Examinaremos en esta entrada los bloques escénicos que se pueden deslindar en el acto III de La celosa de sí misma de Tirso de Molina[1].
1. Cuitas de don Melchor y tercería interesada de Quiñones
a) Don Melchor y Ventura, de camino, se preparan para volver a León: «Ventura, no más cautelas, / no más amor de camino» (p. 1129), comenta el cuitado galán, y le pide que empeñe su sortija. El criado le aconseja que vuelva con doña Magdalena, pero él sigue pensando que no es tan hermosa como la condesa ausente. O, en su defecto, con su vecina, doña Ángela, pero también le parece un monstruo en comparación con su adorada desconocida.
b) Sale Santillana, que le trae un billete de la condesa, con dos mil escudos, dulces y algo de ropa blanca. En la carta le pide que no se vaya a León, pues sus bodas eran fingidas. Don Melchor decide regresar a la Victoria. Sigue una escena humorística con Santillana, que no se deja besar ni abrazar por el criado.
c) Quiñones y doña Ángela. La dueña explica que la condesa no partió a Italia: todo fue un engaño para probar si el galán la quería. Quiñones se ofrece para hacer de tercera: le indica que vaya de luto a la Victoria y se haga pasar por condesa tapada. De esta forma se arreglarán los matrimonios a su gusto: doña Ángela y don Melchor, doña Magdalena y don Sebastián, don Jerónimo y la condesa. La criada actúa en su provecho propio, pues de esta forma todos ellos le quedarán obligados.
2. Dos condesas enlutadas
a) Don Luis felicita a don Melchor por casar con la condesa. Él está triste porque don Sebastián ha pedido a doña Magdalena. Comenta que está dispuesto a soportar los celos que le causa su primo, pero no los de otros hombres. Ventura les avisa de la llegada de la condesa.
b) Sale doña Ángela de luto y tapada, como si fuese la condesa. Don Melchor le pide que se descubra, y Ventura se da cuenta de que no es la misma tapada. Sale Magdalena también enlutada; enfadada al verlo con otra, hace que se vuelve a Italia. Doña Ángela también hace que se va, aunque se queda y enseña como prenda el bolsillo que le ha proporcionado Quiñones. Doña Magdalena descubre un ojo, que don Melchor reconoce. Disputan ambas mujeres sobre cuál de ellas es la condesa verdadera.
c) Salen don Jerónimo y don Sebastián, y las dos damas se despiden para no ser conocidas por sus hermanos. «Bercebú con ellas vaya», comenta Ventura (p. 1148). Los dos caballeros, desdeñosos, fingen no ver a don Melchor y hacen planes para casarse entre sí los cuatro hermanos: don Jerónimo y doña Ángela, don Sebastián y doña Magdalena.
3. Nuevos recados, celos en la reja y final feliz
a) Santillana dice a don Melchor que su ama le pide vaya a verla esa noche, a la una, a casa de doña Magdalena. Pero ¿a cuál de las dos condesas sirve Santillana?, se pregunta el leonés. «Eso, averígüelo Vargas», le responde Ventura (p. 1151).
b) Doña Magdalena y Quiñones. La dama sigue celosa de sí misma y aun celosa de tres mujeres: ella, la dama de la Victoria y la supuesta condesa.
c) Don Melchor y Ventura de noche. Doña Magdalena, arriba en la ventana, espera a su amante enemigo. Don Melchor habla con ella y trata de besar su mano, pero como la reja está muy alta, se sube a las espaldas de Ventura, hasta que este lo derriba, porque pesa mucho. Doña Magdalena, fingiendo ser la condesa, le explica que tiene que marcharse, pero le pide que se case con su amiga. El galán promete hacerlo porque ella lo solicita, aunque su prometida le sigue pareciendo fea. La supuesta condesa, celosa de sí misma, se enfada porque bastan unas pocas palabras para que cambie su afecto y olvide su amor para volver con su antigua novia, y acto seguido don Melchor se retracta, asegurando que doña Magdalena es un monstruo. La dama cambia la voz, fingiendo que llega doña Magdalena en ese instante. Y, por supuesto, también como Magdalena está enfadada con el galán, por las palabras que le acaba de escuchar, negando su belleza y llamándola monstruo.
d) Todos los personajes van a coincidir sobre las tablas para la escena final. Don Alonso, don Luis, don Sebastián y don Jerónimo toman la calle a los rondadores, para descubrir que se trata de don Melchor. Don Alonso le reprocha que hable así a su hija, a escondidas, pudiendo hacerlo tranquilamente en casa como prometido suyo; el leonés dice que ronda la casa, no por Magdalena, sino por la condesa. Llega doña Ángela, afirmando ser ella la famosa condesa. Don Sebastián protesta. Sale también doña Magdalena y dice que es la condesa, «si en el título fingida, / en la sustancia de veras» (p. 1163). Don Melchor reconoce su mano, verdadera piedra de toque en este misterio. Además, la dama presenta como testigos a Quiñones y Santillana. Aclaradas satisfactoriamente las cosas, doña Magdalena casará con don Melchor, don Jerónimo con doña Ángela y Ventura con Quiñones. Don Luis y don Sebastián quedan sin pareja. Con la mención del título en el ultílogo y el deseo de Tirso de que la pieza haya agradado al auditorio, termina la comedia[2].
[1] Todas las citas de La celosa de sí misma corresponden a: Tirso de Molina, Obras completas, III, Doce comedias nuevas, ed. de María del Pilar Palomo e Isabel Prieto, Madrid, Fundación Castro, 1997, pp. 1055-1164. Otra edición moderna es: Tirso de Molina, La celosa de sí misma, ed. de Gregorio Torres Nebrera, Madrid, Cátedra, 2005. Esta entrada forma parte de los resultados de investigación del Proyecto «Identidades y alteridades. La burla como diversión y arma social en la literatura y cultura del Siglo de Oro» (FFI2017-82532-P) del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades del Gobierno de España (Dirección General de Investigación Científica y Técnica, Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia).
[2] Para más detalles sobre la comedia remito a Carlos Mata Induráin, «Comicidad “en obras” y “en palabras” en La celosa de sí misma», en Ignacio Arellano, Blanca Oteiza y Miguel Zugasti (eds.), El ingenio cómico de Tirso de Molina. Actas del II Congreso Internacional, Pamplona, Universidad de Navarra, 27-29 de abril de 1998, Madrid / Pamplona, Instituto de Estudios Tirsianos, 1998, pp. 167-183.