El poema de Francisco Navarro Villoslada titulado «Miserere» (Obra poética, núm. 49), romance con rima en -í, es un lamento del yo lírico que se dirige compungido a Dios pidiendo compasión. Se trata, claro está, de una paráfrasis del salmo 51 (50): «Miserere mei, Deus, secundum misericordiam tuam…». Su estructura es circular: comienza con un «¡Compadécete, Dios mío, / compadécete de mí; / por tu gran misericordia / ten piedad de este infeliz!»; y termina —después de los yerros del pecador, que con sus actos ha negado en reiteradas ocasiones a Dios— con estas palabras: «¡Perdón, Dios mío, perdón; / ten piedad de este infeliz!».
Este es el texto del poema:
¡Compadécete, Dios mío,
compadécete de mí;
por tu gran misericordia
ten piedad de este infeliz!
La sombra de tu mirada
puede solo descubrir
del piélago de mis culpas
el negro abismo sin fin.
Yo seguía tus senderos,
yo, Señor, te conocí:
el único[1] bien que puede
hacer al hombre feliz;
y después de conocerte
yo te olvidé y te ofendí:
a tu luz cerré los ojos
y tu voz no quise oír.
Cuando me decías: «Vuelve»,
«No quiero», te respondí;
y mil veces me llamabas
y te negué más de mil.
Su faz cubrieron los ángeles
con sus alas de carmín
y debajo de sus alas
yo los sentía gemir.
Me mirabas compasivo
y en el rostro te escupí.
¡Perdón, Dios mío, perdón;
ten piedad de este infeliz![2]
Por su tema podría relacionarse con el núm. 53, el romance en -á que comienza «¡Cuál yace desamparada…!», que versa sobre la cautividad de la ciudad de Jerusalén como consecuencia de haberse apartado de Dios el pueblo elegido de Judá. El poema,fechado el 20 de julio de 1842, dice así.
¡Cuál yace desamparada
y en profunda soledad
la ciudad que antes solía
a cien pueblos cobijar!
Cual viuda desolada
la reina del mundo está;
la princesa de las gentes,
en dura cautividad.
De su infortunio en la noche
nunca cesó de llorar
a sus amigos llamando
que se burlan de su afán.
No hay una mano que intente
sus lágrimas enjugar
y sus contrarios la insultan
cuanto la temieron más.
La servidumbre esquivando
huyó de Salem Judá,
pero en extrañas naciones
no sosegaba jamás.
Y cuando lejos la vieron
de su muro maternal
acósanla sus rivales
y lógranla encadenar.
Desde entonces, ¡oh dolor!,
cubiertos de luto están
los caminos de Sión
en toda solemnidad.
Crece sin temor la yerba
en medio de su arenal:
como no hay quien venga al Templo,
ninguno la huella ya.
Sus puertas están por tierra,
sus ministros sin altar,
las doncellas sin aliño
y oprimida la ciudad.
La corona de su frente
ciñe otra frente rival
y su enemigo se adorna
con su pompa y majestad.
Cubierto de tus despojos
te abandona a la orfandad,
y del carro de su triunfo
tus hijos tirando van.
Vuelve, Salem, a tu Dios,
vuelve contrita la faz,
que es tamaña desventura
castigo de tu maldad[3].
[1] el único: el texto original trae en el único, que hace el verso largo; enmiendo suprimiendo en.
[2] Incluido en Francisco Navarro Villoslada, Obra poética, ed. de Carlos Mata Induráin, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1997, núm. 49, pp. 224-225.
[3] Incluido en Navarro Villoslada, Obra poética, núm. 53, pp. 230-232.