamente trabado en el conjunto de la obra:

Se trata de un episodio que Wilson analiza con cierto descuido, considerándolo presentado «en forma algo precipitada en la última escena, sin haber sido anticipado», pero que en realidad Calderón adapta de manera espléndida a la trama y objetivos de su comedia. Por una serie de enredos, muchos personajes de la comedia se empeñan en considerar a don Diego astrólogo eminente. Hacia el final de la obra, que construye sus máquinas en progresión creciente, varios personajes acuden a don Diego para hacerle sucesivas peticiones absurdas confiadas en su supuesta capacidad mágica: Violante le pide ayuda en sus amores, don Carlos lo mismo, el viejo Leonardo quiere que le encuentre una joya perdida, y por fin Otáñez, escudero montañés, le pide que lo traslade a la Montaña por vía mágica, para ahorrarse la costa del viaje. El criado Morón pide a su amo que le deje ocuparse del asunto y empieza la trama de la burla de que el escudero será objeto. Es, pues, una burla provocada por una de las peticiones absurdas con que los personajes acuden al astrólogo: refleja en clave más grotesca la misma sátira ejercida sobre los demás crédulos. La misma burla se construye cuidadosamente en varios tiempos: momento de la petición, en que Morón, por medio de apartes, indica al público que se propone burlar al vejete, al tiempo que da instrucciones a este para que vaya ridículamente vestido con botas, espuelas y papahígo; momento de ejecución, en que ata a Otáñez con los ojos vendados a un banco del jardín y le hace creer que va volando sobre un sastre demonio, y momento de la revelación de la burla, que se coloca en el desenlace de la comedia, donde se revelan el resto de las burlas. No es, pues, una escena que Calderón ponga al final de manera fortuita, como si no quisiera perder una oportunidad cómica, sino que está perfectamente pensada como culminación jocosa de una trama de credulidades ridículas objeto de sátira, concebida en modo especular al trasladar a los dos personajes subalternos, en clave más ridícula aún, la relación establecida entre los otros peticionarios y el astrólogo fingido[3].

En efecto, todo el episodio está muy bien preparado y desarrollado, y su inclusión al final de la comedia en modo alguno resulta gratuito: ese guiño calderoniano a Cervantes no es un mero añadido artificial que pueda suprimirse sin más contemplaciones.


[1] «Finally, Otáñez, the page and rube, is a truly clever creation on Calderón’s part and contributes one of the funniest episodies in the play» (Oppenheimer, Introducción a Pedro Calderón de la Barca, The Fake Astrologer. A Critical Spanish Text and English Translation, New York, Peter Lang, 1994, p. 26).

[2] Edward M. Wilson, «Calderón y Cervantes», en Hans Flasche y Robert D. F. Pring-Mill (eds.), Hacia Calderón. Quinto Coloquio Anglogermano Oxford 1978, Wiesbaden, Franz Steiner Verlag, 1982, pp. 10-11. Alberto Sánchez se limitaba a recordar: «El astrólogo fingido contiene una imitación del episodio de Clavileño» («Reminiscencias cervantinas en el teatro de Calderón», Anales cervantinos, tomo VI, 1957, pp. 266-267).

[3] Ignacio Arellano, «Cervantes en Calderón», Anales cervantinos, XXXV, 1999, p. 19. Luego añade: «La conexión con la aventura de Clavileño es evidente, pero los elementos de la adaptación dramática son muy notables, y conviene subrayar la explotación del conflicto cómico entre dos personajes graciosos, el criado Morón y el escudero Otáñez, tipo figura, montañés orgulloso de su hidalguía, que protagonizan un conato de duelo de pullas con acusaciones de judaísmo y mentís» (p. 20).

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