La acotación inicial de esta segunda jornada indica[1]: «Salen el Barón y el Vizconde, como de noche, con sus guitarras, y se ponen cada uno a un lado del tablado» (p. 6a)[2]. Los dos pretendientes, siguiendo el consejo de la Princesa, están dispuestos a obligarla con cariño y finezas, así que se preparan para darle una serenata. Mientras templan sus instrumentos, la Princesa se asoma a la reja y se muestra hosca, según se deduce de las palabras de los galanes, que van alternando sus réplicas.
Estamos ante una escena típica de galanteo repetida en mil comedias, y en esta parodia no puede faltar la interrupción del padre, que ha de velar por el honor familiar: «Sale el Príncipe medio desnudo con espada en mano, rodela y gorro» (p. 7a), y amenaza con herirlos con su acero. Al mismo tiempo, anuncia la llegada de otros enamorados de su hija, de mucha más calidad que ellos:
Princesa, a tiempo venís,
porque deciros deseo
que el Gran Sultán, el Marrueco,
el nuevo Kan de Crimea
y el príncipe Bayaceto
vienen a la Corte para
pediros y pretenderos (p. 7b).
Su idea es despedir a los dos galanes locales para no dar celos a los otros. La Princesa —como mujer, enredadora— quiere engañar al viejo y urde una industria: le explica a su padre que, antes de irse, Foncarral y Leganés deben concluir una Academia que han dispuesto en su honor, tarea en la que ocuparán… nada menos que año y medio. Inventada esta excusa, y aprovechando que la Corte celebra sus años (su cumpleaños), la dama exhorta a los galanes a que le dediquen un certamen poético. Les pide, en concreto, que glosen la cuarteta «Aprended, flores, de mí». Y así se disponen a hacerlo. La acotación reza: «Salen el Vizconde y el Barón, cada uno con su gran papel, con el zapato e higa al cuello, y sentándose todos por su orden, canta la Música» (p. 8b). Los dos glosan el texto indicado y obtienen del Príncipe unos premios ridículos. Cuando doña Estopa quiere también recompensarlos y se dispone a darles dos anillos, se le cae el guante, y ambos disputan por cogerlo desnudando las espadas, lo que suscita una nueva protesta del Príncipe (es la segunda vez que alborotan el Palacio con las armas). Ordena que los llevan a cenar, con la amenaza de emparedarlos si no se enmiendan, y la jornada acaba, como la primera, con un guiño metateatral.
[1] Esta entrada forma parte de los resultados de investigación del Proyecto «Identidades y alteridades. La burla como diversión y arma social en la literatura y cultura del Siglo de Oro» (FFI2017-82532-P) del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades del Gobierno de España (Dirección General de Investigación Científica y Técnica, Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia).
[2] Cito por Lucas Merino y Solares, El muerto resucitado, en Madrid, por Gabriel Ramírez, 1767. Hay edición moderna de María José Casado en Comedias burlescas del Siglo de Oro, tomo VII, volumen dirigido por Carlos Mata Induráin, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2011.