Un tercer elemento del enredo en la comedia[1] lo propician doña Ángela y don Sebastián. Enamorados respectivamente de don Melchor y de doña Magdalena, se proponen alborotar la boda de los prometidos: don Sebastián dirá que doña Magdalena le dio palabra de esposa, hecho que, unido a su renta y al hábito que ha conseguido, decidirá al padre de la dama a casarla con él: «Ardid es provechoso», comenta su hermana (p. 1114). Y así lo hacen. Además don Sebastián explica luego a don Alonso que el leonés está a punto de casarse con una condesa, y doña Magdalena confirma esas palabras al indicar que, en efecto, su prometido está en vísperas de ser conde: «¿Hay caso más peregrino?», se pregunta el aturdido anciano (p. 1123).
También la criada Quiñones traza sus planes en beneficio propio; ella misma comenta que tiene «engaños de indiana» (p. 1136), y es quien propone a doña Ángela que vaya a la Victoria enlutada y tapada, fingiéndose la condesa, de forma que pueda casar con don Melchor y doña Magdalena quede para su hermano Sebastián. A su vez, don Jerónimo podría casar con la condesa, con lo que ella se convertirá en casamentera de «un amor de tres en raya» (p. 1138). Doña Ángela insiste en el carácter industrioso de la dueña con estas palabras: «Salga yo bien deste enredo, / y darete un dote igual / a tu ingenio» (p. 1138). Además, ella le proporciona el bolsillo de oro que dio don Melchor a la tapada en el primer encuentro, con el que tratará de probar que ella es la dama misteriosa[2].
Las idas y venidas de los distintos bolsillos y, sobre todo, los mantos que ocultan la identidad de las dos enlutadas constituyen otros aspectos fundamentales del enredo de La celosa de sí misma. Las palabras de Ventura: «¡Que dos mujeres tapadas / hacer con los mantos puedan / tan sutil transformación!» (p. 1154) ponen de relieve las posibilidades que, hábilmente manejado, brindaba este recurso tan socorrido en nuestro teatro aurisecular. Es ese velo de misterio que envuelve a la belleza femenina, mostrada «a sorbos» (ahora una mano, luego unos ojos…) el que engatusa y ciega a don Melchor, incapaz de reconocer en su prometida, cuando acude a vistas, a la desconocida. Tal es el encanto de lo oculto… Al final, la confusión del cuitado leonés crecerá tanto que se verá obligado a pedir a su criado: «Huyamos de tanto engaño…» (p. 1130)[3].
[1] Todas las citas de La celosa de sí misma corresponden a: Tirso de Molina, Obras completas, III, Doce comedias nuevas, ed. de María del Pilar Palomo e Isabel Prieto, Madrid, Fundación Castro, 1997, pp. 1055-1164. Otra edición moderna es: Tirso de Molina, La celosa de sí misma, ed. de Gregorio Torres Nebrera, Madrid, Cátedra, 2005. Esta entrada forma parte de los resultados de investigación del Proyecto «Identidades y alteridades. La burla como diversión y arma social en la literatura y cultura del Siglo de Oro» (FFI2017-82532-P) del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades del Gobierno de España (Dirección General de Investigación Científica y Técnica, Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia).
[2] La criada de doña Magdalena es buen correlato femenino de Ventura, el ingenioso gracioso, al que mantos, cambios de vestidos y argucias diversas de las damas no consiguen engañar en ningún momento, a diferencia de lo que sucede con su amo.
[3] Para más detalles sobre la comedia remito a Carlos Mata Induráin, «Comicidad “en obras” y “en palabras” en La celosa de sí misma», en Ignacio Arellano, Blanca Oteiza y Miguel Zugasti (eds.), El ingenio cómico de Tirso de Molina. Actas del II Congreso Internacional, Pamplona, Universidad de Navarra, 27-29 de abril de 1998, Madrid / Pamplona, Instituto de Estudios Tirsianos, 1998, pp. 167-183.