Resumen de la acción de «El muerto resucitado», de Lucas Merino y Solares (Jornada primera)

Esta comedia burlesca dieciochesca se abre con un elogio, entonado por la Música, del príncipe de Alcorcón[1]:

Del Príncipe las grandezas,
como no pueden contarse,
tomó el partido la fama
de que pudieran cantarse.
Es monarca sin segundo,
nadie le iguala en la tierra;
Adonis, mientras la paz,
un Marte cuando la guerra (p. 1a-b)[2].

El tono de estos ocho primeros versos es serio, y bien podrían pertenecer a una comedia de otro género; pero pronto el panorama va a cambiar para entrar de lleno en el carnavalesco «mundo al revés» de la comedia burlesca, tal como sugiere la siguiente acotación: «Sale el Príncipe de barba ridículo, a la antigua española». El giro hacia lo ridículo nos lo confirma la primera réplica del viejo, que se presenta como príncipe de Alcorcón «y sus contornos, / y sus alfares también» (p. 2a). Todos le temen —dice— porque, si no le falta el barro, puede fabricar millones de hombres con los que lanzarse a la conquista del mundo (debemos recordar, a este propósito, que Alcorcón era famoso por su industria alfarera y sus cerámicas[3]). La heredera de sus bienes es su hija doña Estopa, que tiene varios pretendientes: nada menos que cuatro reyes, que son… los de la baraja (el Príncipe saca los naipes correspondientes y repasa las condiciones de cada uno, sin saber por cuál decidirse).

ReyesBarajaEspañola.jpg

Sale en ese momento la Princesa «como acelerada»[4], según indica la acotación, y anuncia que llegan a su presencia el barón de Leganés y el vizconde de Foncarral. Dada la fama de sus pucheros de barro, el Príncipe sospecha que ambos nobles vendrán a pedirle prestada una cazuela.

La presentación de ambos personajes es completamente ridícula. He aquí la acotación referida al primero de ellos: «Sale Foncarral ridículo con botas, espuelas, látigo, guantes y un zapato colgado del cuello» (p. 3a)[5]. Ridículamente —pues está presente— le pregunta al Príncipe si se encuentra en casa y, una vez confirmado lo evidente, pide que le escuche con paciencia. A continuación llega Leganés vestido de parecida guisa: «Sale Leganés también ridículo, colgando del cuello una gran higa de venado» (p. 3a), es decir, con una cornamenta. Dada su apariencia, el Príncipe y la Princesa comentan que se trata sin duda de dos locos criados en una aldea (es decir, muy poco cortesanos, desconocedores de la etiqueta y las más elementales reglas de educación). El Vizconde le resulta agradable a la Princesa «por lo callado y sufrido» (p. 3a), adjetivos que hay que tomar a mala parte: el callar y sufrir es condición propia del maridillo, del marido cornudo y consentidor. El galán se presenta como el vizconde de Foncarral, «cuya fama, / por los decantados nabos, / está bien acreditada» (p. 3b; en efecto, Fuencarral era localidad famosa por sus verduras y legumbres)[6]. Comenta que un día que vio a la Princesa ella le tiró como favor amoroso el zapato que trae al cuello, así que ahora viene a pedirla en matrimonio. Ese mismo propósito trae el barón de Leganés, «señor de todas sus huertas» (p. 4a; también Leganés era pueblo conocido por esta causa)[7], quien muestra como favor entregado por la dama la cornamenta de venado (objeto, ciertamente, de pésimo agüero para un novio, aunque esto a él no parece importarle demasiado). El Príncipe afirma que es su hija la que ha de dar la respuesta, así que se marcha dejándolos solos. La Princesa pide sus espadas a los dos galanes y entonces decide desmayarse[8]. Sale el Príncipe «corriendo», y al ver las espadas desenvainadas, cree que lo que ha causado el desmayo de su hija ha sido una pendencia de los pretendientes. Ella misma se encarga de aclarar que el desmayo ha sido fingido (p. 5b). Luego les explica a los galanes la forma de conquistarla, indicando que se rendirá fácilmente —como todas las mujeres— con regalos y halagos:

A las damas no se obliga
con ruidos ni con pendencias,
sino con finos obsequios,
rendimientos y finezas,
veneración, mucho incienso,
regalitos y chufletas (pp. 5b-6a).

A indicación de la joven, los galanes se dan la mano. El Príncipe, aclarado que no hubo camorra (palabra excesivamente coloquial, jocosa al calificar aquí la supuesta rivalidad de dos nobles) entre Foncarral y Leganés, ordena que acabe la primera jornada para que el público pueda juzgar si la comedia, hasta ese momento, es buena o mala.


[1] Esta entrada forma parte de los resultados de investigación del Proyecto «Identidades y alteridades. La burla como diversión y arma social en la literatura y cultura del Siglo de Oro» (FFI2017-82532-P) del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades del Gobierno de España (Dirección General de Investigación Científica y Técnica, Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia).

[2] Cito por Lucas Merino y Solares, El muerto resucitado, en Madrid, por Gabriel Ramírez, 1767. Hay edición moderna de María José Casado en Comedias burlescas del Siglo de Oro, tomo VII, volumen dirigido por Carlos Mata Induráin, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2011.

[3] Cfr. El Comendador de Ocaña, burlesca: «¿qué importa o no que se hagan / cántaros en Alcorcón?»; Darlo todo y no dar nada, vv. 2523-2526: «Apeles.­– Para ser de mí te hicieron / en Alcorcón. Campaspe.– Cosa es clara, / para servir de olla hoy / y cobertera mañana». Para la fama de los cacharros de Alcorcón remito a Fradejas Lebrero, Geografía literaria de la provincia de Madrid, Madrid, CSIC, 1992, pp. 154-159, donde se recogen numerosos textos, como el de Moreto: «Alcorcón es la corte / del niño bello, / pues lo que en él más priva / son los pucheros». En las comedias burlescas El rey don Alfonso, el de la mano horadada, vv. 294, y El hermano de su hermana, v. 498, se concede a un personaje el título ridículo de conde de Alcorcón.

[4] Los movimientos acelerados y descompuestos forman parte de la comicidad escénica en este tipo de piezas.

[5] Los accesorios ridículos son muy frecuentes en las comedias burlescas. Por ejemplo, en La ventura sin buscarla, acotación tras v. 34: «Sale la Infanta, que será el más alto, vestido de mujer antiguo con moño de estopa y dos cascarones de huevos u de naranjas por arracadas, una vasera de orinal por manguito y una pata de vaca colgando por muelle y por déjame entrar una casidilla, todo ridículo»; Durandarte y Belerma, acotación tras v. 444: «Dale una vasera de orinal» y tras v. 778: «Sácale el corazón con un cuchillo, que será una pata de vaca».

[6] Ver Fradejas, Geografía literaria de la provincia de Madrid.

[7] Remito de nuevo a Fradejas, Geografía literaria de la provincia de Madrid.

[8] La dama explica que le ha dado «Lo que llaman pataleta» (p. 5b). Estos desmayos voluntarios de las damas, parodia de los que sucedían en las comedias «serias», son habituales en las burlescas (El desdén con el desdén, Céfalo y Pocris, El caballero de Olmedo…).

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