Muy poco es lo que se ha escrito sobre Jerónimo de Cáncer y Velasco como dramaturgo[1]. Suele recordarse que no fue mencionado por Lope de Vega en su Laurel de Apolo (1630) ni por Juan Pérez de Montalbán en el Para todos (1632) y que algunas de sus obras sufrieron la censura de la Inquisición. No olvidemos que, salvo dos comedias burlescas, todas sus piezas dramáticas fueron escritas en colaboración, práctica habitual entre los ingenios de la época para sacar adelante los múltiples compromisos adquiridos[2]. Muchas veces estas comedias eran redactadas con gran precipitación para satisfacer la enorme demanda de los corrales, de ahí que su calidad literaria se resienta. El propio Cáncer aludió a esta circunstancia; refiriéndose a San Isidro Labrador, que compuso con Pedro Rosete Niño y un tercer ingenio desconocido, dice festivamente en su Vejamen:
Escribimos tres amigos
una comedia a un autor;
fue de un santo labrador,
y echamos por esos trigos,
apostillando que «tan mala comedia no se ha escrito en los infiernos».
Un grupo importante dentro de su producción dramática lo forman las comedias de santos y mártires. Dos de sus piezas más famosas son El mejor representante, San Ginés[3] y La adúltera penitente, Santa Teodora[4]. La primera, que suele considerarse su mejor obra en colaboración, está escrita con Rosete y Martínez de Meneses. Inspirada en Lo fingido verdadero de Lope, fue publicada en 1668 y se ha conservado en algún testimonio con el título de Hacer su papel de veras. Refiere la historia de Ginés, soldado romano que por amor a la actriz Marcela («amor es el que me fuerza, / amor es el que me arrastra», p. 200a) se hace actor. Ginés obtiene tanto éxito en los ensayos de la Comedia del cristiano bautizado, en la que el emperador ordena martirizar al protagonista, que Diocleciano pide que la obra sea representada en Palacio. Poco a poco, ficción y realidad terminarán por confundirse: Ginés, gentil que odiaba a los «viles cristianos», estudia tan bien su papel, que se hace cristiano de veras y se convierte en mártir: al final, muere crucificado y un ángel lo corona de laurel «en prueba de que ganaste / con el Sumo Autor el nombre / del mejor representante» (p. 230b). La crítica ha destacado la superioridad del primer acto, el de Cáncer, en el que se pone de relieve el contraste entre la «farsa de la vida» (Diocleciano pasa de hijo de esclavo a representar en ella el papel de emperador) y la «vida de la farsa», con interesantes alusiones a la realidad teatral del XVII: la abundancia de poetas chanflones, las ganancias de los actores («un representante cobra / cada noche lo que gana / y el autor le paga, aunque / no haya dinero en la caja», p. 199b) o las dificultades de algunos dramaturgos para componer (de uno —bien podría ser el propio Cáncer— se dice que tiene preñada la musa, porque pare las comedias con dolor).
La acción de La adúltera penitente, Santa Teodora (1657, con Matos Fragoso y Moreto[5]) sucede en Alejandría. Filipo ama a Teodora, que se ha casado por presiones familiares con el rico Natalio. La dama vive triste porque una sombra lasciva la acosa todas las noches incitándola a que premie el amor constante de su galán. La visión la envía el Demonio, que quiere perder las almas de Tedora y Filipo. Una industria urdida por el criado Morondo para sacar a Natalio de casa y la ayuda del propio Demonio proporcionan a Filipo la ocasión para gozar, con violencia, de Teodora. Pero, una vez satisfecho su deseo, deja abandonada a la mujer, retirándose a vivir como bandido en el monte. Teodora huye de casa y marcha a un convento, donde, vistiendo el hábito varonil, se hace pasar por fray Teodoro. Por su parte, el deshonrado Natalio busca a su esposa para satisfacer su venganza matándola. Teodora hace varios milagros (amansa a un león, consigue que los árboles la ayuden a cantar cuando es expulsada del coro…). El Demonio la sigue asediando, pero al final ha de reconocerse vencido por la virtud de la mujer, que recibe ayuda del Cielo siempre que la solicita. Teodora y Filipo siguen vistiendo el hábito religioso y llevan una vida de dura penitencia hasta que la protagonista alcanza una muerte santa, como anuncia al final un ángel. Natalio, al ver los prodigios que obra el Cielo, considera lo sucedido «dichosa venganza» (p. 286b) de su agravio[6].
[1] Narciso Díaz de Escovar, «Don Jerónimo de Cáncer y Velasco», Revista Contemporánea, tomo CXXI, cuaderno IV, núm. 606, 1901, 405-409 esboza un catálogo de sus obras teatrales.
[2] Ver ahora Juan Matas Caballero (ed.), La comedia escrita en colaboración en el teatro del Siglo de Oro, Valladolid, Ediciones Universidad de Valladolid, 2017.
[3] El mejor representante, San Ginés, comedia famosa de tres ingenios, de D. Gerónimo Cáncer, Don Pedro Rosete y Don Antonio Martínez, en Parte veinte y nueve de comedias nuevas, escritas por los mejores ingenios de España, Madrid, Joseph Fernández de Buendía a cargo de Manuel Meléndez, 1668.
[4] La adúltera penitente, de tres ingenios, Cáncer, Moreto y Matos, en Parte nona de comedias escogidas de los mejores ingenios de España, Madrid, Gregorio Rodríguez por Mateo de la Bastida, 1657.
[5] Ver un análisis de esta comedia en Carlos Mata Induráin, «La adúltera penitente, comedia hagiográfica de Cáncer, Moreto y Matos Fragoso», en Marc Vitse (ed.), Homenaje a Henri Guerreiro. La hagiografía entre historia y literatura en la España de la Edad Media y del Siglo de Oro, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2005, pp. 827-846.
[6] Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Cáncer y la comedia burlesca», en Javier Huerta Calvo (dir.), Historia del teatro español, vol. I, De la Edad Media a los Siglos de Oro, Madrid, Gredos, 2003, pp. 1069-1096.