«El corneta Santurrias» es quizá el relato más amargo del libro. Una vez más nos encontramos con un narrador testigo: «Me acuerdo del corneta Santurrias como si le tuviera delante. Verdad es que los recuerdos de aquellos días se han grabado en mi memoria con tan enérgico relieve que no lo borrará el trabajo de un siglo» (p. 87). El corneta era un muchacho alegre, que desde el parapeto solía hablar con los enemigos y gritarles «¡Viva la libertad!». Un día le piden desde el otro lado algo de comer; cuando Santurrias se levanta en la trinchera para arrojar generosamente a los enemigos un pan negro que tiene, suena una descarga y cae herido; pero antes de morir todavía tiene tiempo de vitorear de nuevo a la libertad. El narrador es el compañero que estaba a su lado y recogió su cadáver.
«El bloqueo» cuenta el sitio de Caballeda; es el mes de diciembre (no se indica año); el brigadier Cigarral prepara una defensa heroica que, según él, podrá emular a las de Sagunto y Numancia. El narrador es aquí uno de los mozos útiles que ha sido requisado en el pueblo. Nos presenta a la Parrala, mendiga harapienta que merodea entre los soldados para obtener alguna escudilla de alimento y que insulta a los sitiadores carlistas llamándolos «marranos». Al producirse el asalto, la mendiga le parece hermosa erguida sobre el parapeto, hasta que cae con un balazo en la cabeza: «La noche del seis de febrero ha dejado en mí profunda huella y duradera memoria. […] No guardo lo que pasó con detalles borrados ya con el lapso del tiempo; pero sí recuerdo con lucidez lo que fue de la Parrala en aquellos momentos de aprieto y de angustia» (pp. 120-121).
«La pareja del segundo» se narra también por boca de un testigo presencial: «Yo sé que ninguno de los que entraron en el reemplazo en que lo hice yo se ha olvidado del sargento García». Este militar nacido en Motril, conocido como «Sargento Ginebra» por su afición a ese licor, era de carácter franco y leal, despreocupado, «algo intransigente, pero abierto y fácil» (p. 136). Amigo del cabo Díaz (el narrador), un día hubieron de llevar un pliego con las órdenes para una batería cabalgando bajo fuerte fuego enemigo; esa noche, el sargento se jugó su dinero a una carta, la sota, y lo perdió porque salió un caballo. El sargento, comenta el narrador, tentó al azar en un mismo día con dos caballos[1].
[1] Para más detalles ver Carlos Mata Induráin, «Los Cuentos del vivac de Federico Urrecha», Lucanor. Revista del cuento literario,15, diciembre de 1998, pp. 41-65.